Tenía
ganas de compartir con mis compañeros del club de cine “Confidencias”
de Luchino Visconti, una de mis
películas más queridas. Desde que la vi por vez primera me ha acompañado –han
pasado casi cuatro décadas, y ha llovido, ya lo creo que ha llovido, doy fe de
que me han caído unos cuantos chaparrones-. Siempre que vuelvo a contemplarla
me sorprende tanto como aquella primera vez y me refrenda en las bases de
muchas de mis creencias sociales, y ratifica mi amor enorme por Visconti con
quien no me relacioné en persona -como es natural- pero sí tuve el lujo de conocerle
por su obra imperecedera.
No
sabía cómo iba a funcionar el film, porque el paso del tiempo podría haberle
afectado alejándolo del espectador, pero la respuesta fue brillantísima, sentí
un orgullo enorme por cada una de las frases con las que me sorprendieron mis
nuevos compañeros y la delicadeza y cuidado con que supieron acoger la
película, sazonándola incluso y enriqueciéndola con aportaciones técnicas,
nuevos enfoques y miradas que añadieron más luz a la luz.
“Confidencias” es una película especial
que vino envuelta en la turbulencia del tiempo en el que fue filmada y se salió
de la pantalla para trascenderse por todo lo que acontecía en Italia en ese
momento, y por lo que le estaba ocurriendo a su vez al propio Visconti.
El
largometraje se estrenó en 1974, Italia vivía sobresaltada por los terribles
atentados terroristas infligidos en su mapa. El terrorismo no tiene signo, es
terrorismo puro y duro sin más, pero para que se entienda mejor os diré que en
teoría los crímenes provinieron de ambos extremos: por un lado de Ordine Nuovo,
una organización neofascista, -también se habló en aquel tiempo de la
implicación de la liga anticomunista-, y
por otro de las Brigadas Rojas. En 1970 ya hubo un intento de golpe de estado, Junio Valerio Borghese, oficial de
marina condecorado, fundó la organización de extrema derecha Fronte Nazionale y
tras la fallida tentativa se refugió en España.
Ante
la desoladora tristeza de asistir a los entierros de jueces y de víctimas
abatidas en trenes, manifestaciones y plazas, los dos hombres más
representativos de Italia, Aldo Moro
-perteneciente a la democracia cristiana y dos veces primer ministro- y Enrico Berlingüer -líder de la segunda
fuerza mayoritaria: el partido comunista italiano- intentaron por todos los
medios crear un gobierno de concentración llamado Solidaridad Nacional. Enrico
Berlingüer presentaba su proyecto eurocomunista, dando así prioridad a la
singular idiosincrasia de los italianos y al entendimiento entre personas, pero
intereses subterráneos atribuidos entonces por un lado a la CIA (obsesionada
por frenar la llegada al poder de los partidos marxistas en cualquier parte del
mundo y empeñada en que no emergiera otro Salvador
Allende) y por otro a la mafia y a su capacidad para comprar abogados y
jueces, dieron como resultado el secuestro y posterior asesinato de Aldo Moro a
manos de militantes o comandos de Las Brigadas Rojas. No sirvieron los ruegos
de Pablo VI, durante el secuestro, ni el resto del clamor mundial, su cuerpo
exánime apareció en un maletero, justo a mitad de camino entre ambas sedes, la
de Democracia Cristiana y la del PCI, las sospechas soterradas sobre quienes
estaban implicados en la trama llegaron a señalar incluso al futuro primer
ministro Andreotti. Las largas
sombras, todavía hoy, siguen ocultando los pormenores de aquella desgracia
llena de extraños misterios.
Si
Italia ha involucionado o evolucionado desde entonces será cuestión de
enfoques, lo que tengo más claro cada día es que a las pobres gentes de a pie,
entre las que me encuentro, no nos cabe en la comprensión la capacidad
manipuladora de quienes mueven los hilos por los inframundos de Hades, es decir
los infiernos de los que se venden al diablo y a sus malditos becerros de oro
con armas. Nos resistimos a creer que nuestra capacidad de decisión esté de
adorno, y es bueno resistirse, es nuestro deber y además no nos queda otro
remedio, aunque no puedo evitar pensar, dadas las circunstancias, que las
pobres gentes de a pie pintamos poco.
Decía
en renglones anteriores que además de estar envuelta en esa atmósfera, “Confidencias” contiene muchos préstamos
personales del propio Visconti: cuando la realizó se encontraba muy enfermo,
acababa de sufrir una trombosis que le dejó paralizado el lado izquierdo de su
cuerpo; una de sus guionistas, Suso
Cecchi D’Amico y él, esperaban en una cafetería la llegada de dos
productores cuando Luchino Visconti se derrumbó estrepitosamente en la silla.
Tuvieron que enviarle a Suiza porque a diferencia del protagonista de la
película al que tanto le gusta estar solo, en el hospital de Roma no cesaban
las visitas, allí se sometió a un arduo y espartano tratamiento de ejercicios
de rehabilitación que le devolvió bastante movilidad apoyado en sus muletas. No
podía vivir sin trabajar y pidió a gritos a los médicos que se lo permitieran
alegando que no tenía la más mínima intención de morirse en la cama de un
hospital.
Acondicionó
las caballerizas de uno de sus palacios (Luchino Visconti di Modrone era
aristócrata como estaréis intuyendo ya quienes no lo supierais, Conde de Lonate
Pozzolo, además de criador de caballos pura sangre, decorador, escenógrafo,
director de teatro, de ópera, de cine…) y terminó en ellas el montaje de “Ludwig”. Le prepararon una obra de
teatro de Harold Pinter que requería
pocos actores y sencillez de escenario y la experiencia le sirvió para que en
su interior se germinara “Confidencias”.
Lo
conmovedor de la película es que aunque el espectador no conozca los pormenores
de trastienda que estoy contando si capta sin embargo que en ella depositó su
legado, ese testamento repleto de vida,
que rezuma impaciencia por querer decir todo lo que no había dicho todavía, por
querer darnos tanto como aún le faltaba por entregar; en ella condensa
pensamientos, sentimientos, aclaraciones, desahogos, planes… tanto deseo de
completar la obra, de pedir prórroga… Porque Visconti sabía que iba a morir
pronto aunque no quisiera irse. Aún tuvo tiempo de dirigir, después de “Confidencias”, “El inocente” ya postrado
en silla de ruedas. Pero en 1976 nos dejaba irremediablemente, y con él, -tal y
como dijo su fiel director de fotografía Pascualino
de Santis- “desaparecía para siempre
una forma de hacer cine que sólo él sabía realizar”.
Yo
desconocía todo lo que le ocurrió la primera vez que en la sala Imperio vi esta
película, pero sí recuerdo con perfecta nitidez lo que sentí: noté como su mano
se salía de la pantalla y tomaba la mía para ayudarme a entrar y una vez dentro
me susurró al oído para no molestar al impresionante elenco de protagonistas: Observa Pili, todo esto que ves es mío, pero
quiero compartirlo contigo, y para que puedas tenerlo sólo se me ocurre
mostrártelo, donártelo con mi cámara. Esa cámara que acariciaba con
parsimonia, muebles, cuadros, lámparas, joyas, rostros, cuerpos, miradas,
bocas.
Podría
entrecomillar esas palabras que con certeza sentí como verdaderas y no estaría
haciendo trampa, porque sé que me las dijo, igual que te las dice a ti.
Visconti
filmaba en sus palacios, y si en una de sus películas aparecía un corsé era sin
duda el que vistieron su abuela o su madre, si exigía un jarrón de cristal de
murano y en su lugar le colocaban otro, desde lejos exclamaba, ¡os dije murano!
Todo en su cine rezuma verdad.
No
le dejaban en paz en aquel tiempo que tanta definición sectaria necesitaba. No
encajaba entre los “suyos”: ¡un aristócrata con inquietudes sociales!, y entre
los que quería estar tampoco, le miraban con lupa el color de los autores que
escogía para adaptar. Le acusaron de decadente, contradictorio y sospechoso,
¡un humanista marxista!, ¡dónde se ha visto! Sin comprender que estaba
devolviendo al pueblo todo su “caduco y decadente” mundo, del único modo en el
que sabía hacerlo: con su cine, el arte más popular, el que llegaba hasta el
último estrato social. Estaba dando acceso, abriendo sus puertas de par en par,
pero al igual que la familia de “Confidencias”
unos y otros entraron al asalto en sus intenciones, en sus interiores sin
sensibilidad para apreciar siglos de historia, sin respeto.
La
alta burguesía emparentada con poderosos capitalistas industriales, recibió a
través de esta película sus justos bofetones, retrato fidedigno de nuevos ricos
maleducados, sin principios pero con voracidad de horda para enredarse y
asociarse con los sucios contubernios del mal que sólo responde a la avara
acumulación de riqueza y borrachera del poder por el poder. Displicentes que
crean leyes represivas para que las cumplan otros. Adocenadores de doble moral
cuyas normas diseñadas por ellos mismos e impuestas con embudo no se aplican
para sí abusando de bula y exención.
La
película está llena de matices que dejan claro quién es quién y cómo piensa,
siente y actúa y qué posición ocupa y a qué parcela social está representando.
Hay que destapar los frascos para oler los contenidos, no vale con mirar las
etiquetas si queremos tener criterio propio, como ya he dicho otras veces en
este mismo blog, porque aunque los contenidos del frasco se llamen lo mismo y
parezcan a simple vista del mismo color no siempre son lo mismo, ni huelen a lo
mismo, ni saben a lo mismo.
El
análisis que propone “Confidencias”
parte de lo privado para llegar a lo público y consigue retratar a Italia y al
mundo en sus esencias y de forma intemporal entre cuatro paredes. Cada uno de
los protagonistas representa un estatus –reitero- y en los reproches mutuos
vemos como los compartimentos estanco son inamovibles, nadie se mezcla, esa es
la crítica de la que el propio Visconti no se excluye. Burt Lancaster, alter ego en este caso de Visconti, ocupa el
espacio del intelectual, de hecho durante todo el metraje es nombrado como profesor,
desconocemos su nombre.
El
planteamiento de escoger entre los hombres o sus obras está latente en cada
escena y en mi opinión, el profesor se flagela en exceso por la parte que le
toca. Queda claro en la película que no se trata de encerrarse a mirar cuadros
mientras la vida te exige implicación, y ese recordatorio y bronca los traslado
a mí misma. Pero me duele que él, Visconti, se reflejara en el profesor
pidiéndose cuentas sobre la responsabilidad del intelectual, y que hasta la
muerte se estuviera haciendo reproches, porque no se dedicó a lo que hace el
protagonista, no se quedó mirando naturalezas muertas desde una atalaya ni se escondió en sótano alguno para
coleccionar y limpiar lienzos (la figura del intelectual es necesaria y hoy más
que nunca, aunque sólo sea para acallar a los charlistas de la tele que se
creen la voz de su amo, aunque sólo sea para redefinir los códigos
deontológicos y en esta película esa figura también recibe lo suyo, hay leña
para todos).
Se
pueden entregar muchas cosas en la vida a los demás, pero una de las más
valiosas es el conocimiento y todavía es mayor regalo el arte, y él, Luchino
Visconti, nos llenó el plato, aunque tuviéramos que desbrozarlo de las pavesas
de envidia con las que salpicaron todas las mesas a las que nos invitó a cenar.
Debió
sufrir mucho por la incomprensión de sus coetáneos, también por sus errores
sentimentales, dicen que Helmut Berger
se apresuró a vender todas sus cartas en cuanto murió. Si esa impudicia es
cierta, ¡cómo me indigna!, porque entonces el paso por su vida, el caminar a su
lado no le sirvió de nada.
Si
miramos con detenimiento el personaje que interpreta Helmut Berger en “Confidencias” y vemos cómo el director
lo salva, con qué ecuanimidad lo juzga incluso siendo un gigoló de doble vida
que podría además estar metido en líos de drogas y juego, o ser un activista
comprometido con ideales o un delator o un terrorista…; si observamos cómo en
cualquiera de las circunstancias lo considera víctima de ambos mundos o
submundos que presumen de estar juntos pero jamás revueltos, cómo entiende y
justifica la fascinación que Conrad siente por la vida de los ricos -que pueden
acceder a la cultura aunque sea para luego despreciarla sin haberla usado; si
escuchamos que a ese mundo se le permite entrar por la puerta del dormitorio
pero sólo si se comporta como un perrito faldero y no de pelea, que accede a
esos espacios pero no puede aspirar a ellos porque le están vedados por falta
de cuna y pedigrí; si Visconti nos lo presenta con su mejor imagen, diciéndonos
que dicho ambiente lo prostituye y ni se le ocurre considerar que Conrad
también haya elegido prostituirse, y en todo momento lo defiende como víctima o
producto del capricho y del poder; si comprendemos que el director deja abierta
a la dignidad cualquiera de las posibilidades y escucha su voz y admite sus
denuncias y demandas y erige a Conrad en juez de los demás…; si además sabemos
que la película guarda paralelismos entre el actor y su personaje y después de
todo el delicadísimo trato nos enteramos de la venta de esa intimidad, ¡sus
cartas!, algo privado entre los dos, pues el enfurecimiento que nos entra es
enorme.
Pero
las personas de corazón elegante a veces confunden juventud y descaro con
belleza creyendo que son lo mismo.
Está
muy bien que alguien nos diga, al igual que el profesor en la película, que
moral y política deben de ir juntas, y que ser rico no equivale a ser
distinguido.
No
se debe sentir tanta culpa cuando tu único mal ha sido trabajar hasta la muerte
para entregar siglos de historia de la que encima eres testigo directo. Pero me
duele que al final el profesor se mire esas manos vacías, porque las de
Visconti no lo estuvieron jamás.
Un
abrazo y hasta el próximo encuentro
Pili Zori
Gracias por este magnifico comentario de la pelicula de Visconti, adornado de inteligentes comentarios personales.
ResponderEliminarSaludos cordiales
Andres, desde Cordoba
Gracias a ti, querido Andrés, por honrar este rinconcito con tu visita. Un abrazo Pili Zori
EliminarUna película preciosa. A mi después de haberla visto hace 20 años aun me impacta y la estoy buscando para volver a verla, Precioso tu comentario Pili. Buen año.
ResponderEliminarBuen año para ti también grunchitta, gracias por tu amabilidad, que disfrutes de buen cine y de magníficas novelas.Me encantará que compartas tus experiencias y me alegrarán mucho tus visitas. Un abrazo Pili Zori
EliminarHola. Mi nombre es Angel y, buscando un enlace para compartir y hacer disfrutar a mi gente de la magnífica "Confidencias", he llegado hasta tu blog.Tras tu análisis e introducción a la obra de Visconti me he apresurado a seguirte. Siempre que pienso en la filmografía del maestro, acude a mí una especie de nostalgia cinéfila,quizá obedezca, cual príncipe de Salina, a la sensación de que ya nunca habrá una manera de entender el cine así, en el que la lupa indiscreta de un esteta muestre con detalle la esencia misma de la belleza, esa que desgraciadamente no todos los ojos aprecian.
ResponderEliminarQuisiera agradecerte el regalo que ha supuesto leer tus reflexiones sobre esta obra del maestro que, sin estar bien considerada del todo, a mí me sigue pareciendo un monumento al cine.
Querido Ángel, tus palabras sí que son un regalo para mí, y es un honor sentir tu compañía. Muchas gracias. Pili Zori
EliminarHe visto la película en Canal Sur ATV sin cortes , todos los días a las 11h. ponen cine sin cortes . No la conocía y me ha encantado pero no oigo bien y quería completar y confirmar mis sensaciones . Te agradezco la certera información que has publicado , que comparto totalmente. Es la primera vez que uso este tipo de comunicación. Me gustó tanto la película que me tiré al ruedo para darte las gracias
ResponderEliminarMuchísimas gracias por tu amable visita y por tirarte a este pequeño ruedo mío, no puedo escribir tu nombre porque no sé si eres mujer u hombre mejr dicho: chico o chica, que es lo que somos todos tengamos la edad que tengamos pero es un honor verte asomad@ por aquí. Un abrazo muy grande.
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