"EL PRECIO DE LA VERDAD", película de Billy Ray


Elegí esta película para el Club de Cine porque el debate que suscita si siempre ha sido interesante, en el momento actual todavía lo es mucho más por necesario. Trata de la defensa de la verdad en el periodismo, en este caso el largometraje se centra en la prensa escrita, aunque el discurso se puede extender a los demás medios de información. Billy Ray logra recuperar el código deontológico de este oficio. Y lo hace con las herramientas del cineasta pero poniéndose totalmente al servicio de la historia que narra, y como si fuera un periodista cuenta los hechos con la asepsia, la objetividad y la distancia necesarias. No nos muestra al personaje ni como víctima ni como culpable porque el planteamiento ético no se va a centrar en Stephen Glass como individuo sino en el medio informativo que es el verdadero protagonista -en este caso la redacción del semanal New Republic, actualmente su publicación es quincenal- y para hacerlo se basa en un hecho real acaecido en la década de los 90 del siglo XX, el reto aún es más delicado puesto que el autor de aquel enorme fraude está vivo, y el escándalo fue tan notorio en los Estados Unidos que para cuando Billy Ray estrenó “El precio de la verdad” el público que acudió a ver la proyección seguramente ya habría conjeturado y sacado múltiples conclusiones sobre “por qué” Stepehen Glass se inventó prácticamente todos los artículos o crónicas que escribió y una vez descubierto se empecinó en encubrir y mantener como verdad su impostura. Pero ese “por qué” es lo único que Billy Ray no nos entrega: hacerlo supondría entrar precisamente en lo especulativo y habría caído en la paradoja de la subjetividad;  como es lógico eligió la distancia exacta para la búsqueda de la objetividad y para crear con ella la atmósfera adecuada a lo que quería contar y cómo deseaba transmitirlo.
El director va a mostrarnos la lucha de egos, la rivalidad, la premura por la entrega, las comprobaciones o la falta de ellas… Nos hará ver la diferencia entre información y opinión, pero sobre todo entre literatura y periodismo. No me canso de repetir en muchas de las entradas de este blog que son artes distintas, y que meter una en otra es advenedizo porque ambas merecen su espacio adecuado, corresponden a registros distintos, y aprovecharse de una para camuflarla en la otra no está bien, la cualidad de un novelista es la invención, la de un periodista la veracidad, y ambos pueden ejercer los dos oficios si tienen talento para ellos, pero cuando lo hagan han de saber que están utilizando mecanismos distintos, una novela no es un artículo extenso, ni un reportaje… por la misma razón una novela tampoco es un estudio periodístico aunque los personajes que la habiten ejerzan dicho oficio (para hacer una colada usamos la lavadora y para planchar, la plancha, son tareas diferentes aunque en ambos casos estemos hablando de ropa, pues con la escritura ocurre igual, aunque nos valgamos de las mismas palabras sus funciones son distintas, perdonad el ejemplo tan peregrino).
Para volver a colocar en su sitio los principios del periodismo, Ray nos habla de la falta de escrúpulos, de quien los tiene y quien no, de la irresponsabilidad y de sus consecuencias… y lo hace valiéndose de un elenco de actores magnífico y joven, como era la plantilla de New Republic en aquel tiempo cuya media de edad no alcanzaba los 30 años. Hayden Christensen interpreta a Stephen Glass, el actor arriesgó mucho porque el personaje cuando es descubierto no es querible y por tanto resulta poco carismático y sin embargo un buen intérprete corre el riesgo de quedar estigmatizado por él en el inconsciente del espectador porque el personaje tiene mucha fuerza: el agradable aspecto de un Urdangarín cualquiera de apariencia fiable, angelical, aplicado, pulcro, informal y a la vez protocolario, detallista, caballero, adulador en la medida justa, vestimenta conservadora, pijo-clásica, anfitrión ameno, divertido, con sentido de equipo, bien integrado…
Tuvo que ser muy difícil para este joven actor decidirse por el papel y prestarse como envase siendo tan antagónico, por lo visto Christensen no soporta la mentira y al final del rodaje tenía muchas ganas de desprenderse de Glass porque esa lucha interior le dejaba exhausto. Como espectadores tendemos a valorar mejor las actuaciones de rasgos heroicos aunque provengan de “perdedores”, nos gusta redimir, perdonar, buscar las justificaciones, o por el contrario condenar al villano si es que no tiene aristas ni fisuras, pero buscamos que sea un malo que fascine, un antagónico a la altura, es decir alguien con dignidad aunque sea equivocada y se manifieste fuera de la ley, pero que tenga sus particulares códigos de honor intactos, por ello no nos duelen prendas al sentir afecto por Toni Soprano, o incluso por Aníbal Lecter a pesar de su depravación, sin embargo volvemos la cara ante los comportamientos patéticos y sentimos vergüenza ajena por quien los exhibe, un desagrado enorme frente a la decepción de quienes creíamos admirables, porque en nuestro interior nos culpamos de haber dejado que nos estafen, y puede que al mismo tiempo estemos más cerca que nunca de ser conscientes de que podríamos caer en lo que cayó Glass y no soportamos la idea del aparatoso ridículo, de que en el fondo nos dolería el deterioro de imagen, el haber sido pillados en falta y no la falta en sí, por ello debemos pararnos un instante a apreciar la dificultad añadida que tiene para un actor esa entrega, la generosidad enorme de ir a favor de todo el conjunto, de la historia que se cuenta aunque el personaje no favorezca porque produce rechazo en el público, sólo entonces comprenderemos el lucimiento del intérprete. El director lo ha usado como espejo para que nos miremos en él y ese es el dedo que Billy Ray nos introduce en la llaga, sólo si comprendemos nuestras debilidades sabremos acotarlas y estaremos libres de caer en tentaciones y crearemos códigos deontológicos para todos los oficios, pautas de comportamiento e incluso leyes que nos sepan defender hasta de nosotros mismos y una vez aplicado lo que acabo de decir tanto a periodistas como a usuarios llegaremos a la conclusión de que lo que nos recuerda esta película es que:
“Hay que respetar la VERDAD y la libertad de prensa, condenar la falsificación de documentos, hay que usar métodos justos para conseguir noticias...”
“El periodista está obligado a rectificar y desmentir la información que resulte falsa y actuar en consecuencia, también debe recordar que existe el derecho al honor y a la intimidad. El redactor y su periódico o su empresa de información han de recoger y difundir la noticia con veracidad y exactitud evitando la difusión de falsos rumores. Los informadores investigarán desde el interés público movidos por el bien común de la sociedad, defenderán los derechos personales y colectivos y asimismo cumplirán con sus deberes y mirarán con independencia a los poderes del estado, del mercado y de la sociedad civil”.
De nuevo os pido disculpas por no citar textualmente, he parafraseado los artículos emitidos por la Federación Internacional de Periodistas, espero, al menos, haberme ceñido al espíritu de la letra, creo sinceramente que aunque no estoy obligada a conocerlos porque el periodismo no es mi oficio, los periodistas sí que deberían tener sin embargo como libros de cabecera “El informe Hutchins” por ejemplo, o todo lo que la OIP recogió en 1971 sobre “Deberes y derechos del periodista”, “El código mundial de 1983 sobre principios internacionales de ética profesional del periodismo”… y leerse varios renglones cada día antes de salir de casa porque está visto que lo del cuarto poder embriaga y se olvidan del lugar que ocupan para convertirse en estrellas que se anteponen a la noticia o al entrevistado convirtiéndole en excusa para brillar o en un recortable.
Rosario Dawson, una de las actrices de esta película, en una entrevista dijo algo como que a los políticos los escogemos con el voto pero que a los periodistas no. No sé si mis comentarios están sonando a animadversión contra los trabajadores de este oficio, porque si es así nada más lejos de mi intención, realizan una labor que venero y actualmente a pesar de los sensacionalismos, las pedradas de cadena a cadena, los dardos envenenados y toda la invasión amarillista, hay profesionales como la copa de un pino y ante ellos me descubro, pero a cada cual lo suyo -como diría Leonardo Sciascia-, y Stephen Glass hizo lo que hizo y su grave falta o se consintió o pasó inadvertida, y por omisión también se peca.
Peter Sarsgaard, al igual que Hayden Christensen, está magistral en el papel de Chuk Lane el nuevo director del semanal, el duelo es perfecto, y ambos actores en su dueto han sido capaces de mostrar ambivalencia y una gama de registros amplia e impecable; en mi opinión los dos merecían el Globo de Oro que sólo recibió Sarsgaard, es posible que por las razones que comentaba anteriormente: los miembros de un jurado no dejan de ser espectadores a la vez y puede que no lograran abstraerse de la empatía por “el bueno” aunque sólo es una sensación que se vuelve acusación infundada por mi parte y al fin y al cabo ellos son los entendidos y doy por supuesto que echarían en la balanza todos los ingredientes hasta alcanzar la valoración más justa.
El precio de la verdad” en mi opinión es como esos muebles de líneas limpias conseguidas de un solo trazo, de corte recto y de una sola pieza, elaborados con materiales nobles, brillantes, transparentes y diáfanos que invaden con una impresión de sencillez al cliente que es profano, pero al avezado le hablan de la precisión, de la dificultad de su perfecto acabado, y le producen el mismo orgullo que al artista que por primera vez curvó la madera. Intento decir, aunque sea con torpeza, que este largometraje no tiene trampas ni adornos superpuestos, no va por trozos ni piezas ensambladas o cosidas que mejoran con el montaje, es tan simple como la línea del horizonte en el mar mientras el sol comienza a ocultarse, tan simple y a la vez tan inmenso: una raya y un punto, pero la raya y el punto de un único atardecer irrepetible. Ray es fiel a la historia que cuenta, el tono elegido no es grandilocuente ni pretencioso y todo el conjunto guarda el mismo estilo conciso y por esa perfecta armonía en la que no sobra ni falta un fotograma “El precio de la verdad” es una obra de arte contemporáneo.
Como ya he dicho otras veces cuando un director es guionista se nota, y Billy Ray ha escrito y trabajado para muchos cineastas, saber captar las líneas maestras de cada uno de ellos con sus diferentes enfoques y estilos dice mucho sobre la capacidad de adaptación y la solvencia para manejar lenguajes diversos sin perder la voz propia ni el sello personal, prueba de ello son guiones como “La sombra del poder”, “Los juegos del hambre”, “Plan de vuelo: desaparecida”, “Sospechoso”, “La guerra de Hart”, “Desafío final” y “El color de la noche”. Como director además de “El precio de la verdad” ha realizado “El espía”. A juzgar por la poca información que hay sobre él también se deduce que se dedica a trabajar y que la parafernalia de alrededor le seduce poco.
Me encantó que huyera de los estereotipos, no se ven redactores corriendo de acá para allá como posesos, el ritmo es el de una redacción real como la de cualquiera de nuestras ciudades, con sus momentos monótonos y sus vacíos, y el dilema se dirime en la intimidad de los despachos. Me gusta que la película sea tajante y didáctica en cuanto a mostrar de forma contundente y sin ambages lo que es correcto y lo que no lo es. Viéndola he aprendido mucho sobre la humildad de la vocación, si es verdadera va por delante de ti.
Podríamos desgranar más, pero prefiero que la veáis porque “El precio de la verdad” da para muchas reflexiones e invita a interesantes coloquios.
Me gustaría terminar con unas palabras de Riszard Kapuscinski, periodista, historiador, escritor, ensayista y poeta que entre otros de sus muchos y prestigiosos galardones cuenta con el Príncipe de Asturias en comunicación y humanidades otorgado en el año 2003:
“Los periodistas deben ser personas abiertas a otros semejantes, a otras razones, a otras culturas, tolerantes y humanitarios. No debería haber sitio en los medios para seres que los utilizan para sembrar el odio y la hostilidad y para hacer propaganda. El problema de nuestra profesión es ético”.
Un abrazo y hasta que volvamos a encontrarnos para hablar de cine o de libros.
Pili Zori

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