Hace muchos años, no quiero pensar en
cuantos, un semanario de mi ciudad me pidió que escribiese un relato o cuento
navideño, y así fue como surgió “La canción de navidad de Marta”.
Fuera de estas fechas, seguramente yo
misma lo consideraría moña y blandorro, pero no viene mal que -con la excusa de
las fiestas- nos demos permiso para la alegría ingenua, y para aparcar
esfuerzos intelectuales y preocupaciones sociales, al fin y al cabo el
paréntesis de la distracción es pequeño. De modo que aquí lo dejo para quien
tenga tiempo de leerlo aunque sea a ratos y a trozos.
***
LA CANCIÓN DE NAVIDAD DE MARTA
Marta
descendió las escaleras con sigilo, acostumbrada a fantasmear insomne por la casa iba comprobando, como un sereno, que
sus blandos pasos no alteraban el ritmo de ninguna respiración en los
dormitorios, todos llenos; uno de ellos en concreto, paradójicamente el más
pequeño, se había convertido de nuevo en tálamo nupcial atascado de maletas grafitteadas con palabros extranjeros
que olían a niebla y lluvia lejanas. Ni esa alcoba ni Marta terminaban de
asumir que la princesa mayor había crecido del
todo aunque durante años lo expresaran a gritos las fotos del chico
haciéndose hueco entre peluches y muñecos; también “el chico” había aumentado
de talla entre ellos durante casi una…
¿década?, ¡qué barbaridad! En fin, se dijo en la trastienda de su
cerebro, “habrá que dejar de mirar al muchacho como a un ladrón de doncellas
durmientes y convertirlo en príncipe encantado, el caso es que se parece al de Saint-Exupéry,
largo, rubio y con rizos, será para subrayármelo por si aún no lo pillo.”
Deslizó la mano abandonando el picaporte con los dedos empapados de nostalgia
inconsciente, ya no se podía abrir así, a media noche para dar un beso insonoro
y experto en no rozar el interruptor del sueño.
En
la habitación contigua se colaba por las rendijas del estor de lamas la luz
blanca de la farola como la de una rival engañosa que quisiera crear el
espejismo de la plata derramada por la luna delatando al instante su impostura
por la rotundidad y rectitud de su haz, el destello selénico es más difuso y
neblinoso. La abuela dormía con los cabellos eléctricos e indómitos, eso sí
abrillantados por el sonoro título del tinte Castaño claro dorado, coquetería que Marta se afanaba en encontrar
cada medio mes antes de que apareciese la diadema de níveas canas con pertinaz
reclamo. De pronto se le puso en marcha el resorte y la yaya se elevó con
agilidad inusitada.
-¿Qué?,
hija, ¿que vamos al médico?
-No,
mamá, quería ver si estabas arropada. Vaya pelos, otra vez los rulos mañana –se
agobió- con todo lo que tengo que hacer.
Contempló
con nitidez la imagen: los langostinos, la lombarda, el dichoso cordero, a ver
este año cómo me sale. Media hora en cada puesto con todas las expertas dando
lecciones culinarias, ¡qué tostón! Como la impresentable del año pasado, yo con
la lombarda en la mano y ella en voz bien alta bramando:
-Pues
yo no como esas porquerías, mucho arreglo y mucha importancia y luego se zampan
las mierdas.
Al
principio no me di por aludida, lógico, nunca me doy importancia, hombre, tampoco
es que salga a comprar en bata, me acicalo un poco pero… hasta que comprobé que
con todo el descaro nos miraba a la lombarda y a mí.
-A
mi marido le gusta, señora, -le clavé los ojos- y es una guarnición típica de
esta tierra, se hace con cebolla rehogada, manzana en cuadritos –evitó decir brunoise porque entonces le habría dado
la razón confirmando que importancioseaba-
jamón picado y piñones y se coloca dentro de un arito -aunque inevitablemente
el tono ya comenzaba a alargase en una onda más chulesca que defensiva- el
marisco va delante con los canapés y los vol
au vent, y el cordero con patatas rellenas y la lombardita al lado,
retintineó.
Qué
bochorno cuando salí, ahí dando explicaciones a esa gorda, porque esa tía sí
era gorda, a mí me sobrarán kilos, pero no soy gorda, las crueles sí que lo
son, y esa era un cachalote de malicia sin sentido. Ya no voy a la tienda, la
dueña no tiene la culpa, pero yo iba como amiga y le rio la gracia, se lo noté
y no me da la gana considerarlo como una mera opinión; además iban varias
ocasiones en las que me endiñaba los culos del embutido –pensó sin convicción-
soy una resentida, lo que pasa es que ahora me da cosa volver después de tanto
tiempo.
-Ya
hija, doy tantas vueltas. –La abuela se mesó la cabeza en un vano intento de
aplastar su abundancia.–. Pues ¿dónde vas?, ¿a la compra?
-Qué
intuitiva –se asombró de la conexión mental- No mamá, cómo voy a ir a comprar a
estas horas, vamos… tápate.
-No,
me pongo con el ganchillo.
-Pero
si es de noche. –Marta bajó la voz arrastrando con ella la condescendencia-
perdona por haberte despertado.
-Voy
al baño, no me acompañes, hija, no hace falta.
-Cómo
no, toma el bastón, te tengo que ayudar con el protector. La hija sujetó la
paciencia al mismo tiempo que el brazo blando y tembloroso.
-No
cariño, si no me mancho. –Se escuchó el crujido de la rodilla derecha. Marta
tiró de la axila anticipándose a la caída, el estómago se le anudó, y el
sobresalto aceleró la sangre, la misma en ambos recipientes, ahora más líquida
en el de su madre por el Sintrom.
-¿No
ves que con la artrosis no puedes agacharte bien? Y… el protector se dobla y…
como los paraguas con toda la lluvia escurriendo y luego a pisar charcos, a
ver… el baño lo usamos todos.
La
pena de su madre se le clavó en el hueco de la maldad y de la culpa. Al ayudar
a levantarla camufló el abrazo arrepentido.
-No
te pongas triste, mamá, no pretendía recriminarte, es que hoy estoy cansada y
eso me pone irritable– dijo compungida y arrodillada mientras tiraba del
adhesivo y lo aseguraba con un imperdible por si acaso… le acarició el muslo
sin necesidad como si prolongase el planchado del pañal y azotó suave la nalga
añosa, carantoña de sonido plástico, mientras su mente evocaba la voz de
Neruda: Cuerpo de mujer, muslos blancos.
-Qué
guapo el muchacho éste. –La abuela señaló en la foto al novio de su nieta
menor, la otra princesa- Qué lástima, no lo conozco.
-Claro
que le conoces, ¿no recuerdas que te dio un beso antes de ayer? Le has visto
muchas veces. Conoces a los dos, al de la pequeña y al de la mayor desde hace mucho. La abuela
asiente pero Marta ve con claridad el agujerillo por donde huye el recuerdo,
otro que sale corriendo –afirma de nuevo arrepentida de la pregunta cruel-
ninguno de los acontecimientos actuales se quiere quedar, ya no hay memoria
reciente, esto va deprisa. Maldita enfermedad del olvido, o bendita amnesia que
convierte cada día en un estreno. Cuál será la navidad que guarde mi madre en
ese limbo redentor. Ahuecó la ropa de la cama formando un túnel hasta que el
forcejeo cesó.
-Más…
baja otro poco…, así, que si no te das con la cabeza. La hija se sentó un
momento en el borde de la cama sin apagar la luz, y contempló la convivencia
del tiempo en las paredes. Desde las fotos de ese cristal gigante –el cóctel de
años que eligió Dafne para reseñar- la miran sus niñas disfrazadas de gatos, en
otra navidad con árbol; también la decoración marca la fecha, espumillón de
colorines, años más tarde vendrían los collares rojos y dorados hasta llegar a
la sofisticación monocroma.
–El
caso es comprar –ironizó Marta subiendo un grado más el termómetro del agobio-
el redondeo de los euros no tuvo nombre, pero me quedaban bonitos los árboles,
rellenos por delante, por detrás, pegados al esquinazo daba lo mismo, y cuando
poníamos el de la calle ¡Qué pasada! –sonrió con orgullo-. ¿En esa otra foto…? –se sujetó la barbilla y dividió con el índice los labios entreabiertos-. ¡Ah
sí! Aquella navidad en la que el rey vino con guantes de goma y la mayor dijo:
Tenía las cejas como papá. Con aquella barba tan blanca y tan perfecta… y sin
embargo las cejas… -sonrió en silencio- ya ves… doña fisonomista.
La
navidad es para los niños -piensa remetiendo los labios con pesar- ellas mismas
lo dicen: después, en cuanto crecen un poco, las vacaciones se asocian a la
amenaza de los exámenes y pierden toda la gracia.
-¿Quién
es ese chico tan majo de la foto?
-El
novio de la pequeña mamá.
-¿Y
no le conozco? Dile que lo traiga porque ya soy más vieja que el tabaco.
-Claro
que lo conoces, antes de ayer te dio dos besos. Hala, duérmete que mañana es
nochebuena y vas a estar muy cansada si no.
Marta
salió de la habitación de la exiliada. Pobre Dafne, siempre cediendo su
espacio, la idea surgió de ella misma:
-No
seas tonta mamá, mi cuarto es el más apropiado para la yaya, yo me desplazo
mejor y la casa es de todos, sigue siendo mi cuarto, al fin y al cabo sólo es
dormir para qué vas a armar un tinglado en el salón. Marta subió a la
buhardilla, los gatos se enroscaban sobre la cintura y el muslo de Dafne, los
espantó con cuidado y la hija estiró las piernas, los pies le quedaron
colgando, La que no iba a crecer si no bebía leche. Tuvo la sensación de que
había abierto un juego de matrioskas.
Bajó
las escaleras con cuidado
-Que
te lo pases bien, ¿vas a salir a andar ¿no?
-Sssssh.
No mamá, habla bajo que es de noche. ¿no te duermes?
El
fregadero vociferó su queja, la montaña de cacharros pringosos le asfixiaba,
miró el recipiente de la tarta, los restos del sofrito de la salsa, el bol en
el que había preparado el picadillo del salpicón y el mango de la batidora
rezumando mahonesa junto al vaso vacío de la salsa de pepinillos y alcaparras
para el salmón. Y esta otra, ¿por qué la llamarán salsa rosa si no queda rosa?
Será que no la hago como es. Horas de preparativos. La pila parecía una boca
mordiente vomitando alienígenas, el desorden era excepcional, había preferido
mirarles y escucharles con avidez de adicta. Deseó salir corriendo, pero si no
se lo ventilaba no se podría desayunar con ese desolador paisaje, qué más da
madrugar que acostarse tarde –se animó- bien cara ha salido la sobremesa de la
cena tras empalmarla con toda la tarde de cacharreo, ahora reseco.
Marta
era yonqui del cacao y en las noches de insomnio solía desayunar más veces, se preparó uno mirando el fregadero con aversión. ¡Al diablo!
Se
le cerraban los párpados, la cuchara sonaba a eñe al rascar el fondo de la
taza, se sujetó la mandíbula con la otra mano mientras miraba con cansancio el
mostrador, el paquete de harina estaba abierto y en la vitro permanecía la
sartén. Ñiiiiu, ñiiiiu, arañaba la cuchara en el tazón, Vuelveeee, ññññiu,
ññiiiuu a casa vuelve… qué mierda de anuncio y de canción, siempre te trae a la
cabeza a quienes no volverán, me imagino a una viuda estampando el cenicero
contra el televisor y la pantalla diciendo por navidadddddzzzzffff. O a un hijo
sin madre, o… guardó la sonrisa de su padre como un secreto y no le pronunció.
Aunque da igual, para mí no se han ido ni se irán.
La
cabeza se ladeó invertebrada, la mano apretó la oreja como una plancha
caliente. Quehhh suehhh---ño. Por navidadddzzzzz.
Zzzzz.
Vuelve
a mirar el fregadero, ahí siguen los cacharros inclinados, hace recuento de su dolor de espalda, le duele toda sin discriminación
para ninguna vértebra. Sorbe por la nariz, sacude la lágrima de un manotazo y sube de nuevo a su habitación, su marido se remueve. Le gusta verlo extendido
sobre el lecho, huele a refugio cálido, por un momento duda, pero se calza en
silencio las deportivas.
Las
cuatro de la mañana, la sensación transgresora burbujea por sus venas, se
sonríe. Hay que ver mi madre, cómo sabía… se anticipa a mis pensamientos, vas a
salir a andar, qué mujer. Antes de que se produzca la información ella ya la ha
recibido, será por la vuelta a lo primario, digo yo.
Camina
por el parque, ve la lumbre a lo lejos y frena en seco, el corazón galopa
frenético, le palpita en el paladar, pero no retrocede ¡Vamos! Con todas las
consecuencias –se da fuerza- si no… es como si fuera un simulacro, hay que
arriesgar. Libertad a su precio, total si me pasa algo, ya son mayores, no soy
negligente ni irresponsable, toda la vida haciendo lo que debo, así que esta
pizca de aventura es lo que quiero, total, si en cuanto llegue al cruce me
vuelvo, este ha sido siempre mi gran deseo secreto: salir sola de noche sin
miedo. Mi sensación más enorme de libertad, con él no es lo mismo, ya sé que es
una idiotez si ahora vuelven todas las chicas de noche y hay más transito que
de día, y muchas van a trabajar a estas horas, pero como lo he pospuesto tanto,
el concepto anticuado de riesgo y misterio todavía me vale. Y además por el
parque, que no es igual.
La
lumbre cada vez está más cerca, atrae su chisporroteo hipnótico, siempre le ha
fascinado el fuego. Le dan ganas de pararse ante las llamas, pero eso sí que
sería una temeridad.
Claro que un tío
haciendo una hoguera contradice de plano la sospecha. Al fin y al cabo es una
diana en medio de la oscuridad. –Mira de soslayo y acelera un poco el paso.
Parece estar a salvo pero…
-Oiga,
chssst, por favor.
El
hombre sigue sentado con las manos a la vista, se las está calentando, Marta se
vuelve con un velo de pánico sobre la cara.
-No
tema. –La voz es persuasiva-. ¿Tiene un cigarro?
Queda
frente a él. Como ahora los mendigos tienen esa pinta de alternativos, lo mismo
es un pijo, vete a saber… que el look desarrapao
cuesta una pasta, y estoy tan fuera de onda… las señales externas me comunican
poco, me manejo mejor en la distancia corta.
La
mirada del hombre detrás de las llamas tranquiliza, tiene unos ojos
transparentes, hermosos.
-No
fumo, lo siento.
-Hace
frío, si no tuvieras tanta prisa podrías quedarte y contarme cómo has dejado de
fumar, estoy asando patatas, ¿quieres una?
-¿Cómo
sabe que lo he dejado? –Se aproxima a pasos cortos con inercia inevitable.
-Sé
muchas cosas de ti. –Ella inicia la retirada, el hombre sonríe, Marta advierte
un destello en la pupila y otro en el diente y escucha un sonido similar al
zureo de paloma que aviva como un abanico la hoguera desde la espalda masculina. Decide creer que son dos chispas de fuego reflejadas, dos pequeños
brillos y una ráfaga suave de viento, y aunque descarta sobrenaturalidades, sin
saber por qué, piensa en el demonio dentro de esa parte pequeña del cerebro en
la que el razonamiento todavía es un instinto que aún no se ha convertido en palabra.
-No,
no soy Lucifer, además ¿no dices que no existe?
El
calambrazo del escalofrío asustado elimina de golpe el dolor de espalda.
-Ibas
a recoger tu cocina y has dicho: ¡Al diablo!, –sacude la mano hacia atrás como
si arrojase una colilla-, y te has venido hasta aquí.
Marta
desorbita los ojos mientras contempla la diversión contenida del hombre.
-¿Y
si no eres el diablo, quién eres?
-Alguien
muy parecido. Cada vez que le nombran a él me envían a mí, él será el caído,
pero yo soy el pringao, el andaavernovayaaserque.
-¿Un
ángel, quieres decir?
-Sí,
hija sí, no pongas esa mueca de risa torcida, para colmo me tocan siempre los
descreídos, aunque eso me da lo mismo. A ver, vale ya de dispersión, vamos a
concretar, que hace mucho frío y he salido escopetao
de otro sitio más calentito. -Se ha puesto en pie y se frota los brazos, es
muy alto-. A ti la navidad, cuando eras cría ¿por qué te gustaba? –Marta abre
los ojos elevando las cejas.
-Por
las películas que ponían en la tele durante las vacaciones, supongo. –Responde
mecánicamente sin perder el gesto de extrañeza-. Sesión de tarde, sesión de
noche y todo eso…
-Dime
la primera película que se te viene a la cabeza. –Dibuja dos círculos rápidos
con las manos hacia el interior de su pecho para apremiarla.
-El
bazar de las sorpresas, –asiente acelerada.
-No,
esa no, di otra.
-Sucedió
una noche, Caballero sin espada… -el hombre resopla impaciente y da pasos
cortos hacia ambos lados.
-¿Qué
bello es vivir? –eleva las cejas y deja la boca abierta expectante.
-¡Ahí!
¡Eeesa! –Embiste mientras dibuja con la mano una ese tumbada.
-¿Eres
Clarence?
-Si
tú quieres… -eleva los hombros y abre las manos- pero sin ánimo de presumir
diría que estoy mejor. Pinta un pase torero recorriendo su flanco derecho.
Marta enrojece por motivos diferentes: por seguir ese juego absurdo y porque es
evidente que el ángel -o lo que sea ese lunático- está que cruje, y le molesta
que se le note, así que cierra la boca como si de súbito se hubiese visto desde
fuera con esa careta de boba que cree que se le superpone cuando un hombre le
parece atrayente.
-Pues
ya me dirás para qué te necesito si lo que quería, precisamente, era echar una
valentía al aire, sin ángel que me guarde, ni su dulce compañía y me lo has
chafado, de todas maneras iba a regresar a mi casa antes de que despertasen y
con tiempo de dormir aún, que estoy que me caigo, como ves no es más que una
osadía light aburguesadilla, soy una gata doméstica, paso mucho tiempo en casa y
cuando me doy cuenta de que no he tomado el aire es muy tarde, pero bueno me
servía eso de salir de noche como una incauta, y para una vez que me atrevo… va
y me sale el ángel de la guarda, lo que te digo, no me dejes sola de noche ni
de día, no me desampares que me perdería. Sin embargo, cuando me has hecho
falta… ¿pero qué estoy diciendo?, –cavila unos instantes para asir la cordura-.
Aquí jugando a las películas y discutiendo con una regadera que no sé por qué
curiosa percepción sensorial sabe que he dejado de fumar. A ver si va a ser
verdad que no se me puede dejar sola, que enseguida me enrollo con cualquiera, en especial con los zumbaos.
-No
estoy zumbado. –Marta respinga, esta vez con castañeteo de dientes incluido-. Me
necesitas para tener una navidad que te guste realmente, y que sea para ti
sola, tal y como tú la concibas. Te la mereces, estabas muy preocupada por los preparativos y las tareas pendientes y de ahí a
deprimirte no hay más que un paso.
-No
estaba deprimida.
-Claro
que lo estabas, no seas orgullosa. Y como lo realmente tuyo son las películas,
tú dirás. No te muerdas las uñas, y cuidado con lo que piensas que ya ves que
lo leo, que lo oigo. –Marta se rinde y se entrega sin reservas.
-Ya
veo, ya. En… una española, un brujo, o un ángel, eso no se aclaraba, montado en
un caballo blanco, tan pronto era hombre como mujer, me refiero al ángel, no al caballo, se llevaba a una pareja
más bien… pobre, a un hotel maravilloso y allí en un precioso comedor lleno de
elegantes se ponían morados de ostras por cinco pesetas, compraban comida y
ropa por cincuenta céntimos, bailaban en el salón… en fin… cosas así, hacía
milagros pequeños. En ese caso en concreto, los trasladó en el tiempo sin que
ellos lo supieran y por esa razón todo resultaba tan barato, algo parecido a las
magias de Embrujada, la serie aquella ¿recuerdas?, asequibles, que no ponían en
evidencia ni cambiaban el tipo de vida, pero se la hacían más fácil a la protagonista sin
comprometerla. Porque… me imagino que si te pido un trabajo fabuloso para mis
hijas y una casa para cada una no me lo vas a conceder, ¿no es así?
-Buen
intento, pero en efecto tu deseo ha de ser más sencillo.
-Pues
entonces como los de Embrujada. La casa reluciente, que me salgan las comidas
de todas las fiestas maravillosas, tiempo para ir a los puestos y comprarme un
sombrero negro de ala ancha ¿puede ser? ¿Y dinero extra, solo un poquito, para
adquirir muchos regalos en las tiendas de siempre y que todos ellos sean lo que
más deseaban recibir, aunque no lo tuvieran pensado? –El ángel sonríe para sí-
seguro que me ves superficial, poco imaginativa y egoísta, pero es que me has
dicho “algo para ti” y doy por hecho que te ocupas de lo gordo en otra parte.
Pero no me importa cambiarlo, ya sabes, puedo pedirte que elimines las injusticias, los
conflictos, las guerras, el hambre… Te dejo escoger si es que tienes que limitarlo,
estrújate la cabeza para que en un solo deseo quepan todos.
-Anda
ven.
La
rodeó desde la espalda por debajo de los senos con un brazo y oprimió su
cintura con el otro, el tacto de las manos grandes era dulce. Marta apenas fue consciente del despegue, él cruzó los
pies por delante de los de ella para sujetárselos y en horizontal surcaron los
vientos sorteando nubes. El suave batir de alas caldeaba misteriosamente el
gélido aire de diciembre, la ciudad se achicó engalanada por multitud de
collares refulgentes, la carretera nacional era una gargantilla de diseño
clásico y simétrico con perlas de farola cultivada y poco tránsito en ese
tramo, y de los pueblos de ambos lados colgaban los pendientes de corte
irregular con estilo más abstracto, y en el centro: la ciudad con un maravilloso
escote de asfalto pulido. Las ciudades siempre son femeninas aunque se llamen
León, a ver quién es capaz de imaginarse Sevilla con el rostro de un varón.
La
caricia de las brisas sobre el cuerpo de la mujer suspendida bajo el hombre, le
hacía extender los brazos en voluptuosa dejadez.
-¿Dónde
vamos?
Él
la giró, (poderosas sensaciones) y los alientos se entrelazaron, ya que el
deseo iba de cine, la escena de Superman en vertical cuadraba a la perfección
en el descenso.
-¿Qué
quieres cenar? –A él el traje oscuro le sentaba bien, y la camisa nacarada
despedía brillos que le barnizaban esos ojos de cine y esos labios de anuncio.
-¿Puede
ser todo postres?
El
pulido camarero, años cuarenta, parecía encelar con su sonrisa al custodio, que
clavaba sus dardos verdes en la extensa reverencia. A Marta le gustó, claro que
también podría formar parte de “cumplir con el deseo” –recapacitó- y que el
cortejo estuviera incluido en el lote, y así no era lo mismo, de ser deseada por
gusto a serlo por obligación va un abismo. Pero si así fuera no mentía mal -se
dijo- apagando al pepito grillo del pensamiento para dejarse llevar.
Bailaron
en flotación sobre la pista del Hotel Palace. El etéreo vestido de color verde
manzana grany frufreaba ligero. Pues era un blues, no era un vals y qué bien se
acunaba en la armónica.
¿?
-¿Quién
empuja?
-Mamá,
Mamá… -zarandeó un poco más fuerte.
-¿Ehh…?
-Pero,
¿Qué haces ahí con la baba colgando encima del tazón? –susurró.
Marta
miraba a Julia sin verla ¿Todavía no te has acostado? Son las cinco de la
mañana. La primogénita echó un vistazo a la pantalla.
-Todos
los años igual: Qué bello es vivir, de Capra y siempre a estas horas. A ti te
gustaba mucho esta peli, es un poco moña.
Marta,
con los ojos secos y atónita, escuchó a Clarence lamentarse, en el televisor, por
su incapacidad para adquirir las alas, mientras Julia abría el frigorífico para
buscar los comprimidos contra el ardor.
Miró
temerosa hacia el fregadero, y se le paralizó la respiración: ¡como si hubiese pasado Don Limpio!, y la vitro como
un espejo.
-¡Hala!,
ya lo has hecho todo, si te dijimos que mañana, bueno hoy, nos íbamos a
repartir el trabajo. Hmmm arroz con leche, natillas, flan, ¿cuándo has comprado
los bizcochos borrachos si ayer…? Carabineros qué ricos…
Julia
se sentó al lado de su madre para tomarse un colacao añadiendo la cucharada de
sobredosis, esa sin darle vueltas para comerse las pompitas del polvillo dulce
antes de que el calor las licuase transformándolas en el oscuro marrón, el año
de té e infusiones no le había descompuesto su paladar juguetón.
-¿No
te molestaba el estómago?
-Bah,
que le den, es navidad.
Disfrutó
de su hija durante unos instantes, y de sus gestos antiguos que asomaban por el
pijama español para
recuperar de inmediato la cara de susto.
-Mamá
estás catatónica, completamente frita.
Marta
asintió como un pájaro carpintero atacado de parkinson.
-Sí, –logró articular el lenguaje- me parece que me voy a ir a la cama porque
empiezo a pensar que me he vuelto sonámbula, estoy mayor, estaba soñan...
Volvió
a mirar con repelús el fregadero, ¿había sido un sueño o no? pero al cuarto
peldaño sonrió para sí.
El
sombrerito negro descansaba en el borde de la cama.
-Gracias
Clarence, o como quiera que sea tu nombre, –rozó con el índice y el corazón el
suave tacto de su ala para despedirse y aún lo encajó en la frente con las dos
manos ladeándolo hacia el ojo con un mohín coqueto y satisfecho aprovechando en
el espejo la suave luz de la ventana que comenzaba a rasgar el centro de la
penumbra. Abrió con sigilo una de las hojas del empotrado y retrocedió de un
salto llevándose la mano a la boca para sujetar el sopetón: el altillo estaba
atascado de paquetes. ¡Tanto no!, que a ver cómo lo explico. Y se palpó por
instinto bajo el pecho que era el lugar en el que ella albergaba el alma.
-Porque
no te la he vendido, a ver si te la vas a llevar a cambio. Y cerró la puerta
con aprensión hasta Reyes.
Pili Zori.