LA CABEZA ALTA, película de Emmanuelle Bercot




    Me gusta saber que hay personas que infatigablemente recogen la toalla donde otros la tiraríamos. 
    Sé que en Francia se produce mucho cine que trata de analizar las razones del "fracaso" en el sistema de educación y también en el familiar que tanto afecta a niños y a adolescentes. Muchos críticos españoles atribuyen ese interés a la herencia que dejó el cineasta François Truffaut -orgullo nacional profundamente implicado con la infancia- pero en mi opinión no es tan simple ni se reduce sólo a una especie de cine de género. 
    No digo que aquel director mítico de la Nouvelle Vague no marcase una pauta, que no trazase un camino, pero pienso que además de emularle para rendirle homenaje y de mantener viva la llama de la luminosa antorcha en la carrera de relevos que él comenzó, la preocupación por la infancia y por el sistema educativo y judicial son reales y honestos en este largometraje. 
    El recurso es más que digno para tirar de la manta y hacer autocrítica social en busca de remedios y soluciones que logren una reinserción real, no sólo de cara a la galería o para cubrir el expediente, y esa inquietud en el cine de autores franceses, aunque sea reiterativa, no me estorba. 
    Más reiteración -si a eso vamos- tiene el cine de Hollywood que lleva décadas utilizando un patrón tipo con distintas pinceladas envueltas en ruidosos disparos, y persecuciones de coches para rellenar -no sé cómo no tienen tendinitis todos los actores americanos de tanto estirar los brazos para sostener sus pistolas. 
    De modo que como contraste agradezco la poliédrica mirada que los directores galos consiguen entre todos sobre un mismo tema, el que nos ocupa. 
    A veces tengo la sensación de que hay un recelo mutuo entre España y Francia en cuanto a las cinematografías de ambos países, pero pienso que dichas rivalidades son creadas artificialmente por los críticos, sobre todo por los de festivales. El cine es una patria en sí mismo y por suerte su lenguaje es universal. Después podemos valorar la mayor o menor calidad artística. Personalmente me conmueven y me calan mucho más las piezas pequeñas en apariencia, menores para algunos, pero humanas y por lo tanto cercanas y de gran hondura. 
    La interpretación del joven protagonista, Rod Paradot es magnífica, también creo que a Catherine Deneuve le favorece el papel por la ternura ya que tiene fama de estirada, y que su presencia proporciona empaque al filme. 
    Como espectadora no me ha sobrado ni faltado ninguna escena, todas me han parecido bien medidas para conseguir la evolución del personaje principal. Y el elenco de actores me ha resultado igual de importante y destacable, las apariciones pueden ser más cortas pero no por ello menos valiosas, no hay secundarios en esta pieza coral en la que todos han jugado a favor de obra. 
    No he encontrado ninguna trampa en la transparencia de la película, no pasa nada porque la vida a veces sea melodramática -dicho sea en el mejor aspecto de la expresión-, y más a menudo de lo que parece gente anónima se da la vuelta como un calcetín para cambiar de vida en el mejor y más heroico de los sentidos, muchachos anónimos que contra todo pronóstico y con las peores cartas finalmente ganan la partida. 
    Como he dicho en otras ocasiones, las artes como las escuelas que las imparten pueden ser aplicadas y didácticas, la intención no está reñida con la grandeza de la creación y tal vez precisamente debido a la sencillez consiga ser más sublime. 
    Emmanuelle Bercot, la directora además es actriz y esa capacidad para estar en ambos lados, delante y detrás de la cámara siempre es un plus. 
    Si podéis verla deseo que os agrade y emocione tanto como a mí. 
    Un abrazo 
Pili Zori

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