"Nubosidad variable", de CARMEN MARTÍN GAITE

    Carmen Martín Gaite perteneció a aquel grupo al que nombraron como la generación de los cincuenta, o escritores de la posguerra, aunque ella aclaraba que simplemente eran amigos a quienes les entusiasmaba hablar de literatura y de libros, pasear por Madrid, entonces menos ruidoso, sin apenas coches, con poca gente, e ir a los cafés o tascas, un tiempo sin televisores en el que cultivar la conversación era un placer de ritmo más lento que el de hoy -en el que enseguida alguien dice: ¡Al grano!-, y también quizá más brillante y fructífero.

    Ninguno sabía que todos ellos iban a ser famosos y conocidos por los libros que escribirían, obras caracterizadas por un neorrealismo español que buscaba plasmar las voces del momento como si se limitaran a colocar un micrófono o cámara delante de lo que escuchaban o miraban para dar testimonio, para ser testigos, una mirada exterior.

    Carmen Martín Gaite también plasmó su época -con las evoluciones e involuciones- hasta el fin de sus días, como muestran El balneario, Entre visillos, Ritmo lento, Retahílas, Fragmentos de interior… pero además ella incorporó la introspección, o mirada interior, el psicoanálisis, las partes oníricas, las ensoñaciones, en definitiva, el lirismo y las imágenes poéticas.

    Sus leitmotiv, es decir, sus constantes, sus preocupaciones, siempre fueron la búsqueda de interlocutor, -de hecho escribió un ensayo con dicho título-, el hallazgo de encontrar a esa persona que te comprende y a quien tú comprendes, alguien con quien estableces una conexión absoluta, y como es un logro difícil de hallar dado que nos escuchamos mal por el ruido interior que llevamos, que nos hablamos mal, como ella afirmaba, la literatura lo compensa con esa especie de amigo imaginario deseable, puesto que en una novela sucede lo que el autor decide que pase.

    Otra de las constantes de su escritura es el deseo de escapar de situaciones opresivas, o de los estrechos esquemas de una sociedad provinciana, o de un matrimonio asfixiante, espacios que restan libertad sobre todo a la mujer a quien sin duda ella dio su lugar, Nubosidad variable prácticamente es una coral femenina.


    Me permito la licencia de opinar que fue profundamente feminista, más que muchas militantes que ejercieron sólo en apariencia -ya que en todos los movimientos revolucionarios se padecen sarampiones temporales- y criticó que algunos sectores incurrieran en los mismos defectos del hombre que estaban denostando: como imponer criterios de dominio. Sobra aclarar que hay una gran mayoría de hombres que creen en la igualdad de oportunidades y luchan por ella.

    A menudo los cambios sociales tienen brusquedades necesarias que generalizan y meten a todo el mundo en el mismo saco, hoy sabemos que menospreciar el valor de aquellas que no trabajaban de forma remunerada fuera de sus casas, hace que nos preguntemos ¿qué eran las mujeres rurales, por ejemplo, que trillaban, ayudaban en el campo, lavaban en los ríos, criaban hijos y mantenían el orden y la limpieza en rudimentarias viviendas sin electrodomésticos? Paradójicamente las que hacían mucho menos, pero en hogares ajenos, cobraban sin embargo un salario por el trabajo doméstico, habría que especificar y revisar por tanto en qué lugar tendríamos que situar la independencia. ¿Acaso trabajar no va asociado a menudo a oír, ver y callar? Es decir: ¿a llevar mordaza? En la página 100 nos dice que las criadas conocen mejor que nadie esas historias familiares porque han eliminado lo superfluo y se quedan con lo esencial y porque han sido testigos sin decir nada.

    Ella pertenecía a una familia acomodada; su padre, un notario prestigioso y querido, amante de la literatura y de la historia quiso junto a su esposa que sus dos hijas realizasen estudios superiores. En la facultad de Carmen sólo había seis chicas. Estuvo becada en Portugal y también en Francia y allí sí que vio el contraste con nuestro país y comprendió que ese espíritu libre por el que durante toda su existencia se caracterizó sí tenía cabida, y se lo trajo de allí.

    En nuestro club de literatura hemos leído obras de casi todos los componentes de aquel grupo, de Ignacio Aldecoa con quien Carmen Martín Gaite estudió en Salamanca, -la ciudad en la que ella nació-, tuvimos entre las manos Gran sol; de Josefina Rodríguez leímos Historia de una maestra y El enigma, fue la mujer de Ignacio, aunque pronto enviudaría ya que él murió con tan sólo 42 años, su marcha supuso una enorme pérdida para la literatura, ella se añadiría el apellido tras quedarse sin él, Josefina R Aldecoa además creó La Institución Libre de Enseñanza.

    Carmen Martín Gaite también se casaría con Rafael Sánchez Ferlosio, de él leímos El Jarama, a su vez formaban parte del clan, -tal vez algo endogámico en sentido homógamo-, Jesús Fernández Santos, Alfonso Sastre, Medardo Fraile, cineastas como Berlanga, y pintores y artistas de otras disciplinas.

    De Rafael Sánchez Ferlosio se separó tras diecisiete años de matrimonio, al parecer tenía un carácter bastante maniático, escribía durante toda la noche, dormía de día... pero ella nunca habló mal de él aunque en las enigmáticas dedicatorias que Carmen Martín Gaite colocaba en las novelas y ensayos que escribía se puede resumir y pespuntear su vida, y aún dentro de la ambigüedad a buen entendedor…: “Para Rafael que me enseñó a habitar la soledad y a no ser una señora”.

    En Nubosidad variable se alberga la más dolorosa: “Para el alma que ella dejó de guardia permanente, como una lucecita encendida, en mi casa, en mi cuerpo, y en el nombre por el que me llamaba”.

    Calila, así nombraba a Carmiña Marta, su hija, cuando era niña, murió con 29 años contagiada de sida. Carmen Martín Gaite ya había perdido a su primer hijo, Miguel, cuando tenía nueve meses a causa de meningitis. A pesar de su tragedia y de su inconsolable sufrimiento siempre fue una mujer muy positiva y amable con los demás cuya literatura resultó para ella tabla de salvación. Tuvo la suerte de contar con el mecenazgo de los editores.

    “Mientras dure la vida sigamos con el cuento”. Expresó en El cuento de nunca acabar.

    “Mientras dure la vida hablemos de vida”.

   Con Caperucita en Manhattan intentó explorar los peligros que acecharon a su hija. Carmen huyó durante un tiempo a Nueva York para dar clases y no tener que deambular entre los dolorosos enseres y la ausencia de Marta.

    Nubosidad variable no sólo trata la recuperación de una amistad, también retrata un tiempo, los ochenta, y lo hace en la descripción de los interiores, la decoración clásica de torneadas patas y muebles robustos de los anteriores ricos da paso a los diseños diáfanos más ligeros y lineales de lofts amplios como naves industriales amueblados con lacas, acero y cristal de los nuevos acaudalados que hablan del dinero por kilos. Refleja el tiempo de la cultura del pelotazo, todos querían emular a Mario Conde, describe los cócteles multitudinarios de la corte de aduladores de los nuevos millonarios, fue un tiempo de recibir y reunirse en las casas, de acoger a invitados... la crisis acabaría con la comparsa y la exhibición.

    Las dos narradoras van construyendo con las epístolas y escritos -que más adelante intercambiarán- la novela en sí, y el lector asiste a dicha construcción y ve cómo poco a poco se alza el edificio desde el esqueleto, desde los cimientos. El hecho de escribir la una para la otra y de intentar ordenar lo que cuentan para que sea entendible consigue en el fondo que cada una de ellas se analice y encuentre a sí misma. En la página 197 dice con cierta ironía: “No, hombre, no te preocupes. Es que tengo un alter ego que me manda escribir. Esquizofrenia si quieres, pero controlada. Delegas en otro para que te cuente lo que te pasa, y ese otro que también eres tú, lo mira todo desde fuera, luego cuando quieres recordar se ha separado de ti y acaba existiendo”. El lector se pregunta si está contemplando a un mismo ser desdoblado compuesto por ambas protagonistas, o si la novela trata de una excusa para poder decir en las páginas lo que la autora habría deseado exponerle a otra amiga fuera de ellas.

    Nubosidad variable parece interrogar sobre qué es el éxito o el fracaso, Sofía sube por escaleras de mármol, está casada con un próspero ejecutivo, -oportunista y advenedizo dirían lectores menos benévolos, o más exactos quizá-. Y Mariana es la psiquiatra de moda entre la crème de la crème, pero ambas sienten la derrota, vemos el balance de ese inciso de tres décadas que se produce en el umbral del paso a la juventud, punto en el que la amistad se rompe, y comprendemos que las vidas de ambas prometían desarrollos diferentes, y en el reencuentro deducimos en qué se han convertido: Sofía se ha diluido en la familia y en el desamor y no siguió escribiendo a pesar de que durante su tiempo de estudiante uno de sus mejores profesores la incitase a hacerlo: “Siga escribiendo señorita Montalvo, no lo deje nunca”, y Mariana de tanto sujetar cordura y enmendar desequilibrios a pacientes también se pierde y disuelve en ellos. Como siempre el dilema eterno está servido:¿Quién cuida a quienes cuidan?


    El lector comprende que el grado de implicación de Mariana con dos de sus pacientes rompe cualquier protocolo, y deduce que es una licencia de la autora ya que fuera de las páginas, cuando algo así sucede, el psiquiatra tendría que derivarlos a otro profesional siguiendo el código deontológico. Tal vez -me permito opinar subjetivamente- bastaría con que la autora justificase la actitud de algún modo, pero en cualquier caso estoy convencida de que cruzar la línea invisible sucede más a menudo de lo que los profesionales están dispuestos a admitir, por tanto no es increíble, y me parece un acierto que se muestre la vulnerabilidad personal de Mariana aunque su método y pericia profesionales sean impecables, se nos olvida que  psicólogos y psiquiatras también necesitan ayuda terapéutica, con mayor motivo si cabe a tenor de lo que escuchan y tratan cada día.

    La autora le presta a Mariana sus ensayos sobre los usos amorosos del siglo XVIII y los de la posguerra española, en Nubosidad variable comenta que está escribiendo un estudio sobre erotismo desde la mirada de su profesión. De nuevo asistimos al reparto entre ambas de asuntos personales que provienen de fuera. 

    Las nubes son como almas que nos sobrevuelan, flotantes y por tanto estados de ánimo que fluctúan, algunas han de encogerse para no colisionar con las de los otros y viceversa, porque al igual que ellas los estados de ánimo son variables.

    Vamos a conocer a muchos personajes accesorios como las protagonistas los denominan, pero que forman parte del ambiente, porque en la vida, además de los asuntos que te ocurren, a tu alrededor también están sucediéndoles otros a los demás, Sofía insiste en los trocitos, en que todo se produce y se nos presenta en trocitos. Martín Gaite además de escribir creaba collages, ese arte que cobra unidad y sentido por la forma en la que colocas pedazos de imágenes recortadas, piezas, dibujos o frases. Así es la escritura de Carmen Martín Gaite, comienza en sus “cuadernos para todo”, en ellos puedes encontrar citas, listas, variopintas anotaciones, avisos… son pequeños almacenes cuyas piezas más tarde irá colocando para que compongan lo que con ellas ha querido decir, ha conseguido crear y en Nubosidad variable el lector tiene el privilegio de ver el making off, el cómo se hizo. Todos los escritores usamos ese tipo de cuadernos aparentemente caóticos que delatan los pormenores e inventarios de nuestras existencias, que nada tienen que ver con un diario, pero sí dan más cuenta de nosotros de la que tal vez querríamos cuando se colocan en su sitio las piezas de nuestro puzzle vital.

    Hay en la novela un pasaje precioso en el que Sofía, enseña a su hija a retener la creatividad, y que explica con precisión el sentido de la escritura como a mi parecer nunca antes se había expresado: 

    “Pero esa historia -le dije- si no se la cuentas a alguien o no la escribes, también se olvida y luego sale rota cuando la quieres recordar. O sea que todo se rompe siempre un poco y hay que pegarlo otra vez, qué se le va a hacer, un cachito de aquí, otro de allá, todo son cachitos”.

    Escucharemos y contrastaremos varios lenguajes, el culto e intelectual de las dos protagonistas, el popular de pies en tierra de las empleadas de servicio doméstico, el de los hijos, otra generación que transitó en tiempo de cambio con la alegría de haber salido de una dictadura pero tal vez confundiendo en determinados sectores la felicidad con otros sucedáneos artificiales, el equívoco de una valentía que creyó salvar los riesgos de venenos y acíbares con trampa, y el elegante hablar de los camareros con la sabiduría que concede el oficio...

    Las nubes en su movimiento a veces transparentan y en esta novela trasluce a menudo el pentimento de la autora cuando el dolor personal se le escapa sin apenas camuflaje en frases y pasajes en los que el lector puede verlo con perfecta nitidez.

    Las nubes contienen el llanto del cielo, les decimos a veces a los niños porque sólo ellos saben con certeza que las metáforas son literales, los niños son los interlocutores perfectos. Las lágrimas de Nubosidad variable están muy retenidas.

    Aquí dejo uno de esos dolores transparentes que la escritora colocó al desgaire en apariencia y que podría pasar inadvertido: “Como cuando te llaman para reconocer a un muerto y tienes que levantar la sábana”.

    Me pregunto cómo recibiría la noticia de la muerte de Marta. También de forma velada habla de abejas que clavan aguijones y de vacunas que aún no están creadas.

    “Todas las pesadillas son horribles y tratan de eso: de que te caes”.

   “Esbozaba una sonrisa dirigida al sacacorchos, pero se le quebró a medio camino como tragada hacia un pozo de sombras del que yo no sé nada. Seguramente ella sabe más del mío”.

    Menos mal que a veces la esperanza para sobrevivir dentro de ti encuentra el bálsamo: “…con una amiga de la propia edad y gustos parecidos, porque los chicos en cuanto crecen ya radian en otra onda y hablan raro y no sabes lo que piensan de ti”.

    Mi morbosa imaginación a veces juega con la idea de que Guillermo es en realidad Ignacio Aldecoa, pero no hay que tenerla en cuenta porque los profesores también me decían en clase demasiado a menudo: "Zori, está usted en las nubes".

    Carmen Martín Gaite murió abrazada a su cuaderno en el que estaba escribiendo su última novela Los parentescos. La bellísima imagen de réquiem se expresa por sí sola.

    Un abrazo y hasta el próximo encuentro en este cuaderno para todo que es mi blog, con el deseo de que no os perdáis por sus vericuetos.

Pili Zori

"El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes", de TATIANA TÎBULEAC

       Impresionante.

      La ternura bajo la ira, como la rosa de la esperanza que queda cuando se abre la tinaja de Pandora y escapan de su prisión todos los males, todas las furias.

    El arranque es brutal aparentemente, pero también paradójico, y suena terrible si te quedas sólo en la forma, en la superficie de los malos modos, pero si te dispones a escuchar bajo el ruido te darás cuenta de que es el pensamiento de un adolescente cargado de enorme inquina lo que oímos, y en esa parcela en la que se desarrolla el monólogo interior no hay censura y comprendes que su desaforado resentimiento en realidad es una demanda de amor a gritos, una declaración, una queja, un lamento en esta relación entre madre e hijo.

   Traspasado el primer puñetazo en el estómago que el lector recibe comienzan a desmenuzarse las razones de desamor de ambos protagonistas y la novela se convierte en un canto a la reconciliación, a la capacidad de hacer las paces que tenemos incluso después de la muerte de un ser querido.


     La novela mira de frente, y se despoja de lo superfluo para demostrar que la belleza reside en todas partes, también en la tristeza.

       El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes es alta costura, una obra de arte ya que consigue que el lector vea el elogio escondido en las críticas del hijo, la bondad dentro de la propia ira, la llamada de socorro dentro de la agresividad. Y saber escuchar lo soterrado, lo que hay debajo de los golpes en ese ring de reconciliación es algo que nos beneficia porque sana.

    La composición de un lirismo supremo con contundentes prefacios que condensan el resumen de lo que a continuación se va a desarrollar, las huellas y rastros que el cuentagotas va depositando con precisión -para que después se abrochen en el cierre de cada círculo- y los hermosos golpes de asombro sin forzar -forma y fondo van unidos en rigurosa verdad- dan como resultado un derroche de talento inconmensurable que Tatiana Tîbuleac domina y sabe contener en toda su inmensidad controlando lo que quiere decir en cada momento y cómo lo va a repartir, y al acabar su escultura perfectamente definida parece exclamar señalando con las palmas de las manos en poderosa ofrenda: ¡Señores! ¡Esto es el barroco!, ahí tienen el colosal dolor retorcido, el sinuoso amor en plenitud de recovecos y curvas, la vida naciendo de la muerte.

El lector comprende al fin lo que intuía, y el legado que la autora anunciaba desde la primera página con sutilezas casi inadvertidas se extiende ahora explícito a sus pies  en maravilloso inventario de mercadillo. 

La herencia, la estrella real que no era metáfora, el secreto de los azules ojos, el delfín que ahuyenta a la parca y que más tarde, partido en dos sonríe a la muerte, la barca de Caronte encallada en un tronco hasta que ni un sólo rincón quede sin limpiar, sin ser purificado, "desodiado", la fachada de los postigos verdes, esos ojos de ventanal de la casa iguales que los de la madre. Un lugar indefinido en la tierra frente a un campo de girasoles que también pierden el pelo como la progenitora sin nombre que al fin dice el tan ansiado "ven, ven conmigo" que vincula, la punta del vestido blanco que se desliza como un pañuelo flotante que indica el ánimo alegre y etéreo de esa mujer que se despide, "Te doy vida en la muerte que me dan y no tomo" diría Miguel Hernández. Porque no importa el tiempo de existencia de la mariposa, primero gusano, después crisálida y más tarde alas, lo que cuenta es el vuelo y dejar como legado un final redentor.

    
 
Así es como yo he visto esta novela, así es como la he hecho mía.

    Se agradece que la enfermedad de Aleksy tampoco tenga nombre de estigma y sí de desamor, porque "Cuando tienen mucho dinero, a los enfermos psiquiátricos se les llama excéntricos" nos dice el protagonista.

    Un trabajo extraordinario de la traductora Marian Ochoa de Eribe, y una acertadísima apuesta de la Editorial Impedimenta.

Un abrazo y hasta el próximo encuentro.       

Pili Zori

"Corazón que ríe, corazón que llora", de MARYSE CONDÉ

    Una novela autobiográfica, y subrayo novela porque lo es, ya que ni las biografías ni las autobiografías se escapan de sus partes de ficción dado que la memoria es caprichosa y selectiva y quienes escriben sobre existencias reales inevitablemente omiten episodios o subrayan otros con mayor énfasis, también incluyen los que les han sido referidos, como en el caso de Corazón que ríe, corazón que llora puesto que en las primeras páginas aparece el relato de los acontecimientos del día en el que Maryse Condé vino al mundo y como es natural la autora no puede recordarlos.

    La maestría, a mi juicio, siempre radica en la composición, en la forma de ensartar el lenguaje, en el ritmo y en el tono elegidos, es decir, en el modo de narrar, en el estilo… esos son los ingredientes que cuentan para mí, porque la verdad a menudo es relativa, ¿qué es para cada uno de nosotros? Hay una parte absolutamente verdadera en alguien que nos engaña o se miente a sí mismo porque no importa su embuste sino la razón por la que miente y ahí es donde se esconde la sinceridad que no muestra, la literatura indaga en esos pliegues y a menudo hay más realidad en la ficción.

    Tras leer Corazón que ríe, corazón que llora, y la continuación La vida sin maquillaje, intuyo que Maryse Condé se escarba hasta sangrar para entregarnos honradez, para no quedarse con nada que ella considere que no le corresponde, para desmitificarse, y en ese afán creo que es dura en exceso consigo misma, puesto que la admiración que le profesan el gremio y sus lectores es un obsequio basado en su currículo real, y los regalos no se desprecian aunque consideres que no te los mereces. Ella parece decirnos: vale, fui profesora en algunas ciudades de distintos países africanos y también en Harvard y en la Universidad de Columbia en Nueva York, pero en África a veces apenas vinieron alumnos; en ese afán de modestia parece indicarnos: tampoco supe amar como es debido, y como madre dejé mucho que desear, pero el lector sabe cotejar y entiende la heroicidad que ella no se reconoce cuando recién estrenada la juventud concibe a Denis, su primer hijo de los cuatro que tuvo, y es abandonada, cuando su padre le retira sin miramientos la asignación para a renglón seguido olvidarla, cuando se queda sin madre con apenas veinte años tras haber salido a los 16 del archipiélago de Guadalupe que hasta entonces consideraba su patria.


    Siempre he dicho que comprender no es justificar y ella, la autora, realiza ese desgarro con sus padres, negros supremacistas e inflamados de elitismo que creen que han prosperado gracias a la cultura occidental, concretamente la francesa, teniendo orígenes muy humildes -la madre de Maryse fue la primera profesora de su familia y el padre un prestigioso financiero.

    En la casa de Maryse Condé no se hablaba ni se bailaba ni se comía en criollo, más adelante en su accidentado periplo por África la autora iría almacenando lo que veía y escuchaba, tomaría conciencia de que el suelo que había pisado durante su infancia fue poblado por negreros y que a esa cadena estaba atada la diáspora con sus ancestros, comprendería el significado y contenido del colonialismo y lucharía por la independencia de su tierra guadalupeña y francófona.

    Pero no quiso idealizar su evolución, ya que se topó con intelectuales cuya cultura no les limpiaba ni eliminaba los prejuicios, sufrió abusos para los que no tenía enseñanzas de rechazo y aislamiento por ser y proceder de otro país, por no hablar idiomas africanos nada más llegar, por no vestirse de forma mimética para ampararse en el bulto, para ser una más del grupo, padeció exilio... de modo que no es extraño que tras haber conocido tanto mundo viendo y viviendo en persona los pros y contras hoy se declare nómada, apátrida, y asegure que la identidad suele ser un traje impuesto que o bien te está grande o te resulta pequeño. No obstante África se introdujo en su corazón por el sufrimiento de los niños, por las desigualdades, por la falta de oportunidades y por sus enormes posibilidades.

    Después de varios intentos de amor fallido, (uno de ellos con su primer esposo el actor Mamadou Condé con separación física y geográfica pero sin divorcio durante dos décadas, ambos tuvieron otras relaciones, una importante para Maryse a pesar de la insatisfacción, en la que finalmente el amado se descolgó con que la quería sin hijos), encontró al fin su felicidad con el segundo. De Mamadou conserva el apellido, no por homenaje a él sino porque para ella dicho apellido -que se convirtió en apelativo por el que fue conocida y nombrada- representa el tiempo que pasó en el continente africano. 
   A día de hoy casada con Richard Philcox “su blanco”, puede afirmar que con él encontró la plenitud y la autoestima, lo nombra así bromeando con ironía en recuerdo de aquella pequeña Maryse que descubrió que era negra cuando otra niña blanca jugando a criadas y señoras la maltrató, y entonces la ingenua e infantil Maryse, la última hija de los Boucolon que vivía rodeada de servicio le pregunto ¿por qué me pegas? La niña blanca respondió creyéndose cargada de razón: Te lo mereces porque eres negra.
    He contemplado fotos que hablan de ese amor por sí solas, por cómo están juntos, por cómo se miran. Además de ser el marido de Maryse, ejerce como traductor de su obra al idioma inglés, sin duda ese cometido genera una simbiosis perfecta ya que lo más genuino de un autor es su escritura, y ella ahora se la dicta a él dado que a causa de la enfermedad degenerativa que padece no puede escribir. Se intuye que harán pausas para explicar las razones de lo que va creando y bulle en su interior.

    

La autora declara que en este momento y a su edad se dedica a ella misma y a las demandas de su salud, confiesa que no ha encontrado respuestas pero que lo importante es buscarlas y que se arrepiente de no haber hecho más por su gente antillana, y eso lo dice nada menos que la mujer negra que consiguió con su trabajo la ley francesa que hoy reconoce la esclavitud como un crimen contra la humanidad, la madre que en soledad crio a cuatro hijos en África trasladándolos consigo mientras daba clases en distintos países, la que en determinadas etapas no pudo llenar la nevera para su familia, la mujer que escribió más de treinta libros de literatura, ensayo y teatro, obras que se han caracterizado por interrogarse sobre la Identidad, la memoria, el ideal femenino, la diáspora negra y el colonialismo. La escritora que creó el premio literario de Las Américas Insulares y Guyana y que recibió a su vez sendos y prestigiosos galardones en Francia como el Nacional de literatura sobre la mujer y el Anais-Ségalas de La Academia Francesa, fue la primera mujer que obtuvo el premio Putterbaugh otorgado por EE UU a autores francófonos. La profesora que terminó amando la docencia.

    Y por último recibió con gratitud el premio Nobel Alternativo porque en 2018, por escándalo sexual y filtración de datos, la Academia Sueca tuvo que suspenderlo. En cualquier caso, aunque no sea el oficial, es tal vez hoy más prestigioso ya que lo entregan intelectuales con enorme predicamento valorando las causas que transforman el mundo para mejorarlo. 

Si a todo lo anteriormente dicho le añadimos que ella equipara el arte culinario con la literatura pues ya me enternece y me gana por completo, no puedo estar más de acuerdo.

    Es de agradecer que la editorial Impedimenta conceda un lugar visible a los traductores: Martha Asunción Alonso ha realizado un trabajo brillante, no en vano su tesis doctoral versó sobre la vida y la obra de Maryse Condé, también vivió en Guadalupe en donde impartió clases como profesora y tuvo entrañables encuentros con la escritora en Francia, país en el que actualmente viven ambas. Gracias a Martha y a Impedimenta hemos conocido a esta magnífica y honesta escritora que tomándonos de la barbilla nos ha obligado a mirar hacia mundos no tan remotos pero injustamente desconocidos.


    Un abrazo y hasta el próximo encuentro con el cine o con los libros.
    Pili Zori

"Feliz final", de ISAAC ROSA

 

Comenzar por el final, una ruptura de pareja, para llegar hasta el principio -cuando se conocieron y enamoraron- es la original herramienta narrativa que elige el autor para recorrer en este sincero flash back los escollos con los que se ha ido tropezando el amor de Ángela y Antonio a lo largo de trece años. ¿Habrían sido salvables? El lector decide.

La composición y la estructura cobran cuerpo físico en sí mismas. La novela comienza por el epílogo, y un poema de Eugénio de Andrade, que habla sobre el fin de un amor, nos abre la puerta del capítulo siete, que en realidad es el último.

Acompañaremos a los protagonistas dentro de las páginas, a veces a Antonio y otras a Ángela -y queriendo o sin querer tomaremos partido a su vez alternativamente por ella o por él- (logro que consigue Isaac Rosa dado que sabe construir y dar voz y verdad tanto a un hombre como a una mujer) y en otras ocasiones comprenderemos con equidad a ambos para terminar apreciándolos como pareja y también por separado.

Al “finalizar” llegaremos al principio, al capítulo uno, situado en la última página, y nos volverá a abrir la puerta -esta vez la del prólogo- otro poema de Eugénio de Andrade que habla del instante preciso en el que comienza un amor.

El íntimo encuentro con Antonio y Ángela habrá concluido y tras él abandonaremos la novela habiendo realizado nuestro propio balance.

Durante el terapéutico trayecto ella se expresará en cursiva, él en letra de libro. A veces monologará primero él y a continuación ella, y según vayamos acercándonos al comienzo de esta sincera retrospectiva, habrá momentos en los que hablarán sobre el mismo asunto uno frente al otro, o al lado, y entonces cursiva y letra mecanográfica se irán entremezclando en el diálogo. Más adelante los dos se explicarán a la vez, el autor lo resolvió visualmente mediante columnas -no en vano Antonio en la ficción e Isaac fuera de las páginas son periodistas.

Como dice Juan Mari Arzak: “Este plato es sencillo de hacer, pero se te tiene que ocurrir”. En eso consiste el talento de la renovación formal.

En cualquier caso, la novela retrata de forma fidedigna, y avisa sobre los síntomas, pone palabras donde antes no las había y suscita el interés sobre esa parte desconocida que se resume en “Nos hemos separado” o en el más habitual “Me he separado” ya sin el nosotros.

Sobre los detalles del proceso nadie pregunta por respeto y ese es precisamente el tramo que Isaac Rosa nos explica de forma pormenorizada. La historia que cuenta se sitúa en el contexto de la generación a la que él pertenece.


La novela nos hace un sinfín de planteamientos e interrogantes:

¿En esta época en la que impera el corto plazo, el amor romántico es inculcado y aprendido a través del cine, las series o la publicidad?

¿O sólo lo creen así quienes nunca se han enamorado realmente?

¿Hay un interés comercial en mostrar sucedáneos del deseo, para provocarlo, frustrarlo y garantizar de esa manera el bucle de repetición en el espejismo del consumo?

¿Acaso el deseo sólo funciona a largo plazo si va unido al amor? ¿O en la rapidez del corto plazo de nuestro tiempo se confunde con lo quiero, lo pido, lo obtengo y me lo trae de inmediato a la puerta de mi casa un repartidor de la multinacional?

Ironías aparte, con el símil me refería a la infidelidad que no repara en las consecuencias.

¿Existe el enamoramiento? ¿O, como muchos descreídos piensan, enamorarse es el resultado químico de un estado físico ancestral destinado a la procreación?

¿Puede recuperarse tras un periodo de desamor el amor hacia la misma persona?, ¿son necesarias las crisis para sacudir la alfombra?

Hay ejemplos para todo, hasta divorciados que tras darse un garbeo por el exterior vuelven con los sentimientos más claros. El riesgo, como es lógico es que la otra persona ya no le espere.

¿Hasta dónde se puede tensar la cuerda? ¿Al amor lo matan los caracteres y temperamentos feos? ¿Nos falta educación sentimental?, ¿es necesaria o por el contrario el corazón sabe de sobra hacia dónde tiene que ir?

¿Se entienden bien las señales del semáforo para saber distinguir la recuperación de la conformidad?

No todo es achacable a la independencia económica, conozco personas dependientes que sin embargo ganan mucho dinero, a parejas atadas y con falta de libertad -al menos la de alguno de sus miembros- sin que tengan problemas crematísticos, y también sé de matrimonios que deciden divorciarse a pesar de las dificultades aparentemente insalvables. Por tanto habría que profundizar antes de sentenciar y de echar balones fuera ya que con los mismos ingredientes se elaboran comidas distintas.

¿Tal vez las personas de la edad del escritor –salvo honrosas excepciones- pequen de juvenilismo y por ello teman la llegada a la madurez y como consecuencia generen ese extraño síndrome de Peter Pan y busquen con ahínco la repetición de la intensidad de los primeros años amorosos con otras u otros?

Es sabido que algunos se emparejan porque toca, y tienen hijos por la misma razón, mal asunto si después de dicha elección se dan cuenta de que están con alguien equivocado, también existe la amistad con sexo, o el deseo de espantar la soledad y múltiples variantes de conveniencia que pueden funcionar, pero el amor es un misterio imperfecto al que tenemos derecho, con hijos, sin hijos, con dinero, sin dinero... y sería bueno que en caso de divorcio ambos tuvieran techo y facilidades para volver a ser felices en otra compañía o en soledad y que los hijos no tuvieran que pagar ningún plato roto.

El debate está servido.

La disección, el escáner, la autopsia de Feliz final, vale como espejo en formato y diseño de inventario para todos, pero Isaac Rosa, como ya he dicho en renglones anteriores, refleja fundamentalmente en el azogue a su generación –o a un gran sector de ella- nacida en democracia y con todas las expectativas de alegría y progreso que la nueva era prometía y que finalmente no se cumplieron.

Estar en paro es malo, pero en el mundo laboral de hoy las normas en su mayoría no son precisamente democráticas sino más bien de edad media.

La duración de los trabajos suele ser inestable, los sueldos no equivalen a las necesidades básicas y dichas parejas las cubren con dificultad aunque tengan empleos muy titulados.

La precariedad no sólo es aplicable a la pobreza, tener tiempo para trabajar y no para vivir nos vuelve frágiles en todos los aspectos: dificulta la crianza de los hijos, complica tener techo, comida, educación, odontólogos, oftalmólogos… el tiempo es necesario para escuchar, comunicar, amar, crear… para tener espacios comunes y no jaulas –como el protagonista nos dice- en las que se comparten cansancio y soledades, en las que no se hace el amor sino un cuerpo a cuerpo de masturbaciones mutuas con las caricias del otro.

Quizá los protagonistas pertenecen a “la generación más sobradamente preparada de la historia de España”, y haber sido educados para el triunfo tal vez elimine la capacidad de lucha, de resistencia, de encajar la frustración, el fracaso.

En el coloquio de nuestro club de literatura, también se habló de los daños colaterales que en la novela apenas se tocan: los que padecen los hijos de padres separados, del egoísmo a la hora de repartir bienes o deudas... Imagino que en los próximos encuentros surgirán muchos epílogos enriquecedores añadidos por nosotros, todavía estamos reflexionando sobre las primeras cien páginas, aunque me di licencia para leer la novela completa y hace días que la terminé, nunca hago spoiler.

Una vez expuestos todos los elogios anteriormente dichos añadiré alguna pega:


Hay una escena que me molesta especialmente, en ella los protagonistas que en ese momento viajan en el metro, se sienten superiores a una pareja mayor que ellos, mal avenida en ese instante, seguramente por un enfado momentáneo o arrastrado, no se sabe. Antonio y Ángela piensan con aversión que ese hombre y esa mujer son el reflejo de un futuro al que por nada del mundo quieren llegar, también critican a sus padres por la misma razón.

La altivez joven, la necesidad de destacar, de sentirse especiales y naturalmente de juzgar es un pecado de juventud, como cuando alguien exclama para sobresalir y diferenciarse “¡Uy, a mí eso no me pasa!”, de inmediato me dan ganas de apostillar: “Pero te pasan otras cosas, ¿de qué vas?”, o de añadir “las discusiones se oyen, los besos no, y enfadado nadie resulta guapo ¡tú qué sabrás!, puede que si ahondas salgas perdiendo en la comparación”.

No estamos en el interior de las personas y habitualmente conocemos los hechos in media res, sin lo de delante ni lo de detrás.

En Feliz final hay un hilo conductor: la referencia a la película que ambos protagonistas vieron por separado cada uno en su habitación de hotel cuando se conocieron, es una atinadísima elección “Te querré siempre” así la titularon en nuestro país, o “Viaggio in Italia” que fue la designación original. Aquel filme dio paso en su día a una moderna forma de narrar muy ponderada por Cahiers du cinema.

El largometraje trata el mismo tema que hoy y en esta novela nos ocupa, fue protagonizado por Ingrid Bergman y George Sanders y dirigido por el esposo de la actriz, Roberto Rossellini, e ilustra un proceso similar (el matrimonio Rossellini tuvo muchas dificultades y rechazo social en aquel Hollywood de 1954, otro día si os parece tocaremos esa historia).

Como veis, la novela suscita reflexiones e invita a compartir experiencias, pero lo mejor es que nos muestra los sentimientos, alegrías y dificultades de una generación sumida en un mundo en el que la solidaridad y la ayuda mutua fuera de la familia brillan poco. Un mundo del que todos formamos parte a cualquier edad, una existencia a la que le deberíamos arrancar el blindaje porque cada una de nuestras actitudes repercute en los demás y no sirve mirar hacia otro lado ya que afrontar y no evadirse es lo que nos convierte en humanidad.

Al amor hay que arroparlo entre todos, crearle una buena atmósfera, darle facilidades para caminar y desarrollarse y no al contrario, y si se convierte en desamor con mayor motivo hay que protegerlo porque el derecho a equivocarse es inalienable como el de recibir reinserciones y nuevas oportunidades.

Buscar víctimas o culpables es un craso error. Se tiene derecho a dejar de amar a alguien, lo fácil es preferir ser el abandonado y no quien abandona, pero es una falsa premisa, y una vez pasado el duelo el sol vuelve a salir para todos.

El arranque metafórico de Feliz final es precioso, un sofá cojo desde que ángela y Antonio lo compraron, la porquería que se sedimenta detrás de los muebles y que queda a la vista en una mudanza, el orden cronológico de las fotos, los recuerdos… y la frase clave “Nosotros íbamos a envejecer juntos”. Ese era el plan común.

Isaac Rosa tiene una enorme destreza y potencia con el lenguaje, tanta que el lector olvida lo bien que escribe imbuido en las imágenes tan difíciles de crear sin que haya apenas escenarios. La novela me remitió a la magnífica serie “En terapia” dirigida por Rodrigo García, en ella una habitación con sofá y sillón para paciente y terapeuta sujetando los primeros planos con apabullante honradez y entrega bastaron para descubrir los desnudos anímicos de mayor hondura que he tenido la suerte de presenciar.

Feliz final no es un libro de evasión sino introspectivo y por tanto de lectura atenta.

Un abrazo y hasta el próximo encuentro con el cine o con los libros.

Pili Zori

LA CABEZA ALTA, película de Emmanuelle Bercot




    Me gusta saber que hay personas que infatigablemente recogen la toalla donde otros la tiraríamos. 
    Sé que en Francia se produce mucho cine que trata de analizar las razones del "fracaso" en el sistema de educación y también en el familiar que tanto afecta a niños y a adolescentes. Muchos críticos españoles atribuyen ese interés a la herencia que dejó el cineasta François Truffaut -orgullo nacional profundamente implicado con la infancia- pero en mi opinión no es tan simple ni se reduce sólo a una especie de cine de género. 
    No digo que aquel director mítico de la Nouvelle Vague no marcase una pauta, que no trazase un camino, pero pienso que además de emularle para rendirle homenaje y de mantener viva la llama de la luminosa antorcha en la carrera de relevos que él comenzó, la preocupación por la infancia y por el sistema educativo y judicial son reales y honestos en este largometraje. 
    El recurso es más que digno para tirar de la manta y hacer autocrítica social en busca de remedios y soluciones que logren una reinserción real, no sólo de cara a la galería o para cubrir el expediente, y esa inquietud en el cine de autores franceses, aunque sea reiterativa, no me estorba. 
    Más reiteración -si a eso vamos- tiene el cine de Hollywood que lleva décadas utilizando un patrón tipo con distintas pinceladas envueltas en ruidosos disparos, y persecuciones de coches para rellenar -no sé cómo no tienen tendinitis todos los actores americanos de tanto estirar los brazos para sostener sus pistolas. 
    De modo que como contraste agradezco la poliédrica mirada que los directores galos consiguen entre todos sobre un mismo tema, el que nos ocupa. 
    A veces tengo la sensación de que hay un recelo mutuo entre España y Francia en cuanto a las cinematografías de ambos países, pero pienso que dichas rivalidades son creadas artificialmente por los críticos, sobre todo por los de festivales. El cine es una patria en sí mismo y por suerte su lenguaje es universal. Después podemos valorar la mayor o menor calidad artística. Personalmente me conmueven y me calan mucho más las piezas pequeñas en apariencia, menores para algunos, pero humanas y por lo tanto cercanas y de gran hondura. 
    La interpretación del joven protagonista, Rod Paradot es magnífica, también creo que a Catherine Deneuve le favorece el papel por la ternura ya que tiene fama de estirada, y que su presencia proporciona empaque al filme. 
    Como espectadora no me ha sobrado ni faltado ninguna escena, todas me han parecido bien medidas para conseguir la evolución del personaje principal. Y el elenco de actores me ha resultado igual de importante y destacable, las apariciones pueden ser más cortas pero no por ello menos valiosas, no hay secundarios en esta pieza coral en la que todos han jugado a favor de obra. 
    No he encontrado ninguna trampa en la transparencia de la película, no pasa nada porque la vida a veces sea melodramática -dicho sea en el mejor aspecto de la expresión-, y más a menudo de lo que parece gente anónima se da la vuelta como un calcetín para cambiar de vida en el mejor y más heroico de los sentidos, muchachos anónimos que contra todo pronóstico y con las peores cartas finalmente ganan la partida. 
    Como he dicho en otras ocasiones, las artes como las escuelas que las imparten pueden ser aplicadas y didácticas, la intención no está reñida con la grandeza de la creación y tal vez precisamente debido a la sencillez consiga ser más sublime. 
    Emmanuelle Bercot, la directora además es actriz y esa capacidad para estar en ambos lados, delante y detrás de la cámara siempre es un plus. 
    Si podéis verla deseo que os agrade y emocione tanto como a mí. 
    Un abrazo 
Pili Zori

MA MA, película de Julio Medem


Bellísima.
Interpretación magistral de Penélope Cruz, muy bien acompañada por Luis Tosar en un papel masculino hermoso que demuestra una vez más su grandeza como actor, mira que es polifacético y jamás ha hecho una interpretación que se pueda considerar menor, es imponente a la hora de dar vida a sus protagonistas.
Asier Etxeandía, como Julián, el médico, un regalo para un actor, personaje inolvidable que se salta la estereotipada distancia que a veces daña o imposibilita la relación entre médico y paciente y por tanto se convierte en la reivindicación más deseable para un oncólogo de hospital público que sabe compartir con igualdad sus propias necesidades de amigo en un trance que genera vínculos irrompibles, en esas circunstancias la vida se expresa en toda su verdad y también en todo su esplendor.
Alex Brendemühl, el ex, con un cierre redentor que se desarrolla en una escena clave y crucial ante la presencia de Arturo (Luis Tosar) que en ese momento sabe ocupar un segundo plano.
Y la breve, pero estelar, aparición de Silvia Abascal, pasaje en el que la enfermera trata a la paciente como ella misma querría ser cuidada, y para expresarlo le basta con ese mirar oceánico y su sonrisa a caballo entre la dulzura, la comprensión y la alegría contenida y agridulce, todos sabemos que tuvo un grave percance de salud por fortuna superado. No hace falta conocer los detalles personales de las vidas de los actores y actrices del elenco y la del propio director para saber que prestaron generosamente a los personajes vivencias propias.
Julio Medem, el autor, licenciado además en medicina y cirugía, sabe llegar hasta esa parte en la que el corazón habita, en este caso la imagen es literal: vemos el interior de Magda palpitando en varias ocasiones y la manita que lo toca y acaricia sin dañarlo. Medem es experto en manejar el inconsciente e incorporar -a su cine, a su lenguaje- las imágenes de esa inmensa cavidad que es la psique sin separarlas del transcurso de la vida cotidiana, sus símbolos, oníricos quizá, los tiene como todos nosotros sin necesidad de que nos aparezcan durante el sueño, y ese lirismo real caracteriza su delicada poesía.
Por ponerle alguna pega, intuitiva por mi parte ya que no tengo fundamento en el que basarme, diría que el desenlace tal vez se prolonga en exceso y por ello pierde el ritmo de la bella composición. En mi opinión subjetiva, el karaoke sobra, (y no precisamente por la voz de Asier Etxeandía que es prodigiosa y llena de matices, y merece lucirse, y la canción en fuga de infinitivos -una versión que mejora la original de Nino Bravo- no puede ser más bonita pero tal vez redunde ya que se va a repetir en el cierre), la nana final no, cantada en susurro a tres voces masculinas, la de Arturo, Julián, y el hijo es la desembocadura perfecta en un guion-río que te lleva hasta ese mar.
Supongo que alguna variante en el texto le fue concedida a Penélope dado que produjo junto a Julio Medem. La admira como actriz y es muy flexible con los actores, pero el oficio de cada cual debe estar parcelado para que toda la maquinaria funcione y el director es él y muy brillante, por cierto. Vaya por delante que mi observación es una pequeñez sin importancia.
Me encantó el contraste de las casas, la primera hablaba de que era más el hogar de su ex marido que el de Magda, la que comparte con Arturo después es el fiel reflejo de ella.
Si me pidieran que eligiese como favorita una escena, escogería la de la celebración de los goles, cuando ella está completamente sola y se asoma por el balcón para compartir la alegría, resulta de una ternura irrepetible gracias a esos matices que sólo tienen las actrices y actores muy grandes.
Las imágenes del frío de los "desiertos" helados -una constante en su cine- con los que Medem representa la soledad y el desamor me parecen fascinadoras.
Ma ma es una película optimista que marca un camino posible, al fin y al cabo, La Vida, para serlo con mayúsculas, no depende de su duración, así que no entiendo por qué está más valorado el peso del pesimismo cuando lo difícil es tener una actitud valerosa y marcharte habiendo creado el rastro, la estela, el camino que te trasciende.

Un abrazo
Pili Zori

VIVIR SIN PARAR, película de Kilian Riedhof


Extraordinaria película alemana que suscita un debate ineludible y lo hace con el celofán que la comedia otorga a las verdades duras, y con la intención de que no torzamos el rostro para mirar hacia otro lado.
Vaya por delante que el largometraje es precioso, emotivo y agradabilísimo de ver.
Imagino que para algunos críticos la película resultará algo edulcorada, aunque me temo que la actitud de rechazo también esconderá ese afán de soslayar lo que de forma inmadura no queremos mirar de frente, pero todos envejeceremos y con esconder la cabeza como el avestruz no vamos a solucionar el inexorable paso del tiempo esperando que como maravilloso maná caiga del cielo el arsenal de lucidez y salud que haga que nos vayamos con dignísima dulzura como si hubiésemos apretado el botón de off.
El filme al menos se esfuerza por subrayar lo que sí y lo que no es apropiado, y lo hace con una didáctica tan sencilla como la de Epi y Blas en Barrio Sésamo. Como decían los antiguos "hasta el rabo todo es toro" y el respeto debe estar garantizado, ayudar no da derecho a mangonear ni familiar ni institucionalmente, los ritmos y los tiempos de comprensión varían con la edad y ya sabemos que la paciencia es la madre de la ciencia.
Tal y como se ha concebido el mundo de hoy es inevitable el doloroso conflicto de intereses generacionales entre "jóvenes productivos" y "ancianos invisibles" pero con el sentimiento de culpa y el subrayador amarillo que señale injustamente el egoísmo familiar, cuando en realidad la ingratitud es social no arreglamos nada, al menos la película va señalando en qué puntos se hallan los errores, ni la cabezonería del mayor creyendo que no lo es, ni el adocenamiento institucional que se permite pensar por ti sin preguntarte sin observarte, sin escuchar.

La pandemia ha sacado a la luz muchas carencias y hay que ponerse a hablar para solucionarlas entre todos, y en primer lugar -y mucho antes que la intendencia sanitaria, alimenticia e higiénica- yo colocaría los sentimientos porque como he dicho otras veces son los que guían, ellos nos llevan a las urnas, a elegir amor, estudios, a tomar decisiones... La gente tenga la edad que tenga, se enamora, necesita en cualquier lugar tener sentido de pertenencia, mantiene aspiraciones, sueños que no son delirios ni chaladuras, desea dejar logros de su paso por la tierra -considerarlos grandes o pequeños, naturalmente es subjetivo, pero lo que sí es objetivo es que en esa etapa de la existencia ya hemos hecho senda y aunque sólo seamos telón de fondo a esas alturas formamos parte de la historia-. Y sí, tan sólo en esta fase de la vida voy a admitir como apropiada la frase de "Usted no sabe quién soy yo".
Lo que no merecemos las personas en ese último tramo es tener incertidumbres y miedos apenas expresados para nosotros mismos con la silenciosa exclamación -para no molestar- de "¡Qué va a ser de mí!". Tenemos derecho a saber en todos los supuestos preventivos qué va a ser de nosotros y eso es prioritario porque nos va a tocar a todos.
Es un gustazo ver correr a este actor tan mayor y sobrehumano.
No pongo la ficha técnica porque ya la veréis en los títulos de crédito, no sé alemán y me cuesta un deletreo insufrible escribir los nombres.
Deseo que os guste, es muy bonita. La emite Amazón Prime.
Un abrazo
Pili Zori

CUADERNO DE NOTAS: El odio


Pili Zori

Pienso en las personas que tiran la piedra y también se ponen la venda, y me hastío, y si acaso estoy entre ellas sin ser consciente pues también me harto de mí.
Unos dicen que el odio proviene de los otros y los otros de los unos. Y ahí me tenéis con el desbroce para arbitrar en soledad utilizando las pocas neuronas que todavía no me patinan con tanto bufido y desgaste de armas arrojadizas, porque el ruido es agobiante y aturdidor.
A ver, -me pregunto- ¿se ha perdido la pieza que nos servía para distinguir en el examen de conciencia cuándo tenemos o no razón?, o ese examen ya no se hace y no me he enterado. No sé si continúa siendo importante conocer el detalle de quién o quiénes comienzan la pelea, porque si todos alegan que se defienden ¿dónde está quien ataca?, sin duda alguien miente, y la balanza para medir el peso del daño ¿quién la tiene? porque los agravios no están siendo equivalentes, y que el sol no se puede tapar con un dedo queda claro, no es lo mismo matar a un mosquito a cañonazos que una lucha entre dos rinocerontes (perdón por utilizar tanto lugar común).
Aquéllos están con la pataleta y el mal perder, pero si todavía faltan años para unas nuevas elecciones, no sé a qué ton ni a que son viene un ensayo tan anticipado ¿o es que sólo saben hacer eso y confían en la reiteración venga y dale, venga y dale, hasta que caiga el árbol? Y los otros con tanta lupa bajo los rayos del sol llenitos de ampollas y así no se puede, también hay diferencia entre pecas y lunares y todos sabemos verla ¿o nos hemos vuelto lelos de repente?
De modo que como los conflictos sólo se resuelven bien en las películas y no estoy hecha para argumentos con trampa ni para los malabares verbales, seguiré dando la razón a quien creo que la tiene porque en mi derecho de opinar en una urna estoy aunque sea subjetivamente, y como no me gustan las pandas de abusones ni el "A por ellos oé", ni el cuerpo a cuerpo, ni los campos de batalla, ni las cóleras contenidas o explotadas, ni las soberbias ni las iras, ni las filias ni las fobias a ultranza pues fuera auriculares porque a palabras necias oídos sordos, no creo que porque me aparte de la bulla las tertulias cambien, ni mejoren el nivel o se llenen de intelectuales pero...
Me voy a dedicar a leer el Boletín Oficial del Estado y ya sacaré mis conclusiones, y hasta aquí, porque estoy hasta las narices y eso que las llevo tapadas, y no me merezco estar así.
Os dejo como regalo un fragmento del poema Odios de Mario Benedetti:

Ya no nos queda tiempo para el odio
ni para la tirria o el desdén
los odiantes se roen a sí mismos
y mueren de metástasis de odios
es natural que los odiantes
se transformen a veces en odiosos
sin embargo no es aconsejable
odiar a los odiosos ex odiantes
ya que aquel pobre que desciende a odiar
nunca saldrá del pozo de los odios.

Un abrazo.

"LITTLE FIRES EVERYWHERE", serie de TV


¿Quiénes o qué entes abstractos imponen las formas de vida que “triunfan”?, ¿se trata de algo más que el dinero?, ¿hay que fagocitar masivamente el pensamiento para que las finanzas circulen, engorden y crezcan a sus anchas dentro de un sistema de compra y venta de almas sustituibles por la cosificación?, ¿por qué una mayoría de seres se prestan a crear y robustecer los modelos sociales de comunidades opresivas y dominantes que entierran la esencia de la persona?, ¿acaso lo que subyace en los infiernos domésticos es la agonía del enfermo que pactó con el diablo y que finalmente descubre el engaño al que se ha prestado defendiéndolo con uñas y dientes para no admitir la frustración?, ¿quién o quiénes cambian lo humano por los brillantes pero falsos oropeles?, ¿hay escapatoria?, ¿capacidad de reacción?, ¿se vislumbra otra forma de vida?
Al parecer hay que ostentar, presumir y vender el humo de un orden y bienestar interiores envueltos en un determinado aspecto lujoso y pulcro para que el cebo cace hasta a los pobres generando en ellos como único deseo artificial alcanzar el parecido y para que una vez atrapados por el señuelo dejen de volar incluso con la puerta abierta de la jaula.

Así he recibido esta serie que se desarrolla en los años 90 del s. XX en la que la discriminación racial encubierta en la condescendencia y el clasismo sigue presente en un país en el que hasta para desarrollar el talento has de venderte para poder pagar tu formación. ¿Había otra salida?, se pregunta el espectador, porque la proposición indecente a la “negra” se la hace una pareja adinerada también “negra” (espero que se sobrentienda mi ironía y que no sea necesario aclarar que para mí no hay razas, en todo caso ricos y pobres y entremedias atontados de todos los colores con deseo de escalar hacia el becerro de oro). El espectador decidirá si hay o no otra salida.

Ambas protagonistas guardan secretos y renuncias, y entienden la existencia y las prioridades de forma distinta, pero aunque el tratamiento podría parecer maniqueo e inclinado desde el principio a favor de Mía (Kerry Wagsington) otorgándole el papel de malvada a Elena (Reese Witherspoon), las dos van a ser juzgadas por sus propios hijos adolescentes, tampoco estos se irán de rositas ya que sólo conseguirán la catarsis cuando ellos mismos asuman sus propios errores, no obstante les corresponde como generación de relevo poner patas arriba un sistema familiar -que es extensivo a la comunidad de clase dirigente en la que habitan- para salvarse y también para rescatar a sus familias de su propio averno auto alimentado porque finalmente son más víctimas que culpables, y dentro del inmenso totum revolutum que se desata y desborda tan sólo queda el amor inmenso de los hijos hacia sus padres y de los padres hacia sus hijos que siempre prevalece, al menos en la mayoría de los casos ya que también hay quien repudia. De modo que, a lo hecho pecho, más tarde o más temprano hay que dar la cara porque los secretos pesan y aíslan.
La serie además del drama familiar plantea otros debates éticos muy importantes y establece las diferencias haciendo balanza por ejemplo entre ser periodista o entrometida sin escrúpulos y rebuscadora de trapos sucios y el espectador agradece los matices para poder discernir, entre prevaricar para salirte con la tuya aparentando un buen fin que justifique los medios, entre ayudar a tus amigos o valerte de ellos, entre utilizar el sexo para obtener y no para amar al otro por sí mismo sino por la vida que te ofrece... y entre tanto entre  el autoengaño: Elena cree que es una gran persona porque cumple las normas que impone el grupo social al que “pertenece”.

En mi opinión la diferencia radica en los motivos porque se puede tener una casa hermosa sin que ésta sea el fin en sí misma sino el cobijo para tu libertad y la de tus hijos.
Es difícil no tener en estos tiempos mezcla de ambas protagonistas, el mundo se ha vuelto complejo precisamente por la abundancia de trajes de camuflaje que te despistan, y es bueno hacer limpieza para ver en qué condiciones de confusión y deterioro se encuentra nuestra honestidad.

Añadiré solamente que me molesta cuando algún crítico dice como algo peyorativo: “Esto está muy visto” fijándose en el continente y no en el contenido. Claro que no hay nada nuevo bajo el sol, el arte consiste en contar lo cotidiano de modo que abra otro enfoque, un camino distinto, pero me pregunto ¿para quién está muy visto?, ¿para los talludos que llevamos a la espalda mucha vida y mucho cine? siempre nos creemos la medida del mundo, el ombligo -tengamos la edad que tengamos- sin darnos cuenta de que la gente joven lo está estrenando.

P. D. Las interpretaciones se salen, son magníficas, no hay ninguna menor y toda la composición, la dirección, fotografía, ambientación, música… me han tenido clavada en la butaca y sin aliento. No sé por qué tienen que compararla con Big Little lies, es cierto que también se desarrolla en una comunidad acomodada, estamos en los EE UU y el formato social dependiendo de qué estrato toques va a ser parecido como veíamos en American Beauty y en tantas otras, pero la similitud se reduce a la palabra Little y a que también trabajaba y producía junto a otras actrices Reese Witherspoon, asombra su generosidad ya que pudiendo elegir escoge interpretar el papel de la villana.

Un abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili Zori

"MADRES", serie de TV


Suelo advertir que mi blog no va de sinopsis, sino de compartir la experiencia tras haber terminado de leer un libro, de ver una película larga o corta o una serie para televisión, de desgranar en definitiva y aportar lo que me hace sentir, reflexionar…. Así que este lugar no les sirve a los presurosos, y sí vale para pasar un rato juntos manteniendo una conversación tranquila después de haber visto o leído lo mismo.
Vi la primera temporada de Madres en dos sentadas, buena señal. Sé que una película o serie me entusiasma cuando se me secan los ojos por falta de pestañeo, cuando después de verla me apetece recomendársela a alguien cercano y volver a contemplarla con él o con ella ya sin la ansiedad y sin la prisa de el “A ver qué pasa” que tantos detalles engulle y hace que se te escapen. Me gusta observar las reacciones de quien me acompaña; también compruebo mi encandilamiento cuando tengo que apagar el televisor sin más remedio y al volver al día siguiente observo que no he apuntado por cuál capítulo iba, y como en el arranque  ponen el recordatorio con fragmentos del episodio anterior y partes del siguiente pues me suelo hacer un lío, de modo que vuelvo hacia atrás y me quedo hipnotizada sabiendo de inmediato que el que he puesto ya lo he visto pero sigo ahí, sumida en el embeleso de nuevo como si me hubiera dado un aire, y puedo asegurar que me ocurre escasas veces.
Lamento que el título esté creando clichés, lo digo porque he mirado algunas entrevistas que les han hecho a actrices del elenco, y al propio creador Aitor Gabilondo, reporteros aficionados a encasillar y a patinar por la superficie de las promociones con el “Aquí te pillo y aquí te mato”, “¡Dame un titular ya!”, depredadores de los photocall que en muchos casos no se han molestado en ver ni un sólo capítulo y se añaden a la estela de los mismos lugares comunes que pronuncian los demás mandados por las cadenas de televisión o de prensa con el único objetivo de rellenar silencios. Y a pesar de que en principio el etiquetaje parece beneficioso, opino sin embargo que acota, y que predispone al espectador. Enseguida explico por qué:
Creo que el Arte, cuando lo es con mayúscula en cualquiera de sus expresiones nunca pretende ser didáctico, aunque lo sea, ni políticamente correcto puesto que sería oportunista, tampoco está de moda aunque tenga la suerte de coincidir con un momento social o histórico, o demodé si no es así, es decir, una buena obra suele ser atemporal, y unos magníficos personajes intemporales. De modo que a mi criterio –subjetivo naturalmente- el título siendo un merecido homenaje de su creador Aitor Gabilondo a las madres que pululan por los hospitales para dar apoyo, amor y cuidados cuando sus hijos enferman y están siempre al pie del cañón y en primera línea para recibir los bofetones de los diagnósticos y pronósticos, renunciando -en algunos casos- a carreras y expectativas laborales mientras sus parejas continúan con sus vidas, no es sólo un canto feminista en el que los hombres no están a la altura, y lo digo con toda la delicadeza del mundo porque aun siendo la maternidad en todas sus vertientes un gran contenido, lo que la serie cuenta es mucho más hondo y plural porque narra las relaciones familiares de forma poliédrica y desde todas las facetas y aristas, y expresa cómo el abismo de las enfermedades de larga duración de los hijos crea zanjas aparentemente insalvables en la pareja.
Madres elige el punto de vista de los pacientes y de sus familias y ahí reside -entre otras- una de las novedades más relevantes, no es por tanto una serie de género médico, y el giro, el enfoque del objetivo de la cámara sirve para que los espectadores nos sintamos bajo la piel de cada uno de los personajes, incluidos doctoras, médicos, enfermeras y camillero, y es transformador caminar con sus zapatos.
El Hospital Universitario Los Arcos, despoja y desviste de pruritos, de egos, de estatus, para dejarlos en la puerta de entrada, y dentro se crea un microcosmos que iguala y humaniza porque elimina lo superfluo. Aitor Gabilondo atesoraba la inspiración de esa historia vivida personalmente desde la infancia ya que durante muchos años tuvo que entrar y salir del hospital por graves problemas renales y fue sometido a varias y complicadas intervenciones con su madre siempre al lado. Allí asistió a la relación y el estrecho y cercano vínculo que se formaba entre las madres en las salas de espera y en los pasillos y conoció de cerca los problemas físicos y anímicos de otros chicos y chicas de su edad atenazados cruelmente por otras enfermedades.
La serie muestra a los adolescentes y su contradictoria tiranía conservadurista en el empeño de esperar que sus madres sean una roca inamovible que siempre esté colocada en el mismo lugar de sosiego emocional al que ellos puedan acudir, al que regresar o del que apartarse, dicho de otra manera: desean que ellas cumplan con el papel social encomendado y que sean al mismo tiempo la percha de los golpes en la que desahogar su desorientación sin considerar las necesidades que además tienen como mujeres.  Expresado así la serie podría parecer tendenciosa, pero no lo es porque veremos cómo se entrelazan vulnerabilidades y fortalezas de forma individual, y también de grupo, cómo en esa circunstancia común los sentimientos y vivencias compartidas generarán una amistad sincera, directa y sin subterfugios, y cómo el aprendizaje circulará entre todos ellos y gracias a todos ellos, porque ni siquiera hay distancia generacional ni separación de grupos ya que por mucho que nos adocenen y nos metan en rediles separados permanecemos unidos incluso cuando creemos no estarlo.
Zascas hay para todos porque como reza el refrán en el exceso de virtud también se halla el defecto, y la serie analiza que en esa abnegación de madre a menudo se esconde el deseo de control y al mismo tiempo de dependencia al menos así es aparentemente en el caso de Marian por su hija anoréxica Elsa, y como consecuencia surge el sentimiento de abandono mutuo que resquebraja a la pareja. La enfermedad de un hijo es una prueba de fuego y salir huyendo, aunque te quedes, es una falta muy grave, hasta ahí puedo leer.
Hay enfrentamientos, pero también encuentros, entre los chavales y entre los adultos y el aprendizaje es intensivo. 
La pediatra de psiquiatría que interpreta Aida Folch de forma magistral es para mí el desagüe en el que confluyen y desembocan las zozobras de los familiares, ella también tiene las suyas y todas juntas anegan y embalsan su vida hasta empantanarla, poco a poco ella también aprenderá el quid pro quo, la ida y vuelta, a no parapetarse detrás del oficio, a oxidar la armadura para que caiga. He escuchado a la propia actriz decir que su personaje se parece un poco al doctor House en femenino, y que como él no tiene habilidades sociales, y la verdad, me quedé de piedra, aunque parezca paradójico que yo contradiga a la intérprete que le dio vida, pienso -aunque me equivoque- que flaco favor le hace al personaje una vez fuera de la pantalla, papel que por cierto bordó, intuyo que a Aitor Gabilondo le daría una punzada que soltase tamaña tontuna, estereotipo del que seguramente él huyó, se deduce porque el personaje de la pediatra es precioso y está muy bien ubicado en el centro de la historia, es el eje alrededor del que giran los demás, el imán al que acuden, económica en palabras, pero sabiendo decir las adecuadas aunque escuezan, su ternura reside en decir la verdad que nada tiene que ver con el “sincericidio” subjetivo, y sí con la valentía de no buscar la aprobación sino la prioridad, la eficiencia y lo que es justo para defender y sanar a sus pacientes.
Los personajes masculinos no se quedan atrás, están muy bien trazados y tratados, no son sólo contrafuertes de sujeción para las estrellas. Por eso me duele un poco que esos periodistas con prisas a los que aludía al comienzo hagan que su creador casi tenga que pedir perdón por ser hombre en esas entrevistas simplonas y toscas, dichas actitudes son las que desvirtúan el concepto feminista que nunca tiene que ver con guerra de sexos, y el movimiento y la lucha a los que sin duda Aitor Gabilondo también pertenece, y un trabajo de tanta envergadura merece al menos la atención de que quienes lo realizan te respondan estando sentados y que el encuentro dure lo suficiente para desarrollar el making-of y sus porqué. Al menos a mí me quedó claro que quiso honrar a su madre porque se sentía en deuda con ella, como yo me siento con la mía que ya no está conmigo, echarle una mirada a tu adolescencia en relación con tus padres y en especial con tu madre suele producir que te mueras de vergüenza e inevitablemente el balance, la contrición, sólo sabes hacerlos demasiado tiempo después, cuando tienes dos dedos de frente.
En la serie Madres no hay personaje pequeño, el elenco funciona como un reloj suizo. Y las cuatro directoras elegidas por Aitor han dado el do de pecho. Tengo entendido que es un showrunner muy competente. La fotografía es espectacular y eso que apenas hay exteriores que ayuden a dar variedad a las escenas, las distintas luces anímicas aproximan tanto al espectador que experimenta vértigo, si me vierais  amando y odiando a intervalos a todos diríais qué mujer más voluble, y es que al igual que los personajes todos somos capaces de lo mejor y de lo peor.
En fin, no quiero desvelar demasiado, sólo diré que son bellísimas las escenas de intereses encontrados separadas tan sólo por una cortina y a un lado la muerte y al otro la vida, y el deseo más poderoso: que no sea mi hijo el que se vaya, pero se puede ir el de la amiga. La serie busca contrastes que sólo en esas circunstancias se dan y para los espectadores la catarsis a la que son sometidos es como realizar una tesis doctoral y obtener summa cum laude.
Me preocupó Belén Rueda, hace años pasó mucho tiempo en el hospital acompañando a su niña de once meses a la que finalmente perdió y con ella una alegría ingenua y sin fisuras que se borró de su rostro, después al igual que su personaje encontró otras alegrías más profundas, pero me pregunté que si sería demasiado riesgo tener que hurgar en las entrañas y extraer una situación de hospital larga y parecida. En cualquier caso es una gran actriz con cierto toque triste aunque ría, y tiene otras dos hijas que sin duda serán su motor, y su trabajo terapia y vida. Pero mis atrevidas palabras sólo son conjeturas que no tengo ningún derecho a hacer. Qué profesión de valientes, de tirarse al vacío sin red.
Dicho lo anterior que es elogioso añadiré dos pequeñas objeciones: las pelucas de Elsa y Duna, me parecieron artificiales como cascos con flequillo que restaban expresión al rostro, y el bar de atrezzo muy precario comparado con el hospital, esos dos pequeños elementos a mi criterio distorsionan y parece que corresponden a formatos distintos.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.

Pili Zori