"Terra alta", de JAVIER CERCAS

Una composición de espejos. En el primero aparece el terrible asesinato de la madre del protagonista Melchor Marín, una prostituta que pierde seguridad cuando va cumpliendo años y ya no ejerce dentro de su casa y ha de hacerlo en la calle, en los aledaños del camp Nou. 

La descripción del nacimiento de su hijo -a quien puso de nombre Melchor porque consideró su llegada como la de un rey mago- entre sangre, sufrimiento y alegría infinitos ya contiene cómo va a ser el ambivalente y dual destino del muchacho. 

En ese mismo azogue se refleja y engarza el segundo espejo, con el brutal crimen de los dueños de Gráficas Adell, y más adelante aparecerá el tercero que ha latido durante siete décadas bajo la alfombra del pasado. Ese es el verdadero eje alrededor del que gira esta historia y en ese punto aparentemente desplazado se halla el corazón de la novela, en un entorno en el que se produjo una de las batallas más cruentas de la guerra civil, la del Ebro. 

Para el autor presente y pasado siempre caminan juntos, y los asuntos sin resolver tarde o temprano emergen, o alguien tira de dicha alfombra para ver lo que se esconde debajo.

A Javier Cercas le gusta el yin y el yang es decir: las partes buenas que hay en lo malo y a la inversa, de hecho en uno de los diálogos que mantendrá con Olga -la mujer que le salvará del resentimiento - él dirá que hay falsos malos y ella que también existen los falsos buenos.


Cuando la ira se apodera del corazón te convierte en un blanco fácil y captable por capos y seres que se manejan bien en las sombras, Melchor cae en las drogas y también las vende y la hermosa paradoja es que en la cárcel encontrará el salvavidas: su modelo a seguir -por falta de otros- será un libro que lo contiene todo: "Los miserables" y en él verá que la redención es posible. 

Tras leerlo decide ser policía y en ese punto comenzará su dilema: ¿Es lícita la venganza cuando la justicia no nos hace justicia? 

En todas las novelas de J. Cercas surge una pregunta que el lector ha de contestar.  El autor considera que toda pieza literaria ha de tener su cuota de ambigüedad, para que en el esfuerzo de su debate interior quien lee salga transformado, y para que la pugna consigo mismo con respecto a discernir lo que está bien de lo que está mal le proporcione crecimiento.

Son importantes las personas que se cruzan en tu camino, en Terra alta hay dos seres puros: Domingo Vivales, el humilde abogado y amigo de su madre que le pinta la casa, le compra muebles y hasta le borra los antecedentes para que pueda optar a su nueva vida perteneciendo al cuerpo de policía, y Olga la bibliotecaria un compendio de amor y libros.  

Tanto Melchor como los lectores nos preguntamos si Domingo Vivales es su progenitor, y descubrimos que tras el ferviente anhelo de que lo sea al final no importa si llevan la misma sangre o no, porque es el mejor padre que un hijo adulto podría soñar. 

Por mucho que apetezca como bajo instinto el escarmiento que Melchor, siendo policía, da a los maltratadores de mujeres nadie debe tomarse la justicia por su mano, en una sociedad cuyas leyes se supone que la garantizan ya que lo contradictorio es que la novela va de segundas oportunidades y a Melchor lo reinsertaron, y la bondad o la equidad no se ejercen ni a disparos ni a puñetazos por mucho que en Los miserables se diga: "Es un hombre que hace el bien a tiros". El autor no juzga al protagonista, simplemente lo muestra en la luz y en la oscuridad.

Cambiando de tercio vamos a un detalle biográfico: La familia de J. Cercas era falangista y tengo la sensación de que en todas sus novelas desearía conjugar en un punto de encuentro humano lo inconjugable en el ideológico. 

En alguna ocasión le he oído expresar que tener la razón política no es tener la razón moral, y es cierto. 

Me gustaría decirle que tampoco hay que acarrear los errores de los padres o de generaciones anteriores, está bien estudiarlos individualmente y también en conjunto, pero sobre todo me gustaría recalcarle que allá cada cual con su conciencia.

"Nadie nos pidió perdón ni nos dio las gracias" dice el soldado de Salamina -disculpadme por citar de memoria- por defender la legalidad de La República, y con ese hermoso final en el que el periodista va citando uno a uno los nombres de los anónimos que no fueron resarcidos Javier Cercas ya ha cumplido más que de sobra. 

Su novela "Soldados de Salamina" se extendió como la pólvora por el mundo puesto que conocía la misión de su réquiem, pedir perdón es más importante de lo que parece incluso a quienes ya no están.

Si algo me ha enseñado esta novela es que buscamos dar una buena imagen de nosotros, queremos alcanzar la bondad, y la sabiduría, pero sabemos de sobra que hacemos cosas malas también, por tanto lo mejor es admitirlo y comprender que lo único que nos salva es amarnos y hay que rogar perdón cuando toca, aunque el daño infligido te parezca imperdonable.

Terra Alta es compasiva, incluso con los traidores, el protagonista sabe ponerse en el lugar del otro porque él ya ha estado ahí. Como he dicho en otras ocasiones comprender no es justificar y hay que pagar las consecuencias de lo que hayas hecho, pero es muy diferente a juzgar, y a que nos convirtamos en linchadores como si nosotros y los nuestros siempre fuéramos a a estar en el lado bueno.


Es una pena que cuando los casos llegan a la policía ya no tengan arreglo, invertir en la prevención siempre será ganancia y no pérdida. 

Terra Alta suscita un gran debate. Pero ya me he extendido bastante.

Sí añadiré a mi pesar que artísticamente le he visto pros y contras, algunas pegas que en otras obras del autor no he encontrado. La novela está muy bien armada, los enlaces en los saltos de tiempo me han parecido perfectos, el hilo cronológico y el de la evocación han sincronizado, pero me habría gustado que muchos pasajes pasaran a la acción para verlos, vivirlos y sentirlos, en su lugar sólo han sido descritos, contados.

Me habría encantado que dejase rastros o huellas sobre Armengol, el tercer espejo, que lo saque de repente aunque intuyéramos que en Méjico se cocía algo, me pareció una solución fácil. 

Me ha estorbado la cita de "Una novela es mitad de quien la lee y mitad de quien la escribe" es un lugar común que yo misma uso a menudo y que queda bien fuera de una obra literaria por coloquial empática y manida pero no dentro, y si tenemos en cuenta que la frase "Los libros nos leen" es genuina del autor y mucho más significativa y bella pues a qué viene la anterior que la dice todo el mundo y sin citar a su autor encima, que según tengo entendido fue Juan Gonzalo Rose refiriéndose a la poesía "La poesía es la unidad perfecta Mitad de quien la lee y mitad de quien la escribe".  

En fin, J. Cercas en otras piezas es más sutil, en ésta he tenido la sensación de que explica lo sobrentendido, como si alguien le pidiera que rebajase planteamientos en favor de lectores más sencillos, y además le apremiase, eso en sí mismo ya resulta ofensivo, pero bueno, son conjeturas mías.

Pili Zori

RECURSOS INHUMANOS, serie de TV

A menudo digo que no es lo mismo luchar -sindical y socialmente- por amor a la libertad que por odio al patrón.

En la segunda opción lo que puede ocurrir es que el poder cambie de manos, y que quien antes fue explotado se convierta en explotador si accede a los puestos dirigentes o de poder, dicho de modo más sencillo: que quien fue pobre sólo aspire a ser rico, y para ello se troque en imitador.

En la primera elección -aunque pierdas en el intento- el objetivo deseable habrá sido crear una vida más justa en la que las personas no valgan menos que la mercancía con la que trabajan, y la dignidad vital esté garantizada hasta su muerte como mínimo en las necesidades básicas: un salario y una pensión posterior dignos que proporcionen, techo, comida, educación, cuidados sanitarios, respeto... 


Puesto que en el pacto social cumplimos de sobra y con creces: educándonos desde la infancia para entregar nuestra fuerza de trabajo en el futuro, y acatamos las normas para participar en el bien común tal y como cuenta la serie en el brillantísimo alegato final del juicio -que es para descubrirse-.  ¿Por qué se desprecia al trabajador, tenga la cualificación que tenga, enviándole al paro cuando alcanza una edad avanzada, sumiéndole en la precariedad o directamente en la pobreza? ¿Quiénes incumplen dicho pacto entonces? ¿Quiénes delinquen? ¿A quiénes habría que juzgar?

Sin embargo a quienes se está procesando en "Recursos inhumanos" es a todos los parados y no al liberalismo económico occidental, voraz, brutal, egoísta y despectivo, ese espacio sin ley en el que apenas tiene licencia el Estado para opinar, para intervenir y en el que quien más grande la tiene gana -perdón por por la vulgaridad, pero es la que mejor cuadra en este caso-. Ese es el elenco de los que de verdad son influyentes, de la élite que quita y pone, de quienes dan permiso para respirar, "...a la derecha mi amo contabilizando el aire" decía la canción, y no hay nadie que les tosa. Es así de triste. Os pido disculpas por el argumento tan simple.

 No es la primera vez que afirmo que de poco sirve cultivar sistemas democráticos si las empresas no lo son, ya te puedes dar cabezazos contra la pared de tus derechos humanos que el muro sigue siendo feudal, con amos y vasallos de corte muy moderna, eso sí. Y es por ello que la vida ambivalente -gobiernos por un lado predicando y empresarios por otro decidiendo- se vuelve una enfermiza paradoja en la que nadie cree. 

Un tren no puede llevar vagones a distinto ritmo porque descarrila y además ¿Quién conduce en realidad nuestro ferrocarril? 

Es lo que va a ocurrir en una de estas crisis periódicas de efecto dominó que genera el capitalismo por propia idiosincrasia: un descarrilamiento masivo, y no es que quiera ponerme apocalíptica. Es lo que hay.

Pero el magnífico cineasta de origen libanés Ziad Dourey (tuve la suerte de ver su largometraje "El insulto" y comprobé que se mueve como nadie en el análisis y origen de los conflictos tanto bélicos como sociales) no se conforma con la denuncia tan bien expresada en el colofón final del juicio, no, da otra vuelta de tuerca, y nos lleva a la segunda opción de la que he hablado en  renglones anteriores: luchar por odio al patrón y no por amor a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad que en este caso nos canta un marsellés.

El protagonista interpretado por Eric Cantona, (un extraordinario descubrimiento, fue futbolista y tras terminar su andadura deportiva se recicló como actor, y ¡chapeau! hace un trabajo asombroso y de mucho peso), consigue que queramos estar de su parte, que veamos su deseo de venganza como legítimo, pero no lo es en absoluto, dado que aunque su jugada es maestra pierde  los principios éticos y antepone el dinero a todo lo demás, incluso a su familia con la justificación de que le corresponde por derecho, que se lo debe el mundo laboral y que cuando todo salga bien resarcirá los daños colaterales. 

Llegado a ese punto el espectador se siente mal al verse reflejado en el espejo y se pregunta si no seríamos igual de manipuladores si tuviésemos la ocasión y las circunstancias, (espero que no) de modo que nadie se va de rositas en esta historia, o así lo he visto, si el sistema te atrapa y pretendes jugar con las mismas armas para defenderte, mal asunto, la rueda del hámster girará hacia atrás o hacia delante pero entre barrotes, y nada cambiará en la jaula.

 Aunque los miembros de su familia sí son salvables y honestos, rectifico, incluida la esposa que lleva años soportando y comprendiendo estoica la deprimente relación y los cambios de humor de su marido dadas las circunstancias, finalmente tiene un desliz con un compañero de trabajo -se intuye que el amante aprovecha la situación de debilidad.

La mujer le confiesa la infidelidad al esposo dando la cara, y también abandona la nueva pero efímera relación. Él sin embargo no comparte con ella sus trapicheos, planes y andanzas, en teoría para protegerla pero también para que no le haga de pepito grillo, de conciencia -mis conclusiones naturalmente son subjetivas, cada espectador extraerá las suyas.

La serie es hipnótica, te bebes los seis capítulos sin pestañear, lo tiene todo: entramado empresarial, social, carcelario y marginal, familiar, personal... incluso la balanza del juicio con fiscal y defensora que tanto clarifica el debate en cine, y con todos esos  géneros juntos Ziad Dourei y su equipo componen un poliedro al que no le sobra una arista. El retrato panorámico es nítido y perfecto. Se trata de una serie más que recomendable.

***

Hace unos días vimos "El buen patrón" de Fernando León de Aranoa, otro autor de cine que me entusiasma, y curiosamente parece que la antena parabólica de muchos artistas se está moviendo hacia la dirección del mundo del trabajo, aunque León de Aranoa ya lo tocó de manera magistral en "Los lunes al sol", y el tema envuelve toda su obra. 

"El buen patrón" es otra maravilla, un contundente sarcasmo que retrata de forma pesimista el ámbito laboral, a pesar de las carcajadas que arranca Javier Bardem en un trabajo brillantísimo lleno de matices que sólo él es capaz de sacar del aparente y paternal empresario cuyo cinismo queda bien definido, y clarifica -por si alguien todavía albergaba dudas- el comportamiento y la caricatura de ese estereotipo engañoso y desalmado que abunda y pulula por nuestro país con ínfulas inmerecidas ya que tan sólo es un heredero de la fábrica o empresa familiar que otros en marcha pusieron.


En fin, no me gustaría que dicho pesimismo nos impregnara el alma de derrota haciéndonos creer que no hay nada que hacer para que el panorama mejore. 

Al menos tanto la serie de Dourei como la película de Aranoa lanzan un serio aviso del peligro que supone exprimir y pisotear de esa manera a las personas que contribuyen a transformar los bienes y a generar la riqueza de todo un país para que ésta se distribuya con equidad, porque no se trata de la riqueza y los bienes de una élite sin escrúpulos que cree que el mundo les pertenece y que de forma magnánima te deja vivir en él si obedeces. Llegará un momento en el que hasta el más sumiso se revuelva para defenderse.

Un abrazo.

Pili Zori.