Sobre "Hija de..."

Muchos lectores me han pedido que incluya en este blog los comentarios sobre mis novelas, al igual que lo hago con las de otros autores para así facilitar y compartir un encuentro con personas interesadas que no pueden acudir o desplazarse a los que se producen físicamente. Si no lo había hecho hasta ahora es porque me horroriza el autobombo y la megalomanía y me entristecería que alguien que se acercase hasta aquí pudiese tildarme de haber caído en cualquier tentación vanidosa y sobre todo porque honestamente considero que hay que separar la obra del autor y que la novela, una vez escrita, ya tiene alas y pies para valerse por sí misma. Pero quienes me invitan saben de antemano que derrumbo las defensas ante la palabra compartir, porque sobre todo en lo que invierto gran tiempo de mi vida es en que la gente se anime a leer.
Coordinar un club de literatura otorga la ventaja de poder analizar hasta lo que una misma escribe con la distancia necesaria, intentaré mantenerla a pesar de que Hija de… es mi novela más controvertida y compleja, pero también la más amada, porque partiendo de un ambiente frívolo en apariencia bucea hasta los pliegues más recónditos y oscuros del alma humana.
La novela en su inicio puede desconcertar y hacer que el lector confunda el continente con el contenido, pero si tiene la amable paciencia de esperar en ese vestíbulo pronto comprenderá que Hija de… es un juego de inversión de términos, entre lo público y lo privado entre la fama y su anverso, entre la luz y la sombra.

Hija de… trata de un actor maduro en declive profesional que ha sucumbido a diversas adicciones.
Un buen día decide acudir a un conocido programa de “corazón” para airear alguna de sus miserias con la ilusa idea de recuperarse económicamente y de paso dejarse ver y así poder remontar, pero no ha considerado el precio.
A partir de ese instante su vida y la de su familia se pondrán patas arriba marcando el punto de inflexión desde el que Guillermo, María y Candy tendrán que hacer balance y retomar su destino.
Dicho así podría parecer que el protagonista principal es Guillermo Aguilera, pero en realidad Hija de… es una novela coral en la que cada personaje tiene reservado su propio espacio para expresarse. Decidí estructurar por compartimentos separados para que cada uno de los elementos del elenco fuese protagonista absoluto en su parcela y para que con la suma de todas las subjetividades, el lector pudiese llegar a la objetividad. Así que de nuevo estamos ante seres en evolución capaces de lo mejor y lo peor.
Escogí un icono fácilmente reconocible a propósito, asumiendo y corriendo todos los riesgos: me inspiré en una familia que lector identificará de inmediato, (quien lee puede ponerle apellido, yo, por razones ovbias no). Como es natural tengo lectores previos en cuyo criterio confío y cuando se estaba gestando esta novela me aconsejaban sobre la mala elección preguntando ¿y por qué has elegido a ‘estos’? -con el gesto fruncido- ¿y por qué no? -contestaba yo invariablemente-, pregúntate por qué tú los excluyes. (A veces, -como dice mi amigo el escritor Miguel Ángel Mala en su novela La cruz de barro-, conviene que en todos los pueblos haya un pobre para que los demás se sientan ricos). Yo quería personas que hubiesen perdido el alma, la identidad, seres por los que ya nadie diera un céntimo de euro. Sé que le pido mucho al lector que es soberano y está en su derecho de salvar o condenar a quien le dé la gana y tal vez le resulte incómodo que le solicite que supere prejuicios, que rompa barreras o que se asome a espejos cuyo reflejo no le guste ver, pero pertenezco a una generación que no escribe sólo para entretener aunque tal vez suene pretencioso, y quise mostrar una salida con mi modesta herramienta.
A menudo la literatura y el cine tratan el problema de las adicciones mostrando exclusivamente y con morbosidad sólo la parte del dolor, y en los últimos minutos o páginas resumen en un: “Se recuperó y vivió feliz y comió perdiz para el resto de su vida”. Hace algún tiempo podíamos comprobarlo en la gran pantalla con la biografía de Ray Charles. Sin embargo a mí esa parte que se obvia, que se da por supuesta es precisamente la que más me fascina, esa de la que nunca se habla como si careciera de interés: la de la re-cu-pe-ra-ción, y justo desde ahí es desde donde quise que partiera la novela. Y aunque suene trasnochado mi humilde intención fue la de enviar un mensaje de esperanza desde las páginas de Hija de… porque la hay para todo alcohólico, toxicómano, ludópata…

La novela arranca con Juan, vemos a Juan tranquilamente sentado en un vagón de metro hasta que de pronto reconoce a la chica que tiene enfrente a pesar del camuflaje. Es la hija de Aguilera, el famoso actor. Con este juego de espejos enfrentados el lector podrá mirar a María desde dos ángulos diferentes: desde fuera y con los datos recopilados en televisión por Juan, y desde dentro escuchando el monólogo interior de la propia María.
La presentación de estos dos personajes, como ya he dicho en renglones anteriores, es larga y arriesgada, pero me pareció absolutamente necesaria, y decidí contar con la complicidad del lector. Deseo, vuelvo a reiterar, que la paciencia que le solicito en esta especie de vestíbulo le merezca la pena tras la espera porque en ese pasillo están dadas todas las claves.
El recurso literario es sencillo pero eficaz. Tras un sonoro portazo María emprenderá el viaje interior. El metro simboliza de golpe las dos lecturas: además de real el viaje también es metafórico.
La escena se produce de noche, pero cerca del amanecer. María se sumerge, entra en el túnel, en el trayecto se enfrenta a sus demonios y para cuando sale del túnel y emerge hacia la luz del día ya ha realizado su exorcismo, su purificación.
Reflexioné mucho sobre esta parte de la novela, pero me resistí a corregir y clarificar por razones de honestidad el monólogo interior hay que mostrarlo tal y como se produce en la cabeza, así que escuchamos el pensamiento de María desordenado, con turbulencias, altibajos, confusión y contradicciones porque ese es su estado íntimo y anímico: está dolida e irascible por todos los acontecimientos de su presente y su pasado que aún no ha podido digerir, y toda esa rabia explotará contra Juan que es el personaje destinado a saberla recibir. Cuando María entra en el metro va sola, cuando sale ya no lo está. El lector irá observando la agresividad verbal de María al principio, su ofuscación y descontrolada vehemencia, y sin apenas darse cuenta, página a página, el lector será testigo de la paulatina dulcificación del carácter de la chica y una vez que contemple como se hace añicos la coraza se sumará como uno más a los personajes de ficción para comprenderla y amarla porque como se decía en El retorno de los brujos “Cuanto más comprendo más amo porque todo lo comprendido es bueno”.
Y es que estamos hablando de una familia rota y desestructurada que como el fénix conseguirá resurgir de sus cenizas.

Hija de… aunque parece de construcción novedosa en el fondo es de corte clásico y como tal tiene a ese personaje que viene de fuera, lo arregla todo y después se va como sucedía en las viejas películas del oeste.
Gabriel con su nombre de arcángel quizá sea el único ser limpio y sin fisuras
De esta novela y por ello víctima inocente, chivo expiatorio de ese gran tribunal de la Inquisición en el que a menudo se convierten determinados programas televisivos. A veces es necesario sacrificar al elemento más bello para que el golpe de efecto sea mayor y así conseguir el revulsivo.

Sin ninguna intención de descontextualizar, porque la literatura es literatura y el teatro teatro y cada producto tiene su envase sin embargo sí quise crear la atmósfera: el olor del teatro que dentro o fuera del escenario impregna la vida del actor.
Ya he dicho que cuatro de los personajes de Hija de… tienen como oficio ser actores y por ello la novela sin dejar de serlo también podría mirarse como una obra teatral larga en muchos momentos por su montaje escénico y su ambientación, y para rizar el rizo María evocará fragmentos de cine cada vez que necesite imágenes que expliquen sus estados de ánimo. Son pequeños guiños o grandes homenajes (según se quiera ver) a mis cuatro pasiones: la literatura, el cine, el teatro y la televisión.
Nadie sabría hoy delimitar donde empiezan y acaban las fronteras de esa hermosa interrelación contaminada que hace que todas las artes se nutran entre sí: en televisión vemos cine, en cine teatro…

Y para ir acabando con estas pinceladas que sólo cuando hayáis leído el libro podremos desarrollar os desvelaré un pequeño secreto que seguramente si no os lo adelantara os pasaría inadvertido: la novela se cierra en círculo, mientras el lector la va leyendo es como un collar extendido, sólo cuando llegue al último eslabón descubrirá el broche que cierra con el principio: en la página 11 y en letra diferente os encontraréis con este prólogo” 18 Geni o la expulsión del Edén” en realidad ese es el último capítulo del libro que sirve a la vez como introducción y como final, en ese espacio vemos como la periodista Eugenia Ánade acaba de terminar la novela titulada Hija de… Naturalmente Geni Ánade es un personaje ficticio, pero me gusta utilizar el recurso del manuscrito encontrado, me sirve para marcar la distancia necesaria entre los personajes y yo.

La novela está dividida en dos grandes partes a las que se entra por dos puertas principales, en la primera, la parte exterior, la que representa la vida pública hay una cita de Plutarco extraída de Vidas paralelas, (los ecos de sociedad de la época), que ya nos dice, como en una especie de clave cifrada, lo que vamos a encontrar. La parte interior de la puerta, la de la zona privada es un bellísimo poema de mi querido amigo poeta y escritor Fernando Borlán que también anuncia lo que ocurre en la trastienda.
Dentro de estas dos grandes partes la novela a la vez se subdivide en compartimentos o habitaciones, como el lector prefiera, todos ellos anunciados por Mario Benedetti en sus puertas interiores porque desde mi juventud siempre hallé entre las páginas de este escritor todo lo que buscaba.
Pero una novela es un edificio que si está bien construido además de puertas también tendrá ventanas por las que el lector pueda asomarse y mirar más allá. Dichas ventanas ha de abrirlas él.

Los lugares escogidos para el desarrollo de toda la trama han sido varios: Madrid, Edimburgo, Portugal y especialmente Guadalajara, todos ellos entornos mágicos para mí. Y quise prestárselos a los personajes para que en ellos fueran felices.Con mi ciudad tenía una deuda, no siempre me he llevado bien con ella. Ahoa la vuelta de años y viajes no hay nada mejor para mí porque en ella estáis vosotros.

Pili Zori


Y ahora me gustaría añadir a este comentario las palabras que pronunció mi querido amigo y gran escritor Paulino Aparicio Ortega el día que se presentó esta novela. Me conmovieron profundamente.
Los comentarios de Fernando Borlán, Blanca Calvo y Angelines Yagüe quedaron reflejados en prensa y podéis consultarlos como internautas:


Para la presentación del libro de Pili Zori Campos "Hija de…"

En el libro que se presenta en este acto hay una cosa que quiero reseñar: soluciones posibles. La propuesta de la autora nos dice que reconstruir el edificio desde los puros escombros es difícil, pero también viable. De esta manera, entre las páginas, aletea un olor de esperanza que comparto plenamente.
En cualquier ruina es dado percibir, porque a salvo está aún en las más desesperadas circunstancias, un muñón de inocencia. Desde fuera se aprecia esto casi siempre, desde dentro pocas veces; esa es la gran tragedia de tener los ojos empañados.
Una sociedad que demanda la carne lujosa y triste de los que ofrecen su intimidad al peso, es la ventana múltiple que manejamos con el mando, queriendo contrarrestar en algún caso, nuestra vida, triste, también a veces y menos lujosa.
Frente a esa autocomplacencia la novela nos muestra la lucha callada y altruista de un grupo que no vende nada, sólo la tenacidad de proclamar la vida sin falsos paraísos.
Vender lo que sea forma parte de la estructura de nuestra sociedad, da lo mismo flores que letrinas, dá lo mismo vísceras que todavía viven, conciencias que no vivieron nunca.
La historia de la familia que se nos presenta es lo de menos. Tantas hay iguales que podrían ser intercambiables. Los únicos argumentos que se necesitan es que las audiencias les señalen como (famosos). Ni siquiera es necesario tener motivos; se puede llegar a serlo por cosas tan increíbles y tan ajenas al mérito personal, que desmenuzarlo es labor de sociólogos. Baste decir que lo que cerrado queda en un espacio doméstico, se convierte en universal al ser repetido en muchos sitios. Y ese es otro de los aciertos de la novela. Su pasión por el cine muestra citas continuas. El teatro también asoma la cabeza. Hay una detallada visión de directora con los actores y con los ambientes, y una cuidada puesta en escena.
En todas las redenciones hay una inmolación. En esta también. Gabriel, uno de los personajes, tiene la grandeza muda, paciente e insumergible de las boyas, y como ellas sirve de asidero a los desesperados y tiernos náufragos que las mareas arrojan a las playas de la vida y de la muerte, porque vida y muerte es lo que se ventila entre las páginas. El mar no conoce, ni razona, ni tiene piedad. La vida se le parece como metáfora: el gran teatro donde cruceros de placer comparten escenario con naufragios atroces, y con gentes que apuestan todo lo que tienen para salir de una pobreza sin horizontes.
Como todos los asideros reales Gabriel fue deriva y hundimiento, desesperación, impotencia, fatalidad… También él se vio incurable y fue señalado así por los otros. Su muerte en las graderías de un plató, marca otra situación emergente que la novela subraya; la de la culpa como búsqueda, y como pago pendiente hacia uno mismo.
La autora de ficción, Eugenia Ánade, no encuentra otra salida a su culpabilidad que escribir la historia. La palabra alcanza así su significación más sublime: ordenadora, expiatoria, terapéutica. La más potente herramienta de todas, y también la más humana.
Alguien que desde la palabra destruyó, de una manera premeditada y metódica, desde esa misma palabra deja el mar tranquilo, con sus avales intactos y su clara, inmensa, claridad de agua siempre despierta.
Uno de los aciertos de la novela, radica en enseñarnos a los personajes con su tamaño real, las imágenes que muestra la pequeña pantalla no se corresponden casi nunca con ese supuesto. Juan, uno de los protagonistas de la historia lo reconoce claramente en el inicio de la misma cuando el encuentro casual, si es que el azar tiene un efecto en la vida tan decisivo (fuera de las loterías y las quinielas), que creo que no, pone en contacto a dos desconocidos en el tobogán de un metro.
Él, la reconoce del mundo televisivo y teledirigido de una pantalla cada vez más plana. Ella, de nada absolutamente: sombras de al lado que duran unos minutos, como todo el que viaja a menudo en este medio sabe de sobra.
Puede leerse en la página 18:
” Parece menudita” observó “Será porque al traspasar la barrera de la pantalla ocurre una transformación inexplicable de… ¿ternura? Eso es, ternura, sucede cuando ves al personaje volverse de carne y hueso, seguro que todos parecen más pequeños."
Pequeño o grande, bueno o malo, engreído o humilde, en un golpe de vista primero que nada legitima porque expresa sólo lo que uno es.
La autora cree en el ser humano. En toda su escritura está enraizada esa creencia, admirable por otra parte cuando el alma anda ya con las medias suelas que diría Joan Manuel Serrat: voz del alma en la primavera de muchos.
Cuando alguien sale de una pesadilla saca de paso a mucha gente que la sufre. El que la vida se recoloque en torno obedece a una ley de espacios, porque también desde el presente el pasado se modifica. Y hasta puede crearse.
El que la historia termine con amores que no estaban es absolutamente comprensible: el viento escribe las arenas a cada paso.
Don Antonio Machado lo expresó desde su magisterio de poeta grande:

"¡Qué importa un día! Está el ayer alerto
al mañana, mañana al infinito,
hombre de España: ni el pasado ha muerto,
ni está el mañana –ni el ayer- escrito.
.
Para terminar voy a decir a la autora, una cosa que siempre digo a los escritores, uniendo en este caso a la fórmula, el gran afecto que le profeso:
Querida amiga Pilar: enhorabuena por tu novela. Y gracias por escribir.
Paulino Aparicio Ortega

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