El
martes día 5 de Noviembre arrancamos en el club de cine del centro de mayores
de Ibercaja de Guadalajara con “Madres e hijas” una conmocionante
película del gran cineasta Rodrigo
García.
No
hace falta licenciarse en Harvard –aunque tengo entendido que él sí lo hizo-
para saber que a Rodrigo García no le gusta ser conocido como “hijo de” y no
por una cuestión de eclipse sino porque los lenguajes que dominan ambos
artistas, Gabriel García Márquez y Rodrigo García, son diferentes: la
literatura construye imágenes con las palabras y el cine crea palabras con las
imágenes, -perdón por la forma de simplificar-, en ese sentido padre e hijo
están a la par en disciplinas diferentes, y tienen voces, sensibilidades y
radares distintos. En cualquier caso y en su casa un hijo ve a su padre en un
plano íntimo y privado distinto al de su proyección pública, le contempla durmiendo,
tomando sopa, contento, triste, enfadado, presente en los momentos clave de sus
vástagos, o ausente, o indiferente… amado por delegación a través de su esposa
o a la inversa, comprendido o incomprendido en determinados periodos y
viceversa, comprensivo o inflexible en otros, con sus luces, con sus sombras…
como le pasará al propio Rodrigo García con su mujer y con sus hijas, y a ello
vamos: a los mundos íntimos y privados que este gran cineasta explora.
Sobre
“Madres e hijas” se han dicho muchas
cosas distintas en esa especie de epílogo que todos añadimos a las obras, es
natural porque cada espectador la hace suya y la película abre varios debates
inagotables, así que me limitaré a añadir mi aportación que sin duda
enriquecerán en el club mis compañeros.
El
propio director planteó el film partiendo de la idea de una separación
involuntaria entre dos personas y las consecuencias que conlleva y pensó que la
forma más primigenia de comenzar a indagar en ese dolor y a explicarlo sería
buscando la matriz, el origen, el vínculo más poderoso y decidió arrancarle un
hijo a una madre adolescente, a partir de ahí irá tallando para obtener las
facetas de las distintas caras y aristas de una misma gema: la maternidad. En
todo momento dentro de la pantalla veremos a madres con hijas, incluso a las
tres generaciones juntas: abuela, madre y nieta, todas ellas con sus peripecias
vitales y sus conflictos personales intentando afrontarlos conjugarlos y
resolverlos.
La
película comienza con la escena de dos adolescentes haciendo el amor, porque
eso es lo que tienen: no un despertar al sexo sino una historia de amor y el
director así nos hace comprenderlo con cuatro pinceladas certeras. Una elipsis
de 37 años nos llevará hasta una mujer madura, Karen (interpretada por Annette Bening en uno de los mejores papeles de su carrera). Karen es aquella adolescente de
catorce años que presionada por su madre entregó en adopción a su hija,
Elizabeth (la hipnótica Naomi Wats),
ambas se echan de menos sin haberse conocido nunca. Karen ha vivido acorazada
desde entonces, cuidando de su madre ya anciana en su casa (tengo la impresión
de que ese detalle refleja un modo de vida familiar más español y latino que
norteamericano y que es importado por parte del director, aunque puedo estar
equivocada ya que nunca he vivido en los Estados Unidos y por tanto desconozco
el modelo y las costumbres y sin querer puedo estar cayendo en algún cliché
ficticio, además los estados de la unión son muchos: unos más adinerados, otros
más deprimidos, urbanos, rurales… como en todas partes).
La
hija de Karen, Elizabeth, es una brillante abogada de 37 años que vaga sola y
nómada por el mundo laboral en un radio siempre cercano al lugar donde nació.
La adopción no salió bien y para no comprometerse en ninguna relación a
Elizabeth le gusta llevar el control y las riendas en las relaciones porque no
quiere deberle nada a nadie, sin embargo presenta a los nuevos vecinos a Paul
-su jefe y amante- como su padre (a Paul le da vida el actor Samuel L. Jackson en un papel
tan diferente a los que nos tiene acostumbrados que casi es una bella
trasgresión ya que los personajes masculinos de esta película tienen caracteres
preciosos y la ternura le ha venido muy bien a su habitual roll de hombre
duro), bajo el aparente cinismo de Elizabeth se transparenta la vulnerabilidad
y el mensaje sutil sobre sus carencias. La vecina está embarazada y más
adelante veremos cómo la rutilante abogada, por envidia, intenta tambalear el
idílico estado de la joven pareja llevándose a la cama al marido. La película
muestra los sentimientos contradictorios, ambivalentes de estas mujeres
complejas. El trabajo de las actrices es para descubrirse: en mínimos gestos
apenas perceptibles asoma todo el iceberg que va debajo, estad atentos a las
escenas de hospital en las que Karen siente celos de la hija de Sofía, la
empleada doméstica (Elpidia Carrillo, el
director cuenta con esta excelente y bella actriz en muchos de sus trabajos, de
algún modo su sola presencia representa un puente entre las dos Américas, el enlace
entre las dos culturas) porque la anciana madre (a cargo de la actriz Eileen Rayan, que borda el papel) está volcando en la niña toda la
dulzura que a ella le negó y todavía le niega. En pasajes posteriores
contemplaremos en un primer plano y un prolongado silencio una de las muestras
de evolución más grande que se puede producir en una persona, sin una sola
palabra el rostro de Annette Bening-Karem se va transformando mientras mira a
la pequeña que duerme sobre su sofá, y toda una existencia de resentimiento se
diluye. Salvo la honrosísima excepción de Liv
Ullman trabajando a las órdenes de Bergman
yo no he visto en cine tamaña elocuencia. Muchos de los estados anímicos son
trasladados a los objetos: mientras Karem peina a su madre, el cepillado cambia
de ritmos según va afectando la conversación, la anciana a su vez manifiesta el
arrepentimiento arrastrado durante toda su vida con significativas miradas, ese
arrepentimiento amargo que no se pronuncia porque no admite la redención de
quien ya no puede cambiar los hechos y se lleva encima como una penitencia.
Otra
pareja de afroamericanos aparecerá en pantalla, en este caso Lucy (Kerry Washington, desplegando todo el esplendor de su talento) desea
adoptar. Ambas historias están perfectamente equilibradas en su juego de
espejos, y las decisiones de Rodrigo García para los pespuntes y la composición
no pueden ser más acertadas. La película exhala el aliento poético de su
creador -si entendemos como poesía el desgarro lírico- que alcanza la emoción y
la belleza con sentido, todo el sentido de la elegancia de corazón expresado de
forma comedida y sin alharacas.
Las
partes están muy equilibradas y antes de que se crucen las historias mantienes
el mismo interés por cada pieza hasta llegar a la desembocadura. En esta parte
el espectador, gracias al buen trabajo de los actores, intuye que Joseph, el
marido, (encarnado por el magnífico actor David
Ramsey, como veis el elenco fue
escogido a conciencia) complace pero
no termina de tener clara la decisión, hay un detalle significativo que se
produce en el coche -cuando ya han salido de la entrevista y Lucy desata su
nerviosismo- en el que acaricia a su marido para afirmarle la virilidad, al
menos así lo interpreté, más adelante sabremos que es Lucy quien no puede concebir.
Ella regenta una pastelería, hay gestos que pueden pasar inadvertidos a la
consciencia del espectador pero que sí entran sin embargo en su inconsciente
como el del adorno que madre e hija están colocando en una tarta, Lucy vuelve a
cambiar la posición subrayando que las decisiones son suyas y de nuevo
asistimos a otro traslado de los estados de ánimo hacia los objetos.
En
nuestro país tenemos el escándalo de los niños robados con monjas implicadas.
En esta película en la que no existe papel pequeño aparece una monja (personaje
a cargo de la actriz Cherry Jones quien
está considerada una de las mejores actrices de teatro americanas y bajo sus
pies tiemblan todas las tablas de Broadway) haciendo los trámites como es
debido y sirviendo de mediadora entre las partes de forma honrada.
La
entrada de Paco (Jimmy Smits) en la vida de Karen le devuelve la luz, resulta conmovedora la
ruptura de coraza con barrena. Tengo
una predilección especial por este actor tan comprometido con su obra y con su
vida desde la mítica serie “La ley de Los
Ángeles” que tanto debate proponía y suscitaba, Víctor Cifuentes se llamaba
el personaje, en “Madres e hijas”
resulta especialmente atractivo, tan grande y acogedor, le sientan muy bien los
años y los kilos repartidos por su gran estatura y lo digo en las dos
acepciones: altura física y moral. También
los actores hombres se merecen que otros hombres y en clave masculina les
regalen personajes inolvidables que parten de la sencillez de la vida
cotidiana, hay hombres buenos y atrayentes con grandes aspiraciones “pequeñas”
como la de remontar al lado de una mujer
madura; creo sinceramente que tanto en el cine como en la literatura
hemos abusado de personajes descerebrados que huyen de las responsabilidades
con eternas crisis y complejos de Peter Pan, maltratadores, drogadictos y
colgados sin remedio, por desgracia haberlos haylos y habrá que seguir
combatiendo sus abusos con todo el peso de la ley, pero en cierto modo y frente
a su misoginia puede que haya surgido una misandria un poco injusta para
varones de extraordinario comportamiento que se han quedado en la sombra, por
eso creo que la propuesta de Rodrigo García, al menos para mí, es una
reivindicación muy merecida, todos los hombres que aparecen en la película
enamoran y lo hacen desde un planteamiento respetuoso, sincero y realista:
tienen personalidad, escuchan, no imponen, no se dejan avasallar y tampoco se
amoldan, simplemente se comparten con las mujeres que quieren. La única
excepción es Joseph, pero incluso en ese caso el planteamiento puede doler
porque no coloca como prioridad en su vida a su esposa, pero él desea un hijo
de su sangre, lo plantea con sinceridad y se sale del proyecto sin discordias.
Es duro que te repudien por no poder concebir, pero la situación queda clara y
ella sigue adelante sola con la adopción, nadie te puede obligar a ser madre o
a dejar de serlo, como tampoco a ser padre o a dejar de serlo y mucho menos a
renunciar a tus deseos.
***
Y
ahora con vuestro permiso me voy a permitir un desahogo:
Ciertos
críticos cinematográficos, pocos por suerte, en mi opinión -subjetiva
naturalmente- no han captado el proyecto ni las intenciones de García, cuyo
análisis es bastante más intelectual y mucho menos emocional de lo que algunos
y algunas han querido ver, y subrayo el “algunas” porque me duele que hayan
rebajado la hondura del contenido por el hecho de que los pilares sociales de
nuestro tiempo se miren ¡por una vez! desde el prisma femenino. ¿En qué
quedamos?, ¿las mujeres somos estereotipos con un rol impuesto?, ¿o parte
decisiva en la resolución de los conflictos privados y públicos? Hay quien se
ha atrevido a tildar de folletín la película y, peor aún, de melodrama en
velado término peyorativo; me parece mentira la falta de precisión en el
lenguaje de quien se supone que domina el significado de los términos. Según el
diccionario melodrama es: “Obra teatral dramática en la que se resaltan los
pasajes sentimentales mediante la incorporación de la música instrumental”. Que
yo sepa los sentimientos mueven el mundo, o decidme si no a qué se debe que las
consultas de psicólogos y psiquiatras rebosen de pacientes, y el melodrama es
un formato o género que será bueno o malo dependiendo de con qué lo rellenes,
digo yo. En cualquier caso, creo honestamente que Rodrigo García es una voz
nueva e inclasificable, pero bueno, a quien le guste poner pegatinas que las
siga poniendo. Que realices algo tan digno y que vengan los cuatro
superficiales de turno que se supone que son entendidos –la crítica
cinematográfica es una carrera universitaria según creo- a rellenar el silencio
con su corta entrega, que mira tú por dónde eso sí que sirve como definición de
folletín, diminutivo de feuillet (hoja):
“Género dramático de ficción caracterizado por su intenso ritmo de producción,
de argumento poco verosímil y simplicidad psicológica”. Pues eso son algunas
entrevistas y otras reseñas que he visto y leído: folletines malos, poco
verosímiles e insultantemente simples. Tiene narices. Así que a veces entiende
una la cara de aburrimiento y de paciencia que en las promociones ponen los
artistas. Menos mal que el espectador del cine de autor sí suele estar a la
altura de la obra, y la agradece, pero los creadores no tienen la suerte de
ponerse en contacto con sus espectadores.
Reconozco
a Rodrigo García sin necesidad de ver su nombre en cualquier capítulo que
escriba o dirija en series como “A dos
metros bajo tierra”, “Los Soprano”…
él siempre marca una frontera de humildad para acotar el trabajo y entregarle a
cada miembro del equipo su mérito y es loable, para eso se especifica guión y
dirección cuando ambas actividades las realizan personas distintas, pero su
sello se nota porque tiene que ver con su forma de mirar. Algún día me tomaré
mi tiempo para hablar de “En terapia”,
serie que me removió los cimientos y que me llevó hasta el final con la
dolorosa pregunta de ¿entonces cuáles son las certezas? Quienes sigan este blog
ya sabrán que una de mis preocupaciones constantes es la subjetividad entre
otras derivadas de la anterior tales como la percepción de la realidad y la
pérdida de la confianza. Es difícil llegar a conclusiones sabiendo que nunca
posees toda la información y esa convicción me produce una inseguridad enorme,
así que cuando el propio psicoanalista de la serie pone en cuestión toda su
labor porque entre otras cosas ha perdido la confianza en sus pacientes porque
no sabe si le mienten y por tanto le manipulan, me quedé descompuesta y
desolada mirando a la pantalla a la espera de algún capítulo más, porque
también yo en esa serie buscaba con avidez las repuestas. Al cabo de un rato buceé en lo que sentía: un
profundo amor por el personaje y un deseo enorme de abrazarle y cobijarle, y
aunque parezca una verdad de Perogrullo creo que no hay otra certeza más
demostrable que la de sentir amor por alguien –se sobreentiende que no hablo
sólo del de pareja- el amor es el único vínculo real de compenetración, el
único nexo en el que dejamos de ser soledades. Y ese sentimiento lo tuve tanto
por el actor Gabriel Byrne como por el personaje Paul
Weston, a esas alturas formaban una simbiosis. Creo que Rodrigo García sin
pedirlo consigue de los actores un grado mayor de compromiso que no pueden
dejar en el perchero cuando terminan la actuación, porque lo que diferencia a
la obra de arte del mero entretenimiento o la evasión es que ésta te transforma
y por fortuna lo hace también con el espectador que experimenta un enorme
crecimiento, (me encantaría preguntar a los actores de ese calibre cómo
resuelven el desprendimiento, pero esa es otra historia que me gustaría poder
desarrollar algún día en una novela: la trastienda). Pocos directores y también
actores se atreverían con ese formato de tremenda desnudez anímica que obliga a
dos personas en una consulta terapéutica a sujetar el primer plano sin que haya
un mínimo resquicio para engañar al objetivo de la cámara con algún recurso, no
había nada más que sus rostros y sus cuerpos y sin embargo a través de sus
gestos y palabras podías ver con nitidez todo lo que quedaba fuera de esa
consulta. Nadie se arrima hasta el punto de volcarse en el interior del otro
como lo hizo él, Rodrigo García. La elocuencia como ya he dicho en renglones
anteriores no es sólo patrimonio de las palabras, el lenguaje no verbal es
mucho más poderoso, pero capturarlo en los diminutos gestos requiere una
pericia que lleva detrás una capacidad de escucha a través de los sentidos
mucho más grande que la de los demás mortales y construir con dichas imágenes
el poema y entregarlo en cine es tan generoso… la única forma en la que el
espectador puede recibir el milagro de ver el pantallazo de un solo ojo, o de
la comisura izquierda en unos labios despectivos, o el temblor de un solo dedo…
es como si nos abrieran un boquete agrandado con cristal de aumento para
dejarnos entrar en los pliegues más recónditos del alma humana, y las llaves de
las puertas para adentrarse sólo las tienen artistas como García Barcha, y en
este caso sí da lo mismo que la idea de la consulta y de un paciente por semana
se le ocurriera a un director israelí, Agair
Levi, -a Rodrigo García nunca se le olvida mencionar a su creador- en otras
ocasiones me ha dolido que en su afán de superioridad los norteamericanos cojan
una película extranjera que les gusta y en lugar de darla a conocer en su país,
como hacemos los demás, la rehagan como suya enviando el mensaje de que son
capaces de mejorarla, pero no me quiero repetir, en este caso excepcional, como
decía, se toma prestado el continente, es decir el recipiente, y es factible
variar el contenido según cada cultura requiera, aunque al final las líneas
maestras sean universales y comunes a toda la humanidad.
En
alguna entrevista le he oído decir que él escribe y realiza historias para
adultos que actualmente están recogiendo cadenas como la HBO, y si te paras a
pensar en la dimensión de la palabra te das cuenta de que alcanzar una edad
adulta, a menudo, no tiene que ver con la cronología; ser adulto requiere un
bagaje y legado de experiencia y desgraciadamente a muchos adultos les están
entregando un cine de pubertad que les impide el desarrollo personal cuyo
proceso ha de durar toda la vida hasta que te despides.
Un
abrazo y hasta el próximo encuentro con el cine o con los libros.
Pili
Zori