Extraordinaria
de principio a fin. Un nocturno poético de vidas cruzadas que desconocen su
conexión entre sí, las aparentes soledades viajan en distintos transportes
hasta el amanecer; la voz persuasiva, psicoterapéutica y dulce de la locutora Julia Otero, (que interpretó para esa
noche el registro más íntimo que requiere el formato de los programas de esa
franja horaria en los que se invita a la confidencia) es el pespunte que une
dichas existencias.
Con
diálogos hondos y brillantes, el magnífico elenco de actores aguanta el primer
plano sobre el rostro, en el que resulta imposible mentir o utilizar trucos de
interpretación sólo física, no queda otra opción, hay que transparentar bajo la
piel y subir a los diminutos gestos de la cara el sentimiento, el pensamiento…
para asomarlos a los ojos, para encontrar el tono y matiz exactos en el quiebro
de la voz, de la inflexión, de las decisiones, del cambio y que todo ese mundo
que se remueve en el interior de la actriz o del actor aparezca en la garganta
y salga por los labios, y el logro consiste en hacerlo dentro del constreñido habitáculo de un
automóvil: un coche particular, un taxi, un camión, una ambulancia, un
descapotable, un autobús… son los vehículos que transportan por una ciudad
refulgente como una joya que -como diría o titularía Javier Marías contiene a “Todas las almas”- a unos cuantos ejemplos
del pulso, del latido unísono y urbano; esos automóviles llevan dentro las
zozobras, decepciones, y también esperanzas de sus conductores, copilotos y pasajeros.
Al entrar en la película asistimos a la entrega del testigo o de la antorcha en la que la
frase de amor "Prometo que nunca te faltarán los besos" y que conquistó a la esposa de un taxista (Karra Elejalde) -que trabaja de noche para estar más tiempo junto a
su mujer (Nora Navas) durante el día- finalmente no sirve, y sin embargo sí vale para otros: Para el camionero (Fernando Albizu) que no sabe cómo declararse a la mujer (Carmen Machi) con trágico pasado que le
ha enamorado por primera vez en su vida.
Observamos
expectantes y con preocupación el tumulto interior de dos adolescentes (Emilio Palacios, y Christopher Torres) que trasladan a toda velocidad -dentro del
descapotable tomado sin permiso- la necesidad de estampar el vértigo y el miedo
que sienten ante el umbral de la transición, del salto hacia la vida adulta sin
protección ni paracaídas.
Nos introducimos en la ambulancia para escuchar los merecidos sueños cumplidos del conductor (Ernesto Alterio) y la decisión que -gracias
a sus sutiles y respetuosos consejos- toma su compañero (Rafa Ordorika), pero un giro temido y a la vez inesperado tras ese canto a la amistad nos cortará la respiración: tendrán que acudir
a un desenlace -no necesariamente triste- que jamás habrían querido atender. La
vida es frágil, muy frágil.
Y
por supuesto falta el broche de oro que curiosamente se produjo en el arranque
del filme, en el comienzo y para desencadenar, y no es contrasentido en este
caso que utilice el infinitivo desencadenar unido al del verbo abrochar porque el largometraje está lleno de
enlaces y desenlaces, de amor y desamor, de esperanza y desesperanza… puesto que todo pasa, todo queda, y también
se acaba para volver a comenzar.
Así
empieza la película, con la chica (Pilar López de
Ayala) que el día de la boda de su hermana y a punto de ir a vivir con su
novio es abandonada por él (Miki Esparbé)
que tiene la desfachatez de romper con ella manipulando e invirtiendo los
términos para que se sienta culpable de lo que en realidad le ocurre a él por su falta
de compromiso. Ella, tras bajarse del coche, tomará el taxi de Karra Elejalde y
ahí se producirá uno de los primeros espejos en esa especie de boomerang que va
y viene de unos a otros.
No
es de menor importancia el paisaje y paisanaje urbano que el espectador va
contemplando a través de las ventanillas porque también define con sensibilidad
y potencia a la ciudad, véase si no a la mujer que le lleva comida al perro de
un mendigo sin dignarse a mirar el rostro del propio indigente hambriento.
“Rumbos”
es una bellísima obra de arte escrita y dirigida por la cineasta Manuela Burló Moreno, tiene una
composición, sincronía, tono y ritmo perfectos por la medida exacta de sus
ingredientes. No me importa su clasificación como melodrama, o drama con
pinceladas de comedia… ni que sea tan tierna y dulce como los bombones derretidos
que se come Carmen Machi porque reitero una vez más que distingo las buenas
comedias porque cuando las desenvuelvo comprendo que sin el celofán, el papel dorado o el de plata, podrían ser
tragedias o dramas de la misma calidad, y viceversa, esa es para mí la prueba
del nueve.
Manuela Burló Moreno |
Pero
como toda naranja en su punto de aroma, color, belleza y jugosidad es
inevitable que atraiga a los mosquitos: algunos críticos son moscardas que
confunden tener criterio con amargar, y lo amargo va incluso después de lo
ácido. No son mejores ni peores la suavidad de las líneas en una escultura que
las requiere, como tampoco los ángulos en otra que los precisa, los estilos
están para algo, y siempre son cofres cuya calidad depende de con qué los
llenes.
Ahora
que estamos en tiempo de elecciones me atrevo a decir que el arte siempre va
por delante y que lo que encierra cada fotograma de esta película es el retrato
de lo que somos, de lo que verdaderamente nos importa, de lo que sentimos y
pensamos, de lo que nos unifica, esa nítida fotografía que nunca miran los
políticos.
Un
abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili
Zori
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