"Terra alta", de JAVIER CERCAS

Una composición de espejos. En el primero aparece el terrible asesinato de la madre del protagonista Melchor Marín, una prostituta que pierde seguridad cuando va cumpliendo años y ya no ejerce dentro de su casa y ha de hacerlo en la calle, en los aledaños del camp Nou. 

La descripción del nacimiento de su hijo -a quien puso de nombre Melchor porque consideró su llegada como la de un rey mago- entre sangre, sufrimiento y alegría infinitos ya contiene cómo va a ser el ambivalente y dual destino del muchacho. 

En ese mismo azogue se refleja y engarza el segundo espejo, con el brutal crimen de los dueños de Gráficas Adell, y más adelante aparecerá el tercero que ha latido durante siete décadas bajo la alfombra del pasado. Ese es el verdadero eje alrededor del que gira esta historia y en ese punto aparentemente desplazado se halla el corazón de la novela, en un entorno en el que se produjo una de las batallas más cruentas de la guerra civil, la del Ebro. 

Para el autor presente y pasado siempre caminan juntos, y los asuntos sin resolver tarde o temprano emergen, o alguien tira de dicha alfombra para ver lo que se esconde debajo.

A Javier Cercas le gusta el yin y el yang es decir: las partes buenas que hay en lo malo y a la inversa, de hecho en uno de los diálogos que mantendrá con Olga -la mujer que le salvará del resentimiento - él dirá que hay falsos malos y ella que también existen los falsos buenos.


Cuando la ira se apodera del corazón te convierte en un blanco fácil y captable por capos y seres que se manejan bien en las sombras, Melchor cae en las drogas y también las vende y la hermosa paradoja es que en la cárcel encontrará el salvavidas: su modelo a seguir -por falta de otros- será un libro que lo contiene todo: "Los miserables" y en él verá que la redención es posible. 

Tras leerlo decide ser policía y en ese punto comenzará su dilema: ¿Es lícita la venganza cuando la justicia no nos hace justicia? 

En todas las novelas de J. Cercas surge una pregunta que el lector ha de contestar.  El autor considera que toda pieza literaria ha de tener su cuota de ambigüedad, para que en el esfuerzo de su debate interior quien lee salga transformado, y para que la pugna consigo mismo con respecto a discernir lo que está bien de lo que está mal le proporcione crecimiento.

Son importantes las personas que se cruzan en tu camino, en Terra alta hay dos seres puros: Domingo Vivales, el humilde abogado y amigo de su madre que le pinta la casa, le compra muebles y hasta le borra los antecedentes para que pueda optar a su nueva vida perteneciendo al cuerpo de policía, y Olga la bibliotecaria un compendio de amor y libros.  

Tanto Melchor como los lectores nos preguntamos si Domingo Vivales es su progenitor, y descubrimos que tras el ferviente anhelo de que lo sea al final no importa si llevan la misma sangre o no, porque es el mejor padre que un hijo adulto podría soñar. 

Por mucho que apetezca como bajo instinto el escarmiento que Melchor, siendo policía, da a los maltratadores de mujeres nadie debe tomarse la justicia por su mano, en una sociedad cuyas leyes se supone que la garantizan ya que lo contradictorio es que la novela va de segundas oportunidades y a Melchor lo reinsertaron, y la bondad o la equidad no se ejercen ni a disparos ni a puñetazos por mucho que en Los miserables se diga: "Es un hombre que hace el bien a tiros". El autor no juzga al protagonista, simplemente lo muestra en la luz y en la oscuridad.

Cambiando de tercio vamos a un detalle biográfico: La familia de J. Cercas era falangista y tengo la sensación de que en todas sus novelas desearía conjugar en un punto de encuentro humano lo inconjugable en el ideológico. 

En alguna ocasión le he oído expresar que tener la razón política no es tener la razón moral, y es cierto. 

Me gustaría decirle que tampoco hay que acarrear los errores de los padres o de generaciones anteriores, está bien estudiarlos individualmente y también en conjunto, pero sobre todo me gustaría recalcarle que allá cada cual con su conciencia.

"Nadie nos pidió perdón ni nos dio las gracias" dice el soldado de Salamina -disculpadme por citar de memoria- por defender la legalidad de La República, y con ese hermoso final en el que el periodista va citando uno a uno los nombres de los anónimos que no fueron resarcidos Javier Cercas ya ha cumplido más que de sobra. 

Su novela "Soldados de Salamina" se extendió como la pólvora por el mundo puesto que conocía la misión de su réquiem, pedir perdón es más importante de lo que parece incluso a quienes ya no están.

Si algo me ha enseñado esta novela es que buscamos dar una buena imagen de nosotros, queremos alcanzar la bondad, y la sabiduría, pero sabemos de sobra que hacemos cosas malas también, por tanto lo mejor es admitirlo y comprender que lo único que nos salva es amarnos y hay que rogar perdón cuando toca, aunque el daño infligido te parezca imperdonable.

Terra Alta es compasiva, incluso con los traidores, el protagonista sabe ponerse en el lugar del otro porque él ya ha estado ahí. Como he dicho en otras ocasiones comprender no es justificar y hay que pagar las consecuencias de lo que hayas hecho, pero es muy diferente a juzgar, y a que nos convirtamos en linchadores como si nosotros y los nuestros siempre fuéramos a a estar en el lado bueno.


Es una pena que cuando los casos llegan a la policía ya no tengan arreglo, invertir en la prevención siempre será ganancia y no pérdida. 

Terra Alta suscita un gran debate. Pero ya me he extendido bastante.

Sí añadiré a mi pesar que artísticamente le he visto pros y contras, algunas pegas que en otras obras del autor no he encontrado. La novela está muy bien armada, los enlaces en los saltos de tiempo me han parecido perfectos, el hilo cronológico y el de la evocación han sincronizado, pero me habría gustado que muchos pasajes pasaran a la acción para verlos, vivirlos y sentirlos, en su lugar sólo han sido descritos, contados.

Me habría encantado que dejase rastros o huellas sobre Armengol, el tercer espejo, que lo saque de repente aunque intuyéramos que en Méjico se cocía algo, me pareció una solución fácil. 

Me ha estorbado la cita de "Una novela es mitad de quien la lee y mitad de quien la escribe" es un lugar común que yo misma uso a menudo y que queda bien fuera de una obra literaria por coloquial empática y manida pero no dentro, y si tenemos en cuenta que la frase "Los libros nos leen" es genuina del autor y mucho más significativa y bella pues a qué viene la anterior que la dice todo el mundo y sin citar a su autor encima, que según tengo entendido fue Juan Gonzalo Rose refiriéndose a la poesía "La poesía es la unidad perfecta Mitad de quien la lee y mitad de quien la escribe".  

En fin, J. Cercas en otras piezas es más sutil, en ésta he tenido la sensación de que explica lo sobrentendido, como si alguien le pidiera que rebajase planteamientos en favor de lectores más sencillos, y además le apremiase, eso en sí mismo ya resulta ofensivo, pero bueno, son conjeturas mías.

Pili Zori

RECURSOS INHUMANOS, serie de TV

A menudo digo que no es lo mismo luchar -sindical y socialmente- por amor a la libertad que por odio al patrón.

En la segunda opción lo que puede ocurrir es que el poder cambie de manos, y que quien antes fue explotado se convierta en explotador si accede a los puestos dirigentes o de poder, dicho de modo más sencillo: que quien fue pobre sólo aspire a ser rico, y para ello se troque en imitador.

En la primera elección -aunque pierdas en el intento- el objetivo deseable habrá sido crear una vida más justa en la que las personas no valgan menos que la mercancía con la que trabajan, y la dignidad vital esté garantizada hasta su muerte como mínimo en las necesidades básicas: un salario y una pensión posterior dignos que proporcionen, techo, comida, educación, cuidados sanitarios, respeto... 


Puesto que en el pacto social cumplimos de sobra y con creces: educándonos desde la infancia para entregar nuestra fuerza de trabajo en el futuro, y acatamos las normas para participar en el bien común tal y como cuenta la serie en el brillantísimo alegato final del juicio -que es para descubrirse-.  ¿Por qué se desprecia al trabajador, tenga la cualificación que tenga, enviándole al paro cuando alcanza una edad avanzada, sumiéndole en la precariedad o directamente en la pobreza? ¿Quiénes incumplen dicho pacto entonces? ¿Quiénes delinquen? ¿A quiénes habría que juzgar?

Sin embargo a quienes se está procesando en "Recursos inhumanos" es a todos los parados y no al liberalismo económico occidental, voraz, brutal, egoísta y despectivo, ese espacio sin ley en el que apenas tiene licencia el Estado para opinar, para intervenir y en el que quien más grande la tiene gana -perdón por por la vulgaridad, pero es la que mejor cuadra en este caso-. Ese es el elenco de los que de verdad son influyentes, de la élite que quita y pone, de quienes dan permiso para respirar, "...a la derecha mi amo contabilizando el aire" decía la canción, y no hay nadie que les tosa. Es así de triste. Os pido disculpas por el argumento tan simple.

 No es la primera vez que afirmo que de poco sirve cultivar sistemas democráticos si las empresas no lo son, ya te puedes dar cabezazos contra la pared de tus derechos humanos que el muro sigue siendo feudal, con amos y vasallos de corte muy moderna, eso sí. Y es por ello que la vida ambivalente -gobiernos por un lado predicando y empresarios por otro decidiendo- se vuelve una enfermiza paradoja en la que nadie cree. 

Un tren no puede llevar vagones a distinto ritmo porque descarrila y además ¿Quién conduce en realidad nuestro ferrocarril? 

Es lo que va a ocurrir en una de estas crisis periódicas de efecto dominó que genera el capitalismo por propia idiosincrasia: un descarrilamiento masivo, y no es que quiera ponerme apocalíptica. Es lo que hay.

Pero el magnífico cineasta de origen libanés Ziad Dourey (tuve la suerte de ver su largometraje "El insulto" y comprobé que se mueve como nadie en el análisis y origen de los conflictos tanto bélicos como sociales) no se conforma con la denuncia tan bien expresada en el colofón final del juicio, no, da otra vuelta de tuerca, y nos lleva a la segunda opción de la que he hablado en  renglones anteriores: luchar por odio al patrón y no por amor a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad que en este caso nos canta un marsellés.

El protagonista interpretado por Eric Cantona, (un extraordinario descubrimiento, fue futbolista y tras terminar su andadura deportiva se recicló como actor, y ¡chapeau! hace un trabajo asombroso y de mucho peso), consigue que queramos estar de su parte, que veamos su deseo de venganza como legítimo, pero no lo es en absoluto, dado que aunque su jugada es maestra pierde  los principios éticos y antepone el dinero a todo lo demás, incluso a su familia con la justificación de que le corresponde por derecho, que se lo debe el mundo laboral y que cuando todo salga bien resarcirá los daños colaterales. 

Llegado a ese punto el espectador se siente mal al verse reflejado en el espejo y se pregunta si no seríamos igual de manipuladores si tuviésemos la ocasión y las circunstancias, (espero que no) de modo que nadie se va de rositas en esta historia, o así lo he visto, si el sistema te atrapa y pretendes jugar con las mismas armas para defenderte, mal asunto, la rueda del hámster girará hacia atrás o hacia delante pero entre barrotes, y nada cambiará en la jaula.

 Aunque los miembros de su familia sí son salvables y honestos, rectifico, incluida la esposa que lleva años soportando y comprendiendo estoica la deprimente relación y los cambios de humor de su marido dadas las circunstancias, finalmente tiene un desliz con un compañero de trabajo -se intuye que el amante aprovecha la situación de debilidad.

La mujer le confiesa la infidelidad al esposo dando la cara, y también abandona la nueva pero efímera relación. Él sin embargo no comparte con ella sus trapicheos, planes y andanzas, en teoría para protegerla pero también para que no le haga de pepito grillo, de conciencia -mis conclusiones naturalmente son subjetivas, cada espectador extraerá las suyas.

La serie es hipnótica, te bebes los seis capítulos sin pestañear, lo tiene todo: entramado empresarial, social, carcelario y marginal, familiar, personal... incluso la balanza del juicio con fiscal y defensora que tanto clarifica el debate en cine, y con todos esos  géneros juntos Ziad Dourei y su equipo componen un poliedro al que no le sobra una arista. El retrato panorámico es nítido y perfecto. Se trata de una serie más que recomendable.

***

Hace unos días vimos "El buen patrón" de Fernando León de Aranoa, otro autor de cine que me entusiasma, y curiosamente parece que la antena parabólica de muchos artistas se está moviendo hacia la dirección del mundo del trabajo, aunque León de Aranoa ya lo tocó de manera magistral en "Los lunes al sol", y el tema envuelve toda su obra. 

"El buen patrón" es otra maravilla, un contundente sarcasmo que retrata de forma pesimista el ámbito laboral, a pesar de las carcajadas que arranca Javier Bardem en un trabajo brillantísimo lleno de matices que sólo él es capaz de sacar del aparente y paternal empresario cuyo cinismo queda bien definido, y clarifica -por si alguien todavía albergaba dudas- el comportamiento y la caricatura de ese estereotipo engañoso y desalmado que abunda y pulula por nuestro país con ínfulas inmerecidas ya que tan sólo es un heredero de la fábrica o empresa familiar que otros en marcha pusieron.


En fin, no me gustaría que dicho pesimismo nos impregnara el alma de derrota haciéndonos creer que no hay nada que hacer para que el panorama mejore. 

Al menos tanto la serie de Dourei como la película de Aranoa lanzan un serio aviso del peligro que supone exprimir y pisotear de esa manera a las personas que contribuyen a transformar los bienes y a generar la riqueza de todo un país para que ésta se distribuya con equidad, porque no se trata de la riqueza y los bienes de una élite sin escrúpulos que cree que el mundo les pertenece y que de forma magnánima te deja vivir en él si obedeces. Llegará un momento en el que hasta el más sumiso se revuelva para defenderse.

Un abrazo.

Pili Zori.

EL JUEGO DEL CALAMAR, serie de TV

Puede que me excomulguen del olimpo del cine y de la literatura por lo que voy a decir, pero no importa, las experiencias personales son eso, personales y seguramente intransferibles.

La serie "El juego del calamar" me ha remitido a "Ensayo sobre la ceguera", ¡nada menos!, así de importante me ha parecido, y no creo que a Saramago le molestara la comparación ni mis impresiones salvo por el exceso de gore-sangriento y por su menor sutileza, pero estoy segura de que habría aplaudido el trasfondo.


Quizá tengo una mirada demasiado seria y sesuda para las expresiones artísticas, pero esta inquietante parábola ética y el magnífico modo de narrarla -incluso con sus pequeños fallos de raccord sin importancia- me han impactado para bien por las numerosas ocasiones en las que el director o creador en cada capítulo ha sacado el índice atravesando la pantalla para interrogarme y embestirme con la frente: ¿Y ahora qué?¿Qué harías ante la irreversible tesitura de supervivencia si tuvieras que elegir?, ¿tu vida por la mía?, ¿eso dirías en nombre de los oropeles, de los cantos de sirena, tras haber tragado el señuelo?

Todos los palos del sombrajo se caían por mis suelos de madera burguesa y acomodada mientras yo no sabía honestamente qué responder.

En mi opinión -subjetiva naturalmente- la serie coreana es un aviso para quien quiera escucharlo, verlo, prevenirlo... La compraventa de almas, los sacrificios humanos depositados a los pies del becerro de oro en esta locura capitalista abismal hay que frenarlos.

Es una urgencia cambiar un mundo enfermo de avaricia, soberbia y sadismo en el que alguien sin dinero, desesperado pero embaucado y mentalizado para obtenerlo a cualquier precio, incluso el de perder su propia vida o la de los demás queda sumido en el desamparo.

Al parecer ese juego macabro divierte a los aburridos poderosos que ya no saben qué hacer con la riqueza. El problema es que con tantos eufemismos nadie llama a la maldad por su nombre, y cuando la vemos en pantalla bien nombrada creemos que es un cuento oriental. Iba a decir cuento chino, según nuestra peyorativa costumbre, pero en todo caso es coreano y habría que rectificar.

Aunque al final sí parece que hay esperanza, la serie da un respiro real y por supuesto posible, y ese ser agonizante que nos representa y que yace tirado en una acera congelada sí merece el rescate. (No os preocupéis, no acabo de hacer spoiler, además según tengo entendido la serie continúa e intuyo que habrá reacción).

P. D. Damos por supuesto que no es una serie apta para niños.

Pili Zori

LA ASISTENTA, serie de TV

 Serie magnífica, os adelanto que tiene final feliz.

El tema es duro, pero está tratado con mirada generosa, compasiva y llena de comprensión para cada uno de los personajes, ya que todos son salvables y consiguen que aflore su dignidad sin dejar por ello de marcar en qué lugar y en qué situaciones hay que poner los límites.

En la serie no hay caballeros andantes, ni príncipes que salven a la protagonista del aprieto, incluso el que lo parece al final saca la pata y muestra el precio.

Se podría decir que quizá sin pretender ser didáctica la serie da pautas y enseña los pasos a seguir.

Los capítulos no sólo cuentan la autobiografía de Alaska, la protagonista -a la que nombran con el diminutivo de Alex-. Al mismo tiempo -como para subsistir ella ha de limpiar casas- vemos el minucioso retrato de las diferencias sociales y económicas, de la explotación laboral, de los prejuicios, de los horarios inhumanos... y también de las partes emotivas en las que la situación de las mujeres se iguala y la ayuda es mutua, aunque tengan distintos status. No hay nada mejor que los interiores domésticos para analizar la vida con verdadero sentido de la realidad.


En la serie se suceden las renuncias duras que Alex tiene que hacer para alcanzar el respeto hacia sí misma, en soledad dentro de la pareja, en el conjunto de la familia -rota y más carga que ayuda durante mucho tiempo- y también individualmente, pero sobre todo subrayo que los personajes alcanzan los logros admitiendo con humildad que necesitan la ayuda apropiada.

En cada episodio salen ejemplos fáciles de comprender para que los espectadores y las espectadoras vean con claridad las consecuencias que tienen las decisiones que los personajes toman.

Los matices son importantísimos porque una vez más en los detalles de cada caso particular se encuentran las claves para poder estudiar cómo salir adelante.

Deberíamos comenzar siempre por escuchar y comprender los pormenores individuales, sólo con la suma de todos ellos se podrán establecer las ayudas generales y no a la inversa, ya que cada persona, cada pareja y cada familia son un mundo, aunque los problemas sean comunes.

Es un lujo ver a Andie MacDowell y a Margaret Qualley -madre e hija en la vida real- hacer de madre e hija también en la ficción, personajes bellos dentro y fuera de la pantalla.

Todo el elenco compuso una maravillosa coral. Pero deseo destacar sobre todo a esa pequeña de dos años que siempre sonríe, y que les echa los brazos a los actores como si de verdad fueran familia, una dulzura asombrosa, y la razón por la que esta joven madre lucha, felicito a los responsables del casting por elegirla.

Os gustará, merece muchísimo la pena.

Pili Zori.


NAVILLERA, serie de TV

 AVISO.

    Os animo a que veáis primero Navillera, después si lo deseáis volved a esta entrada, ya que, aunque no es mi intención desvelar las sorpresas, tal vez se podrían deducir de mis palabras algunas claves.

    ¡Qué preciosidad!

    Un canto a la vida en sus cuatro estaciones representadas por todos los miembros de una familia consanguínea y la que se formará y sumará con otros lazos que sin ser de sangre resultan igual de poderosos. El nexo: el señor Sin.

    La serie -cinematográfica para mí- es el triunfo de la bondad, real, no ilusorio ni idealizado. Más a menudo de lo que parece la vida es hermosa, con todas y cada una de sus dificultades, sólo al comprenderlas se abre el regalo.

    Navillera es sentimental, sí, pero sin trampa, absolutamente verdadera. Las interpretaciones de ambos actores principales son impresionantes, dos personajes en evolución, y los dos para Premio Oscar si el cine no tuviera que constreñirse a dos horas como máximo.

SPOILER (sólo en este párrafo)

Como no quiero desvelar demasiado sólo diré que no había visto algo igual a la transformación de los gestos en el rostro de Park In-hwan -el actor maduro que interpreta al señor Sin- salvo en mi vida real y en los dulces y asustados semblantes de mis padres cuando saltaban a la otra parte, cuando aún entraban y salían de esos mundos alternos. Doy fe de que la interpretación es magistral -FIN DE ESPOILER.

Song Kang -el actor joven- no se queda atrás, creo que la relación de afecto entre ambos intérpretes trascendió para salirse de la pantalla. Qué criatura tan bella, parece esculpido por Miguel Ángel, y qué artista tan completo, tan magnífico.

Los demás actores y actrices del elenco no son menos sujetando como contrafuertes a los protagonistas, todos brillan, cada uno en su parcela y también en conjunto, consiguen ser una familia real.

Sin conocer demasiado la historia de Corea del Sur, creo sin riesgo a equivocarme que en esta serie está su esencia.

Me tiene impactada la forma de filmar de los cineastas de allí, de los directores de fotografía, tanto si el presupuesto es de gran producción o más modesto e intimista, me enamora la estética, la delicadeza... pero sobre todo la simbiosis de la avanzadísima tecnología con su legado ancestral.

La música que envuelve esta joya te lleva, y te arranca de forma irremediable ese llanto purificante y liberador. No he conseguido saber quién o quiénes crearon la partitura, pido disculpas.

El compositor naturalmente no es Ennio Morricone, eso serían palabras más que mayores, además se nos fue y nos dejó sumidos en tristeza, pero por alguna conexión que desconozco la banda sonora de la serie me conducía hasta él, y la forma de narrar del director Dong-Hwa Han me remitía al estilo de Guiuseppe Tornatore en Cinema Paradiso, hay algo similar en ese tipo de ternura que ensalza y dulcifica la dureza dejándola debajo tan sólo como un subrayado que sostiene la superación. Ahora ya sé para qué sirve el dolor: para sujetar el aprendizaje, para saber distinguir a quienes te aman realmente, y a quienes debes amar tú sin confundirte. la vida está llena de falsos brillos y de oropeles huecos y dañinos.

La amistad iniciática de joven con mayor es de las más conmovedoras que he visto en toda mi existencia, dos maestros y alumnos a la par, cuyos destinos se cruzan el día en el que el señor Sin decide aprender ballet para volar sobre un escenario -aunque sólo sea una vez- con el aleteo efímero de la mariposa, y al fin antepone su sueño a todos los deberes de familia y de trabajo ya realizados.

El señor Sin en su séptima década, cerca del invierno y de la nieve -la serie está llena de bellísimas imágenes simbólicas- cuando el sendero parece acabado, retoma el deslumbrante sueño de ser bailarín, de niño quedó profundamente marcado al ver a través del ventanuco de la puerta del teatro la representación de El lago de los cisnes, y al fin el círculo se cierra cuando se acerca a la academia y siente la misma fascinación al contemplar la danza de Lee Chae Rock y lo que transmite con toda la sublime armonía de sus movimientos.

El joven Lee está en la segunda de sus décadas, apenas veinte primaveras repletas de talento a la deriva por su orfandad -la madre murió- y el padre, entrenador de futbol, ha estado preso durante cuatro años -más adelante sabremos qué le llevó a la cárcel, tal vez un dolor mal desahogado e injustamente infligido a otros. Ahí lo dejo ya que es otra de las incógnitas que nos será desvelada.

Junto a Sin, Lee Chae Rock, aprenderá a dar y también a recibir.

El señor Sin (Park Inhwan) dulce y abnegado padre de familia y trabajador incansable nunca pudo realizar el sueño de ser bailarín pero al fin el círculo se


cierra:

¿Podrá elevar el canto del cisne? Lo sabréis cuando veáis los doce episodios -tampoco está elegida al azar la obra, en esta historia cada gesto tiene sentido, cada palabra, cada acción.

Resulta asombroso ver al joven actor elevar su 1,83 de estatura hasta el vuelo, no era bailarín y se estuvo preparando durante seis meses para parecerlo.

Es tanto y tan bueno lo que da y encierra este "largometraje", la huella y el legado que deja a su paso dentro y fuera de la pantalla, sobre el esfuerzo, sobre la persecución de los sueños, sobre averiguar qué te hace feliz, sobre el amor cosido con ese hilo anímico transparente e irrompible que todo lo recompone, sobre pedir perdón, sobre la esperanza, sobre el respeto... Que sólo nos queda agradecer -como hace esta maravillosa coral de personajes- y no olvidar la "película" aunque ella se olvide de nosotros, aunque no nos conozca el equipo al completo que la hizo posible, nosotros a ellos sí los recordaremos -es un guiño que comprenderéis cuando la contempléis-. Nunca los olvidaremos.

La mejor embajada de un país son sus artistas. Ahora y gracias a sus series me interesa saber todo de Corea, de las dos, de la del norte y de la del sur.

Por mucho que nos empeñemos ya no hay fronteras, en este momento escribo estas líneas desde un ordenador coreano, y dentro de unas horas hablaré con mis hijas a través de la eficaz ayuda de un teléfono móvil de la misma procedencia.

Deseo que os guste tanto como a mí, y que al salir del último capítulo sintáis que algo se os ha transformado por dentro para bien.

Un abrazo tan grande como la tierra..

Pili Zori


GAMBITO DE DAMA, serie de TV

 

Oh, hacía tiempo que no contemplaba una obra de arte de este calibre. Una maquinaria tan perfecta de principio a fin que deja en suave e inesperado jaque mate el corazón del espectador.

La belleza tiene sus reglas, invisibles en apariencia, y sólo algunos artistas privilegiados la alcanzan y saben invitarla con delicada elegancia para jugar junto a ella en su tablero.


No voy a nombrar a todo el magnífico elenco de actores y actrices, aunque merezcan ser mencionados millones de veces, tampoco me extenderé con su creador Scott Frank ni con los directores Scott Frank y Alan Scott, el guión también es de Scott Frank, y la novela homónima en la que se inspira pertenece a Walter Tevis, la envolvente música –siempre responsable de desatar la emoción- corresponde a Carlos Rafael Rivera y la fotografía a Steven Meizler. Diré que ante todos me prosterno, el generoso internet os dará las biografías completas, porque pararse en cada uno de los miembros del equipo con parsimonia merece muchísimo la pena, el mundo está lleno de glorias, aunque la maldad de los tiempos que corren nos impida verlas y otorgarles en justicia su gran valor. Pero sin desmerecer a los demás sí me gustaría destacar al director de fotografía que ya he nombrado, Meizler hace un trabajo excepcional por su manejo de la luz y de la sombra para extraer los interiores anímicos así acota, así ilumina o ensombrece para colocar a los personajes a veces a la misma altura, la de los ojos y en otras ocasiones más arriba o más abajo según la jerarquía moral. Le admiro desde mi posición de simple espectadora por cómo extrae de un pequeño parpadeo, de una leve extensión o contracción de la comisura de los labios toda la inmensidad de esos caracteres contenidos, concentrados y llenos de pasión controlada pero irrefrenable que genera el ajedrez como metáfora de la lucha por el desarrollo personal, y que va más allá de ser un juego, le valoro –dando por supuesto que sigue las pautas que le solicita el director y creador de la serie Scott Frank- por cómo captura y acaricia la poderosa sensualidad en evolución de la actriz protagonista, por recorrer como un pintor el trazo de la silueta y detenerse sin descaro en cada lugar furtivo de ese cuerpo femenino, aprecio cómo entra en la cabeza de Beth enmarcando lo que ve ella y caminando al ritmo de su mirada. Actriz principal que está constantemente frente a la cámara, siempre en escena y que sostiene como pocos profesionales de la interpretación esos primeros planos no sólo de los ojos o de sus delicados dedos al retirar en ese gesto tan personal -sin soltarla- con el anular y meñique la pieza de ajedrez conquistada mientras coloca con decisión la suya, el objetivo de la cámara atrapa la tensión de su nuca marfileña, esa feminidad no utilizada para el poder que sin embargo es absoluto en un mundo de hombres que terminan por respetar su indiscutible y asombroso talento.

La maravillosa actriz americana de la que hablo es Anya Taylor-Joy, como nota al margen diré que su infancia transcurrió en Argentina -país amado del que no quería salir, ni aprender inglés para no tener que marcharse-, también tiene orígenes españoles y escoceses, pero aunque es singular e incomparable no he podido evitar que su belleza me remita a una especie de mezcla entre la dulce e ingenua Natalie Wood y la felina Lauren Bacall, -Taylor se mueve por la pantalla como una glamorosa gata solitaria-. En aquel tiempo de rutilantes estrellatos del Hollywood clásico esta chica sería un cometa de larga y deslumbrante estela, ¡siete capítulos sosteniendo como Sansón el impresionante peso! sin dejar atrás a Isla Johnston la pequeña actriz que da vida a la terrible infancia que explica y otorga sentido al futuro de Beth Harmon, el inolvidable personaje magistralmente interpretado por ambas.

Estaría mal por mi parte considerar actores y actrices secundarios a los contrafuertes que afianzan a la protagonista, porque todos ellos brillan con luz propia sin ser satélites del astro, por tanto, llamemos coral a este insuperable conjunto. 

Asímismo hay que felicitarles por la cuidadosa ambientación que creó la atmósfera que da consistencia y realismo a la narración, hallaron hoteles que aún se conservan intactos, otros los inventaron, el diseño de interiores embelesa, los documentalistas fueron fundamentales… No hay brusquedades, el sutil transcurso del tiempo fluye como la propia vida, y si hablamos del maquillaje, del vestuario que va marcando las dos décadas -los años cincuenta y sesenta del siglo XX-  de las comidas presentadas con lujosa estética…los responsables de tanto acierto son más que dignos de alabanza. Consiguieron la asesoría y orientación del veterano Garri Kaspárov y del entrenador Bruce Pandolfini nada menos, todos estos detalles de trastienda indican no sólo una clase de sensibilidad sino la definición por antonomasia de lo que entendemos por obra maestra, puesto que para que salga así, la entrega, el conocimiento, la sensibilidad y la simbiosis de equipo antes y durante el rodaje ha de ser absoluta.

Llenaría páginas y más páginas con mi entusiasmo, he visto esta serie hipnótica dos veces, y envuelta en la música de Carlos Rafael Rivera he llorado de emoción otras tantas. Me conmueve el canto y homenaje sin estridencias dedicado al pueblo ruso de aquel tiempo al que con seguridad le importaba poco el enemigo inventado de la guerra fría, Moscú aparece bellísima en un nocturno de ojos enamorados. 

La protagonista conoce al fin un mundo en el que ella encaja con perfecto equilibrio, un lugar donde la deportividad se define por sentir respeto absoluto hacia la persona en toda su integridad no solo por el jugador, donde el equipo y el estudio cuentan, además del talento, y en el que se admira al adversario, porque el ajedrez no habla de derrotas sino de aprendizajes con cada jaque y del reconocimiento del contrincante. 

Nunca voy a olvidar la escena en la que el ruso (Marcin Dorocinski) en su precioso papel como Vasily Borgov le entrega la figura del rey mientras envuelve con la suya esa mano joven contundente pero tan necesitada de afecto, y sin soltarla atrae a Beth hacia sí y la abraza. Qué belleza. 

Es hermoso ver que a pesar de la caída de la protagonista hacia la adicción a los tranquilizantes y al alcohol nunca ha estado sola, el conserje del orfanato le entregó las pautas de la elegancia de corazón, le enseñó que la ira no es buena para el ajedrez, juego metafórico sobre la lid de la vida, y que la obsesión por ganar le traería problemas, Jolene, la compañera -huérfana como ella- le muestra lo que es ser familia y le insta a abandonar la influencia de la madre biológica muerta, porque es hora de mirar hacia adelante, y el grupo de amigos que el ajedrez le entrega le enseña que la verdadera amistad pasa por avisar y ponerle límites cuando ella va a la deriva, amigo no es quien te acompaña en la bebida hasta el exceso sino quien te aparta de ella, eso lo aprende pagando uno de los precios más elevados con la deslumbrante modelo que va a buscarla al hotel justo la noche anterior a la primera y anhelada partida contra Borgov. Quien te quiere bien no te pasa facturas de amistad en una noche decisiva, naturalmente Beth perdió. Gracias a esa derrota -tan poco respetuosa a la que llegó tarde y con resaca- al fin aprende a jugar en profundidad en el tablero y en la vida, a saber perder y a saber ganar y nunca más tendrá miedo a confundir su talento con la locura.

El broche final no puede ser más bonito, lo da su abandono del automóvil, se apea del coche haciendo caso omiso del acompañante que le han impuesto en los EE UU, justo cuando éste le entrega instrucciones escritas para que presuma de patriotismo americano en la rueda de prensa –con anterioridad también renunció al suculento dinero que una asociación religiosa anti rusa y anti comunista le entregaba con la condición de hacer proselitismo contra la Unión Soviética-. Pero la reina manda y se puede mover en cualquier dirección.

Vestida de blanco purificador y renacida se aproxima caminando hacia el parque en el que entrañables ajedrecistas mayores la rodean llenos de admiración y ternura. Se sienta con ellos y juega al ajedrez.

Como veis hay unos cuantos bofetones sin mano que también dan jaque mate, las personas del pueblo llano se aman en todas partes sin tener que renunciar a su origen ni maldecirlo.

Un abrazo

Pili Zori


"EN UN MUNDO MEJOR", película de Susanne Bier

      La violencia es un rasgo humano intrínseco, por ello no se trata de negarla hipócritamente sino de plantearnos qué hacer con ella para que no sea dañina.

No existe un blindaje de transparente cristal europeo u occidental que nos ampare o libre de ella mientras contemplamos África, por ejemplo. ¿Acaso no sabemos quiénes arman hasta los dientes a tiranos atroces contra pobres? Si aquí, en nuestro mapa acotado -como si fuera un mundo aparte y superior- la violencia es más sutil, más frívola, retorcida si quieres, el trasfondo sin embargo es el mismo, y se ve en el acoso escolar, en nuestras relaciones de convivencia... -la boca es mortífera- y también se ejerce e inflige el daño por omisión, podemos ayudar de forma altruista a quienes están lejos, pero descuidar a la familia aunque resulte paradójico, y hacerlo por evasión, aunque parezca un contrasentido, la adicción al trabajo no es ninguna novedad y más si cabe si dicha tarea es vocacional. En un empleo, incluso en el más noble, sólo tienes que seguir las reglas, en tu casa no vienen dadas, has de crearlas mientras los escollos te salen al paso, y la huida para no enfrentarlos a menudo es una conducta muy común.


¿Cómo le explicas a un niño la diferencia entre ser pacifista o cobarde cuando hasta en el cine el arquetipo es otro y siempre agresivo incluida la honda de David contra Goliat? ¿Cómo haces que comprenda que la justicia no es venganza sino reparación? ¿Cómo le devuelves la confianza en el perdón, cuando hemos corrompido el concepto convirtiéndolo en un formulismo vacío de contenido para quedar bien y seguir mirando hacia otro lado? ¿Cuántas veces pronunciamos "te pido disculpas" para salir del paso, quedar bien y continuar tirando millas con iguales comportamientos? "Anda, daos la mano, y tan amigos" Es tan manido.

En esta película se aprende y experimenta el dolor que requiere alcanzar el perdón, y la redención que proporciona.

El mundo adulto y el de los niños a menudo están separados, son incomprendidos por ambas partes y entran en colisión, este filme nos concede el privilegio de ver lo que ocurre al mismo tiempo con todos los personajes, y el peligro latente y soterrado que acecha, y desde ahí, desde la infancia como punto de partida surgen los interrogantes principales a los que debemos dar respuesta. Me temo que no es fácil.


La película es un bofetón sin mano, y nos pone delante de las narices las últimas consecuencias a las que llegan esos críos por entender la existencia con criterios de la ley del más fuerte y del ojo por ojo cocidos en el caldo de cultivo del resentimiento.

Si la vida te arrebata a tu madre, y eres un niño, alguien debe decirte que no busques culpables y enseñarte a que aflore tu pena para que discurra por el cauce de un río limpio, puesto que si todos somos capaces de amar y de odiar al mismo tiempo habrá que buscar o crear los canales que sublimen la inquina y la transformen en algo positivo, o la disipen para dejar paso al amor sin el cual no se puede vivir.

Es una película ética, por ello es admisible y lícito que las actitudes de los protagonistas estén subrayadas, o sean más o menos creíbles dado que la directora intenta trazar un camino que todavía no existe.

Confieso que me avergonzó mi comodidad, nunca me he visto en algunas de las situaciones de encrucijada por las que pasan los personajes, tampoco he tenido que poner a prueba mis principios de salón, y mi intención en ningún momento es la de pontificar, pero al menos algo es algo y compartir la sensibilidad que me despierta este largometraje reconforta.

Deseo que os guste porque abre un debate interior y también colectivo muy importante.

Pili Zori

"CAROL", película de Todd Haynes

 

Impresionante y sobrecogedor. Todd Haynes. Siempre hay que quitarse el sombrero ante él, el cineasta de "Lejos del cielo" que elige un tiempo de censura -los años cincuenta- para narrar con el mismo estilo de los maravillosos melodramas de Douglas Sirk lo que no se pudo decir entonces.

Haynes recrea, conserva y respeta todos los símbolos cinematográficos de la época para elevarlos a matrícula de honor, el clasicismo de aquel cine, su delicada estética, cada detalle de la ambientación, vestuario, peluquería, maquillaje, el modo de filmar, la composición, el ritmo, el tempo... pero lo hace con su voz contundente de artista en estado de perfección y con la mirada de hoy, y así resarce el silencio del secreto velado, atisbado apenas en películas como "La gata sobre el tejado de zinc" de otro grande, Richard Brooks, que adaptó la obra de Tennessee Williams, o "Reflejos en un ojo dorado" de John Huston, con guion inspirado en la novela de otra sureña inmortal Lila Carson McCullers.

El largometraje que nos ocupa hoy es "Carol" y se basa en la novela "El precio de la sal" de Patricia Highsmith, nada menos. Dejo como broche a Edward Lachman, el eminente director de fotografía con más de cinco décadas de profesión que requiere un monográfico por sí mismo, maestro de maestros. En fin, no os aburro con la ficha técnica porque aparece en el tráiler toda entera desde el casting, el montaje, la producción... es brillantísima.

Las historias de amor, son eso: Amor, y los heterosexuales podemos conmovernos igualmente con las que viven personas del mismo sexo, ¡¡¡¡que no contagia!!!!, todavía hay quien piensa que sí. Demasiado sufrimiento, opresión e injusticia han arrastrado, ya es hora de reparar.

Todd Haynes
No sé quien escribe el guion de la vida, pero está claro que cuando considera que es el tiempo adecuado toca con su varita a los artistas para que dirijan el capítulo que les corresponde a cada uno dentro de la estructura, no sé si tendrá decidido el desenlace, mientras tanto me temo que el desarrollo es interminable ya que seguimos tropezando pero en escollos nuevos -no son los mismos aunque creamos que sí- para seguir aprendiendo, para desagraviar.

Es apabullante la elocuencia de todo lo que dice Haynes con la cámara, sin las palabras, el filme comienza con la reja de un respiradero de suelo del metro , para indicar lo que subyace por debajo. Vemos a las protagonistas atrapadas tras ventanas llorosas de lluvia, o en recintos cerrados y desde la imagen de los pasos, de los zapatos el objetivo se eleva hasta salir a la calle, a plena luz.

Cate Blanchett, Rooney Mara y Sarah Paulson completan los procesos: el de alguien que sabe cuál es su naturaleza y vive conforme a ella, sin esconderse, el de la esposa que lo descubre tras haberse casado y decide romper la pareja para no caer en el dolor de la hipocresía -en “Lejos del cielo” la situación era inversa y acompañada además de racismo- y el de la joven que tiene la revelación por primera vez.

Pili Zori.

"El dios de las pequeñas cosas", de ARUNDHATI ROY

             En el club de lectura estamos leyendo la novela de Arundhati Roy “El dios de las pequeñas cosas”.

Pienso que a la atrocidad sólo la salva la literatura, allí encuentra el único lugar de compasión para ella porque se purga entre las páginas para servir de ejemplo a no seguir.

La autora nos hace entrega de una tragedia hermosa en forma de puzzle cuyas piezas -expuestas desde el principio- el lector aprende a colocar temblorosamente viendo al fin el invisible hilo que las encadenaba.

Nos habla de la injusticia institucionalizada, la inocencia truncada en la implacable y literal mirada limpia de los niños que no usan las crueles y corruptas normas de las castas.

Desde el infierno doméstico y privado de una familia india de clase alta pone patas arriba a toda la nación. El doloroso y valiente canto del cisne lo hace una escritora que ama a su país y por ello le duelen los pecados sociales que comete.

A través de dicho clan de clase alta en India, cuyos desprecios y desigualdades consentidos se pueden trasladar a otros estados del mundo, comprendemos mejor muchos de los por qué de esa nación.

Tal vez desde Occidente también se corrompe la identidad, la India no es un cuento de espiritualidades y exotismo, país al que muchos hippies famosos acudieron en busca de otros valores, pero lo hicieron con sus drogas y sustancias, y la música de Ravi Shankar nunca debió servir para justificar esos efluvios con el buen colchón de casa a la espera. Los intocables duermen en el suelo y no hace mucho tiempo se despedían de los tocables de rodillas arrastrándolas para alejarse. En 1949 se abolió el sistema de castas, pero la ley no sirve si la mentalidad no cambia.

La novela narrada con esos rodeos alrededor del eje, del meollo que usan los orientales para charlar, para regatear, para que la verdad se asuma despacio y se concatene, es una explosión de exuberancia, de simbolismo surreal y onírico que se une a su cultura y que finalmente explica como los sucesos de una vida influyen en las demás.

Bebé Kochamma, la tía paterna que al principio parece un personaje secundario y menos relevante, es sin embargo el brazo ejecutor, su capacidad de manipulación con la más exquisita crueldad y sin escrúpulos es espeluznante, Roy desenmascara a ese tipo de personas amparadas por la clase dirigente para que aprendamos a librarnos de su mal.

“El dios de las pequeñas cosas” es sobre todo una historia de amor y muerte, amor y sensualidad aplastados por los prejuicios y los privilegios de clase, es el quejido que sabe contar la dureza con la máxima belleza, y con una forma de narrar que no se había visto hasta este libro y que sin duda revoluciona el arte literario.

El tiempo en esta historia no es cronológico sino emocional y va y viene al ritmo de los recuerdos. El río lleno de inmundicia -en el presente de la novela- ya no fluye como antaño, está estancado a causa de una presa que le impide correr y ser libre por su camino hacia el mar, y un muro oculta las casas pobres para que no escandalicen a los clientes del lujoso hotel de Ayemenem. "Los vapores de la fábrica de encurtidos arrugaban la juventud y encurtían el futuro", nos dice Ammu con esa metáfora tan precisa que representa aquel tiempo estancado que se pudría en su propio caldo.

“El dios de las pequeñas cosas” también refleja el síndrome de Estocolmo frente a la cultura colonizadora, y el complejo de inferioridad anglófilo rodea la historia. El descubrimiento de la polilla desconocida que le fue arrebatado al abuelo, entomólogo imperial, marca como un fantasma eterno el sentimiento de fracaso que impregna a todos los miembros de la familia.

Gracias a esta bellísima novela he comprendido, o al menos me he aproximado, a la profundidad de ese país tan grande y a los agujeros que la escritora denuncia, por ello se escapan el bien, la justicia y la cordura.

Pili Zori.

"Diez mujeres", de MARCELA SERRANO

 

No había leído ningún libro de esta escritora chilena enorme, ha sido un gran descubrimiento.

Una psiquiatra decide que nueve de sus pacientes -a las que trata por separado y de forma individual- se reúnan para contar por riguroso turno a las demás su historia y las causas de los diversos diagnósticos que padecen.


Con esta herramienta sobria y sencilla en apariencia –dado que el lector tan sólo ha de escuchar la singular confesión de cada protagonista- Marcela Serrano construye un poliedro con voz femenina  e íntima que retrata entero el siglo XX de Chile y por tanto del mundo, dado que como se suele decir -no por repetido menos cierto- lo local es universal. Y en esa habitación, sin saberlo y gracias al valiente desnudo anímico, se dirimen los verdaderos males de nuestro tiempo, sobre todo los infligidos a las mujeres en un mundo que se diseñó sin contar con ellas y en el que demasiado a menudo las costumbres, reglas, normas, usos y abusos hacen que se sientan en corral ajeno y pidiendo permiso.

No faltan nada ni nadie, salvo los desaparecidos durante la dictadura de Pinochet, los efectos de su ausencia los vemos y sentimos a través de quienes los esperaban inútilmente.

Contemplamos el maravilloso paisaje de Chile de norte a sur y la exuberante y variada felicidad que transmite. 

El extraordinario logro que la novela entrega es el de que no hay diferencias, ni barreras de clase, la amistad siempre es posible cuando se comparte lo emocional y se abre el horizonte hacia lo público desde lo privado.

La gratísima sensación al salir de las páginas por la contraportada es que el resultado del trabajo terapeutico convierte en positivo el balance, porque demuestra que no hay estigma, cualquier daño recibido es superable por terrible que haya sido, compartirlo con valor sin ambages ni omisiones -siendo capaces de trasladarlo desde el inconsciente al consciente y de expresarlo- permite un nuevo comienzo, invita a seguir hacia adelante, o incluso a renacer.

No estoy hablando de nimiedades, el libro narra cómo alguien pasa de haber tenido todo lo material a convertirte en vagabunda ¿por propia elección? -el lector decide- explica que lidiar con la indiferencia afectiva de una madre deja heridas graves, habla de violaciones de guerra, de amar a un hijo de la violencia, de afrontar la vejez, de perder el salvoconducto de la belleza, de lo que se siente y padece ante la incomprensión siendo lesbiana, del miedo escénico de una prestigiosa presentadora de televisión que no sabe diferenciar si es ella misma o la identidad sólo se la otorga el trabajo, de huir de los demás porque asustan, muestra las causas de la insociabilidad, del desamparo por no poder cuidar de los tuyos, por tener que salir a trabajar cuando ellos, tus seres más queridos, tienen un diagnóstico en el que se pueden hacer daño a sí mismos, de la persecución por ser judío, o por oponerte al régimen, habla del exilio, del concepto de pareja heterosexual en distintas generaciones, de importantes mujeres intelectuales pero invisibles... en definitiva cuenta la lucha incansable por la igualdad. Ese es el compromiso de la autora, al que se entregó en cuerpo y alma desde hace ya varias décadas. 

Esta novela resarce con creces el trozo que falta en casi toda la literatura escrita por hombres: nuestra opinión, la de las mujeres en primera persona, nuestra forma de mirar, de comprender, de resolver.


El oído social que muestra la autora es agudísimo, Marcela Serrano nos comenta que en su país -elitista- según su propio criterio -el nuestro no se queda atrás tampoco- basta con oír el modo de hablar de cada persona para saber de qué parte rural o urbana de aquellas tierras proviene, para conocer de inmediato su cuna, las ideas y costumbres que ha mamado, el estatus, la capacidad adquisitiva, sus estudios o la falta de ellos...

Me conmovió profundamente la intención de la psicoterapeuta –sin duda la misma que tuvo la autora- y es que la palabra sana, cura, y Natasha, (cuya historia narrada por su ayudante  también expresa un fabuloso periplo lleno de dificultades) lo que quiso al propiciar dicha reunión fue que esas nueve mujeres, sus pacientes, se tuvieran las unas a las otras cuando ella, su psiquiatra, faltase.

Una de las protagonistas reflexiona sobre si los ancianos están solos porque nadie les quiere o porque ellos terminan por no querer a nadie. Ese aviso, como tantos otros subrayados en la novela me impactó.  

Es un libro precioso que nos une.

Pili Zori

CONVERSACIONES DE AUTOBÚS ESCUCHADAS "SIN QUERIENDO"

 

Relato.

Pili Zori.

-…Lo que ocurre es que ella no acepta que es la mujer de un obrero, de un currito, piensa que se merece más y me mira de lado, todos sus gestos y actitudes son de reproche, sé que le parezco un freno para su deseo ascendente –aleteó los dedos hacia arriba- y no consigo quitarme la pinza del estómago. –El aire del suspiro tropezó dos veces en la garganta al tragarlo.

Marco se rastrilló el frondoso y oscuro pelo desde las sienes, sin recoger la mirada de ansiedad y ternura de la compañera de trabajo sentada a su lado, el autobús frenó en el semáforo, la alianza destellaba impertinente en el anular masculino, ella también le observaba de lado, aunque de manera antagónica a la de su mujer e inadvertida para él.

El hombre del asiento de atrás levantó los ojos del libro guarecidos por la gorra negra de visera sobre el flequillo recto y deslizó el índice para ajustar el puente de las gafas rectangulares que parapetaban la mirada aguda bajo el entrecejo, las mejillas, algo descolgadas en bonachones mofletes, caían sobre la barba entrecana, ya casi no se encontraba papel en las manos de los viajeros, ni aparatosos periódicos que antaño con tanto arte desplegaba la gente apiñada en los transportes como si fueran biombos, en su lugar móviles, e-book, tablet, recogían la compulsión de los dedos, él sí pudo ver en diagonal sin embargo el delator contenido dentro de las pestañas femeninas clavadas ahora en el perfil del acompañante y comprobó cómo la tímida mano de la chica –veinteañera supuso- recogía el dudoso amago de posarse en la rodilla fosforescente de Marco para llevarla de nuevo hacia la suya, el gesto se transformó al sacudir unas briznas de polvo inexistentes desde la pernera del uniforme gemelo, fue como si lanzara al suelo la desagradable imagen de la esposa. Nuria bajó la cabeza y la rizada cola de caballo se deslizó hacia el hombro de tela ignífuga, se miró el pecho y los muslos y transparentó sin querer el malestar de no sentirse atractiva dentro de ese mono infame y de las botas mostrencas con puntapié de metal, El olor a gasolina, no había manera de quitarlo del todo, cómo habrá gente que se coloque esnifándola -sentenció- y a continuación pensó que la mujer de Marco era más engreída que guapa, pero se echaba mucho dinero encima, el suyo y todo el que él sudaba en octanos. El hombre de atrás fingió seguir leyendo.

-Creo…

A ella le tiritó un poco la voz, sabía que su compañero no se daría cuenta, todo es achacable al mundo exterior cuando no te quieres enterar -dijo una parte recóndita de su pensamiento en paralelo- la mala amortiguación del autobús encubría el nerviosismo. No, él no había oído el comienzo del credo, tampoco el cuello de la camisa de Nuria, maldita timidez -tragó saliva- cuánto ruido de fondo para no escuchar lo que importa, ¿pero de verdad quiero que oiga este aporreo de corazón? Entrometerme en medio de un matrimonio -chasqueó la lengua contra los dientes- no es lo mío, ni lo va a ser nunca, si terminara dejándola… todavía, pero con el encoñe que tiene, anda que no es lista la cabrona, sólo quiere gustar, y sabe cómo, en la cena… flipé, hasta los majos se pusieron a babear, y él tan orgulloso, como si exhibiera un trofeo, nada nuevo bajo el sol, todo es primitivo. Además, qué ilusa soy, ni que se fuera a fijar en mí en ese sentido, soy un colega, igualita que un tío para él, un tío serio y callado que le escucha. Cada día está más delgado –resbaló los ojos por la hendidura tersa que separaba la mandíbula del pómulo masculinos, seguro que le pone a dieta. Treinta y cinco o cuarenta calculó el hombre de atrás al ver las manos y el rostro de Marco reflejados en el cristal.

-Creo -repitió con una seguridad inusitada e involuntaria que no supo de dónde emergió- que nadie debería plantearse ascender a través de otro. Si no está contenta pues puede intentar remediarlo ella, no echarte a ti la culpa de su frustración, no sé, yo ando libre, no estoy ennoviada, pero siempre he creído que hay que trabajar en equipo, y no me refiero a currar en sí, eso es asunto de cada uno y de las circunstancias, y en una pareja… casada -se le atragantó el vocablo- no hay que meterse. Me refiero a remar a favor de obra en un proyecto común, además hay que enamorarse de la persona, ¿no? no de la vida que supones que tiene que ofrecerte por tu cara bonita, digo yo –se llevó el puño entrecerrado a los labios y se los mordió.

Marco esta vez sí volvió la cara para mirarla con la boca entreabierta, y Nuria maldijo la facilidad que ella tenía para ruborizarse por la piel tan blanca.

-Perdona, es que no creo que merezcas sentirte despreciado, quiero decir… no tú en particular, sino nadie en general, to…todos somos valiosos, -volvió a enrojecer al toparse con los atentos y silenciosos ojos de él-. Y… de cualquier problema se sale. Si… no eres feliz, pues díselo, di que te sientes poco valorado por ella y que te está acomplejando, y de paso a mí -bajó la voz como si fuera pensamiento y miró un instante por la ventanilla- la dignidad se la da la persona al trabajo, no el trabajo a la persona, y el nuestro es un buen curro, -elevó el hombro- hay buen rollo entre nosotros y esa suerte no es frecuente -continuó con el inusual borbotón ya que se había disparado- y si le importan más las cosas que tú...

A ver, que no digo que haya que ser conformista, está bien prosperar para tener y eso… pero la vida da vueltas y las cosas sólo son cosas. Perdona me estoy metiendo donde no me llaman y tú sólo quieres desahogarte, y… no tengo monos en la cara ¿por qué me miras así?, -extendió la palma de la mano- él se removió y soltó el aire.

-Perdóname tú, me acabo de dar cuenta de que te doy la brasa a diario, y siempre me tranquilizas con alguna broma que me hace cambiar de tema, o le quitas importancia, y soy un egoísta además de plasta porque en todo este tiempo… ¿siete meses llevas aquí?, ¿no? -Ella asintió-. Nunca te he preguntado por tus cosas más allá de lo superficial, y sí que me interesas, quiero decir que me interesan tus... asuntos, pero como estoy en bucle… y no paro de rajar.

-¡La parada!

El hombre de atrás también se precipitó hacia la puerta de salida, tenía que haber bajado en la tercera, pero iban ya seis.

 

-¿Ese tipo no estaba sentado detrás de nosotros?

-No me he fijado. Llevará el mismo camino, no seas paranoica mujer.

La sonrisa de Marco la desbarataba de cintura hacia abajo. Entraron en la boca del metro, el hombre del libro guardó la distancia de siete escalones y en la estación aguzó el oído.

-¿Te cae mal Sofía? -Uff, salvada por el fragor del tren de la otra vía. La pausa vino bien.

-Sólo la conozco por lo que cuentas, la cena que hicimos con los demás no es suficiente, no la he tratado.

-Te cae mal. –Asintió varias veces con la cabeza. Ella no se apresuró a negarlo-. La culpa es mía, soy injusto, ya te contaré las cosas buenas.

Nuria se adelantó encaminándose hacia la puerta del vagón, mientras su inconsciente pensaba de nuevo por ella a ritmo de medida cósmica: los trenes son como las oportunidades, si llegan a tiempo hay que cogerlas aunque sea por los pelos, también por los pelos se pierden, pero cómo saberlo.

El hombre del libro aferró la barra vertical y abrió de nuevo su novela, ellos volvieron a sentarse juntos.

-¿Estás molesta por algo?

-Que no, de verdad, estoy muy cansada y me duele la espalda, en cuanto llegue a casa me acuesto.

En esta ocasión la compañera no se volvió para decirle adiós con la mano, Marco ladeado apoyó la sien contra el cristal, le gustaba verla caminar, pero hoy andaba más rígida fue la primera vez que tuvo sensación de pérdida y se le anudó la garganta con un miedo extraño. El hombre del libro ocupó el asiento de ella.

-Soy un gilipollas. –Murmuró.

-Sí, un poco.

-¿Cómo dice?

El hombre extendió la mano.

-Luis, me llamo Luis, no he podido evitar escucharos -expresó con acento latino-. Sabes de sobra que tu mujer es un error, -guapa imagino- un bombón hueco, pero la que se ha ido es más que eso, dentro tiene licor. –Había retirado la mano sin que Marco perplejo la hubiese estrechado-. Arregla tus cosas y empieza a rondarla porque en la frente llevaba escrito que va a dejar el trabajo para que no le duelas más.

-Oiga y usted quién es y quién le ha dado vela en este ent…

-Soy uno que escribe novelas. Cazo historias –sonrió- y en los autobuses y en el metro se acumulan las mejores y la tuya me gustaría que terminase bien.

Guardó el libro en el bolso cruzado, A Marco le dio tiempo a leer el título sobre la colorida portada selvática, “Un viejo que leía novelas de amor”. 

Luis vestía una sudadera negra con una estrella grande estampada en el pecho y un poco recostada encima de la curva de su relajado estómago, el empleado de la gasolinera no había reparado en ella hasta ese momento, el hombre se marchó, y por alguna razón indescifrable a Marco se le metió en la cabeza aquel tema de una tal Mari Trini que a menudo tarareaba su madre: “Por qué a mí se me ha caído una estrella en el jardín.” No advirtió que se habían abierto de par en par las puertas.

***

Este es mi pequeño homenaje al gran escritor chileno Luis Sepúlveda. Se lo llevó la pandemia antes de tiempo. Con el deseo de que su maravillosa estrella siga iluminando las calles de Gijón. 

Pili Zori.

 

CUADERNO DE NOTAS: Puzzle vital

    A menudo tengo la impresión de que nuestra existencia es un puzzle infinito lleno de multitud de pequeñas piezas en cuya composición entran paisajes, personas, desiertos, montañas, bosques, vergeles, cielos y mares.

    Es importante que cada trocito encaje, encontrar tu lugar en el mundo, que no es fácil, pero ¿quién troquela?, puedes pasar toda una vida errante buscando el hueco a ratos cortos o largos para tratar de acoplarte en alguno similar a tu silueta, hasta que te echan la dueña o el dueño de ese asiento numerado cuya cifra no habías visto, y te vas rumiando equívocos, y te pones a circunvalar de nuevo rotondas y más rotondas, dando vueltas y más vueltas por plazas y  por glorietas hasta marearte sin entender las enigmáticas señales de los caminos borrados por tanto desgaste.

    ¿Engordas o enflaqueces para adaptarte mientras te prestan el sitio? ¿Te colocan o eres tú quien finalmente se asienta en el espacio legítimo, propio y genuino? ¿Son las manos o las pinzas de un gigante las que te remueven?

    Tantas y tantas piezas rodando por las ciudades sin saber que su lugar es el campo, tantos pisando terrones cuando sus pies son de asfalto, tantas amistades de choque mientras la solitaria y verdadera aguarda en la otra punta cansada de dar rodeos por la peligrosa y reluciente pista de patinaje, tantos rivales apiñados y empeñados en tareas advenedizas que no les corresponden, que no son suyas, tantas piezas despeñadas desde el tablero que sostiene el rompecabezas, perdidas o dañadas, ya inservibles, tanto borde inacabado cuando prematuramente llega la parca caminando por el alambre que sobrevuela el abismo.

    No hace mucho que siento la certeza de que ya estoy en el mío.  Mi lugar es de libros y de cine, de teclados, lapiceros y bolígrafos, de pantallas y papeles sin mecenas, pero sin colarme de rondona en ningún cercado ajeno, mi rincón es de familia y puñadito de afectos, que hasta para eso soy prudente, no vaya a ser que el de enfrente no desee sentirse amigo para no comprometerse. No adulo ni sostengo levita alguna, no conozco el mecanismo de la sociabilidad a lo grande.  Me llena mi noventera decoración rodeada de gotelé, acero, laca y cristales. Y sueño contigo lector, aunque no te vea, aunque no me pagues. Ten, por si lo quieres, aquí te dejo algo mío.

Cuaderno de notas.

Pili Zori.


"Saber perder", de DAVID TRUEBA

    Lo inquietante e hipnótico de la novela “Saber perder” es el río subterráneo y desbocado que corre por debajo del orden cotidiano de la gente “corriente”.

    Asusta el desequilibrio que subyace en el interior de los personajes y seguramente de todos nosotros.

    ¿Qué fuerzas, inercias y frenos son entonces los que nos mantienen fuera de peligro, los que nos vuelven sensatos?

    ¿Qué conductas nos producen sensación de seguridad y qué resortes consiguen que ignoremos las fragilidades vergonzosas que también forman, o podrían formar parte de nuestras esencias?

    ¿Qué es ganar? ¿Qué es perder? ¿Acaso son premisas falsas que nos impiden por dentro vivir y que conducen sin remedio al veneno de la frustración en la sangre, al sentimiento de fracaso galopando por las venas del pensamiento como una leucemia autodestructiva? ¿En qué consiste triunfar? ¿De qué está compuesto el fracaso? ¿Quiénes inoculan el pandémico decálogo que todos seguimos con orejeras?, y ¿de qué manera y con qué fin se utilizan dichos mandamientos hasta que el sujeto enferma de pestilente amargura? ¿A quién beneficia? ¿A quién conviene? ¿Confundimos la dignidad con el orgullo? ¿echamos balones fuera para no asumir la parte de responsabilidad en lo que consideramos nuestras pérdidas? ¿Qué impedimentos nos conducen a la incomunicación? ¿Por qué preferimos ocultar, encubrir? ¿Por qué le rendimos tanto culto a la imagen laboral, al escalafón social? Esos interrogantes y muchos más son los que me ha suscitado la novela. Los miedos no dejan vivir, ese es el problema, que el temor a fracasar, a defraudar o a sentirse decepcionado, pringa la vida.

    Tal vez la respuesta sea que todos somos number one de nuestras propias existencias, seres únicos en el mundo y a esa lealtad nos debamos, o al menos a saber usar nuestro tamiz para discernir y no el de otros con sus varas de medir, de adocenar... Quizá no se trate de llenar el vacío, sino de no estar vacíos, el logro tal vez consista en transgredir una escala de valores errónea.

    David Trueba afirma que no hay nada nuevo bajo el sol, que todo está escrito, pero lo que sí añade como inédito es que tu camino aún no está hecho o acabado y en el trayecto aportas tu forma singular de mirarlo, de estrenarlo, por ello puedes coincidir en la temática, pero nunca imitar.

    En esta narración de vidas cruzadas surge un asesinato deseado, pero no buscado: ¿fortuito?, habría que preguntar al inconsciente del personaje. No es el único crimen que aparece en escena. Añado que en las guerras también se mata y después se continúa con la existencia ¿acaso el problema de conciencia es distinto dependiendo del contexto?

    La novela negra se caracteriza por tirar de la manta social para ver la podredumbre que se oculta debajo. La trama de "Saber perder" no persigue la solución externa y policiaca, es otro tipo de novela negra, ni se pregunta si hay entre nosotros -fuera de las páginas- crímenes sin resolver porque se han considerado accidentales, o atribuidos a otros, más bien señala la espada de Damocles pendiendo del hilo de crin, y se pregunta sobre el falso derecho a matar ya que decidir si alguien merece o no la muerte es un anhelo oscuro subjetivo, y no somos quién, ni siquiera dioses o jueces pueden arrogarse dicha facultad, aunque en los libros sí esté permitida la justicia poética.

    El desasosiego quizá nos lo produce precisamente saber que un ser bondadoso e injustamente tratado pueda asesinar y seguir con su día a día cotidianos, al menos en apariencia. La idea de que somos capaces de lo peor y también de lo mejor -como reitero a menudo- rompe nuestra línea de flotación extendida sobre las certezas que creemos inamovibles y que nunca se tambalearán. Pensamos que hay fronteras que jamás vamos a cruzar y que estamos situados en el lado correcto, pero todo es cuestión de decisiones, con un mismo bisturí se puede matar y también salvar vidas.

    Paco embaucó a Lorenzo, le traicionó como amigo y como socio, le robó, y le condujo hasta rodar cuesta abajo, Pilar, la mujer de Lorenzo finalmente le abandonó. Bastan pocas pinceladas para que el lector cale el tipo de impresentable que es Paco, y cuantos especímenes como él nos rodean y la corte de aduladores que consiguen, David Trueba las pinta, plasma y define en este retrato impresionista de forma certera y contundente. 

Algunas compañeras del club de literatura echaron de menos el monólogo interior, escuchar los sentimientos y zozobras de los personajes para conocerlos más, mejor quizá. Pero el autor prefirió elegir la mirada exterior posiblemente por ser cineasta, son lenguajes distintos. 

El sexo explícito y las diferentes formas de encararlo a cada edad y en cada caso nos dio un amplio espectro entre Eros y Thanatos, las fuerzas contrapuestas que marcan las vidas.     

    Sylvia es la hija de Lorenzo y decide seguir viviendo con su padre tal vez para guardar un equilibrio ecuánime en la balanza sin dejar por ello de querer a su madre.

    El día que Sylvia cumple dieciséis años se encuentra en el umbral que ha de dar paso al mundo adulto, periodo que conlleva inseguridades y toma de decisiones sobre las líneas maestras que has de trazar para el futuro, y en esa zozobra, súbitamente, sufre un atropello que le parte una pierna -la interpretación puede ser real y metafórica al mismo tiempo- y así es como entra de forma abrupta en la madurez. Su existencia se cruza con la de Ariel recién llegado de Argentina como joven promesa del fútbol, se espera todo de su pie izquierdo.

    De nuevo el autor nos asomará a la trastienda de compra y venta de mercancía humana que a la mínima lesión queda inservible y por tanto desechable, un mundo desconocido para el espectador que idealiza la parte pública y visible, pero ignora que detrás de la idolatría hacia sus héroes y semidioses paganos a menudo las relaciones rozan el trato de mafia. Chicos muy jóvenes -arrancados de raíz antes de haber florecido, provenientes de distintas partes del globo y por tanto con problemas de aclimatación- son dirigidos hacia las turbulencias por las que después son denostados: putiferio vistoso, adicción al dinero... Eso sí, los maleados decrépitos sin embargo se van de rositas tras pervertir. “El poder consiste en que antes que tu cabeza siempre haya otras que cortar, así es el fútbol.” -Expresa el personaje.

    La paradoja es que al amor auténtico y libre no le queda otro remedio que ser clandestino.

    David Trueba se detiene en el análisis para no dejar títere con cabeza, y el veredicto tampoco excluye al público.

    La autenticidad de Sylvia, su honradez y valentía para saber que la entrega es desigual y afrontarlo, para no forzar y para renunciar si es necesario, nos sirven el contraste. La elegancia de corazón nada tiene que ver con la edad cronológica. Ella y su abuela Aurora son los personajes más limpios del elenco.

    Por suerte los caminos de Ariel y Sylvia no están cerrados, como tampoco lo están otras posibilidades, a quien lee le queda el deseo y el privilegio de poner el broche de cierre a su gusto, porque lo importante no es cómo empieza o acaba el amor sino cómo se desarrolla, y aún queda trecho para ambos, juntos o por separado, en cualquier caso el destino les ha regalado un inolvidable trozo de ambrosía.

    Leandro es el padre de Lorenzo y el abuelo de Sylvia, un prestigioso profesor de piano. A su mujer, Aurora, se le rompe la cadera en el baño y ese preliminar anuncia una grave enfermedad.

    ¿Por qué se desenfrena alguien cuya vida es feliz y de súbito comienza a frecuentar un burdel de lujo mientras su esposa está en el hospital? ¿A qué obedece la obsesión por Osembe, una prostituta nigeriana con la que se ciega sin escuchar las señales, sin reparar en que está descendiendo a los infiernos de la ruina económica? ¿Negarse a ser viejo? -“Nadie nos enseña a envejecer”, leemos en un pasaje-. ¿Miedo a la muerte? ¿Desquite sucedáneo de lo no conseguido? ¿Por qué se autodestruye la gente dejándose llevar por las iras, el juego, la avaricia, la envidia, el sexo…? El quid no reside en el hecho sino en la búsqueda de la respuesta.

    Joaquín, su amigo sí logró ser un gran concertista de piano con reconocido talento. En la página 376, (magistral para mí y tal vez la esencia, el latido de la novela, la explicación profunda, el balance…) comprendemos el trasfondo del resentimiento de Leandro, ese síndrome Salieri-Amadeus, las dos Españas con sus desigualdades arrastradas, las oportunidades aprovechadas y la falta de ellas...

    La entrevista que le solicita el biógrafo de Joaquín para que Leandro hable de el famoso concertista es impresionante, y de nuevo la generosidad del supuesto “triunfador” es aleccionadora -aunque no me gusta la palabra en este caso no admite sustitución-. Tener que agachar la cabeza, meter el rabo entre las piernas y aceptar las consecuencias que has desatado es una de las peores experiencias. Confieso que de los protagonistas quien más nerviosa me ponía era Leandro, pero en su descargo también debo reseñar que de todos los personajes es quien desde el principio muestra sus cartas boca arriba, y con las contradicciones y complejidades que subyacen bajo sus disparates y pérdidas de rumbo puedes llegar a comprender su extraña clase de inmolación.  

    Daniela es la vecina ecuatoriana por la que Lorenzo se siente
atraído, de nuevo la falta de oído ante las señales, en esta novela las mujeres siempre saben lo que en verdad buscan y necesitan ellos, ellos sin embargo resultan bastante más egocéntricos. Las cicatrices que Daniela tiene en la espalda hablan a gritos de su pasado, "mi padre tomaba mucho" -nos dice-, la reiteración sobre lo sucio y la necesidad excesiva de iglesia dejan en evidencia para cualquiera que escuche que sufrió abusos y que busca denodadamente purificarse -síndrome injusto de la víctima sin culpa alguna-, pero Lorenzo se limita a considerarla loca cuando en la cama precisamente ella le ofrece lo aprendido y lo que considera que él necesita, ella sabe que sus expectativas y objetivos son distintos y a mi juicio la ecuatoriana tenía razón.

La novela trata la religión como resorte que puede dar sentido a la vida, a través de la esposa de Amílcar, de Daniela y del Pastor, para unos lectores el tono elegido será irónico y para otros legítima salida, no voy a entrar en especulaciones sobre creencias, dado que son asuntos personales.


    Saber perder conjuga en su fidedigno retrato tres generaciones desenvolviéndose al mismo tiempo con sus dificultades, incertidumbres y falta de garantías, la vida exige valentía, y debajo no hay red; Mai y Sylvia viajan a países extranjeros sin que sus padres lo sepan, de nuevo la ceguera tranquilona que nos acuna en las confiadas certezas, pero la vida es un riesgo que hay que correr, y la de los hijos es de ellos, no nuestra.

    David Trueba nos muestra -como decía aquel anuncio que citaba a Paul Éluard- que “hay otros mundos, pero están en éste” y los analiza desde muchas ópticas: Los sin papeles, las prostitutas, el fútbol, el periodismo voraz y sin escrúpulos, los hospitales… y sobre todo subraya nuestra vulnerabilidad. Somos como ríos, estamos hechos de agua limpia y cristalina, pero también de fangos piedras y barros sedimentados en el surco, hemos de saber que cualquier corriente puede alborotarlos y enmarañar así todo lo que albergan en las orillas de su cauce.

Cuando Benita, la empleada del hogar se despide le dice en el abrazo a Leandro: "Venimos aquí" -refiriéndose al mundo- "a que nos domen". "La vida exige un grado alto de sumisión" -escuchamos el pensamiento de Leandro-: "Todo lo demás es suicida".  

    Saber perder” se asoma a las partes sórdidas de las personas sin edulcorarlas, ni pulirlas, ni limarlas, y dos de los grandes logros del autor son que las arrostra extrayendo la ternura del lote completo, y el de amar sin juzgar. En esta novela hay muchas fracturas óseas, la cadera de Aurora, la pierna de Sylvia, la clavícula y fisura craneal del compañero de trabajo de Lorenzo, el pie de Ariel..., y es que los personajes se rompen, también por dentro, y su delicada fragilidad nos hace pensar en la nuestra.

    Como he dicho en otras ocasiones comprender no es justificar, ni exime de pagar el precio de tus actos.

    Son cuatro protagonistas en apariencia, pero en este mecanismo de alta precisión que representa entre muchos aspectos el tiempo urbano actual brilla la polifonía de todos sus componentes, no hay secundarios, aunque sí espacio para los solos, me vale la doble acepción.

    No me extraña que le dieran a esta novela el Premio Nacional de la Crítica, seguramente el más difícil de conseguir dado que quienes valoran usan los métodos y lupas más sesudos.

    Si la comparamos con una prenda de vestir vemos que la hechura es perfecta y los remates interiores y exteriores de cada pieza confirman el lujo artístico hecho a mano que jamás se podría reproducir en serie. Obra única, aunque el lector pueda usarla como un genuino y cómodo prêt-à porter. Cada final de capítulo es rotundo, y nos deja con la miel en los labios, la intriga y las tensiones están muy bien dosificadas y las historias de los protagonistas gozan del mismo peso y comparten la misma fuerza, aunque el eje de rotación sea Leandro, la sinfonía es perfecta. 

    Después vienen los materiales elegidos, las calidades, en este caso abandonamos el símil porque el hilo, las puntadas y la simétrica combinación de telas fueron unidas con costuras de palabras, de lenguaje… de literatura, en definitiva, y la diferencia reside en cómo las engarza y coloca cada escritor.

    Tras las herramientas elegidas vienen el estilo, el ritmo, el tono y el contenido, ahí manda el lector, y el momento por el que esté pasando para leer influye, Saber perder no es complaciente y despierta filias y fobias durante el camino, el aviso queda hecho, pero como los libros una vez adquiridos no se destruyen ni se desgastan en realidad nunca son abandonados y en cualquier momento se puede retomar su lectura. Hago esta aclaración probablemente innecesaria porque no estamos frente a una novela de evasión, su música interna suena con el desgarro y la delicadeza de las paradójicas baladas de un grupo de rock duro, o de un triste pero hermoso blues.

    Recomiendo que al llegar al final para abrochar el collar volvamos al comienzo y leamos de nuevo la cita con los versos de W. H. Auden. Lullaby:

 Dejad que en mis brazos hasta el alba/ Repose la criatura viviente,/ Mortal, culpable, pero para mí/ Absolutamente hermosa.

    La novela que tratamos no es previsible y contiene muchas transgresiones necesarias.

    No voy a insistir en el currículo de David Trueba, Internet os dará buena cuenta sobre este periodista, cineasta y escritor de cine y de literatura con mayúsculas, galardonado con sendos premios, entre ellos varios Goya… pero sí destacaré que da gusto escuchar al menor de ocho hermanos, el tercero de ellos Premio Oscar, y añadiré que ha gozado de la ventaja de almacenar las experiencias fraternales de todos, pero también ha tenido que conquistar su lugar en el mundo con nombre propio y sin ser comparado. Se agradece su cercanía entre tantos divos y divas, hay mucho estirado absurdo de cualquier tendencia, en eso nadie tiene la exclusiva, incluso dentro la gauche divine, y mira que me duele admitirlo.


    Hace pocos días la escritora Beatriz Olivenza me regalaba una cita de nuestro admirado Paul Auster, hoy la dejo a vuestros pies como un delicado obsequio de los Reyes Magos:

    “Creo que la novela es el lugar del planeta donde los verdaderos extraños se pueden encontrar en términos de absoluta intimidad”. (Paul Auster).

    Un abrazo, hasta el próximo encuentro.

    
Pili Zori