Kieslowski
aprovechó el color blanco de la bandera francesa para reflexionar junto a
nosotros sobre el concepto de igualdad, en este caso su crítica fue bastante
atroz, y su triste carcajada, ciertamente sardónica, como ya os anunciaba en Azul al presentar la trilogía. El
planteamiento de igualdad le pareció imposible entre el Este y occidente, la
hegemonía la detenta el que más tiene, y el capitalismo exacerbado,
deshumanizador y “cosificante” se ha extendido como una gran tela de araña que
obnubila el pensamiento, el arácnido de enormes patas ha inoculado en nuestras
mentes el veneno que sólo nos permite pensar que el triunfo económico es el que
sirve, poder adquisitivo para consumir de forma adictiva y enfermiza cosas y
más cosas que nos siguen dejando frustrados porque no sustituyen la tan ansiada
felicidad que en ninguna escuela nos enseñan a conseguir; ni siquiera lo
comprado, lo adquirido son sucedáneos de satisfacción inmediata, y lo efímero
de su vigencia vuelve a crear la inseguridad y la necesidad de nuevas dosis
cada vez en frecuencias más cortas. Tampoco el sentimiento europeo es el mismo,
y si Kieslowski viviera derramaría en su cine lágrimas muy amargas: países de
su cultura troceados y vendidos, una generación joven desarrollada en unas
tierras sin ley, azules ojos, pieles blancas y labios rojos de mujer vendidos
al peso para el capricho insaciable del poder hegemónico y sin escrúpulos de
los que exclaman “porque me lo puedo permitir”, todo se vende y se compra en la
Europa de hoy y la mercancía humana cada vez es más barata. ¡Pobre Krzysztof!
Qué corto te quedaste con el amor rencoroso, vengativo e imposible entre Karol
y Dominique, dos corazones, uno polaco y otro francés, sin posibilidad de
enlace.
Cuando
cayó el muro seguramente para muchos supondría una liberación, pero también
para otros muchos una nueva decepción, ni en el Este ni en el Oeste se ataban
los perros con longanizas, desgraciadamente nunca se fusionan las cosas buenas
de cada lado, el que más puede invade, impone sus normas y sanseacabó. Pero
retomemos la trama.
Karol
(Zbigniev Zamachowski), un gran peluquero polaco de prestigio,
en un concurso de Budapest se enamora perdidamente de Dominique (Julie Delpy) una avariciosa y materialista modelo; también en Francia
Karol obtiene sendos premios por su talento y regenta una glamurosa peluquería,
más adelante veremos cómo se desprende de sus diplomas tirándolos a las vías
del metro, toda su vida y sus anhelos cayendo por la borda, aunque estos datos
que estoy desvelando y desbaratando el director nos los entregó con sutileza y
cuenta gotas para mantener la intriga, me atrevo a desentrañarlos porque aunque
la trama es importante, siempre os recuerdo que en este blog lo que pretendo es
que el encuentro se produzca con el libro leído o con la película vista, aún
así procuraré guardarme algunos detalles reveladores. Nada más casarse Karol se
vuelve impotente y no puede satisfacer a su esposa –el autor asocia a propósito
la virilidad con el poder para que el espectador obtenga las dos lecturas sobre
el concepto de impotencia-. El protagonista no domina la lengua y eso le coloca
en desventaja, al no quedar satisfecha sexualmente Dominique, resentida
solicita el divorcio, el obstáculo del desconocimiento del idioma ya queda
patente en el juicio y pronto Karol pasa a ser un inmigrante sin derechos para
la justicia francesa. Tras el divorcio llega la pérdida de bienes, de tarjetas,
de pasaporte… y Karol queda en situación de ilegal. Él aún conserva la llave de
la peluquería y pasa la noche allí, Dominique con todas las circunstancias a su
favor incendia el local denunciando que ha sido él para perderle de vista. A
Karol no le quedará otro remedio que plantearse el huir a su país.
En
el metro se dispone a mendigar haciendo música con un peine sobre el que pone
un pañuelo de papel, la pieza es una conocida melodía polaca y al oírla un
compatriota, Mikolaj (Janusz Gajos)
se detiene a su lado, pasan la noche juntos en los bancos de la estación, él le
muestra fuera de la boca del metro el balcón de la que ha dejado de ser su
casa, unas sombras sospechosas le hacen comprender a Mikolaj que la ex esposa
no está sola y así se lo sugiere al ingenuo Karol. Con su última moneda llama
desde una cabina y Dominique, en el colmo del paroxismo vengativo, le retransmite
un apoteósico orgasmo, la cabina se traga sus últimos dos francos que él le
reclamará al taquillero con agresividad verbal desesperada. Mikolaj es jugador
profesional, de nuevo los juegos de azar determinan la partida crucial y la
apuesta es alta, Mikolaj aprovechando la lamentable situación de Karol le
propone un trabajo: por una gran suma de dinero debe quitarle la vida a alguien
que está cansado de sufrir y de vivir, hay una conversación en la que se
comparan las situaciones y Karol manifiesta su incomprensión y desacuerdo ante
un hombre que lo tiene todo y sin embargo quiere morir, es posible que también
en este punto del metraje se produzcan otras lecturas, (el anónimo polaco que
desea acabar con su vida bien pudo representar para el cineasta a la vieja y
moribunda Europa del Este, desilusionada por la pérdida de objetivos e
ideales). Por si acaso no os desvelo los resultados de dicho plan, sólo diré
que de nuevo la frontera entre lo ético y lo delictivo queda difuminada y de
estar a punto de morir, la situación pasa a convertirse en un hermoso canto a
la vida gracias a la fraternidad, al cariño y la amistad hacia otro ser humano,
el contacto físico, el abrazo, el estrechamiento de mano sellan el vínculo, al
igual que Julie lo selló con su vecina, con Olivier y con la señora que cuidaba
de su antigua casa, lo mismo que en Rojo
en el teatro lo lacraron el juez y Valentine, en ese único contacto físico en
el que ambos extienden sus manos.
Al
comienzo de la película vemos una gran maleta que da vueltas en un aeropuerto,
es un salto hacia delante, flashforward,
que más tarde se desarrollará, la entrada y salida de ambos países no se
produce por vías legales ni naturales. De nuevo en Polonia Karol sólo vive para
su obsesión: recuperar el amor de su ex esposa, hasta allí se ha llevado una
escultura que se la recuerda -otra vez vemos la reconstrucción a partir de los
pedazos- la figura se rompió en el viaje como su reciente pasado, pero él la
recompone, reconstruir a partir de la pérdida es una constante de la trilogía,
renacer de los pedazos como el Fénix renació de sus cenizas. También entran en
Polonia los dos francos que en un momento dado quiere arrojar al agua pero se
le pegan a la palma de la mano, la mentalidad de un país se introduce en el
otro, en ese instante Karol comienza a urdir su plan de amor y venganza,
estudia por las noches el idioma francés hasta quedar exhausto –son
interesantes las frases que escuchamos, palabras de amor y de deseo que de
nuevo proponen otras interpretaciones interiores- busca el dinero sin
escrúpulos, y los nuevos aires de especulación entran en Polonia, dos grandes
almacenes, Ikea y Harnic, están interesados en unas tierras concretas en las
que asentarse y él aprovecha la oportunidad de un macutazo para adelantarse y
llevarse el gato al agua.
Creo
que una de las pautas para el debate sería en qué bases ha de sostenerse la
igualdad, imagino que contestaremos al unísono: que en la dignidad humana y no
en el poder adquisitivo.
La
película está llena de los símbolos y las constantes de Kieslowski: las cartas,
Mikolaj le pide a Karol en la estación de metro que escoja 13 cartas -el 13 es
número de mala suerte, por Judas supongo- de nuevo el autor pone en entredicho
cuál es la buena o la mala suerte, las cartas la dan y la quitan. En esta
ocasión se añaden además las palomas, una de ellas antes de entrar en los
juzgados le dispara su gran plasta sobre la solapa de la chaqueta como un mal
augurio, si esos pájaros representan la liberté,
mal asunto, (allí vemos como Julie, (Juliette
Binoche) la protagonista de Azul,
abre la puerta en el mismo instante en el que ella estaba buscando a la amante
de su marido, acabamos de completar el otro lado de la puntada, la aguja sale,
el final del pespunte se cerrará en Rojo
con un precioso remate). Las palomas volverán a hacerse presentes en los
recuerdos de la boda, la pantalla se llena de resplandor blanco con texturas de
gasa y tul, su zureo acompañará a Karol y a Mikolaj en el metro, y también
aparecerán en un vertedero polaco al que es arrojado de una brutal paliza
Karol, el símil es de enorme dureza, esas aves urbanas tal vez representen los
deseos de libertad y los sueños de desarrollo con los que ambos compatriotas
llegaron a Francia.
El
color blanco en este largometraje siempre es helador y va representado por la
nieve, sólo en una ocasión, tal vez la más hermosa, se vuelve cálido, cuando
los dos amigos completamente liberados por la amistad más profunda patinan por
el hielo gritando y riendo pletóricos. Cuando nos aproximemos al final, al igual
que ocurrió con Azul en la que el
color blanco empezaba a hacerse presente, el rojo comenzará a aparecer,
Dominique va envuelta en una colcha roja, la que ha cubierto el lecho en el que
ha vuelto a sentir el placer que le proporciona el nuevo y poderoso Karol,
ahora en Polonia, la débil es ella.
Nuestro
cine-fórum camina a buen paso, supongo que no será casualidad que esté situado
en donde se encontraba la Terraza Imperio, aquel cine de verano que tantos y
gratos recuerdos nos trae, yo no me había dado cuenta, una de las compañeras
nos lo recordó, creo que estar sobre sus cimientos sin duda nos estará
ayudando. Un abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili
Zori
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