"La familia", de SARA MESA

 Me ha impactado, me ha robado el sueño y la he leído en tres atacadas con cara de fastidio cuando tenía que salir de las páginas por atender otras tareas.

Es la primera novela de esta escritora que he tenido entre las manos, y ahora me apetecen todas, tengo tanta lectura pendiente que me agobio con la larga lista, lo cierto es que el señuelo me lo puso Isabel Coixet al adaptar para su cine “Un amor”, otra de las obras de Sara Mesa. 

Coixet es para mí “Palabra de diosa, te alabamos señora”, otra magnífica de la introspección: la sutileza más difícil del séptimo arte, ella la logra con la imagen captando siempre el interior de sus actores a los que dirige y pauta con una sensibilidad estratosférica, y Sara Mesa con la palabra.

Escuché a Isabel decir que su nuevo largometraje "Un amor" -usó el título homónimo- se hallaba a caballo entre sus filmes anteriores “La vida secreta de las palabras” y “La librería” así que para qué os cuento, tengo ansia por verla, y con la humildad que la caracteriza se mostró preocupada por si a la autora no le gustaba cómo la había adaptado. Por suerte a Sara Mesa le encantó, según dicen.  

Si hubiera que especificar con exactitud qué es la introspección en literatura el diccionario enciclopédico definiría: Sara Mesa. Dicho buceo es diferente al monólogo interior que hace que el lector escuche y lea los pensamientos que se producen en la cabeza del personaje, la introspección sin embargo es el escáner cuyos resultados quienes leen piensan que deducen por sí mismos ante los hechos y la analítica que les muestran -sin juicio aparente por parte del autor- ahí está la gracia de la complicidad, y esa herramienta, construida sólo con lenguaje escrito es la maestría: hay que crear la atmósfera sin apenas describirla y también el subliminal con hondura de iceberg, dicho en términos sencillos: hay que conseguir que entre las líneas esté situado el párrafo más largo, principal e invisible en apariencia y que el lector lo vea tal y como su autora -en este caso- ha querido que él lo mire para hacerlo visible. En definitiva, se trata de escribir pero sin plasmar en el papel, esa es la creación de ambientes y atmósferas a las que me refiero y que consigue que entremos y caminemos junto a los personajes como unos más ocupando nuestro lugar.

Sólo de ese modo se pueden ver desde tan cerca las grietas de los enigmas que acarrea esta narración en la que el patriarca proclama: “En mi familia no hay secretos”, y por ello prohibe que Martina use el diario con candado que con tanta ilusión compró. 

Respiramos el mar de fondo de intolerancia que anida bajo esa férrea educación que en realidad no es otra cosa que control y poder del padre además de doma y sometimiento con obediencia incuestionable. La soberbia y la altivez no son patrimonio exclusivo de los adinerados: Damián proviene de una familia de "intelectuales", pero no hay nada más lejos de la intención de la cultura que la de ser usada como arma arrojadiza o rasgo de superioridad, precisamente es lo contrario, el conocimiento nos iguala. La buena imagen que este matrimonio ostenta de cara al exterior es impostada, ¡Oh!, ¡son tan corteses y educados! -dice la vecina peluquera a la que Damián mira por encima del hombro y con desprecio sin que ella lo perciba. 

Cuántas veces culpamos al que responde a gritos y pierde los papeles sin tener en cuenta el torniquete al que le someten los de a la chita callando, los "educaditos tan distinguidos" -pico y pala, pico y pala con constancia inusitada-, esos que guardan las formas mientras te pisan el cuello, los que meten el dedo en la llaga y lo retuercen. Después el malo o la mala es el que explota o la que revienta. Tiene narices el asunto.

Sara Mesa desenmascara una forma de conducta institucionalizada y bien vista de enorme falsedad que es muy dañina, aunque tampoco deja títere con cabeza en la balanza ecuánime porque sabe matizar y no es maniquea, en sus páginas ninguno de los protagonistas se salva de la reprimenda implícita, y ella nos presenta la luz y la sombra de cada miembro del curioso clan. No sé si los odia o los ama, para amar hay que aceptar al otro con el equipaje completo, tampoco sé si es o no compasiva y comprensiva con cada uno de ellos por separado o con la familia entera en sí, o si simplemente se limita a exponer o denunciar la hipocresía de las apariencias y los estragos que éstas causan, no sé si señala la mala energía que subyace bajo la intimidad de esta coral; o los complejos de superioridad disfrazados cuando en el fondo tal vez lo que el "jefe de la casa" oculta es el sentimiento de fracaso por querer y no poder, o todo junto, quizá la autora tira de la manta para que sepamos de una vez por todas que hay formas de vida obsoletas, ella hace su crónica, el lector decidirá sus conclusiones, por mi parte creo que la novela saca a la clara luz del sol las grandezas dentro de las miserias, pero también redime porque en el pecado ya va incluida la penitencia, si se me permite la expresión antigua, y quien esté libre que tire la primera piedra. 


Mesa nos habla de los infiernos del hogar, de los  acorralamientos psicológicos infligidos subrepticiamente por alguien que sólo en su casa se puede erigir como rey con la fuerza de sus argumentos manipuladores y amparado en sus creencias – y es que hay también “religiones” laicas e ideológicas que algunos usan con igual fundamentalismo- y me gusta que el libro recalque ese matiz. Fuera de la casa es posible que Damián sea un pusilánime y sus aires de grandeza se esfumen. Dejo ahí la especulación para no desvelar. Vosotros mismos sacaréis vuestras propias deducciones. 

Otro tema interesantísimo para debate es el del capítulo Uña y carne, en ese compartimento están fotografiados los entresijos de la amistad: cuando no sabes si significas lo mismo para la otra persona que ella para ti, es decir, se pone en cuestión la reciprocidad, y en ese punto me surge la pregunta ¿es necesaria o basta con saber a quién quieres tú sin tener en cuenta si eres correspondido o no? ahí lo vuelvo a dejar. También señala el chantaje emocional de quien se siente víctima y apela a la culpabilidad del otro, no deja de ser una forma más de abuso de poder invertido, la otra cara de la moneda.

A lo largo de la narración Sara Mesa nos irá mostrando los ingredientes de dominio o sumisión -en mayor o menor escala- que se producen en todos los ámbitos, no sólo en la casa. 

La composición de la novela es muy bonita, armoniosa y equilibrada en sus detalles simétricos, la escritora alterna en forma de pulsera pasajes de la infancia con otros que se producen cuando los protagonistas son adultos, y establece engarces de estructura que conjuntan y cuadran con métrica equilibrada de prosa poética, en ellos vemos claramente las consecuencias de todo lo inculcado en la niñez y que todavía no ha sido liberado.

Por fin, asistimos a las catarsis tan deseada de todos los hijos en su etapa adulta, cada uno en un lugar y momento distintos y aplaudimos hasta con las orejas mientras respiramos con alivio su libertad interior. Y con asombro tomamos conciencia de que la lectura nos ha tenido en vilo y en tensión como si estuviéramos ante un thriller psicológico sin serlo, pero que reúne todos los ingredientes de suspense, incertidumbre y misterio mientras nos repetimos una y otra vez con el pulso acelerado ¿y ahora qué va a pasar?  

No os preocupéis, no estoy desvelando ninguna trama de la hipnótica pieza que es La familia. 

Los sentimientos de amor odio que este hombre genera en su mujer y en sus vástagos han sido y aún son muy comunes en nuestro mapa.

En las páginas hay metáforas y símiles, al menos así me lo parecen, atinadísimos y muy bellos que no pasan inadvertidos a nuestro inconsciente y calan en él, como por ejemplo que Laura, la esposa, es más alta que Damián, su marido, de inmediato comprendes que estás viendo otra clase de estatura moral. No los enumeraré por orden de aparición aunque en el libro sí creo que tiene importancia la forma de colocarlos, pienso que dichos símiles y metáforas no están puestos al azar y que se encuentran en su lugar exacto, justo en el que tienen que estár.

Por ejemplo, observaremos que el perro del vagabundo tiene los mismos tonos de color en el pelo de la cara que el cabello de un chico con el que sale Rosa a escondidas con nocturnidad y alevosía. El parecido no está escrito al azar. Ella compra un bocadillo al indigente y se sienta a su vera con sentimientos encontrados que se debaten entre justicia y vergüenza, al mismo tiempo, por quienes puedan verla con él. La escena dibuja la errática vida de la chica, el vagabundeo que de algún modo representa la necesidad de escapar, de buscar su lugar, ella también está marcada por aquel encierro infantil y adolescente de casa sin televisor, ni regalos de cumpleaños, ni de reyes, ni helados ni pasteles, ni alegrías o celebraciones, carencias que no se debían a la penuria económica, Damián símplemente actuaba así por principios de austeridad quizá sin saber que hasta Gandhi, su figura idolatrada, tuvo sus peculiaridades. 

Las cenizas del volcán que paralizan los vuelos se vinculan con otras de réquiem, ya descubriréis a qué me refiero con ese paralelismo, y qué clase de relación tienen con el desconocido que se acerca a Rosa en el aeropuerto.

Y nos vamos a otro detalle sin importancia aparente: El ciclamen que le regala Rosa a Yolanda -la chica con la que comparte piso- se marchita enseguida al igual que su amistad. Cuando eres tú quien alquila habitación dominas al alquilado. Nás tarde vemos que en la fiesta de la terraza muestra el corazón, pero la moralina burguesa se impone y también el juicio sumarísimo en esos "abiertos", "modernos" y "glamourosos progres". De nuevo "no te fies de las apariencias Rosita porque engañan". No abundan mucho los espíritus libres que te quieran sin juzgarte y con todos tus tropiezos.

Hay en la novela un equilibrio de justicia poética para cada uno de los personajes. Como reitero a menudo la vida es un boomerang y todos -tarde o temprano- experimentamos el daño que hacemos a otros, y de algún modo, al darte cuenta, quedas en paz y si puedes resarcir resarces. 

Aunque pensándolo mejor en mi opinión quien más pierde es Laura, la madre. Es muy fácil decir por parte de quien no está sumida en esa situación: pues que se hubiera ido que ya había divorcio, ¿tan sometida y tan alienada? Autorescatarse no es tan sencillo cuando has vivido en el deseo del otro y ya no encuentras la frontera ni el límite y no sabes dónde empieza tu persona o dónde acaba si está abducida dentro de la vida de él. Por eso el dominio psicológico es tan complejo y difícil de definir. No basta con llamarlo tóxico.

Un llanto inesperado, purificador, o penitente -no voy a descubrir quien llora- visto en secreto desde la rendija de un armario, me alegró mucho. Me gusta redimir y pensar que la gente no es mala sino que a veces está equivocada. No sé cómo lo interpretaréis vosotros. 

Como he dicho en otras ocasiones y volviendo a la admiración sin fisuras que algunas personas profesan a los idolatrados santos laicos, creo que no hay que confundir la obra con el autor, tampoco estoy de acuerdo con aquello de "por sus obras los conoceréis" ya que se pueden tener buenos actos con toda la mala leche, así que las intenciónes también cuentan. Lo bueno de Picasso era su pintura, sin embargo su vida fue otro cantar y sus principios se los saltó en multitud de ocasiones, todos dejamos mucho que desear en etapas determinadas de nuestra existencia, aunque como también he repetido hasta la saciedad en otros momentos, comprender no es justificar y de una manera u otra siempre pagamos las consecuencias, lo importante es darse cuenta para poder cambiar y Sara Mesa subraya e indica el origen del mal con nítida radiografía. Al menos así lo he sentido al transitar por su escritura, de forma subjetiva sin duda, cada lector hace su lectura. 

Por suerte el concepto de familias "modélicas" está cambiando la mentalidad de el "ordeno y mando", y "en esta casa se hacen las cosas así", o "porque lo digo yo" -al menos eso espero- por espacios y hogares llenos de amor en los que se lidian los conflictos comunicándose con más o menos acierto o torpeza, pero dejando a sus miembros hablar, decidir y desarrollarse.

Dicen que en las novelas de esta autora abundan los personajes que roban sin ser cleptómanos –detalle que trata en sus libros de pasada o más a fondo, según lo necesite, pero que está presente en casi todos- y que estos delinquen en grandes almacenes para no dañar a los comercios pequeños.

No me gusta el hurto en cualquier ámbito, considero que tiene repercusiones para el trabajador que atiende al ladrón, en las que también hay que pensar, o perjuicios injustos para alguien que con su sueldo ha de cuadrar caja o perder su puesto, porque aunque el comercio de gran superficie tenga seguro que cubra las sustracciones, el empleado no se libra de la represalia. Naturalmente estoy más que de acuerdo con la lucha obrera y ciudadana que se manifiesta contra los robos que sufrimos en sueldos y en servicios. Pero en el caso de la novela comprendo el significado de revancha con la vida que el acto tiene por esa infancia usurpada, el personaje roba por compensación y reparación aunque yo no lo comparta. Perdón por el inciso.


Todo lo reprimido estalla. Y Laura, la esposa, en un par de ocasiones revienta, no voy a justificar el modo, pero sí puedo entender la causa y la saturación.

En fin, estaría hablando sin parar de cada página, del tío materno Oscar y de cómo su cariño y su dignidad sencilla y la alegría de vivir son ensuciados en ese diario de Damián que en el despacho de su cuñado está a la vista como propugna el progenitor, “en esta casa no hay secretos”, diario igual que aquel de Martina al que se le prohibió el candado… 

Hablaría de la generosidad de la señora de las ojeras,  de la hucha rota de Damián hijo para no decepcionar al padre por su precaria recaudación; del alcohólico menospreciado que por serlo no es bien atendido cuando sufre un desmayo grave. No os descubro el resultado final ni la causa de su desmayo. 

Añadiría que es mayor el miedo de que se enteren en su casa que la agresión que Rosa recibe, hasta ese punto llega el dominio psicológico que es la peor cárcel del alma.

Comentaría el dibujo de “Gambi” por el que Aquilino, el menor, recibe un bofetón, por suerte Aqui -consiguió que su anticuado nombre se convirtiera en diminutivo- es el menos influenciable, más astuto y paradójicamente más respetado. Es el ave “Félix”. Y es que siempre habrá quien sepa utilizar la estrategia impuesta para escapar del dominio sin necesidad de marcharse.

Me entretendría relatando el sentimiento de Martina hacia la maestra tan afable, tan amiga, que al final llama a sus padres, Laura y Damián son adoptivos, también en ese caso se abre un buen coloquio sobre el sentimiento de intrusismo, el de estar fuera de sitio cuando la familia está rodada y llegas tú sin ser bebé.

Reflexionaría en cuanto a la confianza traicionada, el mundo de los niños y el de los adultos invariablemente entra en conflicto hasta con las mejores intenciones. Puede que sea una preparación para la supervivencia. Pero es triste.   

Y por fin estamos tras la rendijita. En ese capítulo nos asomamos -junto a dos de los protagonistas- por una ranura para ver algo que cada lector interpretará a su libre albedrío, es decir: como le dé la gana. En la escena contemplamos furtivamente ese llanto del que hablaba en renglones anteriores. ¿Por qué o por quien llora? Tendréis que leer para averiguar la identidad, pero el sollozo conmueve y nos deja cargados de conjeturas.

Comentaría sin descanso hasta sobrepasar en páginas la condensación de la novela porque Sara Mesa es sucinta, pero el contenido de esta historia es inmenso dentro de la compresión, ella no usa una palabra demás y te deja con las ganas de seguir conociendo detalles, aunque de sobra los deduzcas, no hay que pecar de voyeurismo.

Dicen algunas personas que sus novelas son turbias y oscuras, yo discrepo, más bien son un espejo en el que te miras zonas muy íntimas a solas, por eso gustan tanto, si metes el estetoscopio por dentro se nos oyen los pedruscos y también las esponjas al escurrir, luego ponemos la hormigonera y ya en la salida pública el magma surge cribado y presentable, pero nada de lo humano nos es ajeno, y ramalazos de dominio y sumisión nos salen a todos, y deseos inconfesables también. Una cosa es cómo deberíamos ser, pensar, sentir, actuar… y otra muy distinta cómo somos en realidad. La autora se asoma con el microscopio por las fisuras para comprobar y cerciorarse de cómo somos de verdad y no le da miedo el vértigo, ese es para mí su gran logro.

***

P.D. La única objeción que pongo -porque por ahí nunca paso- es por el desprecio hacia las personas con “sobrepeso” que salpica la novela y he tenido la sensación –deseo estar equivocada y que sea al revés: una crítica hacia quienes señalan y se mofan de ese rasgo dentro de ésta historia- de que dicho rechazo sí lo comparte la autora. Si no es así le pido mil perdones por el mosqueo injustificado. Pero aprovecho para recordar que hay gordos y gordas guapísimos y gordos y gordas adefesios; flacos y flacas bellísimos, y delgados y delgadas horrorosos. Ser delgada o delgado no es sinónimo de estar buena o bueno, ni gorda o gordo tampoco, pero en ambas tallas hay personas muy, pero que muy seductoras. Y el atractivo nadie sabe de dónde sale o qué conjunto de componentes lo provoca. Nos gustamos y nos atraemos en todos los tamaños y en todas las edades, basta con salir a la calle para verlo. Algunos hemos estado en las dos orillas, flacos y alargados durante un tiempo y llenos y poderosos en otro y no hemos sido ni mejor ni peor por ello, a cada uno le gusta su cada una y viceversa, o a cada uno su cada uno, o a cada una su cada una. Así que vamos a ponernos de moda y a querernos como rosas reventonas porque capullos esbeltos ya hay muchos.

Un abrazo y hasta el próximo encuentro con los libros o con el cine. Gracias por leer mis cosas, cuidaos mucho.

Pili Zori.

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