A
menudo consideramos con ligereza a las comedias ligeras. “El diablo se viste de Prada” en mi opinión no lo es. Que lleve el
azúcar glass que espolvoreamos sobre una naranja ácida para poder comerla no le
quita ni jugo ni peso. Escogí esta dulcísima sátira para que la viéramos en el
club de cine por razones estéticas pero también éticas, comenzaré por las
últimas sin olvidarme de las artísticas que con sumo gusto detallaré después.
La
película refleja las nuevas tiranías laborales, a las jerarquías empresariales
a menudo encabezadas por caprichosos y sádicos directivos que no saben
controlar la melopea de poder absoluto. Al menos sobre los políticos tenemos un
mínimo control con la urna y el voto, pero sobre los voraces nuevos patrones y
sus séquitos -que transitan hoy por un desierto sindical cada vez más extenso-
no, y la rienda suelta de sus antojos nos pone en peligro de llegar a creer que
esa clase de dictadura representa el orden natural de las relaciones de
trabajo, y me apetece subrayar ese rasgo que sugiere la película en primer
lugar porque el espectador sin darse cuenta podría olvidar el mensaje que
contiene al contemplar las texturas y colores de las suntuosas telas y la
maravillosa arquitectura que se puede hacer con ellas sobre un cuerpo humano;
podría deslumbrarse ante todas las artes aplicadas en peluquería, maquillaje,
zapatería, cinturones, bolsos, joyería y complementos y seguramente se quedará
boquiabierto al comprobar hasta qué punto todos esos talentos conjugados pueden
transformar el aspecto de una persona y mover a la vez una de las industrias
más poderosas desde que abandonamos las pieles y el taparrabos.
Al
público –que se siente invitado en primera fila a esa pasarela exclusiva, a ese
desfile de glamour y lujo- podría pasarle inadvertido -aunque lo diga el título
del film- que Miranda Priestly (Meril
Streep) es el mismísimo Lucifer
tentando con toda su artillería a Andy Sachs (Anne Hathaway) la novata que no la conocía ni tenía interés
especial por el mundo de la moda y sus sacerdotisas, la chica que soñaba con
ser redactora del New Yorker y consideraba un mal menor resistir un año en
Runway como asistente personal de la pedigüeña de lunas imposibles.
-Todo
esto será tuyo si ante mí te postras- Susurra el demonio. Y la seducción es muy
fuerte y obnubila.
Metáforas
aparte, el diablo ya no hace falta, nos las arreglamos muy bien solitos para la
compra y venta de almas y para caldear el averno echando leña sin parar.
Pero
el rodaje lejos de ser un infierno logró encontrar el tono perfecto para hacer
justicia y mostrar respeto por el mundo de la moda y sus grandes profesionales
y artistas sin dejar de señalar que la esclavitud no va incluida en el
contrato, ni pasar hambre poniendo en peligro la salud por alcanzar una talla
36 por mucho que presionen. La película nos dice que es necesario conciliar
trabajo con vida personal y que siempre te puedes bajar del taxi como hizo
Andrea Sachs. Yo añadiría además que el trabajador tiene que volver a ganarse
el respeto como persona y no como mercancía o vehículo disponible a cualquier
hora, creo que las tareas estarían mejor repartidas, naturalmente doy por hecho
que en horario laboral el empleado debería entregarse al cien por cien, pero
fuera de ese horario le espera la vida y ese tiempo es privado y sólo le
pertenece a él.
El
director David Frankel y su guionista Aline
Bros McKenna, buscaron en todo momento el equilibrio huyendo de la
polémica. La película se inspiró en la novela de Lauren Weisberger, no la
he leído, al parecer la autora reflejó en las páginas a Anna Wintour la directora de la revista Vogue en los Estados Unidos, muchos modistos no quisieron salir en
el largometraje por si la ofendían, el cineasta no tenía intención de
personalizar y sí de centrarse sin embargo en el mundo de las revistas
especializadas que gracias al gran material que proporcionó la novela de Lauren
Weisberger pudieron recrear.
Patricia Field, la
famosa diseñadora de moda considerada en el mundillo como una visionaria de lo
que a la gente le gustará llevar se ocupó del vestuario del film, -el que se ve
en las perchas y el que visten actores y actrices-; su amistad con grandes de
la alta costura como ella, le abrió las puertas al cineasta que gracias a Field
pudo filmar un desfile de Valentino
en París, el encuentro entre el creador y la gran actriz Meryl Streep resultó
un gran hallazgo para ambos que se sale del guión en la escena en la que son
presentados: a los dos se les nota en la mirada la devoción.
El
vuelo de la ropa sobre la pasarela es irrepetible, no hace falta conocer que a
Frankel le gusta ese mundo y que sabe cómo ha de mirarse: con el embeleso de
quien contempla una obra de arte etéreo, no en vano dirigió varios capítulos de
“Sexo en Nueva Cork” (Sex and the city), serie en la que la
vestimenta elegida expresa a quien la lleva.
La
amistad entre Sarah Jessica Parker y la diseñadora Patricia Field nació en 1992 durante el
rodaje de “Miami Rhapsody” (Rapsodia en Miami) película que la actriz co-protagonizó con Antonio Banderas, largometraje
dirigido también por David Frankel. A Sarah le gustó tanto la ropa que realizó
la diseñadora que desde entonces comenzó a pedirle vestidos exclusivos para
ella, mucho antes de protagonizar la serie ”Sexo
en Nueva York”.
En
los comentarios que añaden los extras del dvd podemos escuchar a Patricia Field diciendo que no sólo diseñó
para las actrices de “El diablo se viste
de Prada” también buscó las marcas que en la película se nombran, muchos
colegas prestaron ropa para el film con el vestuario más caro de la historia
del cine, las joyas que luce Meryl Streep son autenticas, usaron vintage para
que Miranda no fuera en todo momento un cartel de firmas sino alguien que sabe
adaptar la moda a su cuerpo con criterio y personalidad.
Los
interioristas supieron darle a la redacción de Runway el cosmético aspecto de
una “polvera”, -cito sus propias palabras-. Escuchar el sonido de los tacones
es una característica de curiosa imagen corporativa; debido al soniquete las
empleadas recibieron el apodo de clakers, por los clak, clak, clak de sus
apresurados pasitos, el apelativo forma un juego de palabras con la empresa: la
compañía editorial de Elías Clark a la que pertenece la revista.
Todo
lo que aparece en la película rezuma autenticidad, hay un canto constante a
Nueva York, los actores la transitan y el espectador nota que conocen la ciudad
de día, que viven allí y van a gusto por el recorrido de sus calles y rincones
sin necesidad de comprobar, y que la aman cuando iluminada se muestra como una
joya de brillantes en la noche. La gran manzana se ve tras los cristales de las
oficinas, de los restaurantes… en sus calles se escucha el bullir de su
particular sonido rebotando entre paredes como si jugase en patios interiores;
quienes han paseado por Nueva York alguna vez conocen la sensación de hallarse
en el interior de un inmueble sin techo, la verticalidad acristalada de sus
muros protege, me aventuro a decir que los neoyorkinos tienen la impresión de
hacer vida de barrio, y a la vez un sentimiento de orgullo cosmopolita y un
espíritu de diversidad que sin embargo unifica, nada que ver con Los Ángeles…
Los artistas de todos los tiempos afincados en esa ciudad o que lo estuvieron
la adoraron y la adoran, es algo que rezuma en sus obras, escuchamos a Woody Allen, lo leemos en la literatura
de Paul Auster, en la de Arthur Miller... Pero tal vez David
Frankel sea el cineasta que más puertas nos ha abierto para entrar en sus
acotados ambientes, sería una ingenua si obviara a los desfavorecidos, en esta
ocasión el director no los retrata, pero veremos películas de otros autores
también neoyorkinos que sí lo hacen. Hay una transición casi al final que me
gusta mucho y es la que refleja a gente corriente con vestimentas normales
cruzando la calle, de algún modo David Frankel nos indica que Nueva York es de
todos y a todos pertenece.
La
forma de filmar en vertical desde los zapatos hasta la cabeza y viceversa
también le confiere identidad al largometraje. Me encantó el modo en el que
establece la cronología con los abrigos, chaquetas y bolsos que despectivamente
tira Miranda Priestly sobre las mesas de sus dos asistentes Emily y Andrea,
para que se los recojan, así podemos ver de forma sutil el paso del tiempo,
cómo van transcurriendo los meses, las prendas van cayendo como si de hojas de
calendario se tratase. Utilizar a alguien de perchero es un detalle muy
significativo de altivez humilladora que he observado personalmente fuera de la
película y no me refiero a cuando alguien te pide con amabilidad que le
sostengas algo, quienes trabajan en el comercio de ropa saben de lo que hablo. También
el recorrido de la directora desde la calle hasta las oficinas es una
maravillosa excusa para presentar a los espectadores despachos y tareas en ese
paroxismo desenfrenado del ¡Todos a sus puestos, que viene!
A
Miranda Priestley la salva de las sombras ese discurso que dirige a Andrea
cuando ésta se ríe tontamente por el dilema de la elección entre dos cinturones
en apariencia iguales, el rapapolvo también lo recibe el espectador que desde
su butaca comprende en qué consiste la diferencia. Andrea termina por captar la
importancia y se pone en manos de Nigel (Stanley
Tucci), el
resultado de la transformación habla por sí solo. Tucci es uno de los actores que
más admiro porque se convierte en cada uno de los personajes que interpreta y
jamás se transparenta bajo ellos, tal vez por eso no obtiene, en mi opinión, el
reconocimiento que se merece porque no se le “reconoce”, se diluye humildemente en el papel, os invito a que rastreéis su
filmografía, con que le veáis en “Shall
we dance” (¿Bailamos?) película
del director Peter Chelsom, comprenderéis a qué clase de
versatilidad me refiero.
David Frankel |
En
cuanto a las actitudes y comportamientos hay un mensaje de madurez y buen
encaje muy positivo: a pesar de los menosprecios que Andrea sufre no se viene
abajo y rentabiliza las críticas a su favor convirtiéndolas en un reto que
consigue vencer.
Creo
que tener un temperamento feo y atemorizante debería avergonzar, no es síntoma
de poder, reitero, sino de tiranía y arbitrariedad, pero sobre todo es una
muestra de flaqueza de carácter: la debilidad de quienes se dejan llevar por la
ira -desatada o contenida, da igual, hablamos de mala leche al fin y al cabo-.
Las rabietas, el resentimiento y el empeño por salirte con la tuya nada tienen
que ver con las cualidades de un buen jefe. La verdadera potestad, el respeto y
el liderazgo te los otorgan los demás. Cuando tienes autoridad no necesitas
imponerla. Las relaciones sadomasoquistas no son sanas y por lo tanto no
deberían institucionalizarse. Las personas de trato desagradable no son más
fuertes y tampoco honorables, creo que la costumbre de acatar está enturbiando
los conceptos.
Pero
Meryl Streep es tan grande y está tan llena de matices que hasta haciendo de
déspota la adoras, le basta con un levantamiento de ceja para definir todo lo
que a su personaje se le está pasando por la cabeza y el director no podía
condenarla, todo el mundo tiene yin y yan, y las pinceladas certeras y
redentoras que le regala son las justas y con ellas logra humanizarla, lo que
viene a demostrarnos que la comedia como decía al principio de ligera no tiene
nada. Cuando comenzaron a ofrecerle papeles de registro cómico comprendimos el
gran peso de esta actriz y hasta donde podía llegar en su ya larga carrera con
su talento. Desde “La decisión de Sophie” (Sophie’s
choice, del director Alan J Pakula)
no deja de sorprenderme y ya ha llovido.
Os
dejo la ficha técnica:
El
diablo se viste de Prada, año 2006. Dr.: David Frankel, Guión: Aline Bros
McKenna, basado en la novela homónima de Lauren Weisberger, música: Theodore
Shapiro, fotografía: Florian Ballhaus. Reparto: anne Hathaway, Meryl
Streep, Stanley Tucci, Simón Baker, Emily Blunt, Alexie Gilmore, Adrian
Grenier, Rebecca Mader, Tracie Thoms, Heidi Klum, Rich Sommer, Daniel Sunjata,
Gisele Bündchen, Jimena Hoyos.
No
sé por qué derroteros para el debate nos llevará la película en nuestro club de
cine. ¿Moda como expresión?, ¿como signo de ostentación?, ¿necesidad real o
impuesta?, ¿esclavitud?, ¿libertad?... Tengo muchas ganas de escuchar a mis
compañeros.
Un
abrazo y hasta el próximo encuentro en el que hablaremos de cine o de libros.
Pili
Zori.
No necesitas ser fanático de la moda para que te encante esta peli, Rich Sommer sale ahí y es de mis actores favoritos.
ResponderEliminarGracias Mariana por tu comentario y tu visita, comparto lo que dices, no hace falta ser fanático de la moda para comprender que también es arte. Un beso Pili Zori
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