"Salvo mi corazón, todo está bien", de HÉCTOR ABAD FACIOLINCE

 ¿Tiene sentido el celibato hoy?

¿Sería la vida familiar y la paternidad un impedimento para la entrega a la labor del sacerdocio?

Sin dejar de plasmar los abusos de poder, y ciertos comportamientos delictivos en el seno de la iglesia tales como la pederastia, Héctor Abad Faciolince quiso contraponer que al mismo tiempo que todo eso ocurría, curas cultos y buenos como “El gordo” hicieron un canto constante a la vida y consideraron que Dios también se expresa a través de los bienes transformadores de la cultura, porque el arte es un consuelo. 

Luis Alberto Álvarez, el sacerdote en el que está inspirada esta historia, generó las vocaciones de grandes cineastas colombianos a los que impartió sus apasionadas y didácticas clases y su amor por la música clásica y por la ópera. 

Todos los cinéfilos esperaban con anhelo su columna como crítico de cine para acudir de inmediato a la sala y en el patio de butacas contemplar la proyección del largometraje en la pantalla si para él había sido memorable, y ese delicado y minucioso trabajo lo hizo al mismo tiempo que Medellín y Colombia entera eran un hervidero de balas en el campo de batalla dominado por el cártel de los narcotraficantes.     

Tengo entendido que H. A. Faciolince anduvo dando vueltas para ver cómo construía este homenaje, pensando en si lo hacía como crónica, como documental, como biografía novelada, o directamente como ficción. En cualquier caso si ha conseguido un híbrido pues es innovador. Tampoco encontraba la herramienta del narrador ni a quien dársela. Al fin halló el modo usando como voz  para contar esta historia la del amigo que más tiempo de vida compartió con Luis Alberto Álvarez, la de Aurelio Sánchez. Y así, pudo volar con la imaginación en las partes en las que ni Héctor ni Lelo estuvieron presentes dado que una vez que la puerta de la casa amarilla de los laureles se cerró, lo que allí ocurriese sólo lo supieron los interesados. 

De modo que el autor trasplantó a Luis Alberto para convertirlo en personaje y lo bautizó como Luis Córdoba, y tirando del hilo de lo que el sacerdote le refirió a su mejor amigo, y de todos los recuerdos y la documentación que fue recopilando Héctor -el autor de esta pieza- pudo completarla rellenando los espacios vacíos con su hermoso réquiem. 


Pero este libro esconde otros escalofríos que pespuntean las realidades que se produjeron dentro y fuera de las páginas para ensamblarse. La semilla de esta obra anduvo muchos años en el pensamiento de Abad Faciolince, pero como él mismo afirma, una semilla no es una novela, ha de echar raíces, tallos, hojas, frutos… Así que estaba escribiendo sobre otro tema: la persecución que sufrían periodistas, él incluido, con amenazas de muerte y demás extorsiones y sin saber muy bien por qué de pronto abandonó dicho trabajo y en su lugar se abrió paso con fuerza esta historia ya madura para pasar al teclado -de nuevo un trasplante- y mientras la estaba construyendo él también enfermó gravemente del corazón como si éste se reflejara en un terrible espejo para duplicarse con el de su amigo Luis. Como es lógico no hablamos de una empatía extrema, ni de un aviso desde el más allá, creo que nuestro cuerpo aunque sea de forma inconsciente nos alerta de algún enigmático modo cuando algo anda mal y esa premura por escribir la historia al igual que a veces ocurre en los sueños fue una llamada de atención. Por ello "Salvo mi corazón todo está bien", para mí cobra un valor añadido de generosidad extraordinaria, dado que hubo un momento en el que el autor escribió muy deprisa para terminarla antes de entrar en quirófano por si era su última novela, como si fuese un hijo póstumo, y con ese estado de ánimo hizo la entrega, sintiendo que podría morir. 

Por fortuna pudo recrearse después para pulirla a su gusto y tanto el libro como el autor gozan de buena salud y van dando vueltas por el mundo.

Algunos lectores se quejan de que describe con demasiado detalle las partes médicas, pero tal vez se nos olvida que su padre fue facultativo y que los cuentos con los que les crio a él y a sus hermanas tenían que ver con las bacterias malas y con los fagos buenos, y que ese aprendizaje que tuvo que hacer sobre la enfermedad de Luis Alberto y también sobre la de sí mismo lo ha querido compartir, el problema es para los hipocondriacos como yo, aunque en esta ocasión no lo he tenido.    

Héctor Abad Faciolince ha construido una obra moderna, lo digo no porque desde hace algún tiempo esté de moda escribir biografía novelada o de ficción, él simplemente coincide con dicha tendencia -si se me permite catalogarla de esa manera, casi como un género– aunque no me gusta etiquetar y menos tratándose de este autor con estilo y voz tan propios, pero lo expreso de ese modo para que se entienda mejor. 

En cierto momento le escuché decir a la autora Marina Mayoral que la literatura se puede escribir con mayúsculas, bien tirando del carro de tus experiencias o bien del de la imaginación que construye universos y crea personajes. Héctor Abad pertenece al primer caso, yo al segundo. 

Luis Córdoba, como ya he dicho en renglones anteriores, está inspirado en un sacerdote colombiano que existió fuera de las páginas, llamado Luis Alberto Álvarez -insisto en recalcar su nombre real por si os apetece indagar, navegando por internet, para ver su aspecto o los artículos que escribía- fue gran amigo del autor, ambos compartieron deliciosas y largas sobremesas. Era buen comedor, y por tanto de gran tamaño físico y anímico, medía casi dos metros de estatura y muchos más de luminosa altura moral, y poseía un optimismo incombustible y transmisor de alegría. 

Su corazón grande enfermó hasta el extremo de necesitar un trasplante y por esa razón tuvo que irse de la casa llena de escaleras que compartía con otro sacerdote, Aurelio Sánchez, a quien para abreviar llamaban Lelo, compañero amigo durante más de dos décadas, a otra vivienda a pie de calle para así reposar y no fatigarse mientras esperaba a que llegara un corazón compatible en una ciudad en la que caían asesinados por el narco cada día varios posibles donantes.

Ese nuevo domicilio estaba habitado por dos mujeres y tres niños, Teresa, recientemente abandonada por su esposo Joaquín Restrepo, y Darlis la empleada costeña.

A partir de ese momento Héctor Abad construye y relata una historia que constantemente gira en torno al corazón en sus dos lecturas o acepciones, la física y la simbólica, sístole y diástole en la carne real, y también en los deseos no experimentados hasta ese instante: Luis Córdoba se trasplantó a su vez sin pretenderlo no sólo de una casa a otra, también a una nueva forma de vida, la familiar, que le desató una enorme revolución interior, una necesidad que no creía tener: la de la paternidad, cuya carencia le pareció de súbito, al tratar a esos críos, mucho más dura que el celibato o las exigencias de la libido. Como se suele decir, con lo que unos tiran otros viven. Joaquín huye del nido y Luis entra encantado en él.

Llegados a este punto he de hacer un aparte y advierto de antemano que no tengo derecho a juzgar a Joaquín Restrepo de forma arbitraria, subjetiva e injusta, pero que lo voy a hacer, y también anticipo que ese subrayado que trazo no es uno de los temas más relevantes de la novela, al menos a mi juicio ya que surge de forma tangencial en el escrito, pero a mí sí me hizo detenerme y considerar a ambos personajes del matrimonio roto, a Joaquín y a Teresa, como importantes contrafuertes que sujetan la narración, al fin y al cabo la casa es de los dos aunque Joaquín la haya abandonado, y en ella siguen su despacho, sus libros, sus cosas... que cuentan la historia en común. Y sin embargo la contradictoria sensación de vida usurpada –un padre sale y otro no consanguíneo entra- es comprensible aunque el ex se haya marchado de forma voluntaria. 

Continuamos con el leit motiv de toda la novela: Observamos como J. Restrepo a su vez se ha trasplantado a otra nueva existencia más adinerada y confortable, al menos aparentemente, y mi impresión es que su comportamiento y actitudes responden al patrón típico y tópico: mujer más joven, rica, recauchutada estéticamente, y bien relacionada con la crème de la crème: un deslumbramiento. 

El exmarido en realidad cree que se escapa de la jaula del aburguesamiento y de la falta de libertad cuando la paradoja radica en que él es quien elige ser burgués y va derechito a atraparse en la pajarera de oro a la búsqueda de mayor relumbrón entre los oropeles. 

Lo cierto es que en las relaciones de pareja no se obtiene el amor por méritos o por justicia, y el desamor puede sobrevenir aunque luego se lamente. En este caso el riesgo lo corrió Teresa, la madre de sus hijos, ella fue quien vivió la verdadera aventura con todos sus inconvenientes ya que abandonó Italia por él, se arrancó las raíces para que él conservara las suyas, y se embarcó en su odisea hacia el “nuevo mundo” sin deseos o esperanzas de volver a Ítaca. ¿Quién de los dos fue el convencional? 

Teresa -al menos así nos lo muestra el autor- es la mujer que analiza y comprende la situación mejor que Joaquín, y la acepta con mayor amplitud de miras, con comprensión y sin rencores, pero a él resulta que esa mujer tan grande se le quedó pequeña, y así fue como también pasó a engrosar la larga lista de padres que abandonan el nido en un país que tiene ese defecto, según cuenta el escritor, y deja que las mujeres críen solas a sus hijos, pero bueno, si después te comportas como padre pues correcto. La gente se enamora o cree estar en ese estado y no tiene obligación de permanecer en una relación que no funciona, y Joaquín los deberes que tenía como padre los cumplió bien. 

La nueva casa de los laureles está descrita como los habitáculos del corazón con sus delicados tabiques, con sus sonidos de pálpito y los murmullos sanguíneos, con sus ritmos y arritmias a distintas horas del día, además de algunas taquicardias.

Darlis, la bella y voluptuosa costeña que trabaja en la casa derrochando alegría de vivir toca al intocado, al cura virgen, porque sabe dar masajes linfáticos, y como María Magdalena unge sus pies hinchados y sus maltrechas venas, y entonces la sensualidad de estreno que se genera en ese riego sanguíneo invita a que el cura-hombre Luis Córdoba desee otra existencia distinta si tiene la suerte de sobrevivir.

Aquí y rompiendo el climax no tengo más remedio que puntualizar para decir que enternece ese descubrimiento del amor desde una pseudo adolescencia tardía, en la cincuentena, pero él está en esa casa durante unos meses, no ha pasado por la dificultad de afrontar decisiones económicas, crianza de hijos, discusiones familiares, toma de resoluciones en común… y lo que siente bien podría ser un espejismo. Además quiere ser el Pigmalión de Darlis situándose por encima, sin maldad eso sí, porque es bondadoso e ingenuo hasta decir basta, y para ejercer la bondad hay que ser valiente ya que es muy difícil ponerla en práctica, pero él lo hace siempre, por ello la condescendencia en su cao es perdonable, aunque no justificable. Dada su vasta cultura no es consciente de que es ella quien le está poniendo a los pies masajeados el conocimiento más importante de la vida: que el amor no está separado del cuerpo, que también es físico. 

En realidad lo que Luis Córdoba quiere es regalarle su mundo, pero sólo sabe hacerlo de modo profesoral. 

Continuaría hablando sin parar de esta novela que escrita por un ateo se ha aproximado más que los testimonios de muchos creyentes a la idea de Dios, y a algunos paganos como yo nos ha eliminado el mal rollo anticlerical.

Para finalizar transcribo o trasplanto, puesto que de trasplantes va el asunto, un precioso fragmento de la página 85, aunque habría para elegir pasajes en cada hoja.

-"Para mí la música de Bach, sus cantatas, o algunas melodías de Mozart, o la existencia de seres humanos como estos niños, o la belleza de algunos cuadros pintados por hombres, o de algunos versos escritos por místicas son la demostración de la existencia de Dios. No voy mucho más allá. El arte, la belleza son una guerra declarada a la brutalidad y al desamor, y por lo tanto son el reflejo del amor, que es la manifestación más clara y palpable de la existencia de Dios. Lo verdaderamente misterioso no es la enfermedad ni el mal, sino la salud, la bondad y la belleza".

P. D. Me alegró mucho que la familia Trueba y los Abad Faciolince se conocieran, tiene un enorme significado esa amistad, David y Fernando llevaron con honor a la pantalla "El olvido que seremos", y David y Héctor, los menores de dos familias numerosas, se entendieron como era de esperar por tanto en común como comparten. Luis Alberto Álvarez habría querido estar en el rodaje para ver desde dentro cómo se realiza el cine.

Héctor Abad Faciolince vendrá a nuestra Biblioteca Pública para hablar de "Salvo mi corazón todo está bien", y de "El olvido que seremos".

El encuentro será en Guadalajara el día 18 de abril a las siete de la tarde. 

Un abrazo.

Pili Zori

"ÁNGELES SIN CIELO", película de Tim Hunter

 Tal vez sólo seamos capaces de mirar de frente la pobreza a través del cine, en la vida diaria cuesta hasta hacer contacto visual cuando depositas la calderilla en una mano con aspereza de intemperie y por impotencia -si es que sirve como excusa- no nos atrevemos ni a indagar en la historia de quien extiende su palma abierta para ti.

Muchas personas de fe afirman que Dios se reparte y se expresa a través del arte, ojalá que así sea. En cualquier caso los milagros existen y algunos los propician los ateos, porque como ya he expresado en otras ocasiones hay muchos santos creyentes, y también los hay impíos además de los otros, los que se hallan en medio, me refiero a los agnósticos, que ni chicha ni limoná, entre los que me encuentro orando sin liturgia y a mi modo a un mudo ¿o no? porque si le gustan la música, la escultura, la pintura, los libros y el cine pues ya somos dos, corrijo: como en el verso de la canción de Nacha, "somos mucho más que dos", y entonces el monólogo resulta que sí es un diálogo.

Pero también abundan los malvados en las tres partes, no lo olvidemos.

Siempre agradezco la belleza, porque el arte es un consuelo y saber que también se encuentra en un ser angélico al que diagnostican de esquizofrénia y en un veterano de Vietnam con metralla en las rodillas, me reconcilia con el mundo al que a menudo detesto por incomprensible en su extraño jeroglífico. 

Estos preciosos personajes encarnados por dos actores enormes Matt Dillon y Danny Glover me muestran su día a día resbalando -pero sin perder el equilibrio- sobre la dignidad que ilumina y da brillo a los parabrisas de la gran manzana para convertir en feliz un tedioso atasco.

La película no hace concesiones, finaliza como era de esperar, y el viento arrastra y eleva hasta el anonimato unas fotos que atrapaban los fragmentos de vida hermosa que nadie ve, el chico también -como el cineasta que lo filma a él- mira el mundo y elige los detalles subrayables a través de una lente, igual que lo hace el director de este filme, Tim Hunter, que plasma al muchacho desconocido convirtiéndolo en personaje principal junto a ese padre adoptivo encontrado en un multitudinario albergue. 

El juego de espejos o matrioskas sacados del bellísimo relato de su guionista Lyle Kessler, y la fotografía de Frederick Elmes no pueden ser más nítidos y transparentes y dan sentido al lenguaje del cine convirtiendo las palabras precisas en específicas imágenes. 

Mientras, desde una ventana alguien mira sin hacer nada ¿nosotros quizá? 

Cuánto esplendor en el paralelo submundo.

Es una película muy bonita que explica la sordidez con el valioso regalo de la comprensión por parte de quienes la padecen. 

Un abrazo. 

Pili Zori.

"EL PLAN", peícula de Polo Menárguez

Aún sigo impresionada.

Dirigida por Polo Menárguez con la sobriedad de la medida exacta para que conjuguen ritmo evolutivo en progresión, junto al estado anímico individual y a la vez el de conjunto del trío de protagonistas que se va influyendo como los vasos comunicantes en el volcán contenido que busca las aberturas para estallar. El espectador intuye la tensión oculta desde el comienzo sin saber aún cuál va a ser el detonante de la erupción ni quien de los tres la va a provocar.

Defienden esta película Antonio de la Torre, Raúl Arévalo, y Chema del Barco con un lucimiento que alcanza las cotas más altas y no tiene parangón, los primeros planos, los cortos y los de detalle apabullan.

Los tres personajes -parados de larga duración tras haber trabajado en una empresa de "seguridad" valga la paradoja- permanecen atrapados en un pequeño salón opresivo y cerrado que nos remite a Buñuel, cuyas delimitaciones las marca un sofá de tres plazas oscuro, tan sólo el leve respiro -más para el espectador que para los protagonistas- de una diminuta terraza, o del ventanuco desvencijado -todo se cae- del cuarto de baño traerá aire al claustrofóbico rincón de arrinconados.

Una leve incursión al portal y un amago obligado, pero seguramente involuntario -de aparente dignidad masculina mál entendida- de ir en busca del que afrenta pero tras previo aviso telefónico para que en el fondo la amenaza quede en agua de borrajas -el alarde de quien se siente perdedor de antemano- moverá levemente en el espacio exterior la acción, aunque de immediato los tres compañeros regresarán al piso, al refugio, a la estancia de confort inamovible, hasta que la cruda y terrible realidad llame a la puerta.


Las mujeres del trío, dos esposas y una novia, Manoli, Laura y Susi, están presentes en su poderosa ausencia y son el eje alrededor del que ellos giran con su masculinidad tóxica cuya única disculpa es la de que dicha mentalidad ha sido impuesta e inculcada durante décadas, pero entre tanto las mujeres han luchado contra ese modo de pensar -me atrevo a decir que de forma didáctica y pacífica- mientras que ellos se han quedado perplejos y paralizados, por fortuna no todos, en los fotogramas de "El Plan" quedarán para siempre el magnífico director y estos actorazos que tuvieron la generosidad de encarnar lo que ellos no son y de explicar lo que no hay que ser.

El largometraje nos avisa de en qué puede desembocar este mundo nuevo y precario en el que ya no hay seguridad laboral en las voraces empresas, trabajos en los que el ser humano vale menos que la mercancía o la labor que realiza y siempre es sustituible.

Poco a poco vamos aprendiendo -ellos y nosotras- que una mujer no está obligada a amar a su marido porque la mantenga sino porque le quiere con independencia de que trabaje o no fuera del hogar, y viceversa, la vida trae muchas circunstancias que nadie tiene derecho a juzgar.

La identidad de un hombre no es su trabajo, tampoco lo es su potencia viril, y un hombre no es dueño de su mujer, ni su motivación para serlo es la de "Yo a la Susi la dejo cuando quiera y ella lo sabe", porque "la Susi" puede dejarlo a él, y dicha posibilidad hay que incorporarla en cualquier mente.

La película es una adaptación de la obra de teatro homónima escrita y dirigida por el dramaturgo Ignasi Vidal, hay que agradecer que tanto en el escenario como en la sala de butacas del cine y después en la pantalla de nuestras casas, ambos: Ignasi y Polo han conseguido que vuele el mensaje hasta el espectador masivo, y Cayetana Guillén Cuervo y su equipo también lo han hecho posible con la difusión.

Enhorabuena a todos. Nuestro cine es un orgullo nacional y hay que defenderlo.

Pili Zori.

"Tigres de cristal", de TONI HILL

 Desmenuzando el bullying.

He tenido entre mis manos una obra maestra, que me ha conmovido profundamente y que estoy segura de que se quedará en mi interior para siempre, incluso si alguna enfermedad de olvido hiciese estragos en mí, estoy convencida de que el libro seguiría en algún recóndito lugar del residuo o los rescoldos de mi lucidez porque la novela cala a mucha hondura y es imposible dejar de recordarla.

No habría podido leer “Tigres de cristal” en soledad, sin la compañía de mis amigas del club de literatura, ya que el candente tema que trata da escalofríos y nos afecta tanto a personas jóvenes con niños pequeños o con adolescentes como a abuelos con nietos para los que soñamos un futuro de bondad. 

Vivimos en un ambiente de hostigamiento feroz contagioso y pandémico en todos los estamentos, familia, colegios, institutos, universidades, trabajos, prensa, política y medios… y ese es el espejo en el que se miran nuestros hijos, ¡ese es el precioso ejemplo! –va con toda la ironía- ¿de qué sirve clamar la democracia a gritos si el trato general es de odio, explotación y derribo? 

Toni Hill tiene la valentía de explorar y denunciar que hemos de ponernos manos a la obra para desgranar las causas de nuestro deterioro social, de la deshumanización creciente, porque se sabe cómo empieza esta lacra, pero no como acaba y las consecuencias de los prejuicios, de las malas palabras, de insultos, y vejaciones siempre, siempre se pagan, por malcriar, por envidiar, por disfrutar del poder impune de hacer daño con siniestras artimañas amparados en el bulto, en la cobardía de la masa, en la jauría de las redes... porque como nos dice en la página 173: “A veces en las tragedias existe más de un culpable”.

A menudo cuando consideran que soy elogiosa en exceso frente a determinadas piezas literarias me dicen: “No deberías dar el diez con tanta rotundidad por si luego lees otra novela mejor” de inmediato respondo: “ojalá, nada me complacería más que andar engarzando sobresalientes uno detrás de otro y matrículas de honor”, pero el hallazgo ocurre muy de tarde en tarde.


“Tigres de cristal” lo tiene absolutamente todo, escrita en círculos concéntricos que abrazan, rodean y aprisionan al lector para que transite por ellos como si del cono del infierno de Dante se tratara, nos hace bajar al centro de ese averno puesto que en el eje alrededor del que gira se produjo la muerte de Joaquín, el Cromañón, un chaval de catorce años que era el terror de otro crío de doce Juampe, el moco, el ¿crimen?, ¿a manos de otros dos críos de doce?, se nos desvela desde el principio, nada más abrir las páginas porque lo que importa no es el suceso sino por qué esta historia deriva hasta él. Y también se sabe desde el comienzo que unos nacen con estrella y otros estrellados, pero no me quiero adelantar porque en este entramado todos los personajes están heridos incluso los aparentemente más privilegiados. 

La novela de altísimo contenido moral y ético es un aviso en el que se pormenorizan con meticulosidad todos los componentes del bullying, y las partes implicadas: adultos que manipulan, pecados de omisión… la sociedad entera puesta en cuestión con sus luces, con sus sombras, con sus grandezas y sus miserias.  

Tigres de cristal cose dos tiempos de modo magistral y lo hace en forma de espejos que se miran de frente: los años setenta del siglo XX y la actualidad del XXI y en esos paralelismos y en el mismo barrio retrata y psicoanaliza con mirada exterior pero también interior a la Ciudad Satélite en un alarde neorrealista y urbano, el autor narra con un enfoque pesimista que habla en sordina con más eficacia que si lo hiciera a gritos, Toni Hill es la voz de alguien que vivió en la intersección, los novelistas que ya han cruzado el umbral de los cincuenta años de edad van dando testimonio de la  transición, y ponen palabras para definir ese espacio donde antes no las había.

El propio apelativo Ciudad Satélite marcaba un estado de inferioridad con respecto al astro: Barcelona, la gran ciudad a la que había que acercarse con ropas de domingo. Esa localidad creada con premura y sin más historia que el éxodo, fue el cinturón rojo que circunvaló a la inmensa urbe en el extrarradio y alrededor del anillo de Cornellà. Allí, la clase obrera no fue al paraíso, aquella pequeña urbe dentro de la grande supuso en sí misma una ciudad concienciada sindicalmente que asentó en los años setenta del siglo XX a andaluces, extremeños y castellanos que arrancaban sus raíces con la ilusión de generar un buen futuro para sus hijos. No imagino a quienes levantaron los bloques de viviendas -a la velocidad repentina en la que nacen las setas- vaticinando que precisamente por el hecho de estar en gueto surgiría la unidad y por tanto la solidaridad, al menos la laboral, porque el autor disecciona y pasa el escáner, y no era precisamente idílica ni empática toda la vida cotidiana de aquel tiempo sumido en un machismo profundo e institucional arraigado en hombres y mujeres que iba mucho más allá del reparto de tareas. Rosi, la madre de Juampe, víctima de las agresiones de un bruto representa muchos de los infiernos domésticos consentidos e incluso aplaudidos, es de sobra conocido el desprecio del pobre hacia otros aún más desvalidos por mera y patética necesidad de destacar, de diferenciarse, la incomprensión frente a la enfermedad psíquica, y de nuevo la crueldad colectiva que permite e incorpora como costumbrismo la monstruosidad. 

Pero el autor no va a dejar títere con cabeza y tras la justa defensa que hace a las mujeres en todos los aspectos defendibles también nos deja el reproche, “¡vosotras callasteis!” por sumisión, por cobardía…

Comprendería que leyendo mis palabras exclamaseis “¡Madre mía, qué dureza!, no me apetece leerla”, y sin embargo la novela contiene toda la belleza de las tragedias griegas, y también toda la esperanza. Iago y Alena son el futuro, y resultan asombrosos los puntos de partida tan difíciles y complejos que elige el autor para preguntarle al lector ¿y tú? ¿qué harías?, ¿amor imposible entre Miriam y Víctor? Colócate ahí y siente lo que ambos sienten ¿renunciarías por decencia?, ¿por justicia hacia un hermano que no fue justo?, ¿y con él se hizo justicia antes y después? 

Me ha maravillado que eligiese a un enfermo de alzheimer para el papel máximo: desvelar el desenlace y darnos un bofetón sin mano, la paradoja es hermosa, alguien ¿sin memoria? trae al presente el pasado para redimirlo. 

El testigo de la esperanza Toni Hill se lo concede a Miriam y a Iago, personajes secundarios –en apariencia- que sin embargo serán el detonante; Miriam es la pieza fundamental que cambiará el curso de un destino abocado a desembocar en la maldad, gracias a ella hasta Víctor retomará su vida encontrando su verdadero lugar en el mundo al recuperar su oficio en el derecho penal. 

La novela nos habla de venganza, y también de culpa y de absolución ¿Se puede perdonar lo imperdonable para seguir adelante? Es que ahí está la prueba de fuego, todo lo demás es toreo de salón. 

Toni Hill
Los detalles agravantes y eximentes son cruciales a la hora de juzgar, y sin embargo sentenciamos a la ligera sin pararnos a pensar en ellos.

Jamás voy a olvidar la página 420 en la que Miriam le habla a su hijo dándole las pautas que todos necesitábamos escuchar para saber qué hacer, y que a continuación os detallo:

 -“Irás porque esa chica necesita también que alguien la defienda allí. No, no vayas pegándote con todo el mundo, simplemente sé esa voz que lleva la contraria a la masa y que lo dice en voz alta, sin esconderse. La masa es cobarde, Iago. Si tú te muestras seguro de ti mismo se callarán”.

“Dale un voto de confianza y aléjate de quienes le desean mal”.

-“¿Y si me equivoco?”.

-“No puedes equivocarte si haces lo correcto”. 

“Tigres de cristal” tiene la fuerza de un buen wéstern, la dignidad de un samurái, el honor del harakiri, y la vergüenza y el fracaso que aboca a tomar la justicia por tu mano. El lector ve un final no deseable pero sí esperable, y por ello comprende que no ha salido de las páginas con el alivio del final feliz porque el debate está servido y hay que buscar soluciones que también le implican.

Creo que esta novela deben leerla los maestros en los colegios y los adolescentes en los institutos como lectura imprescindible, y de paso las familias.

Ha sido una experiencia asombrosa ver como el escritor estudiaba a cada núcleo familiar, vinculándolos al barrio entero y poder escuchar la respiración de dicho ambiente.

Es una novela coral en la que su autor que además es psicólogo ha tocado la clave y la llave de un problema que nos devuelve la humanidad y no se ha olvidado de nadie, ahí está Marc para corroborarlo. 

Y sí, hay seres odiosos como Lara, como Joaquín, si no fuera así, si no hubiera personas que disfrutan haciendo daño no existirían los torturadores. 

Soy partidaria de la reinserción y considero que todas las personas tienen arreglo, pero también hemos de saber que críos como Joaquín y como Lara no se reparan fácilmente ni en dos días. 

No os cuento más para que la leáis con el mismo deleite y también la misma ansiedad con los que la he vivido, la he leído dos veces y creo que no me estorbaría una tercera.

Gracias señor Hill.

Pili Zori