CUADERNO DE NOTAS: Caceroladas


Si quieres hacer algo útil mete en la cacerola un buen cocido para quienes lo pasan mal. Y el cazo dentro del bolso Gucci para repartir la sopa cuando llegues al comedor social, sólo así podré aguantar tus o ssssea descolgados de tus resbaladizos labios rouge Chanel, y ya puestos con lo encarnado acercarte a La Cruz Roja estará bien.
Hoy he tenido un recuerdo que andaba muy escondido entre los pliegues y ecos más antiguos de mi memoria, porque lo había olvidado, o eso creía:
Siendo yo muy niña -apenas cinco o seis años- los oficios se movían por las calles cantando sus maestrías, la paragüeeera, el colchoneeeero, la silleraaa... al parecer enseguida vino el progreso con el pago en letras (mi pequeña imaginación aún no comprendía cómo las letras podían convertirse en dinero y no en palabras, pero en fin, se llamaban de cambio...) con los televisores y el colchón Flex porque dos años más tarde no quedaba ni rastro de aquellos cantes. Pero la estela del Estañador se me quedó arraigada. Hay trabajos sagrados, y aquel hombre al que los niños admiraban arreglaba pucheros,¿dónde hacer la comida si no? Me parecía asombrosa y mágica su forma de tapar agujeros.
Después, casi al poco rato como ya he dicho, ocho años como mucho cumplía yo, vinieron aquellas torres de cacerolas en reluciente color granate por fuera y gris azulado en el interior, aquel conjunto formabqa un triángulo inalcanzable de arquitectura imposible en la parte más alta de la Tómbola del Cachichi como el premio mayor, y veo entre las instantáneas fugaces de mi evocación a las mujeres del barrio de entonces en septiembre, en el tiempo de la feria, exclamar entre susurros: "¡A Juana le ha tocado la batería!, la mismita que luce en el escaparate de Rodriguez Coronado en la calle mayor", y súbitamente comprendo a mi madre que una década más tarde en su afán de ajuares se empeñaba en regalarme aquel menaje de grandes y esmaltadas flores que yo no quería.
 ¡Oh! madre, tres vidas necesitaría para pedirte perdón por las pequeñas cosas tan grandes que querías borrar de tu pasado en mi presente para compensar la balanza injusta de tu generación.
Tal vez por ella y por aquel hombre que sabía arreglar peroles odio el ruido de las caceroladas cuyo acero no se desconcha.

Pili Zori.

2 comentarios:

  1. Preciosa evocación. Me ayudará sin duda a sobrellevar la crispación que me produce cada tarde el ruido metálico, hiriente y agresivo de la insolidaridad.

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  2. Gracias Beatriz, tu precisión en el lenguaje siempre es un bálsamo redentor. Te q m.

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