La adolescencia a menudo tratada como un mal inevitable es sin embargo una etapa fundamental en nuestras vidas, el umbral que nos conduce hacia el mundo adulto, y no admite tópicos, es cierto que hay sentimientos comunes y esenciales en todas las generaciones salvo por las circunstancias variables y particulares de cada una que como es lógico producen cambios importantes en formas de pensar y de vivir.
En esta novela los protagonistas son millennials, personas nacidas entre 1981 y 1993, en ese tiempo el mundo laboral se volvió más inestable y los objetivos anteriores, tales como enamorarse, tener un trabajo continuo en el que poder ejercer los estudios y conocimientos realizados, comprar una casa y formar familia se han quedado fuera de las prioridades, aunque éstas sigan siendo deseables, pero por supervivencia las relaciones sexuales y amorosas cambian la mirada hacia futuros más inmediatos que admiten sin lucha ciertas precariedades para quienes no tienen detrás el colchón familiar. No sé si son actitudes conformistas o ineludibles, lo que sí es real es que son circunstancias más duras y los millennials y también las generaciones posteriores las sobrellevan con estoicismo y como buenamente pueden.
Las intrincadas claves del amor siempre han sido complicadas, y el enamoramiento desde que el mundo es mundo es un maremágnum de sentimientos que no tiene pautas ni normas de conducta a las que aferrarse, porque la intimidad nos hace vulnerables y hay que tirarse sin red, igual que la comunicación –que también es cada día más compleja- tanto en las relaciones familiares, las de amistad, como en las impuestas: las estudiantiles y laborales…
Gente normal disecciona haciendo que el lector acompañe y sienta en sí mismo lo que los protagonistas experimentan. La novela toca con delicadeza y positividad los problemas psicológicos. Y a mí personalmente me ha cambiado la forma superficial de ver una etiqueta que siempre había considerado un rasgo de conducta sexual sin más, una variante, oscuro si quieres, pero sin meterme en honduras, en estas páginas los comportamientos sadomasoquistas adquieren otra dimensión más profunda que responde a un pasado, la necesidad de dañar o de que te dañen, de dominar o de someterse tiene un origen que no produce necesariamente placer físico ni anímico en la novela, pero que utiliza la sexualidad para darle cuerpo a una malentendida necesidad de guía puesta en las manos y en la voluntad del otro, es decir: dejarse llevar acatando. Como es natural, y no es un concepto manido, por suerte el amor con toda su complejidad es la tabla de salvación, el aire puro que limpia y que se respira durante el recorrido de esta historia tan preciosa.
También es cierto que las páginas están llenas de alcohol, en toda Europa se bebe mucho y se normaliza la ingesta asociándola a la fiesta y a las relaciones sociales para que sean más desinhibidas, pero a la larga tendrá su precio imagino, ¡ojalá que no sea alto!, no me quiero poner en plan frau Rottenmeier.
La novela es bellísima, con un juego concreto y condensado que va partiendo de fechas en las que leemos y vemos primero el acontecimiento, el detonante psicológico e íntimo que ha marcado un cambio por dentro en los protagonistas, una incertidumbre, un dolor, o una inmensa alegría en la relación de los dos personajes a la que aún no saben ponerle nombre, ni palabras o explicaciones a lo que sienten el uno por el otro y a su vez por sí mismos… y después, páginas más adelante contemplamos el desarrollo, y el por qué, de dicha turbulencia, todo el crecimiento personal se produce dentro de ese embarullado descubrimiento -que van desmenuzando por separado y a su vez juntos- de lo que sucede en ellos cuando están en contacto: no saben de qué están compuestos su inercia hacia el otro, la atracción mutua, ni el tándem tan potente que forman.
Me permito la libertad de considerar la composición y la estructura como "en bucle", "en espiral", y en cada vuelta, aunque parezca reiteración y volver a la casilla de salida, un pequeño o gran avance.
La cobardía de Conell al negarla como Judas, y no invitarla al baile de graduación, para seguir perteneciendo al grupo de populares ¿superficiales? en el que él es una estrella, es humillante, y la conformidad de Marianne que no cree merecer la atención del “selecto” marcada como está por una infancia y un entorno familiar complicados, marginada como un verso suelto y excluida de cualquier grupúsculo estudiantil, ¿por envidia?, ¿por bullyng?, ¿por personalidad y valentía a las que no renuncia por afán de aprobación aunque sufra?, a mi juicio merece un debate pormenorizado y reflexivo que cambie los conceptos de inclusión y de exclusión, y que elimine el puñetero "qué dirán" que tanto daño nos hace.
Ambos, Conell y Marianne son muy inteligentes. Él, hijo de madre soltera –el personaje de Lorraine es maravilloso y fundamental para poner a su hijo en su sitio sin paños calientes, de forma amorosa pero justa- y ella Marianne perteneciente a una familia acomodada para la que la madre de Conell trabaja como limpiadora. La madre del protagonista, como ya intuiréis, es una extraordinaria guía y un gran apoyo para él, le dio a luz con 17 años. Marianne sin embargo está completamente desamparada en un entorno de clase alta, despectivo y sutilmente cruel. Los lectores recorremos los renglones deseando tenerla abrazada.
Acompañamos a los protagonistas Marianne y Conell desde la adolescencia desarrollada en el instituto hasta la universidad. En la facultad cambian las tornas, allí ella es la destacada, aceptada y querida en el grupo, y su belleza, más sutil y llena de matices de estilo y su personalidad son bien acogidas. En el instituto gustaban más las barbies tetonas y de sensualidad más tosca y evidente, como es lógico en el despertar al sexo.
Añado que recibir tratamiento psicológico siempre está bien, pero no para que la protagonista se adapte a los demás y entre en el redil, sino para que encuentre el equilibrio consigo misma, dado que si le toca una promoción de compañeros superficiales, mediocres y absurdos que se amparan en el bulto para tener fuerza pues apaga y vámonos, ¿quiénes necesitarían receta en ese caso? Ser mayoría no te otorga la razón.
La novela es un valioso regalo de intimidad. Cuando hablamos de personas introvertidas a veces creamos el símil de que son botes herméticos, no sé si la ilustración de la portada -una lata como las de anchoas o sardinas en conserva, con ambos protagonistas dentro- tiene dicho significado pero esa es la sensación que he recibido y me ha parecido acertadísima.
Como véis he sido cuidadosa para no desvelar detalles intensos y relevantes.
Deseo que os quedéis con ganas de adentraros en esta pieza que generó a su vez una serie televisiva muy aclamada que tengo muchas ganas de ver porque fue muy exitosa.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro con los libros, el cine y las series.
Pili Zori
Aunque no es fácil atreverse a añadir apuntes a una reflexión tan acertada del libro, se podría decir, siempre desde mi punto de vista, que Marianne parece encajar socialmente en la época de la Universidad pero está aún más sola, si cabe, que en el instituto.
ResponderEliminarA mí parecer, está más integrada en ese momento porque está en una universidad de pago con niños bien, lugar del que ella también "proviene". Sólo encaja porque, a los ojos de esos niños ricos, es de su estatus y digna de su atención. En realidad es una falsa inclusión, nadia la ve, nadie la escucha, nadie la observa... Es una soledad desgarradora.
Muchas gracias querida Raquel, tu sensibilidad y tu extraordinaria inteligencia emocional para la empatía son taladradoras que profundizan a mucha hondura. Es cierta tu observación: la soledad de la protagonista desgarra, recorres las páginas queriendo tenerla abrazada.
ResponderEliminarNo he visto la serie, sólo he leído la novela, pero me llegan voces de que es una adaptación muy fiel, siendo así sin duda las imágenes e interpretaciones añadirán un complemento Impagable. Un abrazo muy grande.