"Corazón que ríe, corazón que llora", de MARYSE CONDÉ

    Una novela autobiográfica, y subrayo novela porque lo es, ya que ni las biografías ni las autobiografías se escapan de sus partes de ficción dado que la memoria es caprichosa y selectiva y quienes escriben sobre existencias reales inevitablemente omiten episodios o subrayan otros con mayor énfasis, también incluyen los que les han sido referidos, como en el caso de Corazón que ríe, corazón que llora puesto que en las primeras páginas aparece el relato de los acontecimientos del día en el que Maryse Condé vino al mundo y como es natural la autora no puede recordarlos.

    La maestría, a mi juicio, siempre radica en la composición, en la forma de ensartar el lenguaje, en el ritmo y en el tono elegidos, es decir, en el modo de narrar, en el estilo… esos son los ingredientes que cuentan para mí, porque la verdad a menudo es relativa, ¿qué es para cada uno de nosotros? Hay una parte absolutamente verdadera en alguien que nos engaña o se miente a sí mismo porque no importa su embuste sino la razón por la que miente y ahí es donde se esconde la sinceridad que no muestra, la literatura indaga en esos pliegues y a menudo hay más realidad en la ficción.

    Tras leer Corazón que ríe, corazón que llora, y la continuación La vida sin maquillaje, intuyo que Maryse Condé se escarba hasta sangrar para entregarnos honradez, para no quedarse con nada que ella considere que no le corresponde, para desmitificarse, y en ese afán creo que es dura en exceso consigo misma, puesto que la admiración que le profesan el gremio y sus lectores es un obsequio basado en su currículo real, y los regalos no se desprecian aunque consideres que no te los mereces. Ella parece decirnos: vale, fui profesora en algunas ciudades de distintos países africanos y también en Harvard y en la Universidad de Columbia en Nueva York, pero en África a veces apenas vinieron alumnos; en ese afán de modestia parece indicarnos: tampoco supe amar como es debido, y como madre dejé mucho que desear, pero el lector sabe cotejar y entiende la heroicidad que ella no se reconoce cuando recién estrenada la juventud concibe a Denis, su primer hijo de los cuatro que tuvo, y es abandonada, cuando su padre le retira sin miramientos la asignación para a renglón seguido olvidarla, cuando se queda sin madre con apenas veinte años tras haber salido a los 16 del archipiélago de Guadalupe que hasta entonces consideraba su patria.


    Siempre he dicho que comprender no es justificar y ella, la autora, realiza ese desgarro con sus padres, negros supremacistas e inflamados de elitismo que creen que han prosperado gracias a la cultura occidental, concretamente la francesa, teniendo orígenes muy humildes -la madre de Maryse fue la primera profesora de su familia y el padre un prestigioso financiero.

    En la casa de Maryse Condé no se hablaba ni se bailaba ni se comía en criollo, más adelante en su accidentado periplo por África la autora iría almacenando lo que veía y escuchaba, tomaría conciencia de que el suelo que había pisado durante su infancia fue poblado por negreros y que a esa cadena estaba atada la diáspora con sus ancestros, comprendería el significado y contenido del colonialismo y lucharía por la independencia de su tierra guadalupeña y francófona.

    Pero no quiso idealizar su evolución, ya que se topó con intelectuales cuya cultura no les limpiaba ni eliminaba los prejuicios, sufrió abusos para los que no tenía enseñanzas de rechazo y aislamiento por ser y proceder de otro país, por no hablar idiomas africanos nada más llegar, por no vestirse de forma mimética para ampararse en el bulto, para ser una más del grupo, padeció exilio... de modo que no es extraño que tras haber conocido tanto mundo viendo y viviendo en persona los pros y contras hoy se declare nómada, apátrida, y asegure que la identidad suele ser un traje impuesto que o bien te está grande o te resulta pequeño. No obstante África se introdujo en su corazón por el sufrimiento de los niños, por las desigualdades, por la falta de oportunidades y por sus enormes posibilidades.

    Después de varios intentos de amor fallido, (uno de ellos con su primer esposo el actor Mamadou Condé con separación física y geográfica pero sin divorcio durante dos décadas, ambos tuvieron otras relaciones, una importante para Maryse a pesar de la insatisfacción, en la que finalmente el amado se descolgó con que la quería sin hijos), encontró al fin su felicidad con el segundo. De Mamadou conserva el apellido, no por homenaje a él sino porque para ella dicho apellido -que se convirtió en apelativo por el que fue conocida y nombrada- representa el tiempo que pasó en el continente africano. 
   A día de hoy casada con Richard Philcox “su blanco”, puede afirmar que con él encontró la plenitud y la autoestima, lo nombra así bromeando con ironía en recuerdo de aquella pequeña Maryse que descubrió que era negra cuando otra niña blanca jugando a criadas y señoras la maltrató, y entonces la ingenua e infantil Maryse, la última hija de los Boucolon que vivía rodeada de servicio le pregunto ¿por qué me pegas? La niña blanca respondió creyéndose cargada de razón: Te lo mereces porque eres negra.
    He contemplado fotos que hablan de ese amor por sí solas, por cómo están juntos, por cómo se miran. Además de ser el marido de Maryse, ejerce como traductor de su obra al idioma inglés, sin duda ese cometido genera una simbiosis perfecta ya que lo más genuino de un autor es su escritura, y ella ahora se la dicta a él dado que a causa de la enfermedad degenerativa que padece no puede escribir. Se intuye que harán pausas para explicar las razones de lo que va creando y bulle en su interior.

    

La autora declara que en este momento y a su edad se dedica a ella misma y a las demandas de su salud, confiesa que no ha encontrado respuestas pero que lo importante es buscarlas y que se arrepiente de no haber hecho más por su gente antillana, y eso lo dice nada menos que la mujer negra que consiguió con su trabajo la ley francesa que hoy reconoce la esclavitud como un crimen contra la humanidad, la madre que en soledad crio a cuatro hijos en África trasladándolos consigo mientras daba clases en distintos países, la que en determinadas etapas no pudo llenar la nevera para su familia, la mujer que escribió más de treinta libros de literatura, ensayo y teatro, obras que se han caracterizado por interrogarse sobre la Identidad, la memoria, el ideal femenino, la diáspora negra y el colonialismo. La escritora que creó el premio literario de Las Américas Insulares y Guyana y que recibió a su vez sendos y prestigiosos galardones en Francia como el Nacional de literatura sobre la mujer y el Anais-Ségalas de La Academia Francesa, fue la primera mujer que obtuvo el premio Putterbaugh otorgado por EE UU a autores francófonos. La profesora que terminó amando la docencia.

    Y por último recibió con gratitud el premio Nobel Alternativo porque en 2018, por escándalo sexual y filtración de datos, la Academia Sueca tuvo que suspenderlo. En cualquier caso, aunque no sea el oficial, es tal vez hoy más prestigioso ya que lo entregan intelectuales con enorme predicamento valorando las causas que transforman el mundo para mejorarlo. 

Si a todo lo anteriormente dicho le añadimos que ella equipara el arte culinario con la literatura pues ya me enternece y me gana por completo, no puedo estar más de acuerdo.

    Es de agradecer que la editorial Impedimenta conceda un lugar visible a los traductores: Martha Asunción Alonso ha realizado un trabajo brillante, no en vano su tesis doctoral versó sobre la vida y la obra de Maryse Condé, también vivió en Guadalupe en donde impartió clases como profesora y tuvo entrañables encuentros con la escritora en Francia, país en el que actualmente viven ambas. Gracias a Martha y a Impedimenta hemos conocido a esta magnífica y honesta escritora que tomándonos de la barbilla nos ha obligado a mirar hacia mundos no tan remotos pero injustamente desconocidos.


    Un abrazo y hasta el próximo encuentro con el cine o con los libros.
    Pili Zori

"Feliz final", de ISAAC ROSA

 

Comenzar por el final, una ruptura de pareja, para llegar hasta el principio -cuando se conocieron y enamoraron- es la original herramienta narrativa que elige el autor para recorrer en este sincero flash back los escollos con los que se ha ido tropezando el amor de Ángela y Antonio a lo largo de trece años. ¿Habrían sido salvables? El lector decide.

La composición y la estructura cobran cuerpo físico en sí mismas. La novela comienza por el epílogo, y un poema de Eugénio de Andrade, que habla sobre el fin de un amor, nos abre la puerta del capítulo siete, que en realidad es el último.

Acompañaremos a los protagonistas dentro de las páginas, a veces a Antonio y otras a Ángela -y queriendo o sin querer tomaremos partido a su vez alternativamente por ella o por él- (logro que consigue Isaac Rosa dado que sabe construir y dar voz y verdad tanto a un hombre como a una mujer) y en otras ocasiones comprenderemos con equidad a ambos para terminar apreciándolos como pareja y también por separado.

Al “finalizar” llegaremos al principio, al capítulo uno, situado en la última página, y nos volverá a abrir la puerta -esta vez la del prólogo- otro poema de Eugénio de Andrade que habla del instante preciso en el que comienza un amor.

El íntimo encuentro con Antonio y Ángela habrá concluido y tras él abandonaremos la novela habiendo realizado nuestro propio balance.

Durante el terapéutico trayecto ella se expresará en cursiva, él en letra de libro. A veces monologará primero él y a continuación ella, y según vayamos acercándonos al comienzo de esta sincera retrospectiva, habrá momentos en los que hablarán sobre el mismo asunto uno frente al otro, o al lado, y entonces cursiva y letra mecanográfica se irán entremezclando en el diálogo. Más adelante los dos se explicarán a la vez, el autor lo resolvió visualmente mediante columnas -no en vano Antonio en la ficción e Isaac fuera de las páginas son periodistas.

Como dice Juan Mari Arzak: “Este plato es sencillo de hacer, pero se te tiene que ocurrir”. En eso consiste el talento de la renovación formal.

En cualquier caso, la novela retrata de forma fidedigna, y avisa sobre los síntomas, pone palabras donde antes no las había y suscita el interés sobre esa parte desconocida que se resume en “Nos hemos separado” o en el más habitual “Me he separado” ya sin el nosotros.

Sobre los detalles del proceso nadie pregunta por respeto y ese es precisamente el tramo que Isaac Rosa nos explica de forma pormenorizada. La historia que cuenta se sitúa en el contexto de la generación a la que él pertenece.


La novela nos hace un sinfín de planteamientos e interrogantes:

¿En esta época en la que impera el corto plazo, el amor romántico es inculcado y aprendido a través del cine, las series o la publicidad?

¿O sólo lo creen así quienes nunca se han enamorado realmente?

¿Hay un interés comercial en mostrar sucedáneos del deseo, para provocarlo, frustrarlo y garantizar de esa manera el bucle de repetición en el espejismo del consumo?

¿Acaso el deseo sólo funciona a largo plazo si va unido al amor? ¿O en la rapidez del corto plazo de nuestro tiempo se confunde con lo quiero, lo pido, lo obtengo y me lo trae de inmediato a la puerta de mi casa un repartidor de la multinacional?

Ironías aparte, con el símil me refería a la infidelidad que no repara en las consecuencias.

¿Existe el enamoramiento? ¿O, como muchos descreídos piensan, enamorarse es el resultado químico de un estado físico ancestral destinado a la procreación?

¿Puede recuperarse tras un periodo de desamor el amor hacia la misma persona?, ¿son necesarias las crisis para sacudir la alfombra?

Hay ejemplos para todo, hasta divorciados que tras darse un garbeo por el exterior vuelven con los sentimientos más claros. El riesgo, como es lógico es que la otra persona ya no le espere.

¿Hasta dónde se puede tensar la cuerda? ¿Al amor lo matan los caracteres y temperamentos feos? ¿Nos falta educación sentimental?, ¿es necesaria o por el contrario el corazón sabe de sobra hacia dónde tiene que ir?

¿Se entienden bien las señales del semáforo para saber distinguir la recuperación de la conformidad?

No todo es achacable a la independencia económica, conozco personas dependientes que sin embargo ganan mucho dinero, a parejas atadas y con falta de libertad -al menos la de alguno de sus miembros- sin que tengan problemas crematísticos, y también sé de matrimonios que deciden divorciarse a pesar de las dificultades aparentemente insalvables. Por tanto habría que profundizar antes de sentenciar y de echar balones fuera ya que con los mismos ingredientes se elaboran comidas distintas.

¿Tal vez las personas de la edad del escritor –salvo honrosas excepciones- pequen de juvenilismo y por ello teman la llegada a la madurez y como consecuencia generen ese extraño síndrome de Peter Pan y busquen con ahínco la repetición de la intensidad de los primeros años amorosos con otras u otros?

Es sabido que algunos se emparejan porque toca, y tienen hijos por la misma razón, mal asunto si después de dicha elección se dan cuenta de que están con alguien equivocado, también existe la amistad con sexo, o el deseo de espantar la soledad y múltiples variantes de conveniencia que pueden funcionar, pero el amor es un misterio imperfecto al que tenemos derecho, con hijos, sin hijos, con dinero, sin dinero... y sería bueno que en caso de divorcio ambos tuvieran techo y facilidades para volver a ser felices en otra compañía o en soledad y que los hijos no tuvieran que pagar ningún plato roto.

El debate está servido.

La disección, el escáner, la autopsia de Feliz final, vale como espejo en formato y diseño de inventario para todos, pero Isaac Rosa, como ya he dicho en renglones anteriores, refleja fundamentalmente en el azogue a su generación –o a un gran sector de ella- nacida en democracia y con todas las expectativas de alegría y progreso que la nueva era prometía y que finalmente no se cumplieron.

Estar en paro es malo, pero en el mundo laboral de hoy las normas en su mayoría no son precisamente democráticas sino más bien de edad media.

La duración de los trabajos suele ser inestable, los sueldos no equivalen a las necesidades básicas y dichas parejas las cubren con dificultad aunque tengan empleos muy titulados.

La precariedad no sólo es aplicable a la pobreza, tener tiempo para trabajar y no para vivir nos vuelve frágiles en todos los aspectos: dificulta la crianza de los hijos, complica tener techo, comida, educación, odontólogos, oftalmólogos… el tiempo es necesario para escuchar, comunicar, amar, crear… para tener espacios comunes y no jaulas –como el protagonista nos dice- en las que se comparten cansancio y soledades, en las que no se hace el amor sino un cuerpo a cuerpo de masturbaciones mutuas con las caricias del otro.

Quizá los protagonistas pertenecen a “la generación más sobradamente preparada de la historia de España”, y haber sido educados para el triunfo tal vez elimine la capacidad de lucha, de resistencia, de encajar la frustración, el fracaso.

En el coloquio de nuestro club de literatura, también se habló de los daños colaterales que en la novela apenas se tocan: los que padecen los hijos de padres separados, del egoísmo a la hora de repartir bienes o deudas... Imagino que en los próximos encuentros surgirán muchos epílogos enriquecedores añadidos por nosotros, todavía estamos reflexionando sobre las primeras cien páginas, aunque me di licencia para leer la novela completa y hace días que la terminé, nunca hago spoiler.

Una vez expuestos todos los elogios anteriormente dichos añadiré alguna pega:


Hay una escena que me molesta especialmente, en ella los protagonistas que en ese momento viajan en el metro, se sienten superiores a una pareja mayor que ellos, mal avenida en ese instante, seguramente por un enfado momentáneo o arrastrado, no se sabe. Antonio y Ángela piensan con aversión que ese hombre y esa mujer son el reflejo de un futuro al que por nada del mundo quieren llegar, también critican a sus padres por la misma razón.

La altivez joven, la necesidad de destacar, de sentirse especiales y naturalmente de juzgar es un pecado de juventud, como cuando alguien exclama para sobresalir y diferenciarse “¡Uy, a mí eso no me pasa!”, de inmediato me dan ganas de apostillar: “Pero te pasan otras cosas, ¿de qué vas?”, o de añadir “las discusiones se oyen, los besos no, y enfadado nadie resulta guapo ¡tú qué sabrás!, puede que si ahondas salgas perdiendo en la comparación”.

No estamos en el interior de las personas y habitualmente conocemos los hechos in media res, sin lo de delante ni lo de detrás.

En Feliz final hay un hilo conductor: la referencia a la película que ambos protagonistas vieron por separado cada uno en su habitación de hotel cuando se conocieron, es una atinadísima elección “Te querré siempre” así la titularon en nuestro país, o “Viaggio in Italia” que fue la designación original. Aquel filme dio paso en su día a una moderna forma de narrar muy ponderada por Cahiers du cinema.

El largometraje trata el mismo tema que hoy y en esta novela nos ocupa, fue protagonizado por Ingrid Bergman y George Sanders y dirigido por el esposo de la actriz, Roberto Rossellini, e ilustra un proceso similar (el matrimonio Rossellini tuvo muchas dificultades y rechazo social en aquel Hollywood de 1954, otro día si os parece tocaremos esa historia).

Como veis, la novela suscita reflexiones e invita a compartir experiencias, pero lo mejor es que nos muestra los sentimientos, alegrías y dificultades de una generación sumida en un mundo en el que la solidaridad y la ayuda mutua fuera de la familia brillan poco. Un mundo del que todos formamos parte a cualquier edad, una existencia a la que le deberíamos arrancar el blindaje porque cada una de nuestras actitudes repercute en los demás y no sirve mirar hacia otro lado ya que afrontar y no evadirse es lo que nos convierte en humanidad.

Al amor hay que arroparlo entre todos, crearle una buena atmósfera, darle facilidades para caminar y desarrollarse y no al contrario, y si se convierte en desamor con mayor motivo hay que protegerlo porque el derecho a equivocarse es inalienable como el de recibir reinserciones y nuevas oportunidades.

Buscar víctimas o culpables es un craso error. Se tiene derecho a dejar de amar a alguien, lo fácil es preferir ser el abandonado y no quien abandona, pero es una falsa premisa, y una vez pasado el duelo el sol vuelve a salir para todos.

El arranque metafórico de Feliz final es precioso, un sofá cojo desde que ángela y Antonio lo compraron, la porquería que se sedimenta detrás de los muebles y que queda a la vista en una mudanza, el orden cronológico de las fotos, los recuerdos… y la frase clave “Nosotros íbamos a envejecer juntos”. Ese era el plan común.

Isaac Rosa tiene una enorme destreza y potencia con el lenguaje, tanta que el lector olvida lo bien que escribe imbuido en las imágenes tan difíciles de crear sin que haya apenas escenarios. La novela me remitió a la magnífica serie “En terapia” dirigida por Rodrigo García, en ella una habitación con sofá y sillón para paciente y terapeuta sujetando los primeros planos con apabullante honradez y entrega bastaron para descubrir los desnudos anímicos de mayor hondura que he tenido la suerte de presenciar.

Feliz final no es un libro de evasión sino introspectivo y por tanto de lectura atenta.

Un abrazo y hasta el próximo encuentro con el cine o con los libros.

Pili Zori