¡Al
fin! Tenemos entre las manos este tesoro de Beatriz Olivenza, el
Premio Provincia de Guadalajara de Narrativa 2010, con una preciosa envoltura,
además, que resume por sí misma toda la esencia de la novela: la fotografía en
blanco y negro del perfil de una niña cuya mirada de inteligente asombro
absorbe el mundo, es la de la propia autora en su afán de entregarse por
completo ya desde la portada. Habría dado lo mismo que no fuera un retrato suyo
porque la puerta de entrada a este libro es la infancia. Pero lo que no da
igual -y eso sí hay que reseñarlo- es que la foto la realizó su padre, Luis Olivenza, y de dos figuras paternas en simbiosis o en traslado de
karma trata este singular libro –en mi opinión subjetiva naturalmente, cada
lector llegará a sus conclusiones personales con la novela- además de otras
muchas esencias vitales que después intentaré desmenuzar sin destruir el
misterio ni la magia universal e imperecedera de sus páginas. Así que el
homenaje simbólico a su padre está abrazado y protegido entre el paréntesis de
ambas fotos, la del comienzo como niña y la de la contraportada como mujer, una
Beatriz Olivenza en ciernes y otra en plenitud, y en medio las líneas de estas
182 páginas que habría querido que los ojos de su padre leyeran pues entre
ellas se esconde toda una vida de amor para él. Sus libros anteriores también
son cofres de bellas tapas, pero intuyo que éste es más objeto de deseo que los
demás por su vocación de ofrenda.
Que
“La voz de los extraños” fuera
descubierto aquí supone un orgullo para nuestra ciudad, de nuevo el premio da
prestigio a la premiada y la premiada al premio. Así que tenerlo entre los
dedos proporciona sensación de talismán.
Estoy
impaciente por escuchar las experiencias de mis compañeras del club de lectura
con la novela, pero antes y en solitario compartiré la mía aquí. El libro
contiene las constantes de la escritora: la fascinación por la pintura y sus
efectos en quienes la contemplan, el deseo de crear un espacio para los
viajeros en tránsito, es decir, los “muertos”, los seres queridos que ya ¿no
están?, los desvanes como lugares representativos del inconsciente, los
juguetes como nexo entre el mundo de la infancia y el adulto y su enorme
respeto por los niños y sus delicadas mentes.
En
ningún otro libro he visto la ternura masculina tan bien tratada y descrita, el
sentimiento paternal como un instinto tan potente como el materno. Intuyo que a
la autora le gusta adentrarse en terrenos inexplorados para describirlos en su
verdadera realidad arrancando la maleza de los tópicos: Nicolás, el soltero que
respeta a su hermana como si fuera su esposa; que derrocha dulzura en el club
de carretera y nunca escoge a las pálidas y delicadas bellezas del Este para no
herir a las otras y olvidando que paga se deja elegir; el director de una
funeraria que no lo parece porque la escritora despoja de morbosidades esos
ambientes naturales que en realidad forman parte de la vida y de la muerte.
La
novela es tan visual que de inmediato reconocería el cuadro inacabado que hay
en la torre, el de las tres Alicias y lo más curioso es que me encanta y conmueve
mirarlo porque lo tengo ante mis retinas ya para siempre, he visto todas sus
veladuras, transparencias y colores, a la pequeña Ali camuflada entre el pelo
de la madre o de la abuela –en esa multiplicación o desdoble- como si de un
Dalí se tratase.
Pero
lo que con más fuerza he sentido es la semejanza de su Alicia con la de Lewis Carroll y estoy segura de que a
la autora ni se le ocurrió pensar en el paralelismo y es natural que lo
haya porque, como anunciaba en renglones
anteriores, para mí tanto “La voz de los
extraños” como “Alicia en el país de
las maravillas” tiene mucho de viaje al inconsciente, de entrada y salida
entre ambas realidades. Las dos Alicias atraviesan, una el espejo, y la otra
recorre un laberinto interior de esa casa tan orgánica como un ser vivo en la
que la torre bien podría representar la psique.
Ese
tótum revolútum que se produce en el interior de Nicolás para que busque y
encuentre, bajo la represión de su carácter contenido, su verdadera esencia, la
pasión por crear, es una imagen extraordinaria tanto como la entrada en el país
de las maravillas en el que casi todo va al revés, en el que el regreso a la
infancia es lo correcto porque en ella se forjaron las aspiraciones verdaderas
y los genuinos deseos, por ello que la niña sea la llave que abre esa compuerta
es muy significativo como viaje purificador y terapéutico. Los niños siempre
son recordatorios de lo que fuimos, de lo que quisimos ser y detonantes de lo
que reprimimos y en esa explosión que nos provocan extraen de nosotros lo mejor
que tenemos. Como ya dije en este mismo blog en el artículo que escribí sobre
su libro “Los muertos los vivos”
Beatriz Olivenza es profesora de lenguaje y literatura, Imagino que para ella
es extraordinario tratar con la primera hornada, -la de los chiquillos que
llegan desde el colegio al instituto- y estoy convencida de que lo hace con la
generosidad y ese otro cariño que da la docencia y que no es ni materno ni
paterno ni de abuela o abuelo sino el vínculo ancestral y poderoso que crea la
transmisión del conocimiento.
Me
alegro querida Beatriz de que esa loca de la casa que es la inspiración ande
siempre poniendo patas arriba la torre de tu privilegiada e imaginativa cabeza.
Será un honor volver a estar contigo el 4 de diciembre a las 7 de la tarde en
la Sala Multiusos del Centro San José.
***
P.D. Ayer miércoles
comentamos juntas en el club “La voz de
los extraños”, mis compañeras me produjeron una enorme sorpresa por la
variedad de sus impresiones y no he podido resistirme a compartirlas aquí. Me
alegró mucho que una de ellas también remitiera la novela a Alicia, la de Lewis
Carrol, sin que lo hubiéramos hablado previamente y que lo hiciera con los
mismos planteamientos oníricos y psicológicos y con la misma seriedad que
requiere el tratamiento del trasfondo de los cuentos que siempre ponen de
manifiesto bajo su fantasía nuestros anhelos y miedos. Otras criticaron a
Nicolás, le consideraron un desaprensivo y le responsabilizaron del final de
Alicia, hubo opiniones contrarias al respecto que valoraron su dulzura y el
peso de su soledad: causa del vacío anímico que propició el encuentro justo en
ese punto en el que la niña está comenzando el camino vital -con su mirada
llena de preguntas y la acuciante necesidad de respuestas- y él ya se adentra
en el tramo de la última etapa. También se señaló la orfandad de ambos.
El
descubrimiento del retrato y de quien lo protagonizaba hizo especular sobre la
relación entre abuela y yerno, de nuevo “lo que esconde el cuadro”, ese juego
de Olivenza que es como un iceberg porque siempre alberga oculto bajo sus
palabras algún secreto, como ella misma dice: “los cuadros cuentan historias” y
está claro que le gustan mucho los enigmas que encierran. Otra de nosotras nos
contó que había llamado por teléfono a un familiar que tiene una funeraria,
para preguntarle por si ellos también se encontraban objetos en los féretros,
le prestará el libro. Pasamos un rato agradable con las anécdotas de unas y
otras a causa de las cosas que sus familiares quisieron llevarse consigo. En
cualquier caso, basta con ir a un museo arqueológico para enumerar la cantidad
de objetos con los que enterraban a sus muertos nuestros antepasados y
comprender así la importancia que le damos al equipaje de partida. También se
reflexionó mucho, sobre la manera correcta de comunicar a los niños una pérdida
porque durante la infancia somos absolutamente literales y se puso en cuestión
el mundo adulto y su injerencia en el mundillo infantil tan vulnerable por su
fe incondicional en la palabra de sus mayores. Comentamos sobre la posible
entrada del protagonista en la locura, hubo discrepancias al respecto… y así pasamos
la tarde desgranando cada página y quedándonos con la intriga y a la espera de
lo que la autora nos cuente.
Un
abrazo y hasta el próximo encuentro con el cine o con los libros.
Pili
Zori
Qué precioso comentario, Pili. Tú siempre tan certera, observadora y rebosante de comprensión hacia los trasfondos de la conducta humana. Me encanta imaginarte con tus compañeras de lectura elucubrando sobre las relaciones entre mis personajes, criticándolos o justificándolos como si de seres reales se tratara. Yo ya los siento así: como personitas a las que creé hace un tiempo pero que han empezado su andadura con independencia de la imaginación que les dio vida. Gracias por hacerme llegar vuestra experiencia de lectura. Estoy deseando continuar ahondando en ella el próximo martes. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias a ti, te envío otro abrazo con el deseo de que se multipliquen los encuentros contigo y con tu obra. Pili Zori
EliminarPocos libros me han conmovido y emocionado tanto como este. Es muy fácil, y se ve demasiado tanto en la vida real como en películas y libros, caer en la ñoñería y tratar a los niños como si fueran tontitos. Y lo cierto es que si nos molestamos en escucharles de verdad, de igual a igual, en la mayoría de los casos nos dan grandes lecciones.
ResponderEliminarMe parece que es la historia de dos náufragos que han encontrado por casualidad su tabla de salvación en el otro, cuando más se necesitaban. Han conectado en ese punto intermedio en el que yo creo que los adultos pueden conectar con los niños y a su manera se han ayudado el uno al otro. Alicia le devuelve la alegría y la ilusión por vivir a Nicolás y Nicolás a su vez le da un apoyo enorme a una niña que ha perdido no solo a su papá, sino a su amigo, a su héroe, y de la que todo el mundo se ha olvidado, porque es un niña y se inventa las cosas, hay qué ver cómo son los niños... Y me da mucha pena que esta historia de amor puro, incondicional, sí entre un adulto y una niña, sea mancillada por unos adultos que han perdido la capacidad de recordar que ellos también fueron niños y no fueron tontitos.
No tengo el placer de conocerte, Sara, al menos en el sentido que cotidianamente damos a esa palabra, pero estoy convencida de que conectar con alguien por medio de los personajes y los sentimientos que uno encierra en un libro es una forma muy estrecha de conocimiento. Leo tu hermoso comentario y me parece increíble que se refiera a esa historia que fue exclusivamente mía en un principio y que ahora pertenece también a los que la leen y encuentran en ella algún punto de interés. Gracias por compartir tus sensibles y agudas apreciaciones. La historia de Alicia y Nicolás es ahora un poco más grande gracias a ellas.
EliminarGracias Sara por compartir tu conmovedora experiencia con la novela de Beatriz, los niños dan lecciones, ya lo creo, tú siempre me las diste y me las das y me las darás a mí, porque la bondad unida a la inteligencia es muy potente. Un abrazo enorme. Pili Zori
ResponderEliminarAcabo de terminar de leer LA VOZ DE LOS EXTRAÑOS, y reconozco que todavía estoy impactada, como flotando entre las nubes de un cielo onírico e irreal. La empecé ayer, pero no he podido dejarla hasta terminar. Han sido dos días de lectura apasionante. Es cierto que la novela engancha de una manera absorbente, que la historia te atrapa con unos tentáculos suaves y persuasivos, y lo que aparentemente simula ser una historia tierna y conmovedora es, en realidad, el sendero accidentado y abrupto que recorren dos almas solitarias hasta encontrarse al filo de la tragedia.
ResponderEliminarBeatriz Olivenza ha creado en este libro un mundo lleno de sensibilidad y belleza, un relato que emociona, dicho desde la sencillez brillante y diáfana de una gran narradora.
Gracias, Beatriz, por haberme conmovido tanto y por ponerme en vilo la piel del alma.
Juana Pinés.