La
American Beauty es una rosa de gran
belleza debido a los tratamientos a los que es sometida para conseguir su
aspecto de “perfección” casi artificial. Refiriéndose a ella -el gran
monopolista de la industria del petróleo- John
Davison Rockefeller dijo:
“El crecimiento de un gran negocio es
simplemente la supervivencia del más apto. La bella rosa estadounidense sólo
puede lograr su máximo esplendor y el perfume que nos encantan si sacrificamos
a los capullos que crecen a su
alrededor, esto no es una tendencia maligna en los negocios. Es más bien sólo
la elaboración de una ley de la naturaleza y de una ley de Dios”. Y se quedó
tan ancho. Pues bien, de esta visión darwiniana y ferozmente capitalista
pronunciada por su máximo representante, un industrial sin escrúpulos, parte la
extraordinaria crítica de la película que cosechó cinco oscar en el fin del
milenio, 1999.
Sam Mendes como director junto
al guionista Allan Ball, al músico Thomas Newman, al
montador Tariq Amwar y al fotógrafo Conrad
L. Hall (fallecido en el 2003 y considerado por el gremio de directores de
fotografía internacional como uno de los más grandes cineastas de la historia)
compuso esta sátira llena de desencanto y tristeza para gritar muy alto que la
belleza natural nos rodea, pero que no la vemos porque estamos persiguiendo un
falso y dañino sueño inventado e impuesto por quienes necesitan reclutar
esclavos que llenen sus arcas. Pero sin cantos de sirenas nadie seguiría la
zanahoria de los embaucadores. Como a Hansel y a Gretel la bonita casa de
dulces y panes se nos muestra en todo su esplendor y anticipo de los más
deliciosos sabores, esa pequeña mansión que oteamos a lo lejos, donde ondea la
bandera de llegada a la meta, y descansa un buen coche aparcado en la puerta
que impide ver los barrotes, ¿es la trampa?
¿Se
puede salir de la jaula? Esa será una de las preguntas que plantearé para
debatir en el cine fórum.
Los
personajes de este largometraje de pronto sienten la necesidad de escapar.
¿Cómo se podría dejar la puerta de la pajarera abierta para recordar el vuelo
si es que alguna vez lo emprendimos?
En
esta ocasión no nos vamos a encontrar con la ternura del antihéroe. La película
comienza con Lester (Kevin Spacey) sumido en un proceso de apatía
enfermizo, es la viva imagen americana del “perdedor” por antonomasia, su mujer
y su hija lo desprecian abiertamente, es el “capullo” del que Rokefeller
hablaba como elemento al que es necesario eliminar. Las tijeras de jardín que
hacen juego con los zuecos de Carolyn (Annette
Baning) cuando corta sus rosas, nos trasladan el símil: pronto veremos
pasar por la guadaña laboral a este ejecutivo publicitario, aunque para
entonces él habrá encontrado un modo igual de deshonesto que sí le permita
abrir la puerta de la jaula: su despido tiene un precio y él conoce muy bien
las reglas del juego. Aunque salir de la celda no implique escapar de la cárcel
la sensación sucedánea de respiro momentáneo supone un alivio.
El
detonante para que Lester quiera recuperar la juventud perdida, aquel punto de
partida con todos los sueños por delante, lo provoca la deslenguada Ángela (Mena Suvari), íntima amiga de su hija
Jane (Thora Birch). Ángela y Jane
son dos adolescentes típicas e inseguras, la primera encubre sus temores bajo
una capa de afirmación física haciéndose la entendida en sexo, en realidad
confunde la demanda de afecto con la de despertar el deseo y el mayor temor que
esconde es el de ser vulgar. Jane en un principio influida por la aparente
popularidad de su amiga y sintiéndose inferior en atractivo cree tener la
necesidad de mejorarse físicamente y ahorra para una operación de senos -piensa
que los tiene asimétricos y que eso es un defecto- hasta que la llegada de los
nuevos vecinos marca un antes y un
después. La familia la componen el coronel retirado del cuerpo de marines Frank
Fitts, (Chris Cooper) sospechosamente homófobo y
secretamente nazi, su esposa Bárbara (Allison
Janney) alienada en su estupor y sumida en la disculpa permanente, y Ricky
el hijo (Wes Bentley), un muchacho de 18 años que bajo la
férrea y cuartelera disciplina de su padre paradójicamente se gana la vida
traficando con marihuana y otras hierbas manipuladas de forma genética por el
ejército, mientras conserva la impostura y el modoso aspecto de un vendedor de
biblias. Ha elegido vivir en el margen en el que se saca bastante dinero de la
hipocresía.
A
Ricky le gusta recoger con su cámara momentos especiales que a menudo albergan
la belleza que nos pasa inadvertida, su interés por Jane cambiará la vida de
ambos.
Carolyn,
la esposa de Lester y madre de Jane vive atrapada en su deseo de triunfo
laboral, social y económico, trabaja como agente inmobiliaria, y su necesidad
de dar una imagen de éxito en todo momento frustra y anula su verdadera
personalidad, la que tuvo en su juventud y que su marido le recuerda. Hay un
instante en el que habría podido salvarse recuperando el amor de Lester y su
verdadera esencia, pero pierde la ocasión por dar prioridad a que su sofá no se
estropee con una mancha de cerveza aduciendo el precio, su esposo le recalca a
voces que está rodeada de cosas y no de vida y que las cosas sólo son cosas.
Sam Mendes |
En
un país en donde las armas están tan presentes como símbolo y sucedáneo
compensatorio de poder el diablo no da abasto a cargarlas.
Todo
el elenco de actores está sublime, tanto Anette Benning (Carolyn) como Kevin Spacey (Lester) hacen un alarde de expresión
corporal y proyección anímica tan equilibrado y bien medido para dar las dosis
justas de caricatura, patetismo y drama, que tras verlo en pantalla el asombro
te acompaña para siempre. El de actor y actriz es un oficio tan digno de
admiración… Que los ladrillos que usan para construir su trabajo estén hechos
de materia emocional y con ellos sean capaces de levantar un universo requiere
una generosidad incomparable a la de otras vocaciones. Creo que en otra ocasión
ya dije en este mismo blog que no me explico cómo pueden salir de sí mismos y
volver a entrar sin dañar su equilibrio, cómo pueden vaciarse para que se
introduzca el personaje en su cuerpo y salga por su voz, por su mirada… qué
resorte tocan para cerrar y abrir la compuerta de sus realidades -la de dentro
y la de fuera de la pantalla- sin desorientarse ni perderse. Se trata de uno de
los misterios que más me intrigan y que nadie me desvela, sobre el que ningún
entrevistador pregunta.
Tanto
Kevin Spacey como Chris Cooper lo arriesgaron todo, sus personajes podrían
haberles estigmatizado para los restos y sin embargo se entregaron a ellos por
completo, la onanista escena de la ducha, la fina frontera entre el
inconfesable deseo de Kevin Spacey y la pederastia, (en este punto la labor del
montaje dirigida por Tariq Amwar es
fundamental para establecer la delicadeza y marcar que en realidad el
espectador está viendo algo secreto que sólo ocurre en la mente del personaje
-fantasía muy humana, por otro lado, ya que el pensamiento es libre- que además
su anhelo no sólo tiene una connotación sexual perfectamente descrita, sino el
estímulo y la necesidad de rejuvenecer por haber sido deseado), y la bestial
paliza que Chris Cooper, el coronel Fitts, le propina a su hijo son escenas que
sin duda podrían dejar marca en el espectador contra estos magníficos actores.
Cuando ves el filo de la navaja en cine comprendes al máximo la palabra
compenetración, y es que tanto cineastas como actores son equipos de personas
de otra pasta, gentes que bucean y exploran a profundidad abisal para llevar la
luz a zonas oceánicas del ser humano en las que el sol no penetra, gracias a
ellos podemos asomarnos y ver los recovecos del alma. Eso es exactamente lo que
intenta atrapar Ricky con su cámara: la verdadera belleza, que evidentemente no
sólo tiene que ver con la decoración.
Y
una de las bellezas verdaderas que sólo puede dar el cine es la de unificar en
sí mismo todas las artes, en esta ocasión la música prácticamente crea la
estructura que nos va marcando el estado de ánimo de cada personaje, cuando
Lester Burnham se siente íntimamente
atraído por la amiga de su hija, Ángela Hayes, escucharemos la música que da
paso a sus fantasías y que de inmediato nos sitúa en ese espacio de ensoñación,
los pétalos de intenso rojo también nos acotarán dichas escenas. Las melodías
suaves que a la hora de la cena pone Carolyn –música de ascensor, así las
define su hija Jane- también
marcarán la idea que Carolyn tiene de la armonía. Las canciones que cada
miembro de la pareja escuchará por separado en su automóvil nos indicarán su
distinta forma de despertar. Como os adelantaba, tras el millonario y
chantajista despido, Lester vuelve al punto de partida en el que fue feliz como
vendedor de hamburguesas. Carolyn por su parte se enreda con el rey del
inmueble, a quien considera un triunfador.
La
debilidad está prohibida y hay que disimularla o paliarla con el apéndice
fálico y “tranquilizador” de las armas.
Las
rosas de la “perfección” se hacen presentes como gotas de sangre en todas las
escenas cumbre de la casa de los Burnham destacando sobre los suaves colores
pastel.
La
solución no consiste en que tu hija tenga que huir con un muchacho encantador
pero camello aunque sea de droga blanda. Ni en que la crisis de los cuarenta se
resuelva comprándote el coche que en realidad te gustaba a los veinte y que
sustituiste por otro más acorde con el status familiar, ni fumando hierba ni
poniéndote cachas, ni acostándote con alguien que triunfa, porque el éxito no
se contagia, ni la evasión transforma.
Al
espectador como al lector le gusta estar de parte de los personajes, sentir
empatía por ellos y redimirlos para que se salven, y a menudo olvida que no
siempre los protagonistas son lo que el director o el escritor quiere poner de
relieve y en lugar preferente, a menudo sólo son la excusa que sirve para
resaltar una situación anómala. En este caso los protagonistas no son víctimas
ni culpables sino síntomas, el producto de un sistema equivocado que ni ellos
ni nosotros sabemos como arreglar.
De
hecho la película comienza como la crónica de una muerte anunciada, la voz en
off del propio protagonista proviene de un espacio indeterminado que los
espectadores no vemos, -quizá de transición entre los vivos y los muertos, la
cámara enfoca las nubes y desde allí la voz, situada por encima del hormiguero
humano, nos narra la historia del proceso evolutivo de Lester que la muerte
finalmente no le ha dejado culminar, (Mendes escoge la misma figura narrativa
que eligió Isabel Coixet en “Mi vida sin mí”). Al
espectador le queda la tarea de hacer suyo ese final desmenuzando el
significado. ¿Hacia dónde caminaría Lester si no le hubiesen asesinado?, ¿acaso
le da tiempo a comprender el misterio de la vida en ese breve intervalo hacia la muerte?, ¿es
una reconciliación que resarce?, ¿el concepto del tiempo y el espacio
desaparecen?, cuando te mueras lo sabrás, nos responde.
Mientras
él fallece la pequeña Ángela se está quitando la máscara de maquillaje en el
cuarto de baño para ser al fin ella misma. Jane ha dejado de ser adolescente e
inicia su propio camino con Ricky, y Carolyn llora con amargura al comprender
su ¿fracaso?, ¿dónde está el comienzo?, ¿dónde el fin? Ahí os dejo con esa
tarea.
En
el club de lectura estamos leyendo “Las correcciones” de Jonathan Franzen” aún nos queda un buen trecho,
pero os adelanto que es un bombazo literario que me tiene obnubilada por el
despliegue de sinceridad, talento y renovación de la escritura de este autor
tan honesto y tan valiente. No sé con qué criterio el azar va tejiendo lo que
cae en mis manos, pero el vínculo de este libro con “Martín (Hache)” y con “American
Beauty” es evidente, y mucho antes de que se filmase esta película, Clara Sánchez ya orientaba su parabólica en este sentido con “Últimas noticias
del paraíso” para denunciar lo mismo, desde entonces tengo los ojos abiertos a
la queja de todo el siglo XX.
Un
abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili
Zori