De
vez en cuando y en este mismo blog os recuerdo que en los comentarios que subo
sobre las novelas que leemos en el Club de Literatura y las películas que vemos
en el de cine no suelo hacer sinopsis a propósito, porque considero que este
espacio es una prolongación de dichos encuentros y que el pacto, el acuerdo
tácito, consiste en asomarse aquí a posteriori, una vez que ya hemos leído el
libro o hemos visto la película. Creo que el encuentro así es más nutritivo. Si
colocase el resumen al principio, es decir el “de qué va” muchos visitantes
leerían ese trozo pero no compartirían la experiencia. Internet, como siempre
digo, es generoso y ofrece muchas páginas publicitarias y de divulgación en
revistas especializadas. Aquí intento que hagamos análisis, que compartamos
sentimientos, reflexiones y conclusiones personales en definitiva.
“Gente corriente” es un psicodrama que
nos habla sobre un fragmento vital de una familia acomodada, como tantas de su
comunidad, que reside en Illinois -padre, madre y dos hijos varones-. En un
desgraciado accidente, cuyos detalles los protagonistas nos irán desvelando
poco a poco en un perfecto y bien medido goteo, muere el primogénito. Pero el
punto de partida del film se producirá tras el regreso del hospital del hijo
menor. Pronto sabremos que a su vez ha estado a punto de perder la vida por un
intento fallido de suicidio.
Del
sentimiento de culpa, de la elaboración de la pérdida, de la forma de
enfrentarla, del tiempo necesario para hacer el duelo, del modo de enfocarlo
-diferente para cada uno de los miembros- de las reacciones, facetas y rasgos
de carácter que los protagonistas jamás habrían desarrollado o conocido del otro, -como pareja, como padre,
como madre, como hijo- si la desgracia no se hubiese cernido sobre ellos… de
todo ese dolor inconmensurable nos habla esta ópera prima de Robert Redford como director, en su bondadoso
intento de aproximarnos a vivencias que la gran mayoría de nosotros no ha
experimentado. Y lo hace con la ayuda de un maravilloso árbitro, el inolvidable psiquiatra
interpretado por Judd Hirch.
El
arte nos regala el ensayo de lo que nos podría ocurrir, nos enseña a elegir
pautas, nos amplía la comprensión, nos hace más compasivos, más sabios… En
resumen: nos añade vida.
A
menudo me pregunto qué es lo que siento por la literatura y por el cine, y de
inmediato me respondo: un enorme agradecimiento. Por ello a veces me sorprendo
siendo inflexible e intolerante cuando escucho que otros leen para distraerse o
evadirse puesto que en mi caso lo hago por lo contrario, para enfrentarme a la
existencia, para seguir aprendiendo a vivirla. La reacción, como es natural, apenas
me dura unos segundos y nunca la manifiesto abiertamente puesto que entiendo que el
lector o el espectador es soberano y dueño de sus legítimas razones y deseos
para acercarse al cine o a la literatura, sin embargo considero que matizar es
importante porque como ya he dicho otras veces no todo lo que va entre dos
tapas y con forma de novela es literatura, ni todo lo que aparece en pantalla
ha sido realizado por verdaderos cineastas. En mi caso creo sinceramente que ni
la literatura ni el cine de verdad son placebos, aunque con ellos obtengas una
enorme sensación de plenitud, y menos que ninguno la comedia, que bajo la
elegancia y la altura de perspectiva que proporciona el humor nos entrega
extraordinarias lecciones vitales.
En
“Gente corriente” confluyeron fuerzas
tan poderosas que era inevitable que desembocaran en el mismo mar como caudalosos afluentes. No sé si dichas energías fueron buscadas a propósito o halladas al azar
por esas razones instintivas que aún no sabemos descifrar, el caso es que Mary Tyler Moore había
perdido a su único hijo en 1980 -el año en el que se realizó y estrenó esta
película- por jugar a la ruleta rusa con una pistola, pero anteriormente la
hermana de Mary también había muerto por una sobredosis de droga, y un hermano de
cáncer. En esas circunstancias anímicas tan duras afrontó, esta gran actriz, el que a mi
juicio sería el gran papel de su vida. Donald
Sutherland había sufrido dos
divorcios y el comienzo y posterior ruptura de un romance con Jane Fonda, que germinó durante el rodaje de “Klute”, y Timothy Hutton asistió a la separación de sus padres y a la
posterior muerte de su progenitor a causa del cáncer. Al igual que el
protagonista pasó un tiempo difícil, y como al director, Robert Redford, cuando
tenía su misma edad, le atraía Europa y la vida bohemia. Como veis los
paralelismos estaban servidos porque el propio Redford de algún modo aglutinaba
en sí mismo muchos de esos trágicos episodios: su madre muere de cáncer a los
42 años, él pasa por una etapa rebelde en la que abandona estudios y decide
partir para Europa en busca de vida artística -ya entonces era un consumado
dibujante además de gran narrador- vuelve defraudado del viejo continente y
coquetea con el alcohol, pero entonces conoce a Lola Wagenem con quien mantendrá uno de los matrimonios más
estables de Hollywood hasta que muchísimos años más tarde entre en acción la
actriz brasileña Sonia Braga, aunque
esa es otra historia posterior que bien podría remontarse a los posos de su
niñez y adolescencia porque Robert Redford se crió en el barrio latino del
oeste de Los Ángeles, y mi ensoñadora cabeza añade con osadía la información
que le falta dando por hecho que sin duda tuvo que despertar a la sensualidad y
al deseo en aquel ambiente y por lógica se sentiría
atraído y marcado por mujeres de las características físicas de Sonia. Perdón
por el inciso. Regresamos a la universitaria Lola. Con ella como pareja y
empujado por su estímulo, Robert decide retomar los estudios y se matricula en
el Prat Institute de Nueva York para cursar arte porque en ese punto de su vida
ya se ha definido y quiere dedicarse al diseño de escenarios. Un profesor le
aconseja que también aprenda interpretación para completar sus conocimientos de
teatro y obtener de ese modo una idea global y así es como se convierte en
actor sin haberlo pretendido en un principio.
En
1959 cuando más feliz era la pareja nació su hijo Scott que fallecería a los
pocos meses de vida por muerte súbita, no obstante Lola y Robert remontaron la
tristeza y en 1960 tuvieron a su hija Sabana; en 1962 llegaría David y en 1970
vendría al mundo Amy.
Siguiendo
con las coincidencias y paralelismos diría que Judith Guest, la autora
de la novela en la que se basó el guión adaptado por Alvin Sargent, no en vano además de
escritora era psicóloga y profesora de educación especial. Como veis los
profundos cimientos de esta película aparentemente sencilla estaban construidos
con fuerte hormigón armado. No suelo relacionar las biografías personales con
las artísticas porque a menudo la obra supera al autor y sus peripecias
diarias, privadas o públicas nada añaden a su valor. Pero en este caso y como
excepción sí que me parecía necesario vincularlas.
A
lo largo de su vida hemos conocido a Redford como gran actor de prestigio
-ganado a pulso- que ha sabido escoger papeles que tenían que ver siempre con
algún compromiso social o de defensa de la naturaleza… y elegir buenos amigos, en nuestra memoria permanece Paul
Newman (aún se siente la oquedad que su reciente pérdida nos ha dejado) con
quien coincidió tantas veces. Amistad que habla por sí sola de una casta de actores
que define la ética de la profesión y el buen uso de la belleza exterior para
ponerla al servicio de la historia que interpretan más allá de la carcasa
física y lejos de toda frivolidad, ambos fueron -Redford todavía lo es- auténticos adonis que jamás se
recrearon frente al espejo porque sintieron sus cualidades estéticas como una
herramienta de trabajo y como un privilegio que les vino dado y no como un
mérito. Newman en sus papeles más extravertidos y Redford en los suyos más
contenidos se compenetraron a la perfección cada vez que trabajaron juntos
dándose apoyo mutuo y entregando una lección a nuevas generaciones de actores a
las que demuestran que sólo se sobresale si luchas a favor del equipo y te
olvidas de ti como individuo, sólo así podrás lucir como una estrella que es
muy distinto a ir de astro.
Pero
hoy nos toca destacarle como director, y al enumerar sus películas de inmediato
le encontramos sus constantes. En “El río
de la vida” muestra el canto a la naturaleza que envuelve la dificultad
para la comunicación familiar; en “El
hombre que susurraba a los caballos” volverán a aparecer en simbiosis la
armonía y el entendimiento con el paisaje y por contraste la dificultad para
las relaciones familiares. Su amor por ese fabuloso animal, el caballo, queda
patente, compañero de viaje al que demostró con creces que comprende a mucha
hondura, ya habíamos contemplado esa empatía en “Las aventuras de Jeremiah Johnson” y en “El jinete eléctrico” dos magníficas e inolvidables interpretaciones
que realizó a las órdenes de Sidney
Pollack, pero posiblemente necesitara expresarlo con su voz, abundar más en
ello: esos primeros planos de los ojos del caballo fueron tan elocuentes que
apabullaron al patio de butacas. Robert Redford, como director, nos prestó su
mirada para que con ella pudiéramos adentrarnos en el alma del mítico animal
herido y eso no lo había hecho nadie.
En
“Quiz Show” surge el planteamiento de
la honestidad –otra de sus preocupaciones- en un tiempo de trampa y corrupción
en el que es fundamental volver a perfilar la honradez.
Además
hay que añadir que en 1980, el mismo año en el que rodó “Gente corriente” como ya he dicho, levantó Sundance –era el nombre
que tenía su personaje en “Dos hombres y
un destino”, Sundance Kid- un centro para jóvenes cineastas que financia de
su propio bolsillo. Durante un mes acoge, con todos los gastos pagados, a
becarios de talento. Al contemplar la calidad de los trabajos de esas nuevas
promesas de inmediato quiso darlos a conocer y decidió crear, con el mismo
nombre, el festival de cine independiente que en poco tiempo sería considerado
el mejor del mundo.
En
la actualidad Robert Redford está casado con Sibylle Szaggars, una pintora alemana. Deduzco que finalmente
conjugó en una sola todas las vidas que de joven se propuso llevar. Me alegro mucho
por él y por todos los sueños cumplidos.
“Gente corriente” fue galardonada con
cuatro óscars a la mejor película, al mejor director, al mejor guión adaptado y
al mejor actor de reparto. Supongo que en cuanto a los actores la Academia
distribuyó así las categorías para que no se hicieran competencia entre ellos,
porque la interpretación del trío fue bestial y es evidente que Timothy Hutton
en realidad y moralmente se llevó el de mejor actor principal aunque le
pusieran como apellido “secundario” y lo obtuvo con todos los honores puesto
que era el eje sobre el que giraban los demás. Se comió la pantalla. Asombra su
capacidad interpretativa, apenas era un muchacho... tal vez por ello, por ser
tan joven, y por lo cerca que le quedaba el personaje, pudo diluirse en él. Pero
los tres habrían merecido el galardón de mejores actores protagonistas en esa
coral tan perfectamente sincronizada. Se dejaron la piel y no es una frase
hecha porque prestaron tanto de sí mismos que espero y deseo que el resultado
para sus vidas fuera enormemente terapéutico y beneficioso. La parte más
difícil la tuvo Mary, su papel era el menos querible para el público.
Ese
mismo año competían como mejor película, “Toro
salvaje” de Scorsese y “El hombre elefante” de David Lynch, algunos críticos se echaron
las manos a la cabeza por lo que entendieron como injusta derrota, por alguna
superficial razón pensaron que el largometraje de Redford era una obra menor y
de bajo presupuesto pero en mi opinión, sobre boxeo ya había grandes películas
y la aportación de Martín Scorsese aún resultando magnífica no dejaba de ser un
añadido más al género, una nostalgia, una melodía muy buena pero muchas veces
cantada, cada cual tiene su momento y ya vendría “The Departed” en el 2006 aunque para mí “La edad de la inocencia” es la pieza cumbre de la maravillosa obra
del director. Con “El hombre elefante”
ocurría algo similar, biografías por discriminación debida a la carencia o
enfermedad física también se habían hecho muchas, el planteamiento de la
dignidad humana dentro de un aspecto agraciado o desgraciado era abundante en
cine y aunque David Lynch tiene un estilo muy personal, enormemente onírico y
creativo que explora zonas mentales vírgenes, en esa ocasión creo que aportaba
más “Gente corriente”, esa obra
sencilla de corte clásico en la que no se transparenta el director que al ser
actor supo dar a su elenco la prioridad y colocar en sus manos todo el peso.
Lynch en Europa ha sido y es venerado en los mejores festivales, personalmente
adoro “Dune”. Sin embargo la película
de Redford marcaba un hito del que todavía se nutren hoy series tan
extraordinarias como “En terapia” y
no estoy diciendo con ello que Rodrigo
García, al que tantísimo admiro y
del que reconozco el estilo en cuanto sale el primer fotograma, plagie nada, contemplas
“A dos metros bajo tierra” y
enseguida sabes, sin ver los títulos de crédito, qué capítulo ha sido dirigido
por él. No. Intento decir que el film sentó un precedente, que fue una escuela
de actores que pudieron comprobar que menos era más: la película se desarrolla en apenas tres o cuatro
espacios cerrados e íntimos donde se dirime el duelo, el enfrentamiento con uno mismo. Escenas de
comunicación no verbal de una fuerza inusitada, como la de las tostadas
francesas, donde lo que se expresa con palabras lo contradicen los gestos que
hacen que el espectador vea el iceberg reprimido, el detalle de llamar al chico
por delegación, haciendo que sea el padre quien le pida que baje a desayunar,
el cuidado al apoyarse en los muebles, hábito adquirido bajo la mirada
reprobatoria de ella, la madre, el recorrido en el coche hacia el instituto en
el que vemos el cementerio sin necesidad de palabras, la fuerza arrolladora del
tren al pasar, símbolos sencillos utilizados en el tiempo exacto y con el ritmo
adecuado para mostrar la emoción buscada, la atmósfera opresiva. La mesa,
idéntica colocación que en la de “American
Beauty” para representar lo mismo: una forma de ser y de estar encorsetada,
envarada y circunspecta que atrapa a la persona en la telaraña de las
costumbres, convencionalismos y buenas formas, es decir en el afán por guardar
las apariencias aunque el suelo se hunda bajo los pies. Esa mesa es la misma que
aparecía en la novela “Las correcciones”
en la famosa cena con hígado que ilustra la portada. Vemos la fiesta que
muestra cómo ella, la madre, vive en paralelo con el dolor y al mismo tiempo
con el piloto automático de la vida social encendido para comportarse como lo que allí se entiende por saber
estar. Vemos los zapatos y su significado. La piscina, como en “Azul”, el magnífico largometraje de Kieslowsky del que ya hablé en este mismo blog, la natación es la
mejor muestra de la batalla librada con uno mismo contra la tristeza y la
desesperación, en este caso además sirve para subrayar que el chico es un gran
nadador, detalle que nos hará comprender al final los ingredientes de su
zozobra. Oímos el plato partido y a ella diciendo que se puede pegar, que de algún modo
su vida rota por la mitad se puede recomponer en ese esfuerzo imposible de que
vuelva a ser como era. Observamos los puños cerrados, la forma de sujetarse contra una
puerta en busca de apoyo para no derrumbarse… Para mostrar todo lo que subyace de presente y de pasado
hay que ser un director de mucho peso forjado en la interiorización de
múltiples personajes y tener una capacidad esponjosa de atención
inigualable.
Entre
las varias lecturas que se producen en los diálogos, tan sucintos, pero a la
vez tan cargados, hay una bellísima frase que pronuncia el protagonista “No se rompe nada en una bolera, por eso me
gustan” y otra del psiquiatra “Aunque
se tenga cuidado, en la vida pasan cosas graves”.
Para
quienes aún no la hayáis visto creo que como a mí os servirá para preguntaros
en qué consiste en realidad ser fuerte. Pero antes de despedirme no quiero dejar pasar la hermosa interpretación de Elizabeth McGovern, ni la magnífica fotografía de John Bailey.
Un
abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili
Zori
Hace muchos años cuando era un adolescente, por casualidad, vi en el video betamax de mi vecina, una copia de esta pelicula. Fue un momento dificil de describir, pero sin duda alguna , fue uno de esos instantes de tu vida donde sientes que algo especial y unico te ha sido regalado.
ResponderEliminarY eso, que despues he vivido en distintas ocasiones despues de una pelicula, no muchas la verdad, creo que me ha convertido en un apasionado del cine.
Porque como dice usted en este acertado articulo, la pasión por algo no solo es un placer sino una necesidad, y cuando ves que alguien afronta el arte como un pasatiempos no solo te aleja de esa persona sino que hasta te cabrea.
He buscado esta critica porque voy a hacer una revision de algunas peliculas clasicas para mostrarlas a una persona joven que no ha visto a penas cine, ¡que suerte la suya! Muchas gracias por este articulo
Gracias a ti Curtis Garland, es precioso y muy cinematográfico el pseudónimo que has elegido. Por comentarios como el tuyo merece la pena realizar este blog, gracias por asomarte a este rinconcito y por querer transmitir a alguien más joven el conocimiento y tus experiencias y emociones con el cine. Me encantará sentir tu compañía. Un abrazo Pili Zori
EliminarDonde puedo encontrar la película para verla? por favor!
ResponderEliminarNo sé donde puedes encontrarla Victor, en las Bibliotecas públicas suelen tenerla, ya que es una película de culto, y puedes sacarla prestada. No creo que sea muy cara si la quieres adquirir. Siento no poder ayudarte mejor. Un fuerte abrazo.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarDonde puedo encontrar la película para verla? por favor!
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