¡Vete a la cocina!, ¡a fregar!, ¡guarra!



Estos y otros exabruptos, (por no decir malolientes eructos imperativos con vocación fallida de insultos), lanzaron unos jugadores veteranos a un equipo de futbol juvenil femenino, no reseño el nombre porque desgraciadamente son intercambiables y se repiten con demasiada frecuencia en otros partidos y también en ámbitos diversos. Las mujeres los hemos aguantado estoicamente durante décadas en el trabajo, nos hemos sentido en corral ajeno al entrar en un bar… pero yo creía que esos ecos de “Tambores lejanos” habían quedado en el pasado remoto, aunque sólo fuera por vergüenza, pero no, siguen cercanos y muy presentes con su ensordecedor aporreo.
En el fondo lo que de verdad me ofende y al mismo tiempo me hace reír es la ignorancia de quien te envía a la cocina con la estúpida pretensión de agraviarte, de relegarte, su absurda bravata demuestra que desconocen lo que en ese paraíso se desarrolla, quienes así actúan son personas que viven en la superficie de la vida sin poder contemplar al “dios de las pequeñas cosas” –como diría Arundhati Roy- y por eso blasfeman contra él. Son seres que cuando alguien les pone un plato lleno de comida casera bajo la nariz se muestran incapaces de comprender o imaginar todos los pasos o ingredientes que lleva su elaboración, gentes que se dejan cuidar sin apreciarlo, sin merecerlo y que jamás podrán ser ni mutuos ni recíprocos, por ello están condenados a la soledad en compañía que es la peor y eso en el mejor de los casos.
La pena es que han conseguido que se extienda la creencia de que ejercer determinadas tareas –casualmente las más necesarias para que el mundo siga girando- devalúa, y que éstas son humillantes, o carecen de importancia, tanto si son remuneradas como si no.
Pues bien: una mujer puede estar en su casa y metida en la cocina por muchas razones: decisión propia o no, por fuerza mayor, por paro laboral, por acoso, por renuncia debido a enfermedad familiar, de hijos, de pareja o de padres mayores –chollo invisible para el Estado-, por no haber sabido defender sus derechos, porque señores esto es el salvaje Oeste y el territorio se gana a patadas y a codazos y quien llega primero se queda con el mejor trozo de tierra cultivable.
-Ah, que usted creía que le anunciarían y avisarían de los derechos que le corresponden. No hija no, si no reclama… pues a la buchaca. Para otra vez espabile. Hay que buscarse la vida.
-Me enseñaron que los buscavidas no son buenos. Si todos estamos censados y en los lugares correspondientes figuran nuestras situaciones laborales y familiares, de salud y de hacienda… pensé que. No he podido informarme, apenas salgo de casa, como estoy cuidando de mis padres, tienen alzheimer.
-Creíque y penseque son hijos de don tonteque. ¿No se licenció en triquiñuelas y picaresca?, ¿Acaso no sabe en qué país vive?
Cada casa es un mundo con cocina, fregadero y lavavajillas, y habitaciones amorosamente recogidas y “plumerizadas” en las que se puede trabajar, leer, ver cine, recibir a los amigos y sobre todo escuchar a las hijas a las que no disuadiste del sueño de ser futbolistas.
-¿Qué tal cariño?, ¿Cómo ha ido el partido?
-Muy bien, he marcado dos goles.
-¿Y en las gradas? ¿Se han metido con vosotras?
-Bah. Los frustrados de siempre.
Se dirige a la cocina para coger el plato con los sandwiches calentitos recién sacados de la plancha cronometrada con exactitud de reloj suizo, y el vaso, en las mejillas de los abuelos se pinta un beso de cacao templadito mientras su madre mira esa cola de caballo que se balancea sobre un perfecto y esbelto cuerpo atlético de mujer de hoy y sonríe orgullosa por la parte que le toca.
Más tarde, después del aseo de los yayos y de haberlos dejado en la cama, las dos saldrán a tirar la basura con los pañales adultos, se ducharán, no vaya a ser que desde algún graderío alguien las llame guarras, a continuación harán la cena y ambas se irán a fregar y a secar mientras el agua purifica las impurezas del día y se las lleva por el sumidero.

Pili Zori

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