Inspirado
en el relato de Isak Dinesen (pseudónimo de la escritora Karen Blixen catapultada por su
novela “Memorias de África”, también
llevada al cine por Sidney Pollack)
el cineasta Gabriel Axel, recientemente
fallecido el pasado 9 de febrero de 2014, nos hizo este precioso regalo con tono de leyenda: las
agitadas olas del mar arrojan sobre la arena de la playa de una pequeña aldea
de la península de Jutlandia -regida por un pastor puritano- a tres personajes
provenientes de los mundanales ruidos parisinos en diferentes fechas. En primer
lugar aparece un joven militar de vida disipada que allí encuentra el necesario
reposo para su alma debido a que a los vientos del Mar del Norte les gusta
echar carreras con los del Báltico y barren de ese modo todas las zozobras,
pero el bienestar durará poco porque de inmediato quedará prendado de una de
las herederas del pastor que sin duda también le corresponderá. Al solicitarle
la mano de su hija, el estricto religioso alega que sería como cortarle uno de
sus brazos, así que el joven regresará desolado al mar y al lugar de donde
provino, París. Meses después un afamado cantante de ópera también hallará en
la pequeña aldea el necesario paréntesis de descanso para su agitada vida. Un
buen día escucha por casualidad los cánticos del culto, y una de las voces
femeninas penetra en su alma deslumbrada destacándose del coro. Enseguida
descubre que esa privilegiada garganta pertenece a la otra hija del clérigo y
solicita entusiasmado al progenitor que le permita impartirle clases para
educarle las prodigiosas cuerdas vocales. Los sentimientos que afloran durante
los duetos y que se transparentan a través de las portentosas notas desagradan
al absorbente padre y el cantante también habrá de partir para su país de
origen renunciando a la mujer que será por siempre, en el recuerdo, su gran
amor malogrado y marchará además con la tristeza añadida de saber que el mundo
no podrá gozar jamás de la más grande prima
donna.
Décadas
más tarde, conformes con la cotidianidad de sus sencillas vidas, ambas
hermanas, Filippa y Martina, ya huérfanas, recibirán a una joven entregada en
la playa como una ofrenda en otra tarde de viento y tormenta. La mujer, a modo de
presentación, les muestra una carta de referencias manuscrita por el gran divo, el texto
cuenta que la recién llegada ha perdido a su hijo y a su esposo en la contienda
franco prusiana (el dato histórico nos sitúa en 1870).
Durante
los años transcurridos desde que el militar y el cantante se marcharon, las
hermanas han continuado la obra de su padre, han celebrado culto con los pocos
habitantes de la aldea y se han repartido las tareas caritativas que encomendaba
el pastor. Babette, ese es el nombre de la recién llegada, solicita algo que a
las sobrias y austeras damas otoñales les resulta insólito: que le permitan
trabajar para ellas a cambio de techo y comida. Ante la negativa -ya que no
conciben el lujo de ser servidas- la bella francesa alega que si no aceptan su
ofrecimiento se quitará la vida ya que ésta carece de aliciente para ella sin
sus seres más queridos. A partir de ese instante incrementará las escuetas
ganancias de las dos mujeres y añadirá más sabor a sus frugales y humildes
comidas gracias a su buena organización doméstica. En tan buena armonía
transcurrirán catorce años durante los cuales el único vínculo que Babette
mantendrá con París será un billete de lotería que habitualmente va renovando a
través de un sobrino. Una jubilosa mañana recibe la noticia de que su número ha
resultado premiado con diez mil francos, entusiasmada habla con las hermanas y
les recuerda que en todo el tiempo que han pasado juntas no les ha pedido nada, por ello les ruega
que para celebrar el centenario del pastor le concedan el deseo de agasajarlas
junto a los vecinos con una cena especial cocinada por ella misma. A partir
de ese preciso instante llegamos al punto de inflexión que Gabriel Axel utiliza para
suscitar el debate y las reflexiones.
Comienzan
a venir por barco manjares nunca vistos por los habitantes de esa pequeña aldea
de la península de Jutlandia, tortugas vivas, codornices en sus jaulas,
especias cultivadas en lugares remotos, los mejores vinos franceses, delicada cristalería, vajilla
y cubertería… y de súbito el pánico se apodera de los invitados, de pronto temen que
la cena sea la puerta por la que se introduzcan el diablo y los pecados y
por no desairar a Babette deciden comer y beber sin usar para ello los
sentidos.
No
he leído el relato de Isak Dinesen por tanto me referiré únicamente a las
decisiones que tomó Axel, el director cinematográfico, los comensales son doce
–litúrgico número, al igual que lo que parece una última cena- y era necesario que entre los convidados alguien fuera
entendido en gastronomía y tuviera un paladar sensible y con memoria para que
el espectador supiera, tras cada magnífico plato, lo que en esa irrepetible
noche se estaba degustando. Aquel primer enamorado de una de las hermanas ya es
general y está invitado a la mesa, son sus superlativos de refinado paladar los
que nos van describiendo sabores –el magnífico menú fue elaborado por un chef
español, Iñaki Izaguirre, y el resultado es una
auténtica belleza perfectamente ambientada- la mesa se convierte en una
alegoría de las bodas de Caná y los comensales, que debido a su austera vida con el paso del tiempo han
ido agriando el carácter, comienzan a sonreír y para canalizar su alegría sin
traicionar la decisión que han tomado de no aludir a los sabores elevan citas de
la biblia y aleluyas con cada bocado y cada sorbo, y es precioso para el
espectador poder escuchar cómo se relacionan dichas citas con lo que verdaderamente están sintiendo. Los invitados
empiezan a perdonarse pequeñas rencillas hasta ese momento enquistadas,
escuchamos hermosas frases tales como “El paladar que sabe apreciar la buena
comida está también preparado para recibir el amor”, “la justicia y la dicha se
besarán”, “los dones han de recibirse con gozo y agradecimiento”, “el talento
ha de ser suficiente para distraer a los ricos de sus riquezas y hacer que los
pobres se olviden de sus tristezas” y así en medio de tantas alabanzas
encubiertas llegamos hasta el broche de honor: terminada la cena los invitados fuera de la casa y como despedida se toman de las
manos formando un círculo y bailan lenta y tímidamente bajo la luna. La frase más
significativa y rotunda la pronuncia Babette cuando la fiesta finaliza: “Un
artista nunca es pobre”. No os desvelo la sorpresa de quién es en realidad esta
maravillosa mujer, ni cuál era su oficio en París ni de quién descendía.
Pero lo interesante del film es la interacción. Durante
el proceso de toda la cena el espectador va respondiendo a las preguntas que se
le plantean: ¿Están reñidos el alma y el cuerpo?, y el reconocimiento del
talento, ¿ha de ir necesariamente unido al éxito o al dinero?, ¿es
inevitable mostrar el arte aunque quien lo reciba no esté preparado para saber apreciarlo? El general se pregunta
en un pasaje crucial del film, “¿crees que el resultado de muchos años de
victorias y de éxitos puede ser una derrota?” intuyo que la pregunta está incompleta en ella faltaría esta parte: "...si no está contigo la persona a quien quieres ofrecerselos?".
La
película me parece un hermoso fresco románico, en el sentido de que está
explicada para gentes sencillas con ese aire ingenuo tan parecido al posterior arte naif, pero que sin embargo y al igual
que aquellas pinturas explica la vida y el espíritu adentrándose en los enigmas
más profundos de la existencia, y sí, claro que con este bellísimo largometraje
la justicia y la dicha se besaron y el primer oscar de un danés fue celebrado
con todos los honores en Dinamarca. Os recomiendo encarecidamente este
maravilloso retablo lleno de oleajes y vientos purificadores porque no os vais a arrepentir y aunque
podéis ver fácilmente las fichas técnicas y artísticas en el generoso internet,
las reseñaré también aquí por el puro placer de que veáis cuánta explosión de
creatividad junta se produjo, después si queréis indagáis en cada una de las carreras
artísticas.
Director:
Gabriel Axel. Guión: Gabriel Axel –basado en un relato de Isak Dinesen cuyo
verdadero nombre era Karen Blixen-. Música: a cargo del innovador Per Norgard. Fotografía: Henning Kristiansen.
Reparto: Stéphane Audrán, Jean
Philipe Lafont, Gudmar Wevesson, Jarl Kulle, Bibi Andersson,
Bodil Kjer, Brigitte Federspiel, Lisbeth
Movin.
Un
abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili
Zori
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