Serie creada por:
Cristóbal Garrido, Adolfo Valor, Daniel Martín Serrano, Sara Alquézar y Alba Carballal.
Dirigida por:
Alejo Flah, Arantxa Echevarría y J. Linares.
Personajes principales:
Blanca Portillo como Doctora Laforet. Alba Planas interpretando a Graci. Marta Hazas encarna a Sara. Erick Elías en el papel de Pardo. Y Francesc Orella representando a Luis.
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Cinco protagonistas para quitarse el sombrero, acompañados de un extraordinario y largo elenco de actrices y actores por el que hay que felicitar a los responsables del casting, un lujazo. Veréis como ningún papel es secundario, tan sólo las apariciones son más cortas, pero necesarias como contrafuertes para sujetar y también para sostenerse en sí mismas. Os invito a que busquéis en internet la larga e importante lista.
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DÍAS MEJORES es una magnífica serie en todos los sentidos: buen engranaje, reparto extraordinario, interpretaciones de matrícula de honor, como era de esperar con ese equipazo, muy bien escrita, giros sorprendentes justo cuando el espectador –pasándose de listo- cree que serán predecibles, y nada más lejos porque las vueltas de tuerca y los golpes de efecto aparecen en los momentos adecuados, y de forma inesperada.
Las imágenes, evolucionan desde la sombra y la noche hacia la luz del sol con pocas herramientas, las precisas, como firmes trazos de acuarela, sin retoques, sin trampa ni cartón; los actores y actrices se dejan la piel, y a ti con la boca abierta.
Casi todos los escenarios son de interiores sin que por ello deje de ser cine lo que vemos. Sí, no es un error, como ya he comentado otras veces, las buenas series son largometrajes con más capítulos -aclaro mi afirmación-: soy consciente de que el lenguaje cinematográfico, el televisivo y el de teatro son diferentes, la construcción, estructura, composición, arranque, desarrollo nudo y desenlace e incluso el ritmo son distintos en cada caso, pero hoy, por fortuna, las tres disciplinas se nutren entre sí, hacen fusión y la libertad es mayor y por tanto más grande su riqueza.
En Días mejores contemplamos un tema delicado con abordaje y tratamiento perfectos: el duelo. Cuatro pacientes y su terapeuta se dan cita para poder manejarlo sin ahogarse. Son padres o madres que han perdido a su pareja y han de cuidar solos a los hijos, ese es el factor común que unifica al grupo tan dispar en apariencia.
La orfandad siempre es delicada y compleja y no resulta fácil distinguir quienes están más desamparados, si los adultos, los niños, los adolescentes o los jóvenes, porque hasta que se aprende a vivir de nuevo, la incertidumbre, el miedo y la tristeza van y vienen de unos a otros con sus silencios o explosiones -en distintos tiempos- que influyen y afectan como vasos comunicantes, pero también dan apoyo y abrazan la fragilidad mutua.
Hay una frase, para mí bellísima -entre otras muchas porque el guion es subrayable en cada línea, lamento no transcribirla literalmente, no la apunté-, se la dice Pardo a su hija Lali:
"Es más fácil estar enojado que triste".
Tal vez siempre miramos las sillas que nos sujetan por encima del asiento y no por debajo.
Cada historia está narrada y vista en su compartimento estanco privado y familiar, pero no son islas, el espectador observa las escenas y pasajes que cada paciente cuenta y comparte en la sesión de terapia, y también ve lo que omiten, e incluso la verdad de quienes mienten, la mentira siempre esconde una realidad que se delata, se transparenta, por eso hay que poner boca abajo la silla para observar y comprender bien lo invisible.
¿Por qué te enfadas?, ¿Lo sabes? ¿Qué te duele? ¿Qué necesitas? ¿Qué buscas? ¿Qué anhelas? ¿Qué quieres? La dificultad está en encontrar las respuestas.
El grupo lo forman personas con distintos estatus, provienen de diferentes generaciones y problemáticas, y en ese círculo los componentes se van vinculando poco a poco con una clase de relación afectiva potentísima, puesto que el punto de partida es la obligatoria sinceridad con uno mismo y con los demás.
Arbitrados y guiados por una psicóloga que a su vez tiene trastienda de dolor, los espectadores nos uniremos a las emociones y vivencias de los protagonistas buscando pautas a seguir porque sus zozobras nos tocan muy de cerca, estamos dentro de la serie dado que todos sufrimos pérdidas y las afrontamos como buenamente podemos. Mal de muchos no es consuelo de tontos y como dijo Publio Terencio "Nada de lo humano me es ajeno".
Los creadores de esta historia de historias que surgen y se abren como matrioskas han contado con nosotros y la contemplación del espectador no es pasiva, odiaremos a ratos algunos comportamientos de quienes están alrededor de cada miembro del grupo -hijos, familiares, amigos, amores...- por el que hemos tomado partido desde el principio, y después los amaremos de inmediato cuando comprendamos su proceso y sus razones.
En mi opinión, en esta serie no hay personajes secundarios, todos están sublimes en la interpretación que les toca y en el espacio que ocupan en la obra, y el dibujo de sus experiencias vitales muy bien perfilado, no hay estereotipos, aunque te puedes reflejar en cualquiera de ellos porque son como tú.
He de confesar que me gusta tanto esta pieza dividida en dos partes porque lo que más valoro en literatura y en cine, es la construcción de personajes, y ahí han dado en pleno centro de mi diana con todas las flechas del carcaj, han recibido el soplo de la vida seres que antes no existían y han creado para ellos entornos creíbles de trabajo y familia para que los habiten, no hay rincón que huela a atrezo, pero sí a verdad, los protagonistas se funden con sus casas y lugares cotidianos como si fueran propios.
Según las palabras de sus creadores, Graci, Sara, Pardo, Luis y la doctora Laforet son buenas personas, que lo único que intentan es salir adelante para que tras sobrevivir puedan volver a vivir con todo lo que conlleva esa arriesgada aventura. Y yo agrego que las cicatrices y roturas hay que pegarlas con el polvo de oro, o el de plata o de platino del kintsugi, ese arte japonés que revitaliza los objetos rotos, las heridas también cuentan nuestras historias, Andrés Newman nos lo enseña con maestría en una singular y hermosa novela titulada Fractura de la que otro día hablaremos.
La serie me ha servido de mucho porque no solamente es bella, también es aplicable como todas las artes, además creo que se escribió antes de que se produjera la sensibilidad que ahora tenemos hacia las dolencias psicológicas, y en este punto sí que voy a sacarle un defectillo que tal vez no sea atribuible al libreto y que se sale de la pantalla, pero me apetece declararlo: la doctora de Días mejores ejerce de forma privada, y algunos de los protagonistas tienen la economía muy precaria y maltrecha, y al precio que están las sesiones pues me pregunto cómo han ido a parar a esa consulta. Me habría gustado saber quién o quienes les remitieron a la terapeuta y de paso aprovecho para reivindicar muchos más puestos de trabajo para psicólogos en la Seguridad Social, en colegios, empresas, instituciones… porque hacen muchísima falta y es una urgencia que debería ser prioritaria.
Como decía anteriormente me han gustado mucho todos y cada uno de los episodios, el contenido alivia y aunque parezca una perogrullada lo que voy a exponer, no por ello carecerá de importancia: saber que todos cometemos errores y que soltamos cagadas notorias no minimiza la necesidad de reparar el daño. Mal de muchos no es consuelo de tontos.
Quizá lo más difícil sea que nos perdonemos a nosotros mismos, sobre todo si el Pepito Grillo te da la tabarra y eres sensible en exceso, y conseguir que te perdonen tampoco es sencillo ya que no basta con pedirlo, “Vas a tener que hacer senda” decía mi madre para sí, sin referirse a mí, cuando le hacían daño, yo estaba absuelta de antemano por su corazón enorme. Pero aprendí, no obstante, a trazar senderos.
Es cierto que cuando comencé a ver la primera parte de Días mejores me dije: No sé yo si va a ser lacrimógena y con recursos facilones, exhibicionistas y morbosos, pero no. Me han encantado las dos temporadas porque enseñan a aceptar, al menos esas han sido mis conclusiones:
Sufrirás injusticias y las cometerás; no todo tiene respuesta o arreglo; no existen los oráculos ni tablas de otros diez mandamientos; hay que saber perder y asumir que no se cumplan las expectativas; admitir que pasan los años y que vaya chapuceja corriente, moliente y pequeña que es tu balance vital lleno de torpezas, orgullos y resentimientos absurdos.
Pero el amor todo lo puede, y por muchas intelectualidades que rebusquemos, la inteligencia no va de convertirte en un cínico, estamos hechos de esa necesidad de amor, para darlo y recibirlo y lo demás tan sólo son moscas cojoneras, piedras en el camino y cuestión de temperamentos.
Sí, como veis mi recapitulación es muy simplona.
Vale, tampoco es que sea muy relevante mi subjetivo epílogo, nada hay nuevo bajo el sol, ni he descubierto la pólvora, pero algunos estribillos hay que cantarlos en común para reforzar con humildad las verdades del barquero porque son imprescindibles.
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Tras este punto y aparte me gustaría añadir que hay una pérdida sin embargo de la que nadie habla, y no quiero ser agorera, pero como me han metido en la terapia de la serie a capón, pues ahora que se aguanten, somos cinco, con la psicóloga seis y me toca, es mi turno: hablo del miedo anticipado a la muerte de tu pareja, no sabes cómo salir de ese mal augurio, y como buena cobardica preferirías marcharte antes que él, pero el sentimiento sólo es noble por una parte: la de la profunda tristeza y desolación, pero por otra, más recóndita, también es mezquino porque hay un ingrediente que grita: ¡No me compliques la vida yéndote antes que yo porque ya no tengo tiempo ni capacidad para aprender, ni fuerza para acostumbrarme!
Que sobrevives, ya, todo el mundo lo hace, qué remedio, pero finges y a ratos te entretienes y evades, faltaría más, lo sé porque lo veo tras los ojos de algunas amigas muy queridas que se sienten obligadas a sonreír por los otros, y es cierto, es lo que hay que hacer, por generosidad, dice el mandato de la vida que no admite componendas, pero sin pasarte, no vaya a ser que te diviertas de verdad, (disculpad la ironía). Y lo que estoy diciendo no tiene que ver con la dependencia, la independencia y demás encías.
En una novela de David Trueba leí algo así: “Después de la muerte sólo hay papeleo”, y aunque resulte prosaico, ¡tiene narices que con la terrible carga de pena vuelvan a enterrarte en burocracias para rematarte! Pero de esas cuitas nadie habla, como si resultara fácil afrontarlas, y no me refiero a no saber hacerlo, la familia ayuda, aunque también lleve su luto en el centro del pecho sin poder respirar, y con dinero todo se resuelve. No, es que no es fácil levantarte para mejorar la vida a los burócratas, es terrible salir de la cama vacía para no verlo más en sus rutinas y bajo tu techo con su voz, con su olor, con su eco. ¿Y cómo se hace para no pensar en ello si cada día te dan el parte de las esquelas y lo ves a tu alrededor?
Hace unas semanas, en el hipermercado escuché una conversación entre dos hombres mayores que yo, hablaban de otro “amigo” por detrás, costumbre española muy arraigada de la que nadie se avergüenza.
-Es que Agustín –invento el nombre- era muy dependiente de su mujer, y no sabe hacer nada, sólo la compra grande –justificó ante el gesto negativo del interlocutor- no la de cada día, la carne, el pescado, la fruta..., limpiar, cocinar, poner la lavadora, planchar, lo cotidiano de la casa… y claro por eso no lo supera.
Me dieron ganas de exclamar a voz en grito:
-¡A lo mejor es que la quería, oiga usted, y por eso no levanta cabeza, y ni puñetera gana de comer ni de seguir que tiene el hombre! Al menos durante un tiempo.
En algunas ocasiones sí que vale el refrán “dime de lo que presumes y te diré de lo que careces.” Será tío bruto, me dije. Aunque otro con más posibles habría dicho: pues que meta a una criada, o empleada doméstica, o del hogar, así muy fino él, y a eso se reduciría el duelo y el paso de su mujer por la tierra. El caso es no molestar como si esa clase de dolor contagiase.
Ya sé que estoy juzgando sin saber, y que no debo, es un desahogo, pero ilustra lo que intento decir sobre este miedo anticipado y sin nombre que bloquea la respiración.
A nadie le gusta escuchar penas, por eso esta serie tiene un mérito impagable ya que las ha contado en esencia derrochando amor contra el tabú, para sacar a la gente del túnel, con toques cómicos incluidos y muy eficaces, nos ha conectado para hacer que nos miremos en los protagonistas como en un espejo, porque lo que les pasa a los personajes nos pasa en diversas etapas de la vida y han conseguido plasmarlas todas, también la de la despedida que además es preciosa.
Decía David Trueba -vuelvo a mencionarle- que hay que saber perder, añado que también hay que saber marcharse, pero eso nadie te lo enseña. En cualquier caso y hasta que llegue el fin de la partida, hay que saber vivir para no suspender esa asignatura obligatoria.
Deseo que os guste, el lunes 31 de julio Tele 5 emitió el primer capítulo, imagino que pondrán uno cada semana, y en Amazón Prime la podéis ver entera.
Un abrazo lleno de vitalidad como la serie.
Pili Zori
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