El tiempo transcurre siempre al mismo ritmo, aunque a veces nos parezca estancado o vertiginoso. Tal vez por ello busquemos que cada año resulte reconocible por un acontecimiento nuevo y concreto de creación propia que lo distinga de los demás, quizá por esa razón unas personas viajan, otras compran, cambian de ropa aunque la que tienen esté impecable, de peinado, de tinte... -esto último suena frívolo pero es un modo de suavizar con ejemplos de superficie antes de bucear hasta el meollo más profundo de la cuestión- lo cierto es que como nunca se me ha dado bien saber el día en el que vivo no comprendo por qué ha de doler más una pérdida cuando va llegando la proximidad de la fecha en la que alguien amado se fue si las ausencias son para siempre, y los recuerdos -tristes o alegres- viajan por las venas de tu torrente anímico y sanguíneo a su antojo y el momento concreto en el que se han ido no es el que después más recuerdas y en realidad no hay unos días que conmemoren más que otros la vida o la muerte. De modo que desconozco la respuesta.
Intuyo que colocar, ordenar, clasificar... facilita o pospone las búsquedas y concede una tregua de tranquilidad gracias a ese abrir y cerrar de cajones y puertas psíquicas. Seguro que hay que educar a la memoria para que no sea un revoltijo de recuerdos que aparecen por sorpresa y desaparecen a su libre albedrío empujados por el peso de la montonera, y se ve que la mía -me refiero a mi memoria- es una malcriada a la que le gusta descender en avalancha a su antojo y por eso me interroga cuando menos lo espero:
-¿Qué ocurrió exactamente a tus trece años? No lo encuentro -levanta las palmas de las imaginarias manos-. No, no mires la efemérides ni te vayas al ordenador porque los episodios que la pantalla te chive sólo eran el papel que envolvía el exterior de entonces, te pregunto -recalca- ¿Qué te sucedió a ti? ¡Anda!, ¡anda! ¡deja! -protesta con impaciencia ante mi gesto de lentitud dubitativa- que ya busco yo, porque mientras echas la cuenta de en qué año estabas a esa edad nos pueden dar las uvas y seguro que lo he hallado antes y tú todavía continúas erre que erre en tus trece -valga la redundancia- y sin método alguno para encontrar lo que de verdad importa y yendo de rama en rama como una ardilla para exclamar ¡mira este sacapuntas! o ¡mis pinceles!, el cuaderno de dibujo, o aquel vestido verde de volantes que te hizo tu madre, o los zapatos a juego... o la tapia del colegio frente a tu casa que aún estaba en pie en 1969, o la rama horizontal y fuerte de la noguera de la que te colgabas y en la que todavía te columpiabas, o el montón de películas que viste en el televisor Taunus, y las novelas que leías cuando deberías estar estudiando... Y te entretienes, pierdes la noción del tiempo y terminas preguntándote ¿A qué venía yo aquí? ¿Qué buscaba?
Tras los instantes de evocación certera sonreímos ambas al fin: sí, aquel chico rubio de pelo lacio y ojos oscuros que llegó al barrio en verano, fue a los trece: él es el acontecimiento especial de ese año. Al final le gustó más la vecina del quinto, la de la puerta de al lado porque sus dormitorios colindaban y ya se sabe que lo de pared con pared para la imaginación nocturna es muy efervescente.
-Pero no te entretengas -me saca abrupta de la ensoñación- y vamos con lo que estamos ya sin rodeos:
-¿Dónde has metido todo lo de la pandemia? ¿Qué crees que recordarás cuando se haya ido el maldito bienio, trienio o lo que dure ir con bozal?, porque sólo me sale nuestro pequeño cantándote el feliz cumpleaños desde su confinada ventana en Madrid y acompañado y coreado a las ocho de la tarde por las demás terrazas y ventanales comunitarios -sonríe de nuevo- lo que consigue este chico... -continúa- el cervatillo que juega en la playa sin gente, las plantas de tu jardín más frondosas y verdes que nunca, la carretera general silenciosa, un hueco grande en el que no alcanzo a ver, aunque sé que no está vacío, y después el viaje posterior a la isla en medio del océano. Rebuscamos las dos -mi memoria y yo- con denuedo. Va a ser verdad eso que dicen: nunca vas sola por la vida porque siempre estás contigo misma.
Sí, ¡ahora!, aquí están los demás recuerdos, ya vienen, se encontraban debajo. ¡Uy éste, qué pena!, no lo quería evocar, ¡mira aquí hay uno mejor, sí, es bonito, y otro más! -Tira del hilo, ya salen todos entrelazados, ahora habrá que destrenzar.
Cierro como puedo el indiscriminado alud, porque tengo tareas pendientes. Pero me entristece no poder relatarme mi propia vida de forma cronológica, así, al mandato de un chasquido de los dedos, y tener que andar desbrozando y a vueltas con el flashback que voy que vengo. Sería perfecto posponer los retazos desagradables y duros para los días en los que la fuerza te acompaña, pero no sé hacerlo y se presentan cuando quieren en los momentos más inoportunos.
Miraré en google a ver si me cuenta algún método para acomodar los cachivaches del alma, de la historia personal sin que me asalten, porque no es justo que todas las penas y todas las alegrías tengan la misma importancia, pero por favor que no sea con el sistema de Marie Kondo que "esa" se pone a tirar y se queda sola, ya le vale, así también presumo yo de la magia del orden.
En fin, el caso es que sí me sobran algunas remembranzas, tendré que decidirme a desprenderlas, hay que pulsar el botón de reset de vez en cuando porque si no lo haces viene Diógenes pensando que todo es fiesta y fecha de guardar. O peor todavía, el depredador alzheimer que no deja títere con cabeza.
Pili Zori
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