"RUMBOS", película de Manuela Burló Moreno


Extraordinaria de principio a fin. Un nocturno poético de vidas cruzadas que desconocen su conexión entre sí, las aparentes soledades viajan en distintos transportes hasta el amanecer; la voz persuasiva, psicoterapéutica y dulce de la locutora Julia Otero, (que interpretó para esa noche el registro más íntimo que requiere el formato de los programas de esa franja horaria en los que se invita a la confidencia) es el pespunte que une dichas existencias.
Con diálogos hondos y brillantes, el magnífico elenco de actores aguanta el primer plano sobre el rostro, en el que resulta imposible mentir o utilizar trucos de interpretación sólo física, no queda otra opción, hay que transparentar bajo la piel y subir a los diminutos gestos de la cara el sentimiento, el pensamiento… para asomarlos a los ojos, para encontrar el tono y matiz exactos en el quiebro de la voz, de la inflexión, de las decisiones, del cambio y que todo ese mundo que se remueve en el interior de la actriz o del actor aparezca en la garganta y salga por los labios, y el logro consiste en hacerlo dentro del constreñido habitáculo de un automóvil: un coche particular, un taxi, un camión, una ambulancia, un descapotable, un autobús… son los vehículos que transportan por una ciudad refulgente como una joya que -como diría o titularía Javier Marías contiene a “Todas las almas”- a unos cuantos ejemplos del pulso, del latido unísono y urbano; esos automóviles llevan dentro las zozobras, decepciones, y también esperanzas de sus conductores, copilotos y pasajeros.
Al entrar en la película asistimos a la entrega del testigo o de la antorcha en la que la frase de amor "Prometo que nunca te faltarán los besos" y que conquistó a la esposa de un taxista (Karra Elejalde) -que trabaja de noche para estar más tiempo junto a su mujer (Nora Navas) durante el día- finalmente no sirve, y sin embargo sí vale para otros: Para el camionero (Fernando Albizu) que no sabe cómo declararse a la mujer (Carmen Machi) con trágico pasado que le ha enamorado por primera vez en su vida.
Observamos expectantes y con preocupación el tumulto interior de dos adolescentes (Emilio Palacios, y Christopher Torres) que trasladan a toda velocidad -dentro del descapotable tomado sin permiso- la necesidad de estampar el vértigo y el miedo que sienten ante el umbral de la transición, del salto hacia la vida adulta sin protección ni paracaídas.
Nos introducimos en la ambulancia para escuchar los merecidos sueños cumplidos del conductor (Ernesto Alterio) y la decisión que -gracias a sus sutiles y respetuosos consejos- toma su compañero (Rafa Ordorika), pero un giro temido y a la vez inesperado  tras ese canto a la amistad nos cortará la respiración: tendrán que acudir a un desenlace -no necesariamente triste- que jamás habrían querido atender. La vida es frágil, muy frágil.
Y por supuesto falta el broche de oro que curiosamente se produjo en el arranque del filme, en el comienzo y para desencadenar, y no es contrasentido en este caso que utilice el infinitivo desencadenar unido al del verbo abrochar porque el largometraje está lleno de enlaces y desenlaces, de amor y desamor, de esperanza y desesperanza…  puesto que todo pasa, todo queda, y también se acaba para volver a comenzar.
Así empieza la película, con la chica (Pilar López de Ayala) que el día de la boda de su hermana y a punto de ir a vivir con su novio es abandonada por él (Miki Esparbé) que tiene la desfachatez de romper con ella manipulando e invirtiendo los términos para que se sienta culpable de lo que en realidad le ocurre a él por su falta de compromiso. Ella, tras bajarse del coche, tomará el taxi de Karra Elejalde y ahí se producirá uno de los primeros espejos en esa especie de boomerang que va y viene de unos a otros.
No es de menor importancia el paisaje y paisanaje urbano que el espectador va contemplando a través de las ventanillas porque también define con sensibilidad y potencia a la ciudad, véase si no a la mujer que le lleva comida al perro de un mendigo sin dignarse a mirar el rostro del propio indigente hambriento. 
“Rumbos” es una bellísima obra de arte escrita y dirigida por la cineasta Manuela Burló Moreno, tiene una composición, sincronía, tono y ritmo perfectos por la medida exacta de sus ingredientes. No me importa su clasificación como melodrama, o drama con pinceladas de comedia… ni que sea tan tierna y dulce como los bombones derretidos que se come Carmen Machi porque reitero una vez más que distingo las buenas comedias porque cuando las desenvuelvo comprendo que sin el celofán, el papel dorado o el de plata, podrían ser tragedias o dramas de la misma calidad, y viceversa, esa es para mí la prueba del nueve.
Manuela Burló Moreno
Pero como toda naranja en su punto de aroma, color, belleza y jugosidad es inevitable que atraiga a los mosquitos: algunos críticos son moscardas que confunden tener criterio con amargar, y lo amargo va incluso después de lo ácido. No son mejores ni peores la suavidad de las líneas en una escultura que las requiere, como tampoco los ángulos en otra que los precisa, los estilos están para algo, y siempre son cofres cuya calidad depende de con qué los llenes.
Ahora que estamos en tiempo de elecciones me atrevo a decir que el arte siempre va por delante y que lo que encierra cada fotograma de esta película es el retrato de lo que somos, de lo que verdaderamente nos importa, de lo que sentimos y pensamos, de lo que nos unifica, esa nítida fotografía que nunca miran los políticos.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili Zori

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