"UNO PARA TODOS", película de David Ilundain

 Perfecta, bonita, necesaria... 

Cuando el cine además de arte en sí mismo, es un arte aplicado. 

Un maestro cae temporalmente en un ámbito rural para sustituir a otra colega en un pequeño pueblo de Aragón, él también carga con su trastienda, y aunque es tangencial el guiño, y sólo resulta relevante para el personaje, si estamos atentos a la sutileza de ver el título del libro que lee dentro de su coche y sabemos de qué trata, hallaremos algunas claves del conflicto familiar que arrastra el protagonista, y por ello muchos fotogramas después comprenderemos que todos somos maestros y alumnos a la par: una conversación con una alumna dará como resultado la llamada de teléfono que cerrará y resolverá el bucle.

La integración del nuevo maestro no es fácil, sabe que su paso por la pequeña localidad será temporal y sin arraigo, o eso cree, tendemos a pensar que echar raices proviene de la permanencia en un lugar, pero en realidad anidan en ti, tu interior es la tierra de cultivo y te acompaña a lo largo de la vida donde quiera que vas, el fruto es la experiencia y cuando Alex, el profesor, es consciente de que los compañeros han mirado para otro lado caminando sobre la superficie sin ver, o sin querer ver, nosotros también calibramos el tamaño del marrón que le cae a un docente cuando se produce el acoso, y sin justificarlo entendemos que algunos se pongan de perfil y minimicen con la expresión "cosas de críos", pero el abuso de unos niños contra otros destruye infancias desprotegidas bajo una apariencia de normalidad, casi siempre en la sombra, a hurtadillas, escondido...


El espectador se adentrará como adulto en ese lugar perteneciente a sus hijos en el que él no está: la escuela, y en el interior del aula asimilará el problema tan difícil y extendido que quema y al que no parece fácil hincarle el diente: el bullyng, oculto hasta para la familia que tampoco lo ve ni sabe achacarlo a determinados comportamientos que son clave para descubrirlo. 

A su vez los niños que vean la película se reflejarán en ella, pero también completarán la vida que sus enseñantes tienen fuera de la clase. 

El director David Ilundain nos cuenta la historia sin atenuantes, ni colorantes o edulcorantes, ni siquiera la enfermedad de uno de los críos exime o amortigua el daño que ha causado ni sus consecuencias, pero en este largometraje se trata a fondo dicho acoso y precisamente por eso tiene arreglo y es de agradecer que podamos contemplar el proceso. 

La película es preciosa, realista y creíble como un nítido espejo. 

El educador (David Verdaguer en el papel de Aleix) es carismático, tiene conexión con los niños y verdadero respeto por ellos, y en mi opinión nos regala pautas a seguir en ese camino tan pedregoso que aún no está bien trazado, una lacra que no estamos abordando como es debido.

Con pinceladas firmes y seguras Ilundain lo cuenta absolutamente todo y a muchos metros de profundidad aparentando sencillez, como se suele decir cuando leemos una buena obra: "Es difícil de escribir pero fácil de leer". 

Trata el compromiso o la ausencia de él con un amor incipiente que podría darse -entre la profesora de refuerzo y Aleix- a mi juicio queda abierta la posibilidad si se acomodan las circunstancias de ambos, y no hay nada más hermoso, tanto en cine como en literatura, que lo sugerido, lo que se lee entre las líneas, o entre los fotogramas, palabras que no se pronuncian con la boca pero sí con los gestos, con la fuerza de los ojos.

Todos los puntos de vista están servidos, con las versiones de cada alumno dibujamos el poliedro, la película no es maniquea, y en la vida cualquiera puede ser el acosador o el acosado, no lo olvidemos, y la mirada del autor además de comprensiva es compasiva.

Hay una chica en la clase de familia musulmana que tiene una picardía que también da la medida de hasta qué punto los niños son el puente entre dos culturas y nos llevan ventaja. 

Hasta ahora parecía que en temas de educación llevados al cine ganaba la palma Francia, pero esta pieza es una joya.

El casting, un gran acierto, y el elenco con adultos profesionales y niños que no son actores es para descubrirse, y todo el equipo, fotografía, música, composición, montaje... le otorga al filme un toque de veracidad que sin rayar en el documental te hace creer que te has colado de rondona en una realidad hasta ahora velada para ti, porque a lo largo de la historia del cine se han realizado multitud de películas sobre escuelas, pero todas ellas, aún siendo magníficas, tienen un polvillo de ensoñación irreal, de deseo idealizado, esta no, ésta termina bien porque así tiene que ser.

Me habría gustado compartir el vídeo de la entrevista completa que le hicieron a su director David Ilundain en Días de Cine, pero no he hallado el modo. De manera que os invito a que lo busquéis, es fácil.

Podéis ver la película en Rtve play. Yo la uno a la novela de Toni Hill que tanto me impresionó Tigres de cristal.

Que la disfrutéis, un abrazo.

Pili Zori

"FATUM", película de Juan Galilñanes

Magnífica película, con todos los detalles muy bien elegidos, empezando por el título, cuyo significado no puede ser más preciso, la idea, el ritmo, la evolución, los debates que suscita, las emociones que provoca... perfectos. Si la ves frente a la pantalla de tu televisor participas en voz alta como una posesa, trepida, te lleva.  

La dirección de Juan Galiñanes está realizada para aplaudirle hasta con las orejas, cuánto me gustaría ver cómo da las pautas. 


El director de fotografía siempre es importantísimo por la elección de interiores, exteriores, picados, contrapicados, por los primeros planos que apabullan, y por todos los encuadres, por comprender muy a fondo los deseos del director... y en este caso Alejandro de Pablo está para descubrirse. Buscadle por internet. Y la música, que apela directa a nuestra emotividad, en Fatum con el latir del corazón siempre de fondo marcando el ritmo -enseguida entenderéis por qué es fundamental ese palpitar-, pues qué queréis que os diga: Manuel Riveiro ha creado una banda sonora sublime. Da gusto ver comó trabajan los compositores con la orquesta, como he dicho en otras ocasiones a veces crean a priori, otras lo hacen mirando las escenas en la pantalla muda, o durante el montaje... 

En fin, pido disculpas por mi falta de pericia ya que hablo como simple espectadora, pero con razón dicen "¡Qué grande es el cine!" cuando tantos artistas enormes se ponen a su servicio y emsamblan y conjugan en favor de toda la maquinaria.

Nuestros actores españoles no sólo tienen un nivelazo en su profesión, también la riqueza cultural que aportan para defender sus trabajos y la hondura de sus reflexiones nos indican la profundidad del magma y sedimento de todas las vidas que interpretan y atesoran con cada filme, serie u obra de teatro. Verlos y escucharlos en las entrevistas es un privilegio y una enorme transmisión de conocimiento.

Fatum es un largometraje de acción, un thriller que trata la culpa, la  inmadurez de un padre que busca atajos económicos a la desesperada sin tener consciencia de su adicción al juego, la película explica la tentación del dinero, ese becerro de oro, dios tirano ávido de sacrificios humanos, va sobre cómo asumir la responsabilidad, las consecuencias, nos dice que la venganza no devuelve vidas,  nos habla del modo de ver tan diferente de mujeres y hombres -de madres y padres- el tema que esta historia desgarradora plantea, muestra el abismo al que te asomas cuando hay que tomar decisiones de encrucijada, expresa nuestra fragilidad ante las torceduras del destino..., pero aunque no soy partidaria de etiquetar por géneros, diré, para que se comprenda mejor que como en todo hay calidades, y sin ser una pieza pretenciosa, o quizá por ello, Fatum es enorme.

Pili Zori

DÍAS MEJORES, serie de TV

Serie creada por: 
Cristóbal Garrido, Adolfo Valor, Daniel Martín Serrano, Sara Alquézar y Alba Carballal. 
Dirigida por: 
Alejo Flah, Arantxa Echevarría y J. Linares.
Personajes principales: 
Blanca Portillo como Doctora Laforet. Alba Planas interpretando a Graci. Marta Hazas encarna a Sara. Erick Elías en el papel de Pardo. Y Francesc Orella representando a Luis.
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Cinco protagonistas para quitarse el sombrero, acompañados de un extraordinario y largo elenco de actrices y actores por el que hay que felicitar a los responsables del casting, un lujazo. Veréis como ningún papel es secundario, tan sólo las apariciones son más cortas, pero necesarias como contrafuertes para sujetar y también para sostenerse en sí mismas. Os invito a que busquéis en internet la larga e importante lista. 
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DÍAS MEJORES es una magnífica serie en todos los sentidos: buen engranaje, reparto extraordinario, interpretaciones de matrícula de honor, como era de esperar con ese equipazo, muy bien escrita, giros sorprendentes justo cuando el espectador –pasándose de listo- cree que serán predecibles, y nada más lejos porque las vueltas de tuerca y los golpes de efecto aparecen en los momentos adecuados, y de forma inesperada. 

Las imágenes, evolucionan desde la sombra y la noche hacia la luz del sol con pocas herramientas, las precisas, como firmes trazos de acuarela, sin retoques, sin trampa ni cartón; los actores y actrices se dejan la piel, y a ti con la boca abierta. 

Casi todos los escenarios son de interiores sin que por ello deje de ser cine lo que vemos. Sí, no es un error, como ya he comentado otras veces, las buenas series son largometrajes con más capítulos -aclaro mi afirmación-: soy consciente de que el lenguaje cinematográfico, el televisivo y el de teatro son diferentes, la construcción, estructura, composición, arranque, desarrollo nudo y desenlace e incluso el ritmo son distintos en cada caso, pero hoy, por fortuna, las tres disciplinas se nutren entre sí, hacen fusión y la libertad es mayor y por tanto  más grande su riqueza. 

En Días mejores contemplamos un tema delicado con abordaje y tratamiento perfectos: el duelo. Cuatro pacientes y su terapeuta se dan cita para poder manejarlo sin ahogarse. Son padres o madres que han perdido a su pareja y han de cuidar solos a los hijos, ese es el factor común que unifica al grupo tan dispar en apariencia. 

La orfandad siempre es delicada y compleja y no resulta fácil distinguir quienes están más desamparados, si los adultos, los niños, los adolescentes o los jóvenes, porque hasta que se aprende a vivir de nuevo, la incertidumbre, el miedo y la tristeza van y vienen de unos a otros con sus silencios o explosiones -en distintos tiempos- que influyen y afectan como vasos comunicantes, pero también dan apoyo y abrazan la fragilidad mutua.

Hay una frase, para mí bellísima -entre otras muchas porque el guion es subrayable en cada línea, lamento no transcribirla literalmente, no la apunté-, se la dice Pardo a su hija Lali:

"Es más fácil estar enojado que triste". 

Tal vez siempre miramos las sillas que nos sujetan por encima del asiento y no por debajo.  
Cada historia está narrada y vista en su compartimento estanco privado y familiar, pero no son islas, el espectador observa las escenas y pasajes que cada paciente cuenta y comparte en la sesión de terapia, y también ve lo que omiten, e incluso la verdad de quienes mienten, la mentira siempre esconde una realidad que se delata, se transparenta, por eso hay que poner boca abajo la silla para observar y comprender bien lo invisible.
 
¿Por qué te enfadas?, ¿Lo sabes? ¿Qué te duele? ¿Qué necesitas? ¿Qué buscas? ¿Qué anhelas? ¿Qué quieres? La dificultad está en encontrar las respuestas.

El grupo lo forman personas con distintos estatus, provienen de diferentes generaciones y problemáticas, y en ese círculo los componentes se van vinculando poco a poco con una clase de relación afectiva potentísima, puesto que el punto de partida es la obligatoria sinceridad con uno mismo y con los demás. 

Arbitrados y guiados por una psicóloga que a su vez tiene trastienda de dolor, los espectadores nos uniremos a las emociones y vivencias de los protagonistas buscando pautas a seguir porque sus zozobras nos tocan muy de cerca, estamos dentro de la serie dado que todos sufrimos pérdidas y las afrontamos como buenamente podemos. Mal de muchos no es consuelo de tontos y como dijo Publio Terencio "Nada de lo humano me es ajeno". 

Los creadores de esta historia de historias que surgen y se abren como matrioskas han contado con nosotros y la contemplación del espectador no es pasiva, odiaremos a ratos algunos comportamientos de quienes están alrededor de cada miembro del grupo -hijos, familiares, amigos, amores...- por el que hemos tomado partido desde el principio, y después los amaremos de inmediato cuando comprendamos su proceso y sus razones. 

En mi opinión, en esta serie no hay personajes secundarios, todos están sublimes en la interpretación que les toca y en el espacio que ocupan en la obra, y el dibujo de sus experiencias vitales muy bien perfilado, no hay estereotipos, aunque te puedes reflejar en cualquiera de ellos porque son como tú.

He de confesar que me gusta tanto esta pieza dividida en dos partes porque lo que más valoro en literatura y en cine, es la construcción de personajes, y ahí han dado en pleno centro de mi diana con todas las flechas del carcaj, han recibido el soplo de la vida seres que antes no existían y han creado para ellos entornos creíbles de trabajo y familia para que los habiten, no hay rincón que huela a atrezo, pero sí a verdad, los protagonistas se funden con sus casas y lugares cotidianos como si fueran propios.

Según las palabras de sus creadores, Graci, Sara, Pardo, Luis y la doctora Laforet son buenas personas, que lo único que intentan es salir adelante para que tras sobrevivir puedan volver a vivir con todo lo que conlleva esa arriesgada aventura. Y yo agrego que las cicatrices y roturas hay que pegarlas con el polvo de oro, o el de plata o de platino del kintsugi, ese arte japonés que revitaliza los objetos rotos, las heridas también cuentan nuestras historias, Andrés Newman nos lo enseña con maestría en una singular y hermosa novela titulada Fractura de la que otro día hablaremos.  

La serie me ha servido de mucho porque no solamente es bella, también es aplicable como todas las artes, además creo que se escribió antes de que se produjera la sensibilidad que ahora tenemos hacia las dolencias psicológicas, y en este punto sí que voy a sacarle un defectillo que tal vez no sea atribuible al libreto y que se sale de la pantalla, pero me apetece declararlo: la doctora de Días mejores ejerce de forma privada, y algunos de los protagonistas tienen la economía muy precaria y maltrecha, y al precio que están las sesiones pues me pregunto cómo han ido a parar a esa consulta. Me habría gustado saber quién o quienes les remitieron a la terapeuta y de paso aprovecho para reivindicar muchos más puestos de trabajo para psicólogos en la Seguridad Social, en colegios, empresas, instituciones… porque hacen muchísima falta y es una urgencia que debería ser prioritaria.

Como decía anteriormente me han gustado mucho todos y cada uno de los episodios, el contenido alivia y aunque parezca una perogrullada lo que voy a exponer, no por ello carecerá de importancia: saber que todos cometemos errores y que soltamos cagadas notorias no minimiza la necesidad de reparar el daño. Mal de muchos no es consuelo de tontos.
Quizá lo más difícil sea que nos perdonemos a nosotros mismos, sobre todo si el Pepito Grillo te da la tabarra y eres sensible en exceso, y conseguir que te perdonen tampoco es sencillo ya que no basta con pedirlo, “Vas a tener que hacer senda” decía mi madre para sí, sin referirse a mí, cuando le hacían daño, yo estaba absuelta de antemano por su corazón enorme. Pero aprendí, no obstante, a trazar senderos.

Es cierto que cuando comencé a ver la primera parte de Días mejores me dije: No sé yo si va a ser lacrimógena y con recursos facilones, exhibicionistas y morbosos, pero no. Me han encantado las dos temporadas porque enseñan a aceptar, al menos esas han sido mis conclusiones: 

Sufrirás injusticias y las cometerás; no todo tiene respuesta o arreglo; no existen los oráculos ni tablas de otros diez mandamientos; hay que saber perder y asumir que no se cumplan las expectativas; admitir que pasan los años y que vaya chapuceja corriente, moliente y pequeña que es tu balance vital lleno de torpezas, orgullos y resentimientos absurdos.
Pero el amor todo lo puede, y por muchas intelectualidades que rebusquemos, la inteligencia no va de convertirte en un cínico, estamos hechos de esa necesidad de amor, para darlo y recibirlo y lo demás tan sólo son moscas cojoneras, piedras en el camino y cuestión de temperamentos. 
Sí, como veis mi recapitulación es muy simplona. 
 
Vale, tampoco es que sea muy relevante mi subjetivo epílogo, nada hay nuevo bajo el sol, ni he descubierto la pólvora, pero algunos estribillos hay que cantarlos en común para reforzar con humildad las verdades del barquero porque son imprescindibles.
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Tras este punto y aparte me gustaría añadir que hay una pérdida sin embargo de la que nadie habla, y no quiero ser agorera, pero como me han metido en la terapia de la serie a capón, pues ahora que se aguanten, somos cinco, con la psicóloga seis y me toca, es mi turno: hablo del miedo anticipado a la muerte de tu pareja, no sabes cómo salir de ese mal augurio, y como buena cobardica preferirías marcharte antes que él, pero el sentimiento sólo es noble por una parte: la de la profunda tristeza y desolación, pero por otra, más recóndita, también es mezquino porque hay un ingrediente que grita: ¡No me compliques la vida yéndote antes que yo porque ya no tengo tiempo ni capacidad para aprender, ni fuerza para acostumbrarme! 
Que sobrevives, ya, todo el mundo lo hace, qué remedio, pero finges y a ratos te entretienes y evades, faltaría más, lo sé porque lo veo tras los ojos de algunas amigas muy queridas que se sienten obligadas a sonreír por los otros, y es cierto, es lo que hay que hacer, por generosidad, dice el mandato de la vida que no admite componendas, pero sin pasarte, no vaya a ser que te diviertas de verdad, (disculpad la ironía). Y lo que estoy diciendo no tiene que ver con la dependencia, la independencia y demás encías. 

En una novela de David Trueba leí algo así: “Después de la muerte sólo hay papeleo”, y aunque resulte prosaico, ¡tiene narices que con la terrible carga de pena vuelvan a enterrarte en burocracias para rematarte! Pero de esas cuitas nadie habla, como si resultara fácil afrontarlas, y no me refiero a no saber hacerlo, la familia ayuda, aunque también lleve su luto en el centro del pecho sin poder respirar, y con dinero todo se resuelve. No, es que no es fácil levantarte para mejorar la vida a los burócratas, es terrible salir de la cama vacía para no verlo más en sus rutinas y bajo tu techo con su voz, con su olor, con su eco. ¿Y cómo se hace para no pensar en ello si cada día te dan el parte de las esquelas y lo ves a tu alrededor?

Hace unas semanas, en el hipermercado escuché una conversación entre dos hombres mayores que yo, hablaban de otro “amigo” por detrás, costumbre española muy arraigada de la que nadie se avergüenza.
     -Es que Agustín –invento el nombre- era muy dependiente de su mujer, y no sabe hacer nada, sólo la compra grande –justificó ante el gesto negativo del interlocutor- no la de cada día, la carne, el pescado, la fruta..., limpiar, cocinar, poner la lavadora, planchar, lo cotidiano de la casa… y claro por eso no lo supera.
Me dieron ganas de exclamar a voz en grito: 
-¡A lo mejor es que la quería, oiga usted, y por eso no levanta cabeza, y ni puñetera gana de comer ni de seguir que tiene el hombre! Al menos durante un tiempo.
En algunas ocasiones sí que vale el refrán “dime de lo que presumes y te diré de lo que careces.” Será tío bruto, me dije. Aunque otro con más posibles habría dicho: pues que meta a una criada, o empleada doméstica, o del hogar, así muy fino él, y a eso se reduciría el duelo y el paso de su mujer por la tierra. El caso es no molestar como si esa clase de dolor contagiase. 
Ya sé que estoy juzgando sin saber, y que no debo, es un desahogo, pero ilustra lo que intento decir sobre este miedo anticipado y sin nombre que bloquea la respiración. 
A nadie le gusta escuchar penas, por eso esta serie tiene un mérito impagable ya que las ha contado en esencia derrochando amor contra el tabú, para sacar a la gente del túnel, con toques cómicos incluidos y muy eficaces, nos ha conectado para hacer que nos miremos en los protagonistas como en un espejo, porque lo que les pasa a los personajes nos pasa en diversas etapas de la vida y han conseguido plasmarlas todas, también la de la despedida que además es preciosa. 

Decía David Trueba -vuelvo a mencionarle- que hay que saber perder, añado que también hay que saber marcharse, pero eso nadie te lo enseña. En cualquier caso y hasta que llegue el fin de la partida, hay que saber vivir para no suspender esa asignatura obligatoria.

Deseo que os guste, el lunes 31 de julio Tele 5 emitió el primer capítulo, imagino que pondrán uno cada semana, y en Amazón Prime la podéis ver entera.

Un abrazo lleno de vitalidad como la serie.
Pili Zori

CITAS BARCELONA, serie de TV

 Aquí estoy pagando las consecuencias de mi avaricia, las cinco de la mañana me han dado enganchada a la mini serie de seis capítulos titulada "Citas Barcelona". Ya me embelesó en su día, desde la primera tanda que emitieron en 2015, creo recordar, cuyos capítulos todavía me acompañan, y ésta otra temporada no va a la zaga. 

La serie cuenta con un plantel de actores y actrices que se comen el objetivo de la cámara en primeros planos inolvidables, el lucimiento es superlativo, la composición física para asomar lo anímico, cuando los has visto trabajar en registros diametralmente opuestos, es deslumbrante, se tiran sin red. Por supuesto su creador y los directores y directoras de cada capítulo merecen los mismos elogios ya que consiguen la unidad siendo muy diversos en los enfoques. 

Citas Barcelona es un trabajo de introspección milimétrico en el que cuenta mucho hasta un leve pestañeo, un pliegue en la comisura de la boca, en el enarbolado de las manos o en la caída de los brazos, papeles que son auténticos bombones, supongo que habría tortas y codazos -lo digo en sentido figurado- por entrar en el casting. 

Siempre se catalogan estas series con la pegatina de "románticas" para darle a menudo a la definición un velado sentido peyorativo, y a saber qué entendemos cada uno o cada una por el contenido de la etiqueta, al fin y al cabo todos los capítulos nos hablan del amor, sí, es el motor que mueve el mundo, y del desamor, el que lo para, pero en ese cofre en el que Pandora levanta la tapa, los males que salen al aire son los matices del miedo, de las inseguridades, del coraje para quedarse o marchar... En definitiva  tratan de la lucha por la parte de vida que de verdad importa, y esas composiciones no son fáciles de realizar ni de llevar a la pantalla: hay que saber destilar el matraz, que de forma previa, has llenado con los ingredientes precisos y  bien medidos, y como reitero en muchas ocasiones, existe una prueba del 9 infalible para saber si una comedia es buena o tan sólo un conjunto de chistes, lugares comunes o gags: si le quitas el celofán y la ternura y se convierte en un drama es que la obra está bien realizada, después los matices de melo, comedia negra y demás..., la colocarán en el anaquel que le corresponda, pero primero hay que construir el andamiaje principal para que sostenga.

Algún crítico ha subrayado que unos episodios tienen más fuerza que otros y por tanto ha concluido que la serie resulta irregular. Respeto las impresiones y experiencias de cada cual, pero en esta ocasión discrepo y me atrevo a decir que a veces es inevitable sentir una mayor empatía -de forma inconsciente- hacia unos actores y actrices y menor para otros, a todos nos ocurre, proyectamos filias y fobias sin pararnos a pensar en una evaluación justa tanto si nos caen bien como mal, hay que saber separar y no hacen falta parámetros, a simple vista se distingue lo bueno de lo óptimo, nos guste más o nos agrade menos la persona que actúa.

La ambientación es tan preciosa y el retrato favorece tanto a Barcelona con sus nocturnos diamantinos, sus collares de farola, el rubí, ámbar y esmeralda de la simetría de los semáforos, las pompas de jabón, los bares, las bicis, Gaudí, el invierno suave... que no creo que otros artistas que no fueran Pau Freixas supieran captar la personalidad de esa ciudad, de brisa suave y abierta al Mediterráneo, siempre moderna en su clasicismo contemporáneo. 

Es una serie muy bonita. Si os gusta bucear en el intimismo, los titubeos, las torpezas, y el difícil arte de convivir. No os la perdáis.

Debajo os dejo el enlace al trailer y en él podréis ver el elenco y la ficha técnica. 

Os deseo buena tarde a todos. Un abrazo.

Pili Zori

https://www.youtube.com/watch?v=kciBUq63hnY

"Quercus", de RAFAEL CABANILLAS SALDAÑA

 En nuestro club de literatura estamos leyendo Quercus. Impresionante y valiente novela de Rafael Cabanillas Saldaña que describe un tiempo silenciado que ojalá esté erradicado para siempre y no vuelva jamás.

La novela es la voz sin mordaza de nuestra tierra. Nos habla de la delicada dignidad que distingue a los protagonistas, de la pobreza impuesta, del amor sin fisuras, de los derechos pisoteados y usurpados, de la sibilina y también tosca siembra del rencor y del dolor tras las humillaciones y vejaciones públicas, de la profanación de la tierra, del respeto a la montaña y a la sierra con los animales que las habitan. 

El libro es un bellísimo canto a la naturaleza, a nuestro ancestral modo de expresarnos que reconocemos en padres, abuelos... en aquella generación tan heroica y valiosa con su precioso y rico lenguaje, lleno de significado y tan reconocible, con el que el autor ha engarzado una composición lírica imponente que trepida, mantiene la tensión, anuncia, advierte... 

Quercus es visual, cinematográfica, se respira porque huele y despierta tus sentidos, los instintos bajos y también los nobles, ya que el lector sufre todo lo que los protagonistas padecen, y clama con infinita indignación por la justicia. 

Es una obra literaria con mayúsculas cuya hondura resarce y sirve de guía emocional para desmenuzar muchas de las lacras que se produjeron en el tiempo de posguerra que describe, durante la dictadura, y nos cuenta por qué dieron origen al vaciado de los pueblos. 

La novela detalla con precisión los mecanismos psicológicos con los que se consigue la esclavitud del alma, la posesión de las personas que para sobrevivir terminan por desarrollar un síndrome de Estocolmo. Contrasta y matiza sin maniqueísmos, al menos para mí, el bien y el mal, para que sepas distinguirlos. Y nos regala unos protagonistas -Abel y Lucía- de cuya honradez y bondad te enamoras para siempre. Y los personajes dañinos, a su vez, están retratados anímica y físicamente con nitidez.

La mirada de Rafael Cabanillas Saldaña está llena de compasión y de compromiso, pero sobre todo de bondad que es el objetivo de más alcance en la vida.

Para algunas personas las páginas de Quercus serán un espejo en el que no se quieran ver reflejadas, por la vigencia de las dos Españas que por desgracia en algún sector permanece, para mí sin embargo la novela es un legado, porque no es necesario experimentar las vivencias de el pueblo que el autor describe para sentir solidaridad, quien se quiera poner de perfil que se ponga, pero que no conozcas Venecia no significa que no exista, así que lo de ojos que no ven corazón que no siente no sirve, ni es aplicable en este caso. 


No me gusta que le comparen con Miguel Delibes, en la actualidad ya no se habla de generaciones de escritores como las del 98, 27 o 50, ni se hacen estudios de literatura comparada que es la que corresponde a los autores de una misma etapa histórica. Creo que ambos -Delibes y Cabanillas Saldaña- son grandes maestros de la literatura y tan sólo coinciden en la temática pero los estilos y las rúbricas son distintos. Me gustan mucho los dos.

La publicación de Cuarto Centenario es preciosa y dice mucho sobre el cariño por los libros como objetos de deseo de un editor que no puede evitar el trabajo bello y bien hecho frente a las churreras de tanto mercader avaricioso.

No sé si es renovación formal que la escritura de esta obra no tenga puntos y aparte, o si se hizo así por cuestión de tamaño, lo cierto es que yo habría preferido espacios de remanso para respirar, pero quiza fue decisión del autor por una cuestión de ritmo y de tono. 

Para abrir boca y para que le conozcáis en persona os invito a que veáis la aparición que hizo ayer en el programa de Tv de Castilla la Mancha "El cuentakilómetros".

Como su currículo es muy extenso os invito a que lo busquéis en Google.

Un abrazo 

Pili Zori

"ROMAN J. ISRAEL, ESQ", película de Dan Gilroy

 Es la segunda vez que veo este largometraje que tanto me entrega. Con él reflexioné en profundidad para llegar a la conclusión de que no existen personas impecables, cabales siempre, ni completamente honradas a las que agarrarte.

Las tentaciones existen, y el peligro de corrupción en mayor o menor medida también, por cobardía, por egoismo, por envidia... por perentoria necesidad.
Todos vamos a traicionar en algún momento a alguien, a lanzar una maldad de mayor o menor envergadura, que para el caso es lo mismo, ya que el efecto dominó con todas sus consecuencias de derribo está servido.
Y además tenemos un arsenal de justificaciones preparadas para eliminar la sed de justicia y calmar la de la conciencia, y paradójicamente me quedé más tranquila, enseguida explico por qué:
Pensé, o más bien sentí -lo mío siempre es emocional y por tanto más fiable- que hay que cambiar el enfoque de la honorabilidad, y sacarlo de nuestro interior, para trasladarlo al territorio común en el que se halle el sentido de lo humano, que es el que de verdad nos vincula y no nos compartimenta a cada uno en su parcelita para cerrar los ojos y no ver lo que ocurre y trasciende al otro lado del tabique -de inmediato lo concreto:
Era la prrimera vez que yo comprendía -al ver este largometraje- que nuestra salvación son las leyes, y también la primera vez que les daba todo el valor que tienen porque las leyes pueden protegernos de nosotros mismos. Esa es la tranquilidad, y a ellas hay que dedicarse en cuerpo y alma hasta que estemos seguros de que cubren todas y cada una de las opciones, de las necesidades... y para elaborarlas, para estudiarlas con todos sus matices e ingredientes hay que bajar y también subir a los tajos, los que se encuentran a pie de calle y también a pie de ascensor para elevarse, y para descender a los subterráneos, a los bajos fondos... sin dejarnos ninguno por analizar, ni cúpulas ni cloacas.

Denzel Washington está sublime, borda su papel. Sabemos que es un hombre religioso, además de espiritual y muy comprometido, y con esta maravillosa película su interpretación me ha calado a mucha hondura.
Colin Farrel ejecuta una actuación increíble en el papel de abogado George Pierce. En realidad todo el elenco en su conjunto es extraordinario, y está tan bien medida cada aparición que no hay parcela pequeña ni secundaria, es lo que ocurre cuando se rema a favor de obra y sin estrellatos: que surge y brilla el equipazo como un mecanismo de precisión perfecto y en sincronía.
El espectador recibe la reprimenda de haber juzgado a priori y equivocadamente al abogado George Pierce, siempre andamos creando arquetipos desde la superficialidad del aspecto, joven letrado actual y por tanto un tiburón sin escrúpulos suavizado por la ropa de firma.
Por fortuna queda claro en el filme que nuestra obra permanece, y por ellas nos conocerán, y el inmenso y minucioso trabajo de Roman para crear un nuevo sistema judicial lo reciben como herencia ese joven abogado y Carmen Ejogo en su magnífica representación de Maya que cubre un valiosísimo y necesario trabajo social, ahí es donde Roman establece el vínculo entre dos mundos aparentemente irreconciliables hasta ese momento y los cose con pespunte irrompible.

Me gusta mucho este filme y me hace un gran bien que es mejor todavía. Como es natural aunque obtuvo sendos y prestigiosos premios no es un largometraje comercial, y hasta puede resultar incómodo, pero quiero dedicarle toda mi admiración a su director y guionista -aunque prefiero nombrarlo como escritor de cine- Dan Gilroy, un autor con mayúsculas. Y para cerrar el broche os dejo una frase de oro que pronuncia Roman J Israel:

"Todos valemos mucho más que lo peor que hayamos hecho"

Pili Zori

"Salvo mi corazón, todo está bien", de HÉCTOR ABAD FACIOLINCE

 ¿Tiene sentido el celibato hoy?

¿Sería la vida familiar y la paternidad un impedimento para la entrega a la labor del sacerdocio?

Sin dejar de plasmar los abusos de poder, y ciertos comportamientos delictivos en el seno de la iglesia tales como la pederastia, Héctor Abad Faciolince quiso contraponer que al mismo tiempo que todo eso ocurría, curas cultos y buenos como “El gordo” hicieron un canto constante a la vida y consideraron que Dios también se expresa a través de los bienes transformadores de la cultura, porque el arte es un consuelo. 

Luis Alberto Álvarez, el sacerdote en el que está inspirada esta historia, generó las vocaciones de grandes cineastas colombianos a los que impartió sus apasionadas y didácticas clases y su amor por la música clásica y por la ópera. 

Todos los cinéfilos esperaban con anhelo su columna como crítico de cine para acudir de inmediato a la sala y en el patio de butacas contemplar la proyección del largometraje en la pantalla si para él había sido memorable, y ese delicado y minucioso trabajo lo hizo al mismo tiempo que Medellín y Colombia entera eran un hervidero de balas en el campo de batalla dominado por el cártel de los narcotraficantes.     

Tengo entendido que H. A. Faciolince anduvo dando vueltas para ver cómo construía este homenaje, pensando en si lo hacía como crónica, como documental, como biografía novelada, o directamente como ficción. En cualquier caso si ha conseguido un híbrido pues es innovador. Tampoco encontraba la herramienta del narrador ni a quien dársela. Al fin halló el modo usando como voz  para contar esta historia la del amigo que más tiempo de vida compartió con Luis Alberto Álvarez, la de Aurelio Sánchez. Y así, pudo volar con la imaginación en las partes en las que ni Héctor ni Lelo estuvieron presentes dado que una vez que la puerta de la casa amarilla de los laureles se cerró, lo que allí ocurriese sólo lo supieron los interesados. 

De modo que el autor trasplantó a Luis Alberto para convertirlo en personaje y lo bautizó como Luis Córdoba, y tirando del hilo de lo que el sacerdote le refirió a su mejor amigo, y de todos los recuerdos y la documentación que fue recopilando Héctor -el autor de esta pieza- pudo completarla rellenando los espacios vacíos con su hermoso réquiem. 


Pero este libro esconde otros escalofríos que pespuntean las realidades que se produjeron dentro y fuera de las páginas para ensamblarse. La semilla de esta obra anduvo muchos años en el pensamiento de Abad Faciolince, pero como él mismo afirma, una semilla no es una novela, ha de echar raíces, tallos, hojas, frutos… Así que estaba escribiendo sobre otro tema: la persecución que sufrían periodistas, él incluido, con amenazas de muerte y demás extorsiones y sin saber muy bien por qué de pronto abandonó dicho trabajo y en su lugar se abrió paso con fuerza esta historia ya madura para pasar al teclado -de nuevo un trasplante- y mientras la estaba construyendo él también enfermó gravemente del corazón como si éste se reflejara en un terrible espejo para duplicarse con el de su amigo Luis. Como es lógico no hablamos de una empatía extrema, ni de un aviso desde el más allá, creo que nuestro cuerpo aunque sea de forma inconsciente nos alerta de algún enigmático modo cuando algo anda mal y esa premura por escribir la historia al igual que a veces ocurre en los sueños fue una llamada de atención. Por ello "Salvo mi corazón todo está bien", para mí cobra un valor añadido de generosidad extraordinaria, dado que hubo un momento en el que el autor escribió muy deprisa para terminarla antes de entrar en quirófano por si era su última novela, como si fuese un hijo póstumo, y con ese estado de ánimo hizo la entrega, sintiendo que podría morir. 

Por fortuna pudo recrearse después para pulirla a su gusto y tanto el libro como el autor gozan de buena salud y van dando vueltas por el mundo.

Algunos lectores se quejan de que describe con demasiado detalle las partes médicas, pero tal vez se nos olvida que su padre fue facultativo y que los cuentos con los que les crio a él y a sus hermanas tenían que ver con las bacterias malas y con los fagos buenos, y que ese aprendizaje que tuvo que hacer sobre la enfermedad de Luis Alberto y también sobre la de sí mismo lo ha querido compartir, el problema es para los hipocondriacos como yo, aunque en esta ocasión no lo he tenido.    

Héctor Abad Faciolince ha construido una obra moderna, lo digo no porque desde hace algún tiempo esté de moda escribir biografía novelada o de ficción, él simplemente coincide con dicha tendencia -si se me permite catalogarla de esa manera, casi como un género– aunque no me gusta etiquetar y menos tratándose de este autor con estilo y voz tan propios, pero lo expreso de ese modo para que se entienda mejor. 

En cierto momento le escuché decir a la autora Marina Mayoral que la literatura se puede escribir con mayúsculas, bien tirando del carro de tus experiencias o bien del de la imaginación que construye universos y crea personajes. Héctor Abad pertenece al primer caso, yo al segundo. 

Luis Córdoba, como ya he dicho en renglones anteriores, está inspirado en un sacerdote colombiano que existió fuera de las páginas, llamado Luis Alberto Álvarez -insisto en recalcar su nombre real por si os apetece indagar, navegando por internet, para ver su aspecto o los artículos que escribía- fue gran amigo del autor, ambos compartieron deliciosas y largas sobremesas. Era buen comedor, y por tanto de gran tamaño físico y anímico, medía casi dos metros de estatura y muchos más de luminosa altura moral, y poseía un optimismo incombustible y transmisor de alegría. 

Su corazón grande enfermó hasta el extremo de necesitar un trasplante y por esa razón tuvo que irse de la casa llena de escaleras que compartía con otro sacerdote, Aurelio Sánchez, a quien para abreviar llamaban Lelo, compañero amigo durante más de dos décadas, a otra vivienda a pie de calle para así reposar y no fatigarse mientras esperaba a que llegara un corazón compatible en una ciudad en la que caían asesinados por el narco cada día varios posibles donantes.

Ese nuevo domicilio estaba habitado por dos mujeres y tres niños, Teresa, recientemente abandonada por su esposo Joaquín Restrepo, y Darlis la empleada costeña.

A partir de ese momento Héctor Abad construye y relata una historia que constantemente gira en torno al corazón en sus dos lecturas o acepciones, la física y la simbólica, sístole y diástole en la carne real, y también en los deseos no experimentados hasta ese instante: Luis Córdoba se trasplantó a su vez sin pretenderlo no sólo de una casa a otra, también a una nueva forma de vida, la familiar, que le desató una enorme revolución interior, una necesidad que no creía tener: la de la paternidad, cuya carencia le pareció de súbito, al tratar a esos críos, mucho más dura que el celibato o las exigencias de la libido. Como se suele decir, con lo que unos tiran otros viven. Joaquín huye del nido y Luis entra encantado en él.

Llegados a este punto he de hacer un aparte y advierto de antemano que no tengo derecho a juzgar a Joaquín Restrepo de forma arbitraria, subjetiva e injusta, pero que lo voy a hacer, y también anticipo que ese subrayado que trazo no es uno de los temas más relevantes de la novela, al menos a mi juicio ya que surge de forma tangencial en el escrito, pero a mí sí me hizo detenerme y considerar a ambos personajes del matrimonio roto, a Joaquín y a Teresa, como importantes contrafuertes que sujetan la narración, al fin y al cabo la casa es de los dos aunque Joaquín la haya abandonado, y en ella siguen su despacho, sus libros, sus cosas... que cuentan la historia en común. Y sin embargo la contradictoria sensación de vida usurpada –un padre sale y otro no consanguíneo entra- es comprensible aunque el ex se haya marchado de forma voluntaria. 

Continuamos con el leit motiv de toda la novela: Observamos como J. Restrepo a su vez se ha trasplantado a otra nueva existencia más adinerada y confortable, al menos aparentemente, y mi impresión es que su comportamiento y actitudes responden al patrón típico y tópico: mujer más joven, rica, recauchutada estéticamente, y bien relacionada con la crème de la crème: un deslumbramiento. 

El exmarido en realidad cree que se escapa de la jaula del aburguesamiento y de la falta de libertad cuando la paradoja radica en que él es quien elige ser burgués y va derechito a atraparse en la pajarera de oro a la búsqueda de mayor relumbrón entre los oropeles. 

Lo cierto es que en las relaciones de pareja no se obtiene el amor por méritos o por justicia, y el desamor puede sobrevenir aunque luego se lamente. En este caso el riesgo lo corrió Teresa, la madre de sus hijos, ella fue quien vivió la verdadera aventura con todos sus inconvenientes ya que abandonó Italia por él, se arrancó las raíces para que él conservara las suyas, y se embarcó en su odisea hacia el “nuevo mundo” sin deseos o esperanzas de volver a Ítaca. ¿Quién de los dos fue el convencional? 

Teresa -al menos así nos lo muestra el autor- es la mujer que analiza y comprende la situación mejor que Joaquín, y la acepta con mayor amplitud de miras, con comprensión y sin rencores, pero a él resulta que esa mujer tan grande se le quedó pequeña, y así fue como también pasó a engrosar la larga lista de padres que abandonan el nido en un país que tiene ese defecto, según cuenta el escritor, y deja que las mujeres críen solas a sus hijos, pero bueno, si después te comportas como padre pues correcto. La gente se enamora o cree estar en ese estado y no tiene obligación de permanecer en una relación que no funciona, y Joaquín los deberes que tenía como padre los cumplió bien. 

La nueva casa de los laureles está descrita como los habitáculos del corazón con sus delicados tabiques, con sus sonidos de pálpito y los murmullos sanguíneos, con sus ritmos y arritmias a distintas horas del día, además de algunas taquicardias.

Darlis, la bella y voluptuosa costeña que trabaja en la casa derrochando alegría de vivir toca al intocado, al cura virgen, porque sabe dar masajes linfáticos, y como María Magdalena unge sus pies hinchados y sus maltrechas venas, y entonces la sensualidad de estreno que se genera en ese riego sanguíneo invita a que el cura-hombre Luis Córdoba desee otra existencia distinta si tiene la suerte de sobrevivir.

Aquí y rompiendo el climax no tengo más remedio que puntualizar para decir que enternece ese descubrimiento del amor desde una pseudo adolescencia tardía, en la cincuentena, pero él está en esa casa durante unos meses, no ha pasado por la dificultad de afrontar decisiones económicas, crianza de hijos, discusiones familiares, toma de resoluciones en común… y lo que siente bien podría ser un espejismo. Además quiere ser el Pigmalión de Darlis situándose por encima, sin maldad eso sí, porque es bondadoso e ingenuo hasta decir basta, y para ejercer la bondad hay que ser valiente ya que es muy difícil ponerla en práctica, pero él lo hace siempre, por ello la condescendencia en su cao es perdonable, aunque no justificable. Dada su vasta cultura no es consciente de que es ella quien le está poniendo a los pies masajeados el conocimiento más importante de la vida: que el amor no está separado del cuerpo, que también es físico. 

En realidad lo que Luis Córdoba quiere es regalarle su mundo, pero sólo sabe hacerlo de modo profesoral. 

Continuaría hablando sin parar de esta novela que escrita por un ateo se ha aproximado más que los testimonios de muchos creyentes a la idea de Dios, y a algunos paganos como yo nos ha eliminado el mal rollo anticlerical.

Para finalizar transcribo o trasplanto, puesto que de trasplantes va el asunto, un precioso fragmento de la página 85, aunque habría para elegir pasajes en cada hoja.

-"Para mí la música de Bach, sus cantatas, o algunas melodías de Mozart, o la existencia de seres humanos como estos niños, o la belleza de algunos cuadros pintados por hombres, o de algunos versos escritos por místicas son la demostración de la existencia de Dios. No voy mucho más allá. El arte, la belleza son una guerra declarada a la brutalidad y al desamor, y por lo tanto son el reflejo del amor, que es la manifestación más clara y palpable de la existencia de Dios. Lo verdaderamente misterioso no es la enfermedad ni el mal, sino la salud, la bondad y la belleza".

P. D. Me alegró mucho que la familia Trueba y los Abad Faciolince se conocieran, tiene un enorme significado esa amistad, David y Fernando llevaron con honor a la pantalla "El olvido que seremos", y David y Héctor, los menores de dos familias numerosas, se entendieron como era de esperar por tanto en común como comparten. Luis Alberto Álvarez habría querido estar en el rodaje para ver desde dentro cómo se realiza el cine.

Héctor Abad Faciolince vendrá a nuestra Biblioteca Pública para hablar de "Salvo mi corazón todo está bien", y de "El olvido que seremos".

El encuentro será en Guadalajara el día 18 de abril a las siete de la tarde. 

Un abrazo.

Pili Zori