Relato.
Pili Zori.
-…Lo
que ocurre es que ella no acepta que es la mujer de un obrero, de un currito,
piensa que se merece más y me mira de lado, todos sus gestos y actitudes son de
reproche, sé que le parezco un freno para su deseo ascendente –aleteó los dedos
hacia arriba- y no consigo quitarme la pinza del estómago. –El aire del suspiro tropezó
dos veces en la garganta al tragarlo.
Marco
se rastrilló el frondoso y oscuro pelo desde las sienes, sin recoger la mirada
de ansiedad y ternura de la compañera de trabajo sentada a su lado, el autobús
frenó en el semáforo, la alianza destellaba impertinente en el anular masculino, ella
también le observaba de lado, aunque de manera antagónica a la de su mujer e
inadvertida para él.
El
hombre del asiento de atrás levantó los ojos del libro guarecidos por la gorra
negra de visera sobre el flequillo recto y deslizó el índice para ajustar el puente de las gafas
rectangulares que parapetaban la mirada aguda bajo el entrecejo, las mejillas,
algo descolgadas en bonachones mofletes, caían sobre la barba entrecana, ya
casi no se encontraba papel en las manos de los viajeros, ni aparatosos
periódicos que antaño con tanto arte desplegaba la gente apiñada en los transportes
como si fueran biombos, en su lugar móviles, e-book, tablet..., recogían la
compulsión de los dedos, él sí pudo ver en diagonal sin embargo el delator
contenido dentro de las pestañas femeninas clavadas ahora en el perfil del
acompañante y comprobó cómo la tímida mano de la chica –veinteañera supuso-
recogía el dudoso amago de posarse en la rodilla fosforescente de Marco para
llevarla de nuevo hacia la suya sin haber rozado la del chico, el gesto se transformó al sacudir unas briznas
de polvo inexistentes desde la pernera del uniforme gemelo, fue como si lanzara al
suelo la desagradable imagen de la esposa. Nuria bajó la cabeza y la rizada
cola de caballo se deslizó hacia el hombro de tela ignífuga, se miró el pecho y
los muslos y transparentó sin querer el malestar de no sentirse atractiva
dentro de ese mono infame y de las botas mostrencas con puntapié de metal. El
olor a gasolina, no había manera de quitarlo del todo, cómo habrá gente que se
coloque esnifándola -sentenció- y a continuación pensó que la mujer de Marco
era más engreída que guapa, pero se echaba mucho dinero encima, el suyo y todo
el que él sudaba en octanos. El hombre de atrás fingió seguir leyendo.
-Creo…
A ella le tiritó un poco la voz, sabía que su compañero no se daría cuenta, todo es achacable al mundo exterior cuando no te quieres enterar -dijo una parte recóndita de su pensamiento en paralelo-, la mala amortiguación del autobús encubría el nerviosismo. No, él no había oído el comienzo del credo, tampoco el cuello de la camisa de Nuria, maldita timidez -tragó saliva- cuánto ruido de fondo para no escuchar lo que importa, ¿pero de verdad quiero que oiga este aporreo de corazón? Entrometerme en medio de un matrimonio -chasqueó la lengua contra los dientes- no es lo mío, ni lo va a ser nunca, si terminara dejándola… todavía, pero con el encoñe que tiene, anda que no es lista la cabrona, sólo quiere gustar, y sabe cómo, en la cena… flipé, hasta los majos se pusieron a babear, y él tan orgulloso, como si exhibiera un trofeo, nada nuevo bajo el sol, todo es primitivo. Además, qué ilusa soy, ni que se fuera a fijar en mí en ese sentido, soy un colega, igualita que un tío para él, un tío serio y callado que le escucha. Cada día está más delgado –resbaló los ojos por la hendidura tersa que separaba la mandíbula del pómulo masculinos, seguro que le pone a dieta.
Treinta y cinco o cuarenta calculó el hombre de atrás al ver las manos y el rostro de Marco reflejados en el cristal.
-Creo
-repitió con una seguridad inusitada e involuntaria que no supo de dónde
emergió-, que nadie debería plantearse ascender a través de otro. Si no está
contenta pues puede intentar remediarlo ella, no echarte a ti la culpa de su
frustración, no sé, yo ando libre, no estoy ennoviada, pero siempre he creído
que hay que trabajar en equipo, y no me refiero a currar en sí, eso es asunto
de cada uno y de las circunstancias, y en una pareja… casada -se le atragantó
el vocablo- no hay que meterse. Me refiero a remar a favor de obra en un
proyecto común, además hay que enamorarse de la persona, ¿no?, no de la vida que
supones que tiene que ofrecerte por tu cara bonita, digo yo –se llevó el puño
entrecerrado a los labios y se los mordió.
Marco
esta vez sí volvió la cara para mirarla con la boca entreabierta, y Nuria
maldijo la facilidad que ella tenía para ruborizarse por la piel tan blanca.
-Perdona,
es que no creo que merezcas sentirte despreciado, quiero decir…, no tú en
particular, sino nadie en general, to…todos somos valiosos -volvió a enrojecer
al toparse con los atentos y silenciosos ojos de él-. Y… de cualquier problema
se sale. Si… no eres feliz, pues díselo, di que te sientes poco valorado por
ella y que te está acomplejando, y de paso a mí -bajó la voz como si fuera
pensamiento y miró un instante por la ventanilla-, la dignidad se la da la
persona al trabajo, no el trabajo a la persona, y el nuestro es un buen curro -elevó el hombro-, hay buen rollo entre nosotros y esa suerte no es frecuente -continuó
con el inusual borbotón ya que se había disparado- y si le importan más las
cosas que tú...
A
ver, que no digo que haya que ser conformista, está bien prosperar para tener y
eso…, pero la vida da vueltas y las cosas sólo son cosas. Perdona me estoy
metiendo donde no me llaman y tú sólo quieres desahogarte, y… no tengo monos en
la cara ¿por qué me miras así? -extendió la palma de la mano-, él se removió y
soltó el aire.
-Perdóname
tú, me acabo de dar cuenta de que te doy la brasa a diario, y siempre me
tranquilizas con alguna broma que me hace cambiar de tema, o le quitas
importancia, y soy un egoísta además de plasta porque en todo este tiempo…
¿siete meses llevas aquí?, ¿no? -Ella asintió-. Nunca te he preguntado por tus
cosas más allá de lo superficial, y sí que me interesas, quiero decir que me interesan tus... asuntos,
pero como estoy en bucle… y no paro de rajar.
-¡La
parada!
El
hombre de atrás también se precipitó hacia la puerta de salida, tenía que haber
bajado en la tercera, pero iban ya seis.
-¿Ese
tipo no estaba sentado detrás de nosotros?
-No
me he fijado. Llevará el mismo camino, no seas paranoica mujer.
La
sonrisa de Marco la desbarataba de cintura hacia abajo. Entraron en la boca del
metro, el hombre del libro guardó la distancia de siete escalones y en la
estación aguzó el oído.
-¿Te
cae mal Sofía? -Uff, salvada por el fragor del tren de la otra vía. La pausa
vino bien.
-Sólo
la conozco por lo que cuentas, la cena que hicimos con los demás no es
suficiente, no la he tratado.
-Te
cae mal. –Asintió varias veces con la cabeza. Ella no se apresuró a negarlo-.
La culpa es mía, soy injusto, ya te contaré las cosas buenas.
Nuria
se adelantó encaminándose hacia la puerta del vagón, mientras su inconsciente
pensaba de nuevo por ella a ritmo de medida cósmica: los trenes son como las
oportunidades, si llegan a tiempo hay que cogerlas aunque sea por los pelos,
también por los pelos se pierden, pero cómo saberlo.
El
hombre del libro aferró la barra vertical y abrió de nuevo su novela, ellos
volvieron a sentarse juntos.
-¿Estás
molesta por algo?
-Que
no, de verdad, estoy muy cansada y me duele la espalda, en cuanto llegue a casa
me acuesto.
En
esta ocasión la compañera no se volvió para decirle adiós con la mano, Marco
ladeado apoyó la sien contra el cristal, le gustaba verla caminar, pero hoy andaba más rígida fue la primera vez que tuvo sensación
de pérdida y se le anudó la garganta con un miedo extraño. El hombre del libro
ocupó el asiento de ella.
-Soy
un gilipollas. –Murmuró.
-Sí,
un poco.
-¿Cómo
dice?
El
hombre extendió la mano.
-Luis,
me llamo Luis, no he podido evitar escucharos -expresó con acento latino-. Sabes de sobra que tu mujer es
un error -guapa imagino- un bombón hueco, pero la que se ha ido es más que eso,
dentro tiene licor. –Había retirado la mano sin que Marco perplejo la hubiese
estrechado-. Arregla tus cosas y empieza a rondarla porque en la frente llevaba
escrito que va a dejar el trabajo para que no le duelas más.
-Oiga
y usted quién es y quién le ha dado vela en este ent…
-Soy
uno que escribe novelas. Cazo historias –sonrió- y en los autobuses y en el
metro se acumulan las mejores y la tuya me gustaría que terminase bien.
Guardó el libro en el bolso cruzado, A Marco le dio tiempo a leer el título sobre la colorida portada selvática, “Un viejo que leía novelas de amor”.
Luis vestía
una sudadera negra con una estrella grande estampada en el pecho y un poco
recostada encima de la curva de su relajado estómago, el empleado de la
gasolinera no había reparado en ella hasta ese momento, el hombre se marchó, y
por alguna razón indescifrable a Marco se le metió en la cabeza aquel tema de
una tal Mari Trini que a menudo tarareaba su madre: “Por qué a mí se me ha
caído una estrella en el jardín.” No advirtió que se habían abierto de
par en par las puertas.
***
Este es mi pequeño homenaje al gran escritor chileno Luis Sepúlveda. Se lo llevó la pandemia antes de tiempo. Con el deseo de que su maravillosa estrella siga iluminando las calles y jardines de Gijón.
Pili
Zori.
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