En este imaginario pueblo sureño del estado de Alabama en el que la escritora Nelle Harper Lee recrea desde el recuerdo su pueblo natal, Monroeville, en el tiempo concreto de la gran depresión cuando ella cumplía 10 años, se desarrolla uno de los alegatos más bellos y eficientes contra el racismo y las desigualdades que haya dado nunca la literatura. Fue la única novela publicada por esta autora.
Esta preciosa novela iniciática se enfoca desde la mirada de la infancia, justo en ese umbral en el que se pierde la inocencia para contemplar sin vendas el mundo adulto, y el veredicto resultante es un retrato duro y diáfano que no admite componendas.
En muy pocas ocasiones se produce un hallazgo de vigencia que perdure tantísimo tiempo, año tras año, lustro tras lustro, década tras década… y que ha saltado incluso de siglo. ¿Por qué? Tal vez porque despierta y remueve la conciencia de un modo tan claro y tan de sentido común que nadie puede escabullirse.
Y los niños, de nuevo sentados en el apartheid de los negros durante el juicio, en la parte alta de la sala… vuelven a corroborarlo. A veces para cambiar el mundo basta con un gesto que defina una actitud. Atticus conoce por su nombre a cada uno de los vecinos del barrio negro. Se me saltaron las lágrimas al ver las escaleras llenas de los mejores presentes para el hombre que los había defendido aunque perdiera.
No me extraña que el guionista Horton Foote se llevase el oscar al mejor guión adaptado porque el trabajo estaba prácticamente hecho, característica común de los grandes escritores sureños son muy cinematográficos. (Lástima que no hayamos podido ver la película en grupo, la biblioteca pública está a rebosar de actividades todos los días –buena señal- y no queda ningún espacio libre para la proyección, y dadas las condiciones de nuestro punto de reunión no se puede, la sala de juntas, a la que la directora llama de usos múltiples, en la que nos congregamos alrededor de una gran mesa es magnífica para propiciar el coloquio, pero dificultosa para ver cine porque como somos tantas en círculo nos impediríamos la visión unas a otras, hay poco espacio entre las sillas y los muebles y si alguna se retrasara obligaría a remover, por esa razón decidí finalmente suspenderla a pesar de que los trabajadores de la biblioteca se habían esmerado en los preparativos, nunca será suficiente nuestro agradecimiento ya que aguantan con infinita paciencia que les tomemos al asalto las estancias y también a ellos. La película está libre, de todos modos, para sacarla prestada y verla en casa.
Perdonad el inciso, me gusta que imaginéis el entorno. Continúo. Decía que no hay un modo mejor de discernir sobre lo que es justicia y lo que no que presentándolo en forma de juicio para que el lector, el espectador… pueda ver y discernir con claridad los argumentos a favor y los que están en contra. Tal vez por ello gustan tanto los libros y películas de juicios. Intentar comprender la vida desde todos los ángulos, con todos los puntos de vista posibles es un ejercicio obligado, algo así como lo que entendemos por caminar un largo trecho con los zapatos de otro. Cada vez es más importante la lucha interior por no adocenarse por no dar nada por hecho sin haberlo tamizado antes por nuestra reflexión, sólo así se tiene derecho a opinar, de lo contrario estaremos repitiendo consignas, lo escuchado en los medios… y nunca podremos adquirir nuestro propio criterio. Hacerse preguntas es más duro que seguir directrices, pero sólo así se pueden ir creando leyes más pormenorizadas y justas y por supuesto revisables.
Robert Mulligan dirigió la película en 1962 y fue otro bombazo (ocho nominaciones y 3 oscar: mejor actor, mejor dirección artística y mejor guión adaptado). El film a la par que la novela se mantiene en el tiempo, las miradas de estos dos grandes artistas, Harper Lee y Mulligan, contribuyeron a crear un modelo paterno de rectitud y honestidad en un medio hostil que todos los hombres de cualquier tiempo querrían emular, ambas, novela y película, colocan en su sitio y especifican lo que es la verdadera valentía, que nada tiene que ver con la vanidad del alarde, y sí con la dignidad y la necesidad de luchar aún a sabiendas de que la batalla está perdida. Una de las enormes cualidades de libro está en los matices, en esa forma de distinguir lo individual de lo colectivo, en ese afán por no englobar y justificarse al amparo de actitudes gregarias.
En nuestro club intentamos como siempre verle las tripas a esos bajos instintos o sentimientos que llevan a las personas a sentirse superiores a otro ser humano y con derecho a despreciar, tal vez necesitemos espantar los miedos indefinidos que nos atenazan y necesitemos inventarnos un enemigo común, el de turno, para que pague el pato, haciéndonos la ilusión de que así nos ponemos a salvo.
También, como de costumbre en el club, se hicieron análisis históricos, artísticos, psicológicos y sociales sobre esta novela tan pedagógica con los que llegamos a la conclusión de que no sirve de nada que alguien tire todos los palos del sombrajo si no tiene preparados otros nuevos para guarecerse, la libertad es como la tierra de cultivo, primero hay que abonarla para que germine después. No te pueden soltar en medio del desierto para decirte: Hala, ya eres libre, ejerce.
Hasta llegar a que en los Estados Unidos haya un presidente negro han tenido que ocurrir muchos acontecimientos que E. V., una de mis compañeras, tuvo la gentileza de ilustrar. Tal vez, al menos eso espero, estén próximos los tiempos en los que las personas nos miremos a los ojos sin plantearnos de qué color somos -salvo para sentirnos atraídos por la belleza de la variedad- y por debajo no quede ningún lastre latente pudriendo nuestro corazón. Tampoco olvidemos que aquí pastoreamos serios problemas de convivencia con las personas que nos llegan de otros territorios, y aunque comprendemos de maravilla el problema de la segregación que se produjo en Estados Unidos porque está lejos lo que ocurre aquí es exactamente lo mismo.
Había una canción bellísima que cantaba Rosa León, -no conozco el nombre de quien la compuso, perdonad- espero que os guste como regalo:
Entre tu pueblo y mi pueblo
hay un punto y una raya.
La raya dice no hay paso
el punto vía cerrada.
Y así entre todos los pueblos
raya y punto, punto y raya.
Con tantas rayas y puntos
el mapa es un telegrama.
Caminando por la vida
se ven ríos y montañas
se ven selvas y desiertos
pero ni puntos ni rayas.
Porque estas cosas no existen
sino que fueron trazadas.
Para que mi hambre y la tuya
estén siempre separadas.
A mi compañera J. A. le parecieron forzadas y poco creíbles algunas escenas como la de que a los niños se les permitiera estar presentes en un juicio por violación, y tampoco creía que el lenguaje de Scout correspondiera a su edad. Llegamos a la conclusión de que aunque algunos pasajes estuviesen forzados sí eran necesarios para mantener el punto de enfoque que la autora había escogido, en todo momento es el de los niños y en esa decisión tenía que mantenerse, por ello Jem y Scout están siempre presentes, bien escuchando a escondidas o bien participando activamente. J.A. añadió que le hubiese gustado que Atticus no fuera tan perfecto para podérselo creer mejor: “Yo quiero mucho a mi madre” -expresó- “pero también le veo defectos”. Dilucidamos sobre si la novela estaría hecha con intención de homenaje a la memoria de su padre en cuyo caso la autora habría querido destacar su rectitud obviando lo demás, a lo que L. S. apostilló que por fortuna sí hay personas así y que su madre era una de ellas.
En un tiempo de tanta corrupción viene bien recuperar el verdadero sentido de una profesión casi sagrada como es la abogacía.
C.O. recalcó que Atticus no estaba defendiendo en particular al hombre negro sino a la justicia que nos engloba a todos y que el tema principal no era el personaje sino la idea que transmitía.
Se vertieron opiniones extraordinariamente enriquecedoras, no puedo reseñarlas todas pero cerraré con una de las más bonitas, la pronunció M.J.: “A mí leer este libro me hace sonreír por las ocurrencias de los críos y por su forma de mirar el mundo, me deja feliz”.
Teniendo en cuenta que refleja una época de crisis similar en muchos aspectos a la actual es esperanzador que nos recuerden que hay otros aspectos además de los materiales y que nos las podemos arreglar sin acobardarnos y sin dejar por ello de señalar las injusticias.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro en el que habremos leído “Desgracia” del Premio Nobel John Maxwell Coetzee.