CUADERNO DE NOTAS: Cubitos de hielo para el Mediterráneo

 La mujer del micrófono se acerca con pasitos suaves y lentos, las botas de agua amortiguan el sonido mientras la melena rubia pincela el aire, los ojos se estrechan espectantes: 

En la orilla, al lado de la espuma del oleaje que mece la brisa -ahora más tranquila- se acuclilla un chavalillo, nueve o diez años, calcula la reportera que se acerca un poco más ya que no termina de concretar qué objeto tiene el pequeño entre las manos. 

Se inclina hacia él y le pregunta con ternura y aprensión al mismo tiempo: Acaba de ver lo que manipula el nene, de menos edad de la que ella le había calculado.

-¿Por qué estás echando al agua cubitos de hielo, tú solito aquí?

El crío retrocede la espalda, la periodista se apresura a tranquilizarlo con el gesto acariciante de la otra mano en la tersa barbilla mientras piensa en el ratón Pérez al ver el hueco tras los labios  

-Porque el mar tiene fiebre -expresa paciente el niño mientras hace una bola con el plástico vacío y se la mete en el bolsillo-, está muy caliente y las nubes no tienen brazos, por eso, para que no venga otra vez la lluvia fría -asevera con la palma de la pequeña mano hacia arriba.

-¡Ah! -El asombro de la chica se come las palabras-, ¿saben tus papás que estás aquí? -La lágrima resbala por ese moflete de porcelana y niega con la cabeza-, ¿quién te ha dado los hielos? 

La mano diminuta se cobija confiada en la de la joven, ya no importa que sea una extraña, ni si a él le han dado la bolsa de cubitos o la ha cogido. Se encaminan en silencio hasta el puesto en el que se apuntan las direcciones y los desaparecidos.

-Cuando sea mayor construiré palafitos. -Ella le observa sin comprender, el pequeño explica de nuevo con paciencia invirtiendo los papeles-. Sí, son esas casitas que se sujetan sobre palos y que están en el agua, las he visto en la tele, yo les pondré estacas -que puedan subir y bajar- a todas las casas, bracea en el aire abarcando la ciudad. 

Ahora es Marina, así se llama la enviada, quien llora mientras aprieta el micrófono que no ha usado sin ser consciente de que ha extraviado al cámara, el compañero que la sigue a respetuosa distancia.

No todo hay que filmarlo.

Pili Zori

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