Cada
domingo Chu comienza desde la mañana a preparar una extraordinaria cena para
celebrarla con sus tres hijas que aunque a diario conviven en la misma casa la
reunión es el encuentro en el que los cuatro pueden dedicar más tiempo a estar
juntos y a compartir experiencias, durante la semana los frenéticos horarios
laborales no lo permiten. Al ver los preparativos elaborados con tanta destreza
el espectador enseguida intuye que no está frente a un sencillo padre de
familia que se esmera en cocinar la cena dominical, sino ante el gran chef Chu
(Si Hung Lu) el más afamado cocinero
de Taiwan. Pronto veremos cómo ha de abandonar la mesa para arreglar un
desaguisado en el restaurante en el que se está sirviendo el banquete de la boda
de la hija del gobernador.
Los
protagonistas de la película tratan de conjugar tradición con modernidad, tan
difícil de ensamblar en apariencia, finalmente conseguirán la simbiosis,
engranar ambos mundos no es una cuestión sólo estética o formal que se pueda
armonizar de manera ecléctica porque tiene mucho que ver con conceptos vitales
colectivos a menudo en pugna con los individuales, con las líneas de
pensamiento impuestas, y también con los innecesarios menosprecios al pasado, y
toda esa lucha afecta a la estructura emocional y por tanto a los sentimientos.
En este bello film del cineasta Ang Lee
veremos cómo el campanazo del tótum
revolútum finalmente lo protagonizará el padre, el espectador se ríe al
comprender que había dado por inamovible su rol, el largometraje está lleno de
sorpresas y de nuevo el guiño es una dulce regañina que nos obliga a no dar
nada por supuesto: si alguien de edad va al médico puede que no lo haga porque
se sienta enfermo sino porque desee cuidar y prolongar su salud, con
frecuencia olvidamos que alguien de edad también puede tener planes.
A
menudo la libertad individual está trastocada y la persona se siente incómoda
consigo misma pero no sabe por qué, y hablar de ello en un contexto tan grupal
como el chino o el taiwanés cobra mayor importancia, sobre todo si lo hace un
artista nacido y criado allí donde la singularidad está tan diluida en lo
comunitario. No me cansaré de repetir el agradecimiento a estos creadores que
al convivir con dos culturas nos sirven de puente para comprenderlas, son
nuestros intérpretes, traductores con corazones bilingües, con el alma
repartida...
No
siempre la rebeldía ha de entenderse como agresiva sino como una explosión de
vida en busca de la autenticidad, y en esta historia los cuatro protagonistas
son valientes para ir cambiando y para dejar que su verdadera naturaleza aflore
y se exprese.
Se
puede ser rabiosamente actual y sin embargo amar y realizar la antiquísima
cocina de tu país que tanta historia cuenta. En cuanto al nido, el largometraje
nos subraya que no sólo los vástagos pueden vaciarlo, ni sólo los jóvenes tienen
la potestad de buscar futuro.
La
película comienza con una gran flecha de pasajeros en moto que se dirige desde
un dédalo de calles hasta sus respectivos trabajos, la imagen de velocidad y
prisa ya nos habla de dicha modernidad urbana. La casa de Chu y sus tres hijas
se sitúa sin embargo en un barrio más antiguo y tranquilo, el espectador
recorre junto a ellos Taipei y ve las nuevas urbanizaciones de altos edificios y el
supuesto progreso, también acompañará al padre cada mañana cuando practica footing, ambos paseos son un impagable
regalo que nos traslada hasta allí y nos hace formar parte.
La
hija menor Ning (Yu Wenwang) está
empleada en un restaurante de comida rápida, el contraste con la bella cena que
prepara el progenitor queda expresado sin que en ello haya ninguna comparación
sino coexistencia. Ning está enamorada del novio de su mejor amiga y compañera,
al escuchar que ésta le menosprecia y demuestra poco interés por su ávido
pretendiente decide sincerarse con él, más tarde se debatirá entre el dilema de
la traición puesto que la otra muchacha sólo se estaba haciendo la interesante,
o la difícil, o de rogar como decíamos antes, finalmente confesará lo ocurrido con lealtad.
El primer bombazo está servido: en una de las cenas dominicales dará la
noticia: contra todo pronóstico cronológico va a ser la primera en irse de la
casa.
La
mediana Chien (Chien-Lien Wu) alta
ejecutiva de una compañía aérea va a transmitirnos la diferencia entre el
verdadero significado del triunfo y lo que los demás consideran un empleo
de éxito, el verdadero logro tiene que ver más con la vocación que
interiormente albergas y poder realizarla como un trabajo sin duda te haría más
feliz, la forma de valorar es exterior –alguien puede resultar muy eficiente
como ingeniero pero estaría más contento ejerciendo como peluquero, la escala de valores es
relativa si le eliminas el elitismo- Chien tendrá por tanto que hacer un largo
viaje interior para encontrarse a sí misma, curiosamente dicho periplo la
conducirá hasta la casa del padre cuando pensaba que la solución consistía en
salir huyendo de ella, la estafa del piso que compra, símbolo de independencia,
nos hace sonreír con amargura al comprobar que la especulación y burbuja de las
constructoras se comporta del mismo modo en cualquier territorio sea oriental u
occidental y en toda época, una pena.
De
la mayor Jen (Kuei Mei Yang)
profesora de matemáticas en la universidad, la cámara ya nos muestra a través
de la pequeña cruz de su cuello que es cristiana, otra rotura de esquemas para
los de aquí que damos por supuesto que todos los de ojos rasgados sólo pueden
ser budistas, o taoístas, pues no, nos recalca Lee sin palabras, los hay hasta
mormones, además de protestantes, y de ateos como en todas partes. También
contemplamos una escena en la que a través de la ventana se escucha el maullido
de una gata en celo -me hizo gracia que eligiera ese símil ya que hay tanta
leyenda negra con respecto a que los chinos (y por ende los taiwaneses) se
comen a los gatos-, el pasaje en realidad está colocado como reflejo del deseo
y sirve para trasladar los sentimientos reprimidos que Jen alberga hacia su
compañero el profesor de gimnasia siempre acaballado sobre esa moto en la que
se traslada lejos sin invitarla a subir, o si lo hace es para después
frustrarla alegando que la dirección no le pilla de camino. Jen oculta un
misterio en cuanto a un desengaño amoroso del pasado que sólo casi al final del
film nos será revelado, después de abrirse ante su hermana y de saldar algunas
diferencias y resentimientos y liberada del peso de su mentira se acicalará
como una matahari para tomar la iniciativa y podrá partir de la casa paterna
subida en esa moto y aferrada a la cintura del gimnasta en pos de su destino.
Pero
los personajes detonantes son la vecina y su pequeña hija que esperan la
llegada de la madre que vive en los Estados Unidos, otra extraordinaria
trasgresión porque la joven abuela proveniente del “país de los progresos” es
más conservadora que un samurai. Hay un detalle que pasa
inadvertido a nuestro consciente pero que está perfectamente colocado en el guión: ocurre cuando a Yin
Ron -la joven madre y vecina- una de las hijas de Chu le dice que el pelo corto
le hace más joven y ella replica ligeramente contrariada que se lo había
arreglado así para conseguir un aspecto más maduro. Ahí lo dejo.
Como
vengo repitiendo todos guardan secretos. Chu sufre en silencio la gran tragedia
para un artista culinario: está perdiendo el sentido del gusto. Cada domingo
permanece alerta y atento a los gestos de Chien que tendrán un hermoso broche
final invertido en esa misma casa y en esa misma cocina.
La mesa que a veces parece una resta, pronto se convertirá en una suma con parejas
y embarazos incluidos. Como os anunciaba el desenlace es precioso: la hija
mediana sirve la cena a su padre y éste emocionado le dice: “Me has devuelto el
paladar”. La frase y el hecho de que ante una sopa elaborada por su hija él
recupere los sabores encierran mucho iceberg de compenetración puesto que a
ambos les costaba comunicarse precisamente por la admiración mutua que se
tienen sin saber que poseen el mismo lenguaje común: un gran talento para la
gastronomía.
En
la película aparecen más de cien recetas, aunque algunas apenas se vean durante
unos segundos, para todas ellas Ang Lee buscó a los mejores chefs taiwaneses, y
los actores recibieron adiestramiento. El director quería que el homenaje y la exportación
del sentimiento fueran enormemente dignos. Espero que la degustéis.
Un
abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili
Zori
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