AMERICAN CRIME, serie de TV

“¡¡¿Qué estamos haciendo?!!” Ese es el grito que con tanta potencia profiere John Ridley a la sociedad en la que vive y que nos golpea de igual modo también en la nuestra. Un cineasta enorme que acabo de descubrir y que me mantiene aún boquiabierta tras haber contemplado la primera temporada de American Crime (se puede ver con independencia ya que desenlaza y cierra) y parte de la segunda que elige otros aspectos del mismo cuerpo social para aplicar el minucioso escáner, además de la resonancia magnética que se detiene -con sonidos de lamento y de quejido- en cada uno de los ocultos y profundos nódulos que contienen el dolor y los males, individuales y colectivos, que nos aquejan. Tal vez con el pormenorizado diagnóstico de este autor consigamos poner remedio.
John Ridley no sólo escribe y hace cine con maestría, también crea literatura, y en esta ocasión justo es decir que el guión lo realizaron junto a él David Pérez y Julie Hébert. La música está a cargo de Mark Isham y la fotografía la dirige Ramsey Nickell.
Dicen que el pesimismo siempre es reaccionario porque tira la toalla y no cree en que las malas situaciones puedan mejorar. Sin embargo cuando alguien como John Ridley se empeña en mostrar historias tan tristes y nos espolea con tanta fuerza es porque tiene fe en que si tomamos conciencia podremos transformarnos y por tanto transformar.
La serie redefine el racismo, el de aquí y ahora, y por supuesto deja claro que lo hay de ida y vuelta, el repaso es para todos, también para quienes se escudan en la discriminación sin que ésta se haya producido. Especifica y detalla la xenofobia. Desmenuza los ingredientes del clasismo actual y también muestra a quienes se desclasan en pro de una cultura más avanzada en apariencia despreciándose a sí mismos por su origen con tal de sentirse integrados en el país de “acogida”. Y es que no basta con los hechos, es importante conocer qué los motiva y Ridley nos enseña las verdaderas razones llegando con eficacia a zonas inexploradas. Sólo haciendo ese ejercicio podremos crecer y avanzar. Pero sobre todo tira de la manta del sistema legal, y lo hace para que conozcamos que existe la discriminación económica encubierta en una nación que encumbra el dinero vendiendo con hipocresía la falsa idea de que lo que se valora en las personas son sus méritos, o al menos –deseo dar un margen- digamos que dicho aprecio no se aplica en todos los casos por igual, si partimos de la base de que ellos mismos admiten que hay universidades mejores y que sólo se accede a ellas con poder adquisitivo pues ya está marcada la diferencia. Tampoco nosotros nos libramos de elitismos soterrados, dicho sea de paso.

La serie televisiva nos muestra un claro ejemplo: Todos los ciudadanos tienen derecho a ser defendidos, a tener un buen abogado que no esté saturado de casos y que pueda dedicarse en cuerpo y alma a la causa de su cliente. Vemos un padre que para demostrar la inocencia de su hijo tiene que vender y perder su pequeño taller de coches, única fuente de ingresos para la familia, y tirar por la borda el esfuerzo y el sueño de toda su vida. Benito Martínez hace un trabajo extraordinario y profundamente conmovedor en el papel de Alonzo Gutierrez junto a Johnny Ortiz (Tony Gutierrez) y Gleendylis Inoa (Jennifer Gutierrez) que interpretan a los hijos de Alonzo en actuaciones más que sobresalientes. Nos encontramos frente a una buena cantera de jóvenes actores.
En cuanto a los muchos temas que trata American Crime y que giran y resbalan formando bucle dentro del gran embudo para desembocar en el vértice principal que saca a la palestra todos los estamentos de la sociedad norteamericana -tras haberla estudiado en cada una de sus aristas- la familia ocupa el primer lugar. Entornos familiares muy distintos que forzosamente quedan relacionados a causa del crimen y de los sospechosos.
El debate que suscita el cineasta no tiene desperdicio, los hijos increpan a los padres, igual que los padres a los hijos como en el caso de Alonzo a quien su primogénita Jennifer le reprocha –disculpadme por no citar textualmente- que lo que le ocurre es que se avergüenza de ser mejicano, que lo que en el fondo quiere es ser norteamericano y mirar del mismo modo altivo y distante a los demás inmigrantes, alegando siempre que él no fue ilegal. El comportamiento del padre es modélico pero como veis sí está bien que revise las verdaderas razones de su modo de actuar. Como os decía, también para los hijos habrá recriminaciones: ocultar, incomunicarse, esconder, seguir cánones de conductas inculcadas por pandilleros… acarrea consecuencias, y paradójicamente no afrontar los problemas o tratar de eludirlos genera otros más grandes. Las reglas del lumpen parece que consolidan lazos no consanguíneos más protectores que los de tu propia familia y un adolescente en plena rebeldía contra el nido, no entiende el largo plazo si no se lo explican, la calle va siempre más deprisa.
A Barbara (Felicity Huffman) sólo le queda una fantasía a la que aferrarse, su hijo asesinado no respondía a la idea de héroe que ella se empeña en mantener y digo se empeña porque más adelante en el metraje descubrimos que era traficante de drogas y que Barbara lo sabía. La guerra no es un correccional y esa madre lo envía allí para lavar su imagen en vez de enfrentarse realmente a los problemas que su hijo tenía. Me pregunto qué significa, qué es exactamente la idea abstracta de “la comunidad”, esa diosa voraz a la que hay que someterse porque si no lo haces te expulsa de su olimpo y cuando te despoja de la última brizna de humanidad sólo te quedan las apariencias para vestirte con ellas. Barbara es eso: el temor tan terrible a sentirse juzgada por no dar la talla como madre coraje que ha criado a sus hijos sin la ayuda del padre, representa la soberbia y el resentimiento de quien creía haber hecho bien su papel de cara a la galería. Es la mujer que compra un arma para defenderse de sus propios miedos en vez de acudir a la policía cuando el cristal de su coche recibe una pedrada con ella dentro. Excusa perfecta para su particular cruzada. Pero llega el día en el que se queda sin argumentos y se topa de frente con la cruda realidad, entonces se asusta de sí misma y en vez de deshacerse de la pistola se la entrega a ese ex-marido regenerado que se aferra a un clavo ardiendo con tal de recuperar el rol de hombre de familia que defiende a su esposa y a su prole, de inmediato sabemos lo que va a ocurrir. Al menos él sí afronta las consecuencias. Pero aunque Barbara es un personaje de quien se diría que “no la salva ni la caridad” lo cierto es que Ridley la levanta del suelo con profunda compasión ya que ella –tan víctima como culpable- no es más que el resultado de una serie de nefastas creencias sobre supremacía y derecho al desprecio que desde tiempo inmemorial han permanecido latentes en el interior de muchos norteamericanos. Véase Donald Trump.
Para el hijo de ambos –el hermano del asesinado- también hay recriminaciones justas, él juzga con dureza a sus progenitores, vive con su novia asiática que sabe que no será aceptada por su madre, y también tiene la excusa perfecta y completamente legítima para romper con su familia, pero su padre le matiza que tal vez lo haga no para alejarse sino para huir de responsabilidades.
A la tiranía no le importa cambiar de manos y le da lo mismo el color, como vemos en la segunda temporada. Lo explico porque el autor hace un estudio profundo no de razas –que no existen- sino de personas.
American Crime es una obra de arte en todos sus aspectos, esas escenas hipnóticas en las que se oyen las palabras de alguien que está fuera de plano -el espectador sin embargo ve la reacción de quien escucha y no la de quien habla- tienen un estilo y sello muy personales y consiguen el efecto buscado, el público que contempla el film, (porque para mí es un largometraje de mayor duración que debería verse en pantalla de cine y desde el patio de butacas) entra en la pantalla, se trasvasa y se convierte en el personaje porque el director le coge por el cogote y le inclina la cabeza para que observe y sienta como si viese a través de un microscopio de innumerables aumentos, y el nivel de empatía alcanzado es mayor que en cualquier otra obra cinematográfica que yo haya visto jamás. Sólo así comprendemos el lenguaje interno, lo que subyace, y lo vemos en los detalles: primeros planos de la crispación de unos dedos, el leve pestañeo de unos ojos que se llenan de ira, rebeldía, impotencia, decepción, arrepentimiento… el mal trago de una garganta…
La innovación del flashforward y el flashback instantáneos, sin transición, es sorprendente ya que en la misma escena se producen dos tiempos distintos en los que vemos cómo los personajes reflexionan después de haber recibido las palabras del interlocutor –apenas son instantes que van y vienen- pero sin embargo oímos las palabras del otro personaje cuando se están pronunciando, abundan las escenas con dos actores como máximo que se dan el relevo en la aparición, es como si el autor recalcase que se trata de una suma de soledades. No sé si se ha hecho en otras ocasiones esta clase de simbiosis física y anímica, es la primera vez que la veo y estoy pasmada: el uso tan peculiar del tiempo, y esa interactuación irrompible que nos dice en todo momento que no somos sin los otros ni cuando estamos a solas…
El peso que llevan los actores y las actries trabajando a milímetros del objetivo teniendo que usar siempre la verdad del personaje al que interpretan, tan dolorosa y difícil en todos los casos es enorme. Vi la serie exclamando por dentro a cada paso ¡Madre mía!, Madre mía, en todos los tonos y sentidos posibles. El director ha dado muchas vueltas de tuerca a la profesión y a grandes profesionales y el resultado sin duda produce un infinito agradecimiento mutuo, al que se suma el del público porque ya sabemos desde que era un crío qué clase de actor sublime es Timothy Hutton, (Russ), para muestra sólo hay que ver Gente Corriente, pero es que con Felicity Huffman hay que descubrirse. Comienzo por lel dúo ya que ambos conducen esta historia, ellos son los parámetros, pero sin embargo no me atrevo a decir que son los protagonistas principales porque la serie es coral y todo el elenco está perfecto y vertebrado en un magnífico ensamblaje. Lo que daría yo por haber visto los ensayos y las pautas que Ridley les fue dando a los intérpretes.
Siguiendo con los detalles tan singulares diré que me maravilla el ruido creciente que manifiesta la tensión interna que acosa a cada personaje cuando entra en conflicto. Me gusta que John Ridley haga visibles a los trabajadores de la limpieza o de servicios que suelen pasar inadvertidos como si formaran parte del decorado y se fundieran en él, el director les da un protagonismo intencionado, una mirada corta y exclusiva para ellos a toda pantalla y con esas pinceladas comprendemos o recordamos que todos somos sociedad, personas atendiendo a personas.
American Crime habla de deshumanización y derriba la falsa idea de que en las sociedades occidentales se concedan segundas oportunidades, como se demuestra con Richard Cabral (Héctor Tonz). Destruye las ideas abstractas a las que nos rendimos sin ponerlas en cuestión para que no nos auto-engañemos tal y como hace Barbara, madre de Matt Skokie, el veterano de guerra asesinado en su propia casa en un allanamiento de morada. Cuando Barbara se topa con quienes escuchan las frases que ella pronuncia en los medios de comunicación para reclamar justicia contra quienes cree que mataron a su hijo –el señalado es negro y los otros dos sospechosos uno latinoamericano y otro chicano- y una asociación claramente segregacionista le ofrece colaborar con ella, Barb alega que no comparte ese modo de pensar, puesto que no es racista, pero el espejo que le acaban de poner delante le asegura que sí.
Tampoco el autor quiere que pensemos que por contraste nuestra sociedad es decadente y por tanto hay que mirar hacia el Islam, Aliyah (Regina King) también está defendiendo intereses y creencias por encima de las personas sin tener en cuenta la realidad y las necesidades de su propio hermano Carter (Elvis Nolasco).
Nadie escucha a nadie, todo el mundo se instala en las ideas preconcebidas, etiqueta, prejuzga y se atiene a la línea de pensamiento imperante. Por fortuna se salvan sin embargo quienes a ojos de los demás han cometido errores imperdonables.
Pero el cineasta también nos dice que no todos son víctimas ni personas reinsertables como en el caso de Aubry (Caitlin Gerard), ella abusa de las drogas y de las personas y no desea cambiar, Aubry es quien desvela finalmente quién protagonizó el crimen y de qué modo se produjo y aunque impacta, no sorprende.
Para finalizar dejaré como broche a los padres de Gwen (la esposa de Matt que a causa del allanamiento también sufrió un brutal ataque que la dejó inconsciente). Es duro enterarte en esas circunstancias -el asesinato de tu yerno, y tu hija en estado de coma- de que tu dulce heredera tenía relaciones promiscuas y de carácter sadomasoquista. Su padre Tom Carlin (William Earl Brown) lee los informes de la policía y se pregunta completamente roto cuál es la verdad de su hija, ¿la que ellos conocen o la que arrojan esos papeles? Eve Carlin (Penelope Ann Miller), su esposa, le obliga a mirar a Gwen en la foto que él lleva en la pantalla del teléfono móvil y le recuerda que lo que ha ocurrido nada tiene que ver con él, ni tampoco la decepción que pueda estar sintiendo, porque por encima de todo Gwen es su hija haya hecho lo que haya hecho. Cuando sale del coma no recuerda nada.
Es un buen punto de partida.
En todo el mundo estamos viendo crecientes brotes de racismo, asesinatos de mujeres, homofobia, desamparo y crueldad para con los refugiados y lo único que proponen nuestros mandtarios es levantar muros y alambradas... Creo que John Ridley se sentirá tan impotente como yo, porque no tiene en sus manos la solución pero al menos como os decía al principio él se ha molestado en diagnosticar y tal vez con suerte su ojo clínico forme parte de la curación.
No tengo el gusto de conocerle pero de pocas cosas estoy tan segura como de que John Ridley es un ser lleno de luz.
Sobra decir que todo lo dicho anteriormente no es más que mi opinión subjetiva de la que podéis perfectamente discrepar.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.

Pili Zori

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