BRITTANY RUNS A MARATHON, película de Paul Downs Colaizzo


Basada en el testimonio de una mujer real el filme muestra el proceso de transformación física y emocional contado por la propia protagonista con las pinceladas justas y equilibradas, sin discriminaciones ni positivas ni negativas, y, sin caer en la sensiblería lacrimógena, el largometraje cuenta como Brittany logra verse como la ven y como ella se ve a sí misma, la balanza corre peligro de inclinarse hacia la obsesión vigoréxica pero por fortuna deja en su justo lugar prejuicios propios y ajenos, criba y distingue la verdadera amistad de la que no lo es y no exime de culpas propias ni de las de los otros, de modo que el proceso de purificación es integral.

La película ha supuesto para mí un aprendizaje. Intenté verla en dos ocasiones y en ambas abandoné diciéndome que no iba a aguantar rapapolvos por los kilos de más –sean subjetivamente muchos o pocos, de los que afean o de los que resultan sexys… para gustos los colores- con los que siempre estoy en pugna y a caballo entre la justificación tiroidea, el autoengaño, la pereza y la reivindicación de que la belleza cabe en todas las tallas y también en todas las edades.
Es cierto que muchas personas rayanas en la anorexia camuflan la gordofobia, y que la propia protagonista está a punto de caer en el mismo desprecio encubierto cuando se desprende de los kilos que le sobran, pero el filme deja muy claro que la mirada del otro es problema suyo y no tuyo y que ninguna fijación es buena.
Brittany descubre otra epifanía mucho más importante, al fin comprende el significado de terminar el maratón, de llegar a la meta, de acabar la carrera, y en ese proceso metafórico sobre “El camino de la vida” andado por cada uno de nosotros a su ritmo entiende el verdadero valor del esfuerzo y encuentra su lugar en el mundo.
El espectador experimenta un placer inconmensurable al ver a quién y a qué manda a tomar viento Brittany y también se alegra al comprobar lo que ya intuía: que no hace falta pagar dinerales en gimnasios cuando las propias calles y los arbolados parques –que filtran con su perfume la contaminación urbana- constituyen el mejor de los recintos.
El largometraje concreta en cabeza ajena para que podamos desgranar lo que denota paso a paso el abstracto concepto de “vida saludable”, de modo que como diría el señor Celaya “¡a la calle que ya es hora de pasearnos a cuerpo!”.
Un abrazo.
Pili Zori

No hay comentarios:

Publicar un comentario