Tal vez sólo seamos capaces de mirar de frente la pobreza a través del cine, en la vida diaria cuesta hasta hacer contacto visual cuando depositas la calderilla en una mano con aspereza de intemperie y por impotencia -si es que sirve como excusa- no nos atrevemos ni a indagar en la historia de quien extiende su palma abierta para ti.
Muchas personas de fe afirman que Dios se reparte y se expresa a través del arte, ojalá que así sea. En cualquier caso los milagros existen y algunos los propician los ateos, porque como ya he expresado en otras ocasiones hay muchos santos creyentes, y también los hay impíos además de los otros, los que se hallan en medio, me refiero a los agnósticos, que ni chicha ni limoná, entre los que me encuentro orando sin liturgia y a mi modo a un mudo ¿o no? porque si le gustan la música, la escultura, la pintura, los libros y el cine pues ya somos dos, corrijo: como en el verso de la canción de Nacha, "somos mucho más que dos", y entonces el monólogo resulta que sí es un diálogo.
Pero también abundan los malvados en las tres partes, no lo olvidemos.
Siempre agradezco la belleza, porque el arte es un consuelo y saber que también se encuentra en un ser angélico al que diagnostican de esquizofrénia y en un veterano de Vietnam con metralla en las rodillas, me reconcilia con el mundo al que a menudo detesto por incomprensible en su extraño jeroglífico.
Estos preciosos personajes encarnados por dos actores enormes Matt Dillon y Danny Glover me muestran su día a día resbalando -pero sin perder el equilibrio- sobre la dignidad que ilumina y da brillo a los parabrisas de la gran manzana para convertir en feliz un tedioso atasco.
La película no hace concesiones, finaliza como era de esperar, y el viento arrastra y eleva hasta el anonimato unas fotos que atrapaban los fragmentos de vida hermosa que nadie ve, el chico también -como el cineasta que lo filma a él- mira el mundo y elige los detalles subrayables a través de una lente, igual que lo hace el director de este filme, Tim Hunter, que plasma al muchacho desconocido convirtiéndolo en personaje principal junto a ese padre adoptivo encontrado en un multitudinario albergue.
El juego de espejos o matrioskas sacados del bellísimo relato de su guionista Lyle Kessler, y la fotografía de Frederick Elmes no pueden ser más nítidos y transparentes y dan sentido al lenguaje del cine convirtiendo las palabras precisas en específicas imágenes.
Mientras, desde una ventana alguien mira sin hacer nada ¿nosotros quizá?
Cuánto esplendor en el paralelo submundo.
Es una película muy bonita que explica la sordidez con el valioso regalo de la comprensión por parte de quienes la padecen.
Un abrazo.
Pili Zori.
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