RECURSOS INHUMANOS, serie de TV

A menudo digo que no es lo mismo luchar -sindical y socialmente- por amor a la libertad que por odio al patrón.

En la segunda opción lo que puede ocurrir es que el poder cambie de manos, y que quien antes fue explotado se convierta en explotador si accede a los puestos dirigentes o de poder, dicho de modo más sencillo: que quien fue pobre sólo aspire a ser rico, y para ello se troque en imitador.

En la primera elección -aunque pierdas en el intento- el objetivo deseable habrá sido crear una vida más justa en la que las personas no valgan menos que la mercancía con la que trabajan, y la dignidad vital esté garantizada hasta su muerte como mínimo en las necesidades básicas: un salario y una pensión posterior dignos que proporcionen, techo, comida, educación, cuidados sanitarios, respeto... 


Puesto que en el pacto social cumplimos de sobra y con creces: educándonos desde la infancia para entregar nuestra fuerza de trabajo en el futuro, y acatamos las normas para participar en el bien común tal y como cuenta la serie en el brillantísimo alegato final del juicio -que es para descubrirse-.  ¿Por qué se desprecia al trabajador, tenga la cualificación que tenga, enviándole al paro cuando alcanza una edad avanzada, sumiéndole en la precariedad o directamente en la pobreza? ¿Quiénes incumplen dicho pacto entonces? ¿Quiénes delinquen? ¿A quiénes habría que juzgar?

Sin embargo a quienes se está procesando en "Recursos inhumanos" es a todos los parados y no al liberalismo económico occidental, voraz, brutal, egoísta y despectivo, ese espacio sin ley en el que apenas tiene licencia el Estado para opinar, para intervenir y en el que quien más grande la tiene gana -perdón por por la vulgaridad, pero es la que mejor cuadra en este caso-. Ese es el elenco de los que de verdad son influyentes, de la élite que quita y pone, de quienes dan permiso para respirar, "...a la derecha mi amo contabilizando el aire" decía la canción, y no hay nadie que les tosa. Es así de triste. Os pido disculpas por el argumento tan simple.

 No es la primera vez que afirmo que de poco sirve cultivar sistemas democráticos si las empresas no lo son, ya te puedes dar cabezazos contra la pared de tus derechos humanos que el muro sigue siendo feudal, con amos y vasallos de corte muy moderna, eso sí. Y es por ello que la vida ambivalente -gobiernos por un lado predicando y empresarios por otro decidiendo- se vuelve una enfermiza paradoja en la que nadie cree. 

Un tren no puede llevar vagones a distinto ritmo porque descarrila y además ¿Quién conduce en realidad nuestro ferrocarril? 

Es lo que va a ocurrir en una de estas crisis periódicas de efecto dominó que genera el capitalismo por propia idiosincrasia: un descarrilamiento masivo, y no es que quiera ponerme apocalíptica. Es lo que hay.

Pero el magnífico cineasta de origen libanés Ziad Dourey (tuve la suerte de ver su largometraje "El insulto" y comprobé que se mueve como nadie en el análisis y origen de los conflictos tanto bélicos como sociales) no se conforma con la denuncia tan bien expresada en el colofón final del juicio, no, da otra vuelta de tuerca, y nos lleva a la segunda opción de la que he hablado en  renglones anteriores: luchar por odio al patrón y no por amor a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad que en este caso nos canta un marsellés.

El protagonista interpretado por Eric Cantona, (un extraordinario descubrimiento, fue futbolista y tras terminar su andadura deportiva se recicló como actor, y ¡chapeau! hace un trabajo asombroso y de mucho peso), consigue que queramos estar de su parte, que veamos su deseo de venganza como legítimo, pero no lo es en absoluto, dado que aunque su jugada es maestra pierde  los principios éticos y antepone el dinero a todo lo demás, incluso a su familia con la justificación de que le corresponde por derecho, que se lo debe el mundo laboral y que cuando todo salga bien resarcirá los daños colaterales. 

Llegado a ese punto el espectador se siente mal al verse reflejado en el espejo y se pregunta si no seríamos igual de manipuladores si tuviésemos la ocasión y las circunstancias, (espero que no) de modo que nadie se va de rositas en esta historia, o así lo he visto, si el sistema te atrapa y pretendes jugar con las mismas armas para defenderte, mal asunto, la rueda del hámster girará hacia atrás o hacia delante pero entre barrotes, y nada cambiará en la jaula.

 Aunque los miembros de su familia sí son salvables y honestos, rectifico, incluida la esposa que lleva años soportando y comprendiendo estoica la deprimente relación y los cambios de humor de su marido dadas las circunstancias, finalmente tiene un desliz con un compañero de trabajo -se intuye que el amante aprovecha la situación de debilidad.

La mujer le confiesa la infidelidad al esposo dando la cara, y también abandona la nueva pero efímera relación. Él sin embargo no comparte con ella sus trapicheos, planes y andanzas, en teoría para protegerla pero también para que no le haga de pepito grillo, de conciencia -mis conclusiones naturalmente son subjetivas, cada espectador extraerá las suyas.

La serie es hipnótica, te bebes los seis capítulos sin pestañear, lo tiene todo: entramado empresarial, social, carcelario y marginal, familiar, personal... incluso la balanza del juicio con fiscal y defensora que tanto clarifica el debate en cine, y con todos esos  géneros juntos Ziad Dourei y su equipo componen un poliedro al que no le sobra una arista. El retrato panorámico es nítido y perfecto. Se trata de una serie más que recomendable.

***

Hace unos días vimos "El buen patrón" de Fernando León de Aranoa, otro autor de cine que me entusiasma, y curiosamente parece que la antena parabólica de muchos artistas se está moviendo hacia la dirección del mundo del trabajo, aunque León de Aranoa ya lo tocó de manera magistral en "Los lunes al sol", y el tema envuelve toda su obra. 

"El buen patrón" es otra maravilla, un contundente sarcasmo que retrata de forma pesimista el ámbito laboral, a pesar de las carcajadas que arranca Javier Bardem en un trabajo brillantísimo lleno de matices que sólo él es capaz de sacar del aparente y paternal empresario cuyo cinismo queda bien definido, y clarifica -por si alguien todavía albergaba dudas- el comportamiento y la caricatura de ese estereotipo engañoso y desalmado que abunda y pulula por nuestro país con ínfulas inmerecidas ya que tan sólo es un heredero de la fábrica o empresa familiar que otros en marcha pusieron.


En fin, no me gustaría que dicho pesimismo nos impregnara el alma de derrota haciéndonos creer que no hay nada que hacer para que el panorama mejore. 

Al menos tanto la serie de Dourei como la película de Aranoa lanzan un serio aviso del peligro que supone exprimir y pisotear de esa manera a las personas que contribuyen a transformar los bienes y a generar la riqueza de todo un país para que ésta se distribuya con equidad, porque no se trata de la riqueza y los bienes de una élite sin escrúpulos que cree que el mundo les pertenece y que de forma magnánima te deja vivir en él si obedeces. Llegará un momento en el que hasta el más sumiso se revuelva para defenderse.

Un abrazo.

Pili Zori.

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