"La elegancia del erizo", de MURIEL BARBERY


Mi experiencia con esta novela es curiosa, la primera vez la dejé a medias, tuve una sensación extraña de trampa. Me pareció que la autora caía en los mismos defectos elitistas y despectivos que criticaba con la única diferencia de que los cambiaba de clase social, queriendo decir algo así como “son ricos pero incultos” y de nuevo ante mí se presentaba el afán de sobresalir de algún modo y el uso de la cultura como arma arrojadiza, otra vez los deseos verticales: si luchas por odio al patrón en vez de por amor a la libertad, si lo haces por envidia y por deseo de ocupar su sitio de privilegio, cuando ganes el combate el poder sólo habrá cambiado de manos y todo seguirá igual como veíamos en Desgracia de Coetzee, y sentencié de un plumazo superficial e injusto que el argumento trataba de una cenicienta madurita rescatada por un moderno príncipe oriental adineradísimo. ¿Por qué no?, me  pregunté. Habría admitido el formato y el argumento de buen grado si no se camuflase en una pretenciosa y aleccionadora actitud moral con ingredientes sociológicos, hondura filosófica, introspección psicológica etc, etc. Pero no me encontraba a gusto con esa reacción de pataleta mía desabrida y maleducada sabiendo además que había dejado al libro con la palabra en la boca.
En esta segunda oportunidad he sido más comprensiva y he conseguido el ritmo y el tono justos para comprenderla mejor. La autora ha querido reflejar a la sociedad francesa actual en la que la diferencia entre clases sociales es notoria, una fractura, según sus propias palabras, el elitismo de pose es fuerte allí y la integración intercultural y física con inmigrantes no se ha logrado. Por ello que Muriel Barbery situara en el mismo inmueble a la alta burguesía (ya sea de derechas o de izquierdas, clase dirigente al fin y al cabo, “la gauche du caviar” como nombran peyorativamente a ciertos grupos de socialistas franceses desde la década de los 80 del s. XX) fue un acierto, con el ascensor de subida y bajada para subrayar la estructura escalonada. Otro logro fue que eligiera tres puntos de vista, uno externo, el de René, (la portera que limpia y recoge las “basuras” de todos los vecinos cuya verdadera esencia permanece camuflada y escondida en el tópico de inculta, fisgona y adocenada que de ella se espera, porque quienes clasifican nunca huelen el frasco, se fían de la etiqueta que ellos mismos pegan en él). Otro interno, el de Paloma, la hija menor de los Josse, criatura superdotada en plena pubertad y por tanto en tierra de nadie, y el tercero, el de Kakuro Ozu una mirada oriental y por ello externa a la que la escritora concede, en mi opinión, un valor excesivamente idealizado porque el sistema japonés también tiene sus escalafones que sin duda antepone al ser humano, al individuo, y espacios en los que abandona y desprotege a sus semejantes con mendicidad incluida… En fin, que la injusticia y los desfavorecidos alcanzan a todo el planeta. Imagino que ahora que Muriel Barbery ha realizado el sueño de irse a vivir a Japón junto a su esposo también verá esas distancias. Pero agradezco el análisis de la autora y su deseo de explorar en otras culturas que coloquen en primer lugar a la persona y sepan mirarla sin el rótulo de alfa, beta o épsilon que ya vaticinaba Aldoux Huxley en su “feliz mundo.” Todos observamos a otros países para ver si en ellos se convive mejor, si hay un reparto más equitativo de los bienes, y si el desarrollo personal y colectivo va a la par y no están reñidos. Pero nos ha tocado la decadencia y de momento que yo sepa no hay atisbos de solución.
La novela finalmente me ha parecido muy hermosa, los personajes protagonistas se ocupan de colocar lo importante en su sitio y lo sustancial sin duda es la elegancia de corazón y no las apariencias, la lástima es que haya que criar púas y escondites para defenderla.
La escena en la que René va bellamente vestida y peinada junto a Kakuro para celebrar el cumpleaños de él y los vecinos no la reconocen se explica por sí sola aunque en la página 136 nos lo refuerce con frases de Ana Karenina:cuán rápido sacamos conclusiones por la apariencia y la posición sobre la inteligencia de los seres”; pero antes, en la página 133 durante una conversación con el clochard Gegene, -el mendigo con el que René charla a menudo y responsable del altruista desenlace final-, vemos como tampoco ella se libra de sacar conclusiones equivocadas, aunque sean para bien, porque a veces hasta la buena intención crea prejuicios de los antiprejuicios, si se me permite el juego de palabras. En esa escena René le cuenta a Gegene que uno de los vecinos, el señor Arthens ha muerto y de inmediato queda sorprendida por las alabanzas que el mendigo hace sobre él cuando el encopetado gastrónomo jamás se había dignado a mirarle. “Nunca creí que los pobres tuvieran grandeza de alma por el simple hecho de ser pobres y por las injusticias de la vida, pero al menos sí los creía unidos en el odio por los grandes propietarios, Gegene me saca de mi error y me enseña lo siguiente: Si hay algo que los pobres detestan es a los otros pobres”, ¡ahí queda eso! ya os advertía que en la novela, Barbery no excluye a nadie de su ración de rapapolvo y que escarba para romper estereotipos, y nos enseña a mirar a los demás sin ideas preconcebidas, tampoco por ser pobre eres mejor.
La elegancia del erizo” es un libro valiente creado por una francesa con todo el derecho a señalar dónde tiene las heridas su país, y qué órganos se le enferman. Páginas llenas de intenciones inmejorables, sarcástico–tiernas, pero nada complacientes, no deja títere con cabeza. Los personajes son inolvidables, por ello me gusta que sea una comedia romántica con final triste, se trata de que el lector no salga satisfecho de sus páginas porque a pesar de los bellos momentos que toda vida alberga siguen quedando los problemas que tenemos obligación de intentar resolver, cada uno de nosotros aportando lo que pueda.
Al menos, le pese a quien le pese, la cultura es accesible y como ya he dicho otras veces está al alcance de cualquiera sea portera o sea rey. Esta portera que lee a Tolstoy, escucha a Mozart y al rapero Eminem, que ama el cine japonés de Ozu, que lee filosofía… en cualquier momento de su vida podría haber avalado con títulos los conocimientos que tiene, pero elige seguir siendo conserje. A ver si de una puñetera vez y “gracias a la crisis” entendemos que no eres más por cinco años de carrera, a ver si al fin comprendemos que tener cultura es independiente del oficio. Asunto distinto es la especialización que también puede adquirirse por diferentes caminos de aprendizaje. Intento decir que sin excluir la universidad que no tiene culpa, la pobre, de los atontados que le confieren pedigrí -qué palabra tan ridícula y odiosa- es que sería interesante abrirse a los demás sin menospreciar de antemano su inteligencia, sin que las condiciones sociales nos separasen ni dificultaran nuestra capacidad para entablar relaciones, que supiéramos ver la belleza de quienes nos rodean para que nadie tuviera que criar púas de erizo para defenderse.
En cuanto a Paloma, el pegamento de unión, es extraordinario que de vez en cuando nos recuerden la seriedad y el respeto con el que veíamos el mundo a los trece años, y lo difícil que nos resultaba estar en él. Es precioso que buscando un referente ella de adulta quiera ser portera como René, porque los demás ejemplos en los que tanto se fija no le han servido.
Es un libro de subrayado constante que también a mí me ha eliminado prejuicios, entre ellos el que tenía contra él y su clamoroso éxito.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro en el que hablaremos de cine, “Cinema paradiso” de Giuseppe Tornatore  o de libros “El gran Gatsby” de F. Scott Fitgerald.

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