El
martes pasado proyectamos en el club de cine “La boda del monzón” de la cineasta Mira Nair; quería que viésemos esta película porque me parece un
lujo impagable que los propios artistas que pertenecen a dos culturas nos
sirvan de guía y nos extiendan un puente para entenderlas, ellos mejor que
nadie y con más derecho pueden mostrarnos su idiosincrasia haciendo que la comprendamos
porque además conocen la nuestra. Expresarlo así tal vez resulte generalizar
demasiado, puesto que el mapamundi por fortuna está lleno de matices, pero como
dijo una compañera en el coloquio los sentimientos esenciales son los mismos
aunque las costumbres sean distintas.
Mira
Nair comenzó a estudiar en Nueva Delhi sociología e interpretación al mismo
tiempo, -como intérprete fue una actriz comprometida con el teatro de calle al
que le dedicó tres años- pero se licenció más tarde como socióloga en la Universidad
de Harvard tras haber obtenido una beca y además se graduó en Imagen y sonido y
más adelante compaginó su profesión de cineasta con la docencia en la Universidad
de Columbia en Nueva York, -como veis ha hecho un buen uso del tiempo que le fue
regalado para su vida-. Parte del dinero obtenido con sus primeros premios
cinematográficos lo usó para crear en India centros que protegen a los niños de
la calle. Actualmente vive en Sudáfrica y allí también ha propiciado una
fundación que potencia a nuevos talentos del cine.
Su
padre ejercía como funcionario público en Delhi y su madre como trabajadora
social, en esta ocasión sí destaco estos detalles porque la película está
dedicada a su familia y no es difícil comprender hasta qué punto el proyecto de
este largometraje era un legado importante para ella. Cuidó con sumo esmero lo
que quería decir con las imágenes y también con los diálogos no sólo sobre su
gente sino sobre sí misma entre su gente aunque hoy su mirada y los suyos
abarquen entornos más amplios e internacionales, hablo de su lugar de origen,
de su crianza, de su infancia que según dicen siempre es la patria del corazón,
los cimientos de los que partimos para bien o para mal… y hago hincapié en ello
porque algún crítico español tildó a la película de folklórica y colorista sin
más. Entiendo que un crítico pueda dar su opinión y manifestar sus primeras
impresiones, pero eso ya lo hacemos los espectadores, de ellos, de los
profesionales del análisis, se espera que rasquen un poco más. También se dijo
en su día que “La boda del monzón”
era un producto realizado para que gustase en occidente, una especie de postal
turística. No sé, en cualquier caso creo que es bueno mostrar de forma hermosa
y presentable tu mundo al visitante, al forastero, al amigo de otro país… sin
omitir por ello cualidades o defectos pero haciéndolo con el cariño y la
sinceridad propios de quien ama a los suyos, al fin y al cabo estás dando lo
que tienes. Tanto quiso entregarnos Mira Nair en el breve espacio de una película
que un compañero del club hasta lo consideró trepidante y condensado en exceso.
Dicha condensación yo la vi como una mesa repleta de manjares preparados para
ver cuál acierta con tus gustos sin perder por ello la armonía de conjunto,
y agradecí el agasajo.
Nosotros
nos sentimos invitados a esa boda, tuvimos la sensación de haber viajado hasta
Delhi para asistir, con el privilegio añadido de que la directora nos
permitiera compartir la intimidad de los protagonistas y de todas las historias
que en ella se entrecruzaron, la pena fue que no pudimos probar los bonitos
alimentos que se sirvieron y lo digo porque no eran de atrezzo precisamente:
Mira Nair prefirió utilizar el presupuesto para pagar a los actores y al equipo
-no me entretuve en contarlos pero al parecer rondaron los sesenta- así que el
catering y las delicias que aparecen en la película los cocinó la madre de Mira
Nair según tengo entendido, y todos los familiares de la cineasta aportaron
además, muebles, ajuares, saris… llenando la pantalla de autenticidad y
belleza, pocas películas he visto en las que mujeres de toda edad estén tan
preciosas.
Para
una socióloga que además hace cine, que de algún modo ha encontrado en él la
herramienta para canalizar y aplicar su aprendizaje y para darle utilidad, una
boda es una excusa perfecta para explicar al espectador todos los estamentos,
los distintos status sociales representados por los familiares, el sentimiento
de clan a pesar de la diáspora (como en muchos países hoy emergentes los
talentos nacidos en India tuvieron que emigrar para poder desarrollarse fuera,
pero mantuvieron el corazón en el lugar de origen y de algún modo albergaron la
necesidad solidaria de revertir, de devolver a su tierra los conocimientos
adquiridos en el “extranjero” -aunque ya se sientan pertenecientes y formen
parte del nuevo país de acogida- y una vez creado el puente del que hablaba al
principio también es lógico que quieran entregar los obsequios de ambos lados
en ese camino de ida y vuelta). Creo que el mundo es mejor si alguien nos lo
presenta, nos ayuda a conocernos para poder entablar relaciones, y si lo hace
un artista el enriquecimiento es mayor. Así que para mí esta embajada de Mira
Nair ha sido tan eficaz que ha conseguido llegar hasta nuestra pequeña sala de
cine compartido en el centro social de Ibercaja de mi ciudad.
La
película de una manera fluida y sutil nos muestra las jerarquías de trabajo a
través de P.K. Dubai, el encargado de eventos, y sus empleados y no omite algún
que otro detalle picaresco envuelto en hipocresía. Sólo con las imágenes el
espectador comprende que hay una convivencia de religiones –Alice, la empleada
del hogar, lleva un crucifijo colgado del cuello- uno de los invitados critica
la ostentación de los punjabi, la
interlocutora le devuelve como réplica la vanidad de los suyos… Ya en el
comienzo vemos en un plató de televisión un debate que subraya el contraste
entre oriente y occidente y a su vez observamos cómo se conjugan tradiciones y
modernidad (entendiendo quizá peligrosamente por modernidad lo occidental,
resultado de la ya inevitable colonización cultural, sin pararnos a pensar que
un país se podría modernizar por sí mismo partiendo de sus propias
características). Pero Mira Nair nos lo explica mejor con el lenguaje visual:
contemplamos a Ria y a Aditi dormidas;
en el lecho de Ria descansa un libro de Tagore,
en el de Aditi un ejemplar de la revista Cosmopolitan. La madre, Pimmi Verma,
fuma en el baño; Aditi toma café en vez de té… La boda es costosa y el
espectador ve como a pesar de que los Verma son acomodados, Lalit, el padre, ha
de pedir prestado a sus amigos del golf para financiarla mientras disputan una
partida... y así, fotograma a fotograma, Mira Nair nos va mostrando una trama
en la que la atmósfera y ambientación adquieren tanta relevancia como los
hechos que van aconteciendo, porque toda esa tela de fondo nos entrega
información fundamental y a menudo no se distingue lo que en verdad está en
primer plano, y el público se pregunta entonces si serán los propios actores la
excusa para mostrar y sostener a la verdadera protagonista: la forma de vida de
la India y sus contrastes.
A
pesar de que es una boda concertada, los novios tendrán que salvar el escollo
de sus pasados anteriores: hasta el mismo día del compromiso Aditi estará citándose
con su amante, un hombre casado sin intención de divorciarse; el modo que los
jóvenes tienen de resolverlo es muy interesante si no nos olvidamos de que la
película se ciñe a las bases de una comedia romántica en la que los conflictos
siempre se resuelven con final feliz, lo cual no quiere decir que los
planteamientos que contiene dicha comedia no alcancen toda la profundidad
dramática requerida.
En
esta película la directora ha concedido un gran peso a las mujeres, observamos
cómo Pimmi Verma, la madre de la novia, concilia, sujeta, lleva la iniciativa
en la cama, consuela y conjuga su rol en la familia con sus necesidades
individuales. Ria, el personaje de más peso, la que guarda el secreto latente
que mantiene la intriga del film, desea desarrollar su vocación de escritora en
América. Aditi a pesar de las ventajas que tendría al silenciar a su vez su
propio secreto -sus relaciones clandestinas que sólo comparte con Ria- prefiere sin embargo comenzar de cero con su
prometido confesándole abiertamente su pasado sin omitir detalle, en esas
escenas se establece la diferencia generacional con respecto a cómo habrían
reaccionado sus padres ante una circunstancia parecida, porque él, una vez
asimilado el malestar y mostrada la comprensión, le pide que sea ella quien decida si van a
seguir adelante. De nuevo tenemos una adaptación que conjuga actualidad con
tradiciones y un traspaso de batuta a la mujer.
Alice,
la criada, y P.K. Dubey, el empresario de eventos, son los personajes que
aportan la ternura y la distensión; algún crítico cinematográfico dijo que parecían
extraídos del cine mudo. Tuve la misma impresión en su sentido más elogioso, a
pesar de que el personaje de P.K. Dubey, en mi opinión, quizá se muestre algo
histriónico para favorecer la comicidad, pero el resultado fue bueno. Cuando
compartes cine, la sala a oscuras se convierte en un termómetro; las sonrisas,
risas, exclamaciones, murmullos, movimientos y roces en el sillón son buenos
indicadores de cómo está funcionando y la declaración de amor de P.K. Dubey,
rodillas en tierra con el corazón de caléndulas entre las manos e iluminado por
las velas frente a la cocina, conmovió, al igual que su boda paralela tras la
petición, que resultó entrañable aunque rozase una inocencia casi pueril, y la
integración final en el baile con toda la familia también fue muy celebrada en
el patio de butacas, si esa escena no fuera reflejo de una realidad india al
menos sí es un deseo real que la directora sugiere como posible empalideciendo
así las reminiscencias y lastres del sentimiento de casta que aún pueda estar
arraigado a pesar de que su constitución prohíbe desde hace tiempo esa forma de
clasificar a los seres humanos y a sus familias.
Y
llegamos a la parte álgida: en medio de los preparativos y a punto de celebrarse
el enlace hace explosión el secreto de Ría que involucra a Tej Puri -el cabeza
del clan, el máximo protector de la familia- y pone todo el acontecimiento y la
estructura jerárquica patas arriba.
De
ahí partió nuestro debate en el club de cine: de nuevo optar por lo correcto
aún en las circunstancias más adversas, desenmascarar y no encubrir, aún
sintiéndote en deuda, aún poniendo en cuestión el prestigio, aún con toda la
presión social del momento. La película muestra que se puede hacer lo justo, lo
apropiado incluso en la India y en cualquier parte si antepones lo que importa,
para que no sólo en el cine ganen los que han de ganar, los inocentes, los
abusados, las víctimas. La escena del desprendimiento del turbante y la
humillación que conlleva impacta tanto como la imagen equivalente y occidental
de un arranque de galones o condecoraciones inmerecidas. La intención de la
directora estaba servida. Confieso que por un momento el conflicto de la
película, el meollo del argumento, me pareció una elección fácil, manida, muy
americana, -en las series se usa en exceso para dramatizar- pero enseguida
llegué a la conclusión de que es precisamente en esta película y en su
planteamiento donde mejor encaja el detonante, la directora supo tratarlo con
la delicadeza y equilibrio suficientes para que fuese el núcleo pero no
enturbiase todo lo demás que también quiso decir. El rostro de Ria cuando al
fin es liberado de sus sombras y zozobras se convierte en una fuente de luz y
de alegría. El trabajo contenido de esta actriz es extraordinario.
Es
una película hermosa, llena de majestuosos ropajes, de contagiosa música. Creo
que realizarla con aspecto de documental fue un gran acierto, los recorridos
por Dheli, las bulliciosas calles con sus puestos y sus tiendas variopintas, la
luz natural reflejando el día o la noche, la vista panorámica desde la terraza
de la casa de P.K. Dubei… todo el retrato, todas las imágenes son impagables.
La cámara al hombro incrementa la sensación de verdad y subraya la atmósfera
caótica en apariencia de la India tan superpoblada y a la vez tan tolerante. La
sensación purificadora de la lluvia nos empapó a todos.
“La boda del monzón” obtuvo el León de
Oro en el Festival de Cine de Venecia, el Globo de Oro a la mejor película de
habla no inglesa y fue nominada a los Bafta: me parecen avales suficientes para
no tildarla de folklore barato.
Sus
protagonistas fueron: Naseeruddin Shah,
Lillete Dubey, Shefali Shetty, Vijay Raaz,
Tilotama Shome, Vasundara Das, Parvin Davas,
Kulbhushan Kharbanda, Kamini Khanna, Rajat Kapoor, Nea Dubey,
Kemaya Kidwai…; guión de Sabrina Dhawan, música de Michael Danna y Sukhnindewr Singn, fotografía de Declan Quinn.
Un
abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili
Zori
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