(Escribí este artículo
cuando Donald Trump fue elegido presidente de los Estados Unidos. Sigo pensando
lo mismo).
A
Calígula y a Nerón también les reían las gracias, pero yo tengo poco sentido
del humor y Donald Trump no me hace ninguna.
Quien maneja el miedo
y lo institucionaliza obtiene el poder, la fórmula para lograrlo es sencilla:
Primero se asusta de
forma apocalíptica ¡Que vienen los bárbaros a quitarte tu puesto y tu pan! Como
ocurría en la magnífica novela de Coetzee.
Después
se busca al culpable, a ser posible un numeroso grupo étnico pobre, antes
fueron los negros, ahora los mejicanos inmigrantes, para qué ir más lejos, ya
daremos cuenta de los musulmanes (deseo que se sobreentienda mi tono irónico y
triste). Tras sazonar con la amenaza te convenzo de que sin mí no eres nadie; a
continuación hago unos cuantos alardes de poder, destituciones o ceses
fulminantes aquí y allá y tu salvador ya está servido. Ahora puedo ser
magnánimo para construirte la nueva fortaleza de defensa, un precioso castillo:
barreras, muros, fronteras… No te preocupes, yo te protejo, eres uno de los
míos. Y sin que te des cuenta a quien estoy aislando es a ti porque ya estás
metido en mi “Ok Corral”.
Inventar
enemigos para controlar, adocenar, acuartelar… es más viejo que el mundo. Y
mientras Trump nos distrae con sus circenses y aparentemente inofensivos trucos
yo recuerdo a McCarthy y todos los estragos que hizo.
Siempre
empiezan con los periodistas, luego siguen con los cineastas, y a continuación
con los escritores y los artistas que son quienes plantan cara.
Por
mí que no quede, ya está dado el aviso.
Pili
Zori
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