"Nubosidad variable", de CARMEN MARTÍN GAITE

    Carmen Martín Gaite perteneció a aquel grupo al que nombraron como la generación de los cincuenta, o escritores de la posguerra, aunque ella aclaraba que simplemente eran amigos a quienes les entusiasmaba hablar de literatura y de libros, pasear por Madrid, entonces menos ruidoso, sin apenas coches, con poca gente, e ir a los cafés o tascas, un tiempo sin televisores en el que cultivar la conversación era un placer de ritmo más lento que el de hoy -en el que enseguida alguien dice: ¡Al grano!-, y también quizá más brillante y fructífero.

    Ninguno sabía que todos ellos iban a ser famosos y conocidos por los libros que escribirían, obras caracterizadas por un neorrealismo español que buscaba plasmar las voces del momento como si se limitaran a colocar un micrófono o cámara delante de lo que escuchaban o miraban para dar testimonio, para ser testigos, una mirada exterior.

    Carmen Martín Gaite también plasmó su época -con las evoluciones e involuciones- hasta el fin de sus días, como muestran El balneario, Entre visillos, Ritmo lento, Retahílas, Fragmentos de interior… pero además ella incorporó la introspección, o mirada interior, el psicoanálisis, las partes oníricas, las ensoñaciones, en definitiva, el lirismo y las imágenes poéticas.

    Sus leitmotiv, es decir, sus constantes, sus preocupaciones, siempre fueron la búsqueda de interlocutor, -de hecho escribió un ensayo con dicho título-, el hallazgo de encontrar a esa persona que te comprende y a quien tú comprendes, alguien con quien estableces una conexión absoluta, y como es un logro difícil de hallar dado que nos escuchamos mal por el ruido interior que llevamos, que nos hablamos mal, como ella afirmaba, la literatura lo compensa con esa especie de amigo imaginario deseable, puesto que en una novela sucede lo que el autor decide que pase.

    Otra de las constantes de su escritura es el deseo de escapar de situaciones opresivas, o de los estrechos esquemas de una sociedad provinciana, o de un matrimonio asfixiante, espacios que restan libertad sobre todo a la mujer a quien sin duda ella dio su lugar, Nubosidad variable prácticamente es una coral femenina.


    Me permito la licencia de opinar que fue profundamente feminista, más que muchas militantes que ejercieron sólo en apariencia -ya que en todos los movimientos revolucionarios se padecen sarampiones temporales- y criticó que algunos sectores incurrieran en los mismos defectos del hombre que estaban denostando: como imponer criterios de dominio. Sobra aclarar que hay una gran mayoría de hombres que creen en la igualdad de oportunidades y luchan por ella.

    A menudo los cambios sociales tienen brusquedades necesarias que generalizan y meten a todo el mundo en el mismo saco, hoy sabemos que menospreciar el valor de aquellas que no trabajaban de forma remunerada fuera de sus casas, hace que nos preguntemos ¿qué eran las mujeres rurales, por ejemplo, que trillaban, ayudaban en el campo, lavaban en los ríos, criaban hijos y mantenían el orden y la limpieza en rudimentarias viviendas sin electrodomésticos? Paradójicamente las que hacían mucho menos, pero en hogares ajenos, cobraban sin embargo un salario por el trabajo doméstico, habría que especificar y revisar por tanto en qué lugar tendríamos que situar la independencia. ¿Acaso trabajar no va asociado a menudo a oír, ver y callar? Es decir: ¿a llevar mordaza? En la página 100 nos dice que las criadas conocen mejor que nadie esas historias familiares porque han eliminado lo superfluo y se quedan con lo esencial y porque han sido testigos sin decir nada.

    Ella pertenecía a una familia acomodada; su padre, un notario prestigioso y querido, amante de la literatura y de la historia quiso junto a su esposa que sus dos hijas realizasen estudios superiores. En la facultad de Carmen sólo había seis chicas. Estuvo becada en Portugal y también en Francia y allí sí que vio el contraste con nuestro país y comprendió que ese espíritu libre por el que durante toda su existencia se caracterizó sí tenía cabida, y se lo trajo de allí.

    En nuestro club de literatura hemos leído obras de casi todos los componentes de aquel grupo, de Ignacio Aldecoa con quien Carmen Martín Gaite estudió en Salamanca, -la ciudad en la que ella nació-, tuvimos entre las manos Gran sol; de Josefina Rodríguez leímos Historia de una maestra y El enigma, fue la mujer de Ignacio, aunque pronto enviudaría ya que él murió con tan sólo 42 años, su marcha supuso una enorme pérdida para la literatura, ella se añadiría el apellido tras quedarse sin él, Josefina R Aldecoa además creó La Institución Libre de Enseñanza.

    Carmen Martín Gaite también se casaría con Rafael Sánchez Ferlosio, de él leímos El Jarama, a su vez formaban parte del clan, -tal vez algo endogámico en sentido homógamo-, Jesús Fernández Santos, Alfonso Sastre, Medardo Fraile, cineastas como Berlanga, y pintores y artistas de otras disciplinas.

    De Rafael Sánchez Ferlosio se separó tras diecisiete años de matrimonio, al parecer tenía un carácter bastante maniático, escribía durante toda la noche, dormía de día... pero ella nunca habló mal de él aunque en las enigmáticas dedicatorias que Carmen Martín Gaite colocaba en las novelas y ensayos que escribía se puede resumir y pespuntear su vida, y aún dentro de la ambigüedad a buen entendedor…: “Para Rafael que me enseñó a habitar la soledad y a no ser una señora”.

    En Nubosidad variable se alberga la más dolorosa: “Para el alma que ella dejó de guardia permanente, como una lucecita encendida, en mi casa, en mi cuerpo, y en el nombre por el que me llamaba”.

    Calila, así nombraba a Carmiña Marta, su hija, cuando era niña, murió con 29 años contagiada de sida. Carmen Martín Gaite ya había perdido a su primer hijo, Miguel, cuando tenía nueve meses a causa de meningitis. A pesar de su tragedia y de su inconsolable sufrimiento siempre fue una mujer muy positiva y amable con los demás cuya literatura resultó para ella tabla de salvación. Tuvo la suerte de contar con el mecenazgo de los editores.

    “Mientras dure la vida sigamos con el cuento”. Expresó en El cuento de nunca acabar.

    “Mientras dure la vida hablemos de vida”.

   Con Caperucita en Manhattan intentó explorar los peligros que acecharon a su hija. Carmen huyó durante un tiempo a Nueva York para dar clases y no tener que deambular entre los dolorosos enseres y la ausencia de Marta.

    Nubosidad variable no sólo trata la recuperación de una amistad, también retrata un tiempo, los ochenta, y lo hace en la descripción de los interiores, la decoración clásica de torneadas patas y muebles robustos de los anteriores ricos da paso a los diseños diáfanos más ligeros y lineales de lofts amplios como naves industriales amueblados con lacas, acero y cristal de los nuevos acaudalados que hablan del dinero por kilos. Refleja el tiempo de la cultura del pelotazo, todos querían emular a Mario Conde, describe los cócteles multitudinarios de la corte de aduladores de los nuevos millonarios, fue un tiempo de recibir y reunirse en las casas, de acoger a invitados... la crisis acabaría con la comparsa y la exhibición.

    Las dos narradoras van construyendo con las epístolas y escritos -que más adelante intercambiarán- la novela en sí, y el lector asiste a dicha construcción y ve cómo poco a poco se alza el edificio desde el esqueleto, desde los cimientos. El hecho de escribir la una para la otra y de intentar ordenar lo que cuentan para que sea entendible consigue en el fondo que cada una de ellas se analice y encuentre a sí misma. En la página 197 dice con cierta ironía: “No, hombre, no te preocupes. Es que tengo un alter ego que me manda escribir. Esquizofrenia si quieres, pero controlada. Delegas en otro para que te cuente lo que te pasa, y ese otro que también eres tú, lo mira todo desde fuera, luego cuando quieres recordar se ha separado de ti y acaba existiendo”. El lector se pregunta si está contemplando a un mismo ser desdoblado compuesto por ambas protagonistas, o si la novela trata de una excusa para poder decir en las páginas lo que la autora habría deseado exponerle a otra amiga fuera de ellas.

    Nubosidad variable parece interrogar sobre qué es el éxito o el fracaso, Sofía sube por escaleras de mármol, está casada con un próspero ejecutivo, -oportunista y advenedizo dirían lectores menos benévolos, o más exactos quizá-. Y Mariana es la psiquiatra de moda entre la crème de la crème, pero ambas sienten la derrota, vemos el balance de ese inciso de tres décadas que se produce en el umbral del paso a la juventud, punto en el que la amistad se rompe, y comprendemos que las vidas de ambas prometían desarrollos diferentes, y en el reencuentro deducimos en qué se han convertido: Sofía se ha diluido en la familia y en el desamor y no siguió escribiendo a pesar de que durante su tiempo de estudiante uno de sus mejores profesores la incitase a hacerlo: “Siga escribiendo señorita Montalvo, no lo deje nunca”, y Mariana de tanto sujetar cordura y enmendar desequilibrios a pacientes también se pierde y disuelve en ellos. Como siempre el dilema eterno está servido:¿Quién cuida a quienes cuidan?


    El lector comprende que el grado de implicación de Mariana con dos de sus pacientes rompe cualquier protocolo, y deduce que es una licencia de la autora ya que fuera de las páginas, cuando algo así sucede, el psiquiatra tendría que derivarlos a otro profesional siguiendo el código deontológico. Tal vez -me permito opinar subjetivamente- bastaría con que la autora justificase la actitud de algún modo, pero en cualquier caso estoy convencida de que cruzar la línea invisible sucede más a menudo de lo que los profesionales están dispuestos a admitir, por tanto no es increíble, y me parece un acierto que se muestre la vulnerabilidad personal de Mariana aunque su método y pericia profesionales sean impecables, se nos olvida que  psicólogos y psiquiatras también necesitan ayuda terapéutica, con mayor motivo si cabe a tenor de lo que escuchan y tratan cada día.

    La autora le presta a Mariana sus ensayos sobre los usos amorosos del siglo XVIII y los de la posguerra española, en Nubosidad variable comenta que está escribiendo un estudio sobre erotismo desde la mirada de su profesión. De nuevo asistimos al reparto entre ambas de asuntos personales que provienen de fuera. 

    Las nubes son como almas que nos sobrevuelan, flotantes y por tanto estados de ánimo que fluctúan, algunas han de encogerse para no colisionar con las de los otros y viceversa, porque al igual que ellas los estados de ánimo son variables.

    Vamos a conocer a muchos personajes accesorios como las protagonistas los denominan, pero que forman parte del ambiente, porque en la vida, además de los asuntos que te ocurren, a tu alrededor también están sucediéndoles otros a los demás, Sofía insiste en los trocitos, en que todo se produce y se nos presenta en trocitos. Martín Gaite además de escribir creaba collages, ese arte que cobra unidad y sentido por la forma en la que colocas pedazos de imágenes recortadas, piezas, dibujos o frases. Así es la escritura de Carmen Martín Gaite, comienza en sus “cuadernos para todo”, en ellos puedes encontrar citas, listas, variopintas anotaciones, avisos… son pequeños almacenes cuyas piezas más tarde irá colocando para que compongan lo que con ellas ha querido decir, ha conseguido crear y en Nubosidad variable el lector tiene el privilegio de ver el making off, el cómo se hizo. Todos los escritores usamos ese tipo de cuadernos aparentemente caóticos que delatan los pormenores e inventarios de nuestras existencias, que nada tienen que ver con un diario, pero sí dan más cuenta de nosotros de la que tal vez querríamos cuando se colocan en su sitio las piezas de nuestro puzzle vital.

    Hay en la novela un pasaje precioso en el que Sofía, enseña a su hija a retener la creatividad, y que explica con precisión el sentido de la escritura como a mi parecer nunca antes se había expresado: 

    “Pero esa historia -le dije- si no se la cuentas a alguien o no la escribes, también se olvida y luego sale rota cuando la quieres recordar. O sea que todo se rompe siempre un poco y hay que pegarlo otra vez, qué se le va a hacer, un cachito de aquí, otro de allá, todo son cachitos”.

    Escucharemos y contrastaremos varios lenguajes, el culto e intelectual de las dos protagonistas, el popular de pies en tierra de las empleadas de servicio doméstico, el de los hijos, otra generación que transitó en tiempo de cambio con la alegría de haber salido de una dictadura pero tal vez confundiendo en determinados sectores la felicidad con otros sucedáneos artificiales, el equívoco de una valentía que creyó salvar los riesgos de venenos y acíbares con trampa, y el elegante hablar de los camareros con la sabiduría que concede el oficio...

    Las nubes en su movimiento a veces transparentan y en esta novela trasluce a menudo el pentimento de la autora cuando el dolor personal se le escapa sin apenas camuflaje en frases y pasajes en los que el lector puede verlo con perfecta nitidez.

    Las nubes contienen el llanto del cielo, les decimos a veces a los niños porque sólo ellos saben con certeza que las metáforas son literales, los niños son los interlocutores perfectos. Las lágrimas de Nubosidad variable están muy retenidas.

    Aquí dejo uno de esos dolores transparentes que la escritora colocó al desgaire en apariencia y que podría pasar inadvertido: “Como cuando te llaman para reconocer a un muerto y tienes que levantar la sábana”.

    Me pregunto cómo recibiría la noticia de la muerte de Marta. También de forma velada habla de abejas que clavan aguijones y de vacunas que aún no están creadas.

    “Todas las pesadillas son horribles y tratan de eso: de que te caes”.

   “Esbozaba una sonrisa dirigida al sacacorchos, pero se le quebró a medio camino como tragada hacia un pozo de sombras del que yo no sé nada. Seguramente ella sabe más del mío”.

    Menos mal que a veces la esperanza para sobrevivir dentro de ti encuentra el bálsamo: “…con una amiga de la propia edad y gustos parecidos, porque los chicos en cuanto crecen ya radian en otra onda y hablan raro y no sabes lo que piensan de ti”.

    Mi morbosa imaginación a veces juega con la idea de que Guillermo es en realidad Ignacio Aldecoa, pero no hay que tenerla en cuenta porque los profesores también me decían en clase demasiado a menudo: "Zori, está usted en las nubes".

    Carmen Martín Gaite murió abrazada a su cuaderno en el que estaba escribiendo su última novela Los parentescos. La bellísima imagen de réquiem se expresa por sí sola.

    Un abrazo y hasta el próximo encuentro en este cuaderno para todo que es mi blog, con el deseo de que no os perdáis por sus vericuetos.

Pili Zori