Como
de costumbre hago la advertencia de que este blog fue concebido para hablar de
libros y de cine una vez leídas las novelas y vistas las películas, y aunque
procuro no desvelar tramas prefiero que volváis a este rincón cuando hayáis
visto “El autor” sólo así podremos coincidir o discrepar tan a gusto.
***
Tenía
muchas ganas de ver la nueva película del cineasta español Manuel Martín Cuenca, y me ha encantado desde la presentación hasta
el último fotograma. El enfoque elegido es difícil ya que a los espectadores
nos gusta inconscientemente estar de parte del protagonista, o salvarlo por
algún resquicio y en este caso Manuel Martín Cuenca, al igual que Javier Cercas –el autor de la novela
“El móvil”, en la que se inspira el largometraje cuyo guion han adaptado el
director y Alejandro Hernández-, no
dejan títere con cabeza, el público sabe casi desde el principio que Álvaro (Javier Gutiérrez) es un manipulador que
va a poner en cuestión todos los límites de la ética lanzando desde la pantalla
la pregunta de si ¿la pasión por escribir admite y permite que el fin
justifique los medios? De forma subjetiva ya adelanto que para mí Álvaro es la
antítesis de un escritor.
En
el aire que sobrevuela las cabezas de la sala de butacas quedan muchos más
interrogantes tales como: ¿qué es y en qué consiste exactamente el talento?, ¿quién
dictamina si alguien lo posee o no?, ¿cómo se distingue?, ¿cuál es la
diferencia entre fama y prestigio?, ¿quiénes deciden el éxito?… naturalmente un
escritor puede y debe nutrirse de la realidad, documentarse, pero con los
ingredientes de esa arcilla después ha de crear, darle el soplo de la vida a
espacios y personas que antes no existían, o recrearlos si es que viven o
vivieron fuera de las páginas o de las pantallas. La realidad puede
transformarse dentro de la ficción, pero no podemos convertir en ficción la
realidad, ya nos gustaría esa magia, aunque una y otra se influyan.
Álvaro
–incapaz de imaginar- con técnicas que bien podría usar si fuera un creador, se
dedica, como un correveidile, a trastornar la vida de los vecinos aprovechándose
de sus sombras, y hablando de sombras y de sus distintas lecturas ya entro en
la innovadora belleza de la película, el aspirante a literato, siguiendo las imperativas
pautas que le ha marcado el profesor del taller (Antonio de la Torre) cuando le grita: “¡observa!, ¡mira!, ¡siente!,
¡vive!, ¡que la realidad te nutra!”; malinterpreta dichas frases (disculpad una
vez más que no cite textualmente, en el cine no tomo notas, ni tengo el mando
para parar, siempre insisto en que deberían ofrecer los guiones en las
taquillas junto a las entradas para quien los quisiera comprar, o en las
librerías, no pienso que sea descabellado, las bandas sonoras se venden y
Martín Cuenca creó Lagartos Editores precisamente para publicar guiones y
textos cinematográficos…) perdón por el inciso, prosigo: Álvaro malinterpreta
las frases del profesor del taller de escritura y decide espiar a sus vecinos
mejicanos desde la ventana de su cuarto de baño que colinda con la cocina de la
pareja, y como en un teatro de sombras chinescas las figuras del matrimonio se
proyectan sobre la pared de enfrente, Martín Cuenca consigue con sus crecientes
siluetas, no sólo la metáfora perfecta sobre el lado oscuro, sino mucha más
potencia hipnótica que si les viéramos en la luz además de escuchar sus voces;
involuntario o no en esas escenas se vierte un condensado homenaje al cine,
sobre todo al de Hitchkock. El film
también me remitió a “Rojo”, la hermosa película de Krzysztof Kieslowski, en la que un juez jubilado pincha los
teléfonos de algunos de sus vecinos para saber si conociendo toda la
información las sentencias que impartió fueron justas.
Sólo
hay un instante en el que Álvaro parece arrepentirse de las canalladas que
ocasiona, y entonces el espectador respira, el momento se produce proyectado en
una nueva pantalla imaginaria en la que vemos como sus buenos deseos para la
pareja se vuelven visibles y en color, ahí podría haber enganchado el hilo de
la ficción y también el de la realidad dando un giro que enmendase el mal
infligido, pero la creatividad y el arrepentimiento le duran poco, y el público
ve como los mejicanos se diluyen emborronándose hasta desaparecer, la historia
no va a discurrir por ahí.
El
desnudo anímico necesario para escribir que el candidato a autor de nuevo toma
al pie de la letra convirtiéndolo en físico, también es una extraordinaria metáfora
marcada tal vez con trazo grueso, pero es que al protagonista no se le dan muy
bien las sutilezas, y si le dicen que ponga los huevos encima de la mesa los
pone, y si le piden que se quede en pelotas ante el acto de escribir se queda.
Ese punto de inflexión distiende en el momento justo y provoca la carcajada en
un instante que debería ser trágico pero que sirve para indicar -en su nueva
vida llena de luz- que el “autor” se ha despojado de todo, ya sea importante o
superfluo y que lo único que le interesa es entrar en trance. Pero con trampas…
la inspiración no llega, y esperar a que los personajes decidan, a mi juicio,
tampoco vale.
El
gran logro del film, -al menos para mí-, es que en cada uno de los miembros del elenco conviven la mentira y la verdad fundidas, porque son ciertas las palabras que
la mujer de Álvaro (María León) una
escritora de éxito popular y “betsellera” le dice, él sí tiene envidia y celos
de lo que ella escribe, pero no es menos cierta la fulminante crítica que le
hace él a sus novelas, y no es fácil introducir en nuestro modo de pensar tan
maniqueo la idea de que conceptos opuestos se puedan producir al mismo tiempo y
que estén envasados en un mismo recipiente. También son atinados los
humillantes defectos que el profesor del taller de escritura le dispara a
Álvaro con colérico énfasis de ametralladora, pero a su vez ese tirano es un vulgar
tripero frustrado que se siente mediocre, como muchas personas que dan clase de
escritura sin haber sido capaces de construir una novela en su vida, (no es el
caso del director que también fue profesor de cinematografía e interpretación
en escuelas de España y Cuba). Sin embargo, en esos encuentros con
pantagruélicas comidas, que por supuesto paga el alumno, vuelve a estar servido
el contraste ético sobre la usurpación de la intimidad dado que, tras haber
denostado a la exitosa mujer de Álvaro, el profesor, arrimándose al sol que más
calienta, entabla amistad con ella, y le traspasa los escritos del alumno sin
pedirle permiso a él. De nuevo el cazador es cazado, y el manipulador
manipulado y así prueba su propia medicina, y es que la risa va por barrios.
La
mediocridad es otro de los temas sobre los que indaga la película, tal vez la
respuesta rotunda nos la da la portera al afirmar que ella no es mediocre (Adelfa Calvo), atentos al guion y a los
diálogos, quizá la clave del éxito resida en hacer bien lo que te traes entre
manos, si es poner ladrillos, pues colocarlos con perfección, o si es vender
ropa o tocar el acordeón, lo mismo… cada oficio doma un hueso y tiene su arte y
su ley, y si no lo consigues pues a otra cosa, si es que puedes elegir. Lo
importante es que tú honradamente tengas la certeza de que sabes hacerlo con independencia de
la divulgación o el reconocimiento posteriores. No sé si el director o Javier
Cercás van por ahí.
Manuel Martín Cuenca |
El
retrato que de cada uno de los personajes del inmueble hace M. Martín Cuenca es
devastador: el jefe de la notaría y su ambigüedad cobarde, escondido mientras
Álvaro le increpa a gritos para que le aclare su situación laboral; el vecino
militar jubilado y fascista y su derroche de ideología para que no nos quede la
menor duda de en qué consiste ser un facha redomado, (tal vez para algunos
espectadores quede forzada la facilidad con la que Álvaro se lo lleva al
huerto, pero es que la gente manipuladora es así: hábil para ganarse la
confianza de las personas aprovechándose de los puntos flacos de los demás, el
público posee toda la información pero los personajes no y ante alguien con la
capacidad de controlar o dirigir las opiniones o la voluntad de otros sin que lo adviertan cualquiera de nosotros también caería como una mosca en la miel);
la mentalidad racista y xenófoba de la portera tiene usía y el subrayado es muy
didáctico y el posterior resentimiento cuando se siente rechazada muestra que de generosidad ninguno anda sobrado... ya he
dicho anteriormente que no se salva ni un sólo miembro de la coral.
Creo
que el director se maneja de maravilla en ese juego de espejos en el que a
veces nos reconocemos sin que nos guste lo que vemos, de su matraz destila esa
mezcla perfecta y bien medida de ternura y patetismo, de sarcasmo y de tristeza
tan difícil de conjugar porque intuyo que él mismo se incluye, y que mirando
desde muy cerca y sin dejar de comprender sin embargo no justifica, pero ama
porque todos somos de los suyos y él uno de los nuestros, y a los nuestros hay
que quererlos con cualidades y con defectos aunque les señalemos los fallos sin
situarnos por encima y el afecto no nos convierta en encubridores ni impida
que tengan, o tengamos, que rendir cuentas por sus hechos, por nuestros actos,
por nuestros modos de pensar.
Para
mí, “El autor” (interpretado magistralmente por Javier Gutierrez) no vende su
alma al diablo, es que es el mismísimo diablo que a veces se disfraza o encarna
bajo la apariencia de un pusilánime hombre gris. El desenlace es sorprendente y
cualquier atisbo de esperanza se diluye en la sonora y sarcástica risotada.
Manuel
Martín Cuenca es un gran director de actores, dicho por ellos mismos, los
magníficos resultados están a la vista, y un gran creador de atmósferas, en
este caso se respira el espíritu del sur y no siempre para bien, pero él es de
allí y puede y tiene derecho a reflejarlo. En sus películas aparentemente
pequeñas cabe toda la grandeza.
Un
abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili
Zori
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