Basada
en el testimonio de una mujer real el filme muestra el proceso de
transformación física y emocional contado por la propia protagonista con las
pinceladas justas y equilibradas, sin discriminaciones ni positivas ni
negativas, y, sin caer en la sensiblería lacrimógena, el largometraje cuenta
como Brittany logra verse como la ven y como ella se ve a sí misma, la balanza
corre peligro de inclinarse hacia la obsesión vigoréxica pero por fortuna deja
en su justo lugar prejuicios propios y ajenos, criba y distingue la verdadera
amistad de la que no lo es y no exime de culpas propias ni de las de los otros,
de modo que el proceso de purificación es integral.
La
película ha supuesto para mí un aprendizaje. Intenté verla en dos ocasiones y
en ambas abandoné diciéndome que no iba a aguantar rapapolvos por los kilos de más
–sean subjetivamente muchos o pocos, de los que afean o de los que resultan
sexys… para gustos los colores- con los que siempre estoy en pugna y a caballo
entre la justificación tiroidea, el autoengaño, la pereza y la reivindicación
de que la belleza cabe en todas las tallas y también en todas las edades.
Es
cierto que muchas personas rayanas en la anorexia camuflan la gordofobia, y que
la propia protagonista está a punto de caer en el mismo desprecio encubierto
cuando se desprende de los kilos que le sobran, pero el filme deja muy claro
que la mirada del otro es problema suyo y no tuyo y que ninguna fijación es
buena.
Brittany
descubre otra epifanía mucho más importante, al fin comprende el significado de
terminar el maratón, de llegar a la meta, de acabar la carrera, y en ese
proceso metafórico sobre “El camino de la vida” andado por cada uno de nosotros
a su ritmo entiende el verdadero valor del esfuerzo y encuentra su lugar en el
mundo.
El
espectador experimenta un placer inconmensurable al ver a quién y a qué manda a
tomar viento Brittany y también se alegra al comprobar lo que ya intuía: que no
hace falta pagar dinerales en gimnasios cuando las propias calles y los
arbolados parques –que filtran con su perfume la contaminación urbana-
constituyen el mejor de los recintos.
El
largometraje concreta en cabeza ajena para que podamos desgranar lo que denota
paso a paso el abstracto concepto de “vida saludable”, de modo que como diría
el señor Celaya “¡a la calle que ya es hora de pasearnos a cuerpo!”.
Un
abrazo.
Pili
Zori
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