Sólo hay un camino: entregarse, y no admite parches, justificaciones ni componendas. Doloroso, sí, terrible, también, pero no queda otra opción, hay que desenterrar la conciencia, la individual y la colectiva porque en este momento yace embriagada de intereses personales, es decir: de egoísmo, y no pontifico porque no me excluyo de cometer mezquindades.
Clint Eastwood vuelve a desmenuzar los ingredientes de la ética y los de la justicia. Es importante en este momento reaprender a discernir.
La película no va de la duda razonable, como ocurría en Doce hombres sin piedad, sino de aceptar la responabilidad, de cargar con las consecuencias, la de cada individuo y también la colectiva representada en el jurado, y sobre todo la del poder ejercida por la brillante fiscal en alza social con carrera meteórica.
Hay que hacer lo que hay que hacer sin que esté reñido con la conmiseración: "odiar el delito y compadecer al delincuente." Se supone que la cárcel sirve para reinsertar, no para vengar.
Dicen que a lo bueno te acostumbras, y Clint Eastwood nos tiene tan habitudos a la belleza y a la poesía de su cine que ya no hacemos aspavientos, y sin embargo hasta la "menor" de sus obras contiene la lírica de la más hermosa y profunda tragedia griega, la catarsis se la deja al espectador para que la experimente, es el único modo de entender en carne propia porque nadie escarmienta en cabeza ajena.
De toda su obra Mi favorita es Gran Torino, ese legado unido al de Confidencias de Luchino Viconti no tienen parangón.
Un abrazo.
Pili Zori
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