Hace
apenas unos días, conmovida ante la enésima noticia de mujer
asesinada por su pareja, me desahogué expresando en Facebook lo que a
continuación volveré a reiterar:
“¡Qué impotencia! Tendremos que analizar
de una vez por todas la ira desde cada uno de los frentes: psiquiatría, sociedad,
escuela, familia… habrá que intentar erradicarla, conseguir que quienes la
“padecen” aprendan a desecharla, que todos sepamos distinguirla a título
personal cuando nos sube por la nuca como un hormiguero que huye de un fuego
enloquecido buscando la salida; será necesario estudiar en profundidad el
origen del peor de los males además de castigarlo con la cárcel porque está
claro que el temor a ser apresado no disuade.
La verdad es que no se me ocurre ninguna
solución frente a tantos asesinos, frente a una crueldad tan abyecta, no hay
palabras que midan su magnitud. No comprendo qué ingredientes psicológicos,
neurológicos, emocionales… generan este odio tan feroz hacia las mujeres, no lo
entiendo.”
Así
me quedé, en suspenso, sin conclusiones, y respirando la zozobra que espesaba
el aire como tantas otras veces, hasta que este sábado, antes de la comida
familiar, escuché a mis hijas comentar con énfasis en la cocina la serie
Dietland, me la resumieron salpicándola con sus maravillosas reflexiones que
tanto echo de menos, (las series y el cine en casa cuando aún vivíamos juntos
parecían transcurrir a tropezones ya que las deteníamos con el mando cada dos
por tres para opinar y debatir), ambas tienen un don para provocar con su
entusiasmo el deseo de verlas ya que visualizo cuanto me dicen, y tras exclamar
alarmada al hilo de lo que describían ¡Por lo que estoy escuchando tengo la impresión de que esa serie es una advertencia!, ¡un
aviso!, las dos asintieron y comprendí que también mi preocupación por la búsqueda de respuestas
estaba en la atmósfera y que el arte como siempre se había anticipado para
encontrar el camino, para capturar las ondas de toda la inquietud colectiva que está en el ambiente,
sobre todo femenina.
La
historia que Dietland cuenta comienza suave para terminar siendo un rugido y
una amenaza que anuncia: estos serán los resultados si no ponemos remedio a
tiempo, y es que no se puede humillar, violar, apalear… sin que tarde o
temprano se produzcan reacciones y consecuencias que paguemos todos, justos por
pecadores, y el resultado sea el peor imaginable: que las mujeres dañadas se
unan para tomarse la justicia por su mano. Que tanto dolor y tanta afrenta
genere el caldo de cultivo para que sean reclutables y el terrorismo esté
servido.
Una
sucesión de crímenes firmados por Jennifer empezará a desestabilizar la
aparente tranquilidad ciudadana, al comienzo el espectador cree que se trata de
una trama paralela, pronto contemplará como se atan todos los cabos para
desembocar en el mismo mar. Pero no quiero adelantarme.
Alicia
Plum Kettle (Joy Nash) es una
muchacha grande -su peso es de 135 kilos- que responde desde su casa o desde la
cafetería de un amigo las cartas que envían mujeres, en su mayoría
adolescentes, a la revista femenina Daisy Chain; se supone que dicho correo lo
contesta Kitty Montgomery (Julianna
Margulies), esclava de la delgadez y de la imagen, trepa que ha malentendido
que para convertirse en clase dirigente, para estar en la cúpula hay que ser
depredadora al igual que lo fueron con ella en su camino ascendente, en
definitiva víctima y verdugo al mismo tiempo porque ella es el producto, el horroroso
resultado de un sistema de poder malsano y corrompido.
En
el conjunto de esos e-mails está dibujada la radiografía de todos los males que
aquejan a un país, chicas que se cortan, anorexias, bulimias, abusos…
El sueño de la joven Plum es ganar el dinero necesario para pasar por el quirófano y que le practiquen una reducción de estómago, anhelo inducido, inculcado, inoculado por una sociedad despectiva cuyos poderes buscan la frustración estrechando cada vez más los moldes en los que nadie cabe de forma natural para así poder atiborrar a la gente con productos de belleza, cirugías y dietas insatisfactorias pero lucrativas que finalmente conducen a la infelicidad; ya en los títulos de crédito vemos el dibujo animado de una mujer obesa que escala por una empinada rampa llena de tentadores alimentos sin probar ninguno para llegar a la cúspide, al objetivo, con la talla deseada pero convertida en un cadáver.
El sueño de la joven Plum es ganar el dinero necesario para pasar por el quirófano y que le practiquen una reducción de estómago, anhelo inducido, inculcado, inoculado por una sociedad despectiva cuyos poderes buscan la frustración estrechando cada vez más los moldes en los que nadie cabe de forma natural para así poder atiborrar a la gente con productos de belleza, cirugías y dietas insatisfactorias pero lucrativas que finalmente conducen a la infelicidad; ya en los títulos de crédito vemos el dibujo animado de una mujer obesa que escala por una empinada rampa llena de tentadores alimentos sin probar ninguno para llegar a la cúspide, al objetivo, con la talla deseada pero convertida en un cadáver.
En
principio Plum piensa que la operación solucionará todos sus problemas, el
espectador pronto descubre que eso sólo es la punta del iceberg. La chica gótica que a menudo aparece como una ensoñación es una especie de personaje conciencia, de alter ego, de dualidad que centra a Plum, la madre un asidero de amor incondicional.
Dietland
establece muy bien los contrastes, vemos como Plum pasa primero por el
martirio de la terapia para adelgazar lo suficiente para que le puedan
practicar la intervención puesto que la operación sólo es posible realizarla a partir de un número determinado de kilos, más tarde y después de haberlo meditado se someterá a lo contrario en la casa
Calliope dirigida por Verena Baptist, (Robin
Weigert). Verena es la hija rebotada de una nutricionista famosa cuyas dietas fueron un fracaso, V. Baptist en la
actualidad se dedica a dar cobijo a mujeres maltratadas y a hacer que éstas se
amen a sí mismas tal como son, su feminismo es pacifista pero más adelante
veremos alguna de sus sombras y nos preguntaremos si sus intereses son
realmente limpios o entran en conflicto con su ego, esa parte abre un debate serio
ya que divide el activismo en dos, lucha armada o lucha política, ¿os suena? Naturalmente
con independencia de si sus motivos son buenos o no ella hace lo correcto y
denuncia. Lo dejamos ahí.
La
serie ha sido catalogada de muchas formas, como comedia negra, sarcástica… en
mi opinión -subjetiva por supuesto- creo que se trata de una expresión nueva y que por ello no se
puede encuadrar en ningún género conocido dado que los contiene todos, está llena
de símbolos oníricos, surrealistas, de denuncia social, de drama y de tragedia…
a mi juicio de comedia tiene poco, su composición es poética.
Me
encantó que la protagonista fuese una belleza grande, Joy Nash es una mujer
dulce, preciosa y adorable, que estando segura de sí misma en la vida real sin embargo dentro de la pantalla ha logrado crear un personaje en evolución lleno de
inseguridades y matices que transmiten ternura, ha conseguido contar la dureza
sin que necesitemos quitar los ojos de la pantalla, la vulnerabilidad
interior que muestra es hipnótica.
La
serie basada en la novela de Sarai
Walker me ha parecido un paso más en la evolución de las mujeres, es
necesario que seamos escuchadas, pero escudriñadas y descritas por nosotras
mismas, habrá quienes se pongan a la defensiva, quienes quieran denostarla,
darse por aludidos, pero ese es su problema, Dietland recalca que la violencia
genera violencia. No tiene que ver con la venganza sino con defenderse y
reivindicarse, otra cuestión es el camino que elijas para hacerlo y si el fin
justifica los medios.
Hay
en ella frases importantes que te dejan meditando durante mucho tiempo, tales
como “Las mujeres temen que las maten y los hombres que se rían de ellos” Intuyo que tal vez en dicha frase se encuentre el quid
en el que hay que trabajar, la barrera de desconfianza invisible que hay que
derribar.
Otra
es “No quería ser una heroína, quería seguir siendo la novia del héroe”. En fin,
podría continuar porque el guion es magnífico pero prefiero que os parezca
interesante adentraros en ella.
Las
mujeres jóvenes como mis hijas tienen un sentimiento pesimista porque desearían
que los cambios definitivos se produjeran durante su existencia, yo a mi edad
ya sé sin embargo que el tiempo de la historia es más largo y que la siembra
está hecha y me conformo porque soy consciente de que más adelante habrá fruto,
aunque yo no lo vea, y esa certeza me alegra. Ahora sólo me queda dar las
gracias a la creadora de las diez entregas Marti
Noxon.
Un
abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili
Zori