Suelo
advertir que mi blog no va de sinopsis, sino de compartir la experiencia tras
haber terminado de leer un libro, de ver una película larga o corta o una serie
para televisión, de desgranar en definitiva y aportar lo que me hace sentir, reflexionar….
Así que este lugar no les sirve a los presurosos, y sí vale para pasar un rato
juntos manteniendo una conversación tranquila después de haber visto o leído lo
mismo.
Vi la primera temporada de Madres en dos sentadas, buena señal. Sé
que una película o serie me entusiasma cuando se me secan los ojos por falta de
pestañeo, cuando después de verla me apetece recomendársela a alguien cercano y
volver a contemplarla con él o con ella ya sin la ansiedad y sin la prisa de el
“A ver qué pasa” que tantos detalles engulle y hace que se te escapen. Me gusta
observar las reacciones de quien me acompaña; también compruebo mi encandilamiento
cuando tengo que apagar el televisor sin más remedio y al volver al día
siguiente observo que no he apuntado por cuál capítulo iba, y como en el
arranque ponen el recordatorio con
fragmentos del episodio anterior y partes del siguiente pues me suelo hacer un
lío, de modo que vuelvo hacia atrás y me quedo hipnotizada sabiendo de
inmediato que el que he puesto ya lo he visto pero sigo ahí, sumida en el embeleso de
nuevo como si me hubiera dado un aire, y puedo asegurar que me ocurre escasas
veces.
Lamento
que el título esté creando clichés, lo digo porque he mirado algunas entrevistas
que les han hecho a actrices del elenco, y al propio creador Aitor Gabilondo, reporteros aficionados a encasillar y a patinar por la superficie de las promociones con
el “Aquí te pillo y aquí te mato”, “¡Dame un titular ya!”, depredadores de los
photocall que en muchos casos no se han molestado en ver ni un sólo capítulo y se añaden a la estela de
los mismos lugares comunes que pronuncian los demás mandados por las cadenas de
televisión o de prensa con el único objetivo de rellenar silencios. Y a pesar
de que en principio el etiquetaje parece beneficioso, opino sin
embargo que acota, y que predispone al espectador. Enseguida explico por qué:
Creo
que el Arte, cuando lo es con mayúscula en cualquiera de sus expresiones nunca
pretende ser didáctico, aunque lo sea, ni políticamente correcto puesto que
sería oportunista, tampoco está de moda aunque tenga la suerte de coincidir con
un momento social o histórico, o demodé si no es así, es decir, una buena obra
suele ser atemporal, y unos magníficos personajes intemporales. De modo que a
mi criterio –subjetivo naturalmente- el título siendo un merecido homenaje de
su creador Aitor Gabilondo a las madres que pululan por los hospitales para dar
apoyo, amor y cuidados cuando sus hijos enferman y están siempre al pie del
cañón y en primera línea para recibir los bofetones de los diagnósticos y pronósticos,
renunciando -en algunos casos- a carreras y expectativas laborales mientras sus
parejas continúan con sus vidas, no es sólo un canto feminista en el que los
hombres no están a la altura, y lo digo con toda la delicadeza del mundo porque
aun siendo la maternidad en todas sus vertientes un gran contenido, lo que la serie cuenta es mucho más hondo y
plural porque narra las relaciones familiares de forma poliédrica y desde todas
las facetas y aristas, y expresa cómo el abismo de las enfermedades de larga
duración de los hijos crea zanjas aparentemente insalvables en la pareja.
Madres elige el punto de vista de los
pacientes y de sus familias y ahí reside -entre otras- una de las novedades más
relevantes, no es por tanto una serie de género médico, y el giro, el enfoque
del objetivo de la cámara sirve para que los espectadores nos sintamos bajo la
piel de cada uno de los personajes, incluidos doctoras, médicos, enfermeras y camillero, y es transformador caminar con sus zapatos.
El
Hospital Universitario Los Arcos, despoja y desviste de pruritos, de egos, de
estatus, para dejarlos en la puerta de entrada, y dentro se crea un microcosmos
que iguala y humaniza porque elimina lo superfluo. Aitor Gabilondo atesoraba la
inspiración de esa historia vivida personalmente desde la infancia ya que
durante muchos años tuvo que entrar y salir del hospital por graves problemas renales
y fue sometido a varias y complicadas intervenciones con su madre siempre al
lado. Allí asistió a la relación y el estrecho y cercano vínculo que se formaba
entre las madres en las salas de espera y en los pasillos y conoció de cerca los
problemas físicos y anímicos de otros chicos y chicas de su edad atenazados
cruelmente por otras enfermedades.
La
serie muestra a los adolescentes y su contradictoria tiranía conservadurista en
el empeño de esperar que sus madres sean una roca inamovible que siempre esté
colocada en el mismo lugar de sosiego emocional al que ellos puedan acudir, al
que regresar o del que apartarse, dicho de otra manera: desean que ellas
cumplan con el papel social encomendado y que sean al mismo tiempo la percha de
los golpes en la que desahogar su desorientación sin considerar las necesidades
que además tienen como mujeres. Expresado así la serie podría parecer
tendenciosa, pero no lo es porque veremos cómo se entrelazan vulnerabilidades y
fortalezas de forma individual, y también de grupo, cómo en esa circunstancia
común los sentimientos y vivencias compartidas generarán una amistad sincera,
directa y sin subterfugios, y cómo el aprendizaje circulará entre todos ellos y
gracias a todos ellos, porque ni siquiera hay distancia generacional ni
separación de grupos ya que por mucho que nos adocenen y nos metan en rediles
separados permanecemos unidos incluso cuando creemos no estarlo.
Zascas
hay para todos porque como reza el refrán en el exceso de virtud también se
halla el defecto, y la serie analiza que en esa abnegación de madre a menudo se
esconde el deseo de control y al mismo tiempo de dependencia al menos así es
aparentemente en el caso de Marian por su hija anoréxica Elsa, y como
consecuencia surge el sentimiento de abandono mutuo que resquebraja a la pareja.
La enfermedad de un hijo es una prueba de fuego y salir huyendo, aunque te
quedes, es una falta muy grave, hasta ahí puedo leer.
Hay enfrentamientos,
pero también encuentros, entre los chavales y entre los adultos y el aprendizaje
es intensivo.
La pediatra de psiquiatría que interpreta Aida Folch de forma magistral es para mí el desagüe en el que confluyen y desembocan las zozobras de los familiares, ella también tiene las suyas y todas juntas anegan y embalsan su vida hasta empantanarla, poco a poco ella también aprenderá el quid pro quo, la ida y vuelta, a no parapetarse detrás del oficio, a oxidar la armadura para que caiga. He escuchado a la propia actriz decir que su personaje se parece un poco al doctor House en femenino, y que como él no tiene habilidades sociales, y la verdad, me quedé de piedra, aunque parezca paradójico que yo contradiga a la intérprete que le dio vida, pienso -aunque me equivoque- que flaco favor le hace al personaje una vez fuera de la pantalla, papel que por cierto bordó, intuyo que a Aitor Gabilondo le daría una punzada que soltase tamaña tontuna, estereotipo del que seguramente él huyó, se deduce porque el personaje de la pediatra es precioso y está muy bien ubicado en el centro de la historia, es el eje alrededor del que giran los demás, el imán al que acuden, económica en palabras, pero sabiendo decir las adecuadas aunque escuezan, su ternura reside en decir la verdad que nada tiene que ver con el “sincericidio” subjetivo, y sí con la valentía de no buscar la aprobación sino la prioridad, la eficiencia y lo que es justo para defender y sanar a sus pacientes.
La pediatra de psiquiatría que interpreta Aida Folch de forma magistral es para mí el desagüe en el que confluyen y desembocan las zozobras de los familiares, ella también tiene las suyas y todas juntas anegan y embalsan su vida hasta empantanarla, poco a poco ella también aprenderá el quid pro quo, la ida y vuelta, a no parapetarse detrás del oficio, a oxidar la armadura para que caiga. He escuchado a la propia actriz decir que su personaje se parece un poco al doctor House en femenino, y que como él no tiene habilidades sociales, y la verdad, me quedé de piedra, aunque parezca paradójico que yo contradiga a la intérprete que le dio vida, pienso -aunque me equivoque- que flaco favor le hace al personaje una vez fuera de la pantalla, papel que por cierto bordó, intuyo que a Aitor Gabilondo le daría una punzada que soltase tamaña tontuna, estereotipo del que seguramente él huyó, se deduce porque el personaje de la pediatra es precioso y está muy bien ubicado en el centro de la historia, es el eje alrededor del que giran los demás, el imán al que acuden, económica en palabras, pero sabiendo decir las adecuadas aunque escuezan, su ternura reside en decir la verdad que nada tiene que ver con el “sincericidio” subjetivo, y sí con la valentía de no buscar la aprobación sino la prioridad, la eficiencia y lo que es justo para defender y sanar a sus pacientes.
Los
personajes masculinos no se quedan atrás, están muy bien trazados y tratados,
no son sólo contrafuertes de sujeción para las estrellas. Por eso me duele un
poco que esos periodistas con prisas a los que aludía al comienzo hagan que su
creador casi tenga que pedir perdón por ser hombre en esas entrevistas
simplonas y toscas, dichas actitudes son las que desvirtúan el concepto
feminista que nunca tiene que ver con guerra de sexos, y el movimiento y la
lucha a los que sin duda Aitor Gabilondo también pertenece, y un trabajo de
tanta envergadura merece al menos la atención de que quienes lo realizan te respondan estando sentados y que el encuentro dure lo
suficiente para desarrollar el making-of y sus porqué. Al menos a mí me quedó
claro que quiso honrar a su madre porque se sentía en deuda con ella, como yo
me siento con la mía que ya no está conmigo, echarle una mirada a tu adolescencia en relación con tus
padres y en especial con tu madre suele producir que te mueras de vergüenza e
inevitablemente el balance, la contrición, sólo sabes hacerlos demasiado tiempo
después, cuando tienes dos dedos de frente.
En
la serie Madres no hay personaje
pequeño, el elenco funciona como un reloj suizo. Y las cuatro directoras
elegidas por Aitor han dado el do de pecho. Tengo entendido que es un showrunner
muy competente. La fotografía es espectacular y eso que apenas hay exteriores
que ayuden a dar variedad a las escenas, las distintas luces anímicas aproximan
tanto al espectador que experimenta vértigo, si me vierais amando y odiando a
intervalos a todos diríais qué mujer más voluble, y es que al igual que los
personajes todos somos capaces de lo mejor y de lo peor.
En
fin, no quiero desvelar demasiado, sólo diré que son bellísimas las escenas de
intereses encontrados separadas tan sólo por una cortina y a un lado la muerte
y al otro la vida, y el deseo más poderoso: que no sea mi hijo el que se vaya,
pero se puede ir el de la amiga. La serie busca contrastes que sólo en esas
circunstancias se dan y para los espectadores la catarsis a la que son
sometidos es como realizar una tesis doctoral y obtener summa cum laude.
Me
preocupó Belén Rueda, hace años pasó
mucho tiempo en el hospital acompañando a su niña de once meses a la que
finalmente perdió y con ella una alegría ingenua y sin fisuras que se borró de
su rostro, después al igual que su personaje encontró otras alegrías más
profundas, pero me pregunté que si sería demasiado riesgo tener que hurgar en las entrañas
y extraer una situación de hospital larga y parecida. En cualquier caso es una
gran actriz con cierto toque triste aunque ría, y tiene otras dos hijas que sin
duda serán su motor, y su trabajo terapia y vida. Pero mis atrevidas palabras
sólo son conjeturas que no tengo ningún derecho a hacer. Qué profesión de
valientes, de tirarse al vacío sin red.
Dicho
lo anterior que es elogioso añadiré dos pequeñas objeciones: las pelucas de
Elsa y Duna, me parecieron artificiales como cascos con flequillo que restaban
expresión al rostro, y el bar de atrezzo muy precario comparado con el
hospital, esos dos pequeños elementos a mi criterio distorsionan y parece que
corresponden a formatos distintos.
Un
abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili
Zori
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