"CAROL", película de Todd Haynes

 

Impresionante y sobrecogedor. Todd Haynes. Siempre hay que quitarse el sombrero ante él, el cineasta de "Lejos del cielo" que elige un tiempo de censura -los años cincuenta- para narrar con el mismo estilo de los maravillosos melodramas de Douglas Sirk lo que no se pudo decir entonces.

Haynes recrea, conserva y respeta todos los símbolos cinematográficos de la época para elevarlos a matrícula de honor, el clasicismo de aquel cine, su delicada estética, cada detalle de la ambientación, vestuario, peluquería, maquillaje, el modo de filmar, la composición, el ritmo, el tempo... pero lo hace con su voz contundente de artista en estado de perfección y con la mirada de hoy, y así resarce el silencio del secreto velado, atisbado apenas en películas como "La gata sobre el tejado de zinc" de otro grande, Richard Brooks, que adaptó la obra de Tennessee Williams, o "Reflejos en un ojo dorado" de John Huston, con guion inspirado en la novela de otra sureña inmortal Lila Carson McCullers.

El largometraje que nos ocupa hoy es "Carol" y se basa en la novela "El precio de la sal" de Patricia Highsmith, nada menos. Dejo como broche a Edward Lachman, el eminente director de fotografía con más de cinco décadas de profesión que requiere un monográfico por sí mismo, maestro de maestros. En fin, no os aburro con la ficha técnica porque aparece en el tráiler toda entera desde el casting, el montaje, la producción... es brillantísima.

Las historias de amor, son eso: Amor, y los heterosexuales podemos conmovernos igualmente con las que viven personas del mismo sexo, ¡¡¡¡que no contagia!!!!, todavía hay quien piensa que sí. Demasiado sufrimiento, opresión e injusticia han arrastrado, ya es hora de reparar.

Todd Haynes
No sé quien escribe el guion de la vida, pero está claro que cuando considera que es el tiempo adecuado toca con su varita a los artistas para que dirijan el capítulo que les corresponde a cada uno dentro de la estructura, no sé si tendrá decidido el desenlace, mientras tanto me temo que el desarrollo es interminable ya que seguimos tropezando pero en escollos nuevos -no son los mismos aunque creamos que sí- para seguir aprendiendo, para desagraviar.

Es apabullante la elocuencia de todo lo que dice Haynes con la cámara, sin las palabras, el filme comienza con la reja de un respiradero de suelo del metro , para indicar lo que subyace por debajo. Vemos a las protagonistas atrapadas tras ventanas llorosas de lluvia, o en recintos cerrados y desde la imagen de los pasos, de los zapatos el objetivo se eleva hasta salir a la calle, a plena luz.

Cate Blanchett, Rooney Mara y Sarah Paulson completan los procesos: el de alguien que sabe cuál es su naturaleza y vive conforme a ella, sin esconderse, el de la esposa que lo descubre tras haberse casado y decide romper la pareja para no caer en el dolor de la hipocresía -en “Lejos del cielo” la situación era inversa y acompañada además de racismo- y el de la joven que tiene la revelación por primera vez.

Pili Zori.

"El dios de las pequeñas cosas", de ARUNDHATI ROY

             En el club de lectura estamos leyendo la novela de Arundhati Roy “El dios de las pequeñas cosas”.

Pienso que a la atrocidad sólo la salva la literatura, allí encuentra el único lugar de compasión para ella porque se purga entre las páginas para servir de ejemplo a no seguir.

La autora nos hace entrega de una tragedia hermosa en forma de puzzle cuyas piezas -expuestas desde el principio- el lector aprende a colocar temblorosamente viendo al fin el invisible hilo que las encadenaba.

Nos habla de la injusticia institucionalizada, la inocencia truncada en la implacable y literal mirada limpia de los niños que no usan las crueles y corruptas normas de las castas.

Desde el infierno doméstico y privado de una familia india de clase alta pone patas arriba a toda la nación. El doloroso y valiente canto del cisne lo hace una escritora que ama a su país y por ello le duelen los pecados sociales que comete.

A través de dicho clan de clase alta en India, cuyos desprecios y desigualdades consentidos se pueden trasladar a otros estados del mundo, comprendemos mejor muchos de los por qué de esa nación.

Tal vez desde Occidente también se corrompe la identidad, la India no es un cuento de espiritualidades y exotismo, país al que muchos hippies famosos acudieron en busca de otros valores, pero lo hicieron con sus drogas y sustancias, y la música de Ravi Shankar nunca debió servir para justificar esos efluvios con el buen colchón de casa a la espera. Los intocables duermen en el suelo y no hace mucho tiempo se despedían de los tocables de rodillas arrastrándolas para alejarse. En 1949 se abolió el sistema de castas, pero la ley no sirve si la mentalidad no cambia.

La novela narrada con esos rodeos alrededor del eje, del meollo que usan los orientales para charlar, para regatear, para que la verdad se asuma despacio y se concatene, es una explosión de exuberancia, de simbolismo surreal y onírico que se une a su cultura y que finalmente explica como los sucesos de una vida influyen en las demás.

Bebé Kochamma, la tía paterna que al principio parece un personaje secundario y menos relevante, es sin embargo el brazo ejecutor, su capacidad de manipulación con la más exquisita crueldad y sin escrúpulos es espeluznante, Roy desenmascara a ese tipo de personas amparadas por la clase dirigente para que aprendamos a librarnos de su mal.

“El dios de las pequeñas cosas” es sobre todo una historia de amor y muerte, amor y sensualidad aplastados por los prejuicios y los privilegios de clase, es el quejido que sabe contar la dureza con la máxima belleza, y con una forma de narrar que no se había visto hasta este libro y que sin duda revoluciona el arte literario.

El tiempo en esta historia no es cronológico sino emocional y va y viene al ritmo de los recuerdos. El río lleno de inmundicia -en el presente de la novela- ya no fluye como antaño, está estancado a causa de una presa que le impide correr y ser libre por su camino hacia el mar, y un muro oculta las casas pobres para que no escandalicen a los clientes del lujoso hotel de Ayemenem. "Los vapores de la fábrica de encurtidos arrugaban la juventud y encurtían el futuro", nos dice Ammu con esa metáfora tan precisa que representa aquel tiempo estancado que se pudría en su propio caldo.

“El dios de las pequeñas cosas” también refleja el síndrome de Estocolmo frente a la cultura colonizadora, y el complejo de inferioridad anglófilo rodea la historia. El descubrimiento de la polilla desconocida que le fue arrebatado al abuelo, entomólogo imperial, marca como un fantasma eterno el sentimiento de fracaso que impregna a todos los miembros de la familia.

Gracias a esta bellísima novela he comprendido, o al menos me he aproximado, a la profundidad de ese país tan grande y a los agujeros que la escritora denuncia, por ello se escapan el bien, la justicia y la cordura.

Pili Zori.