Escritas por J. R. Moehringer, Premio Pulitzer y autor de la aclamada novela autobiográfica "El bar de las grandes esperanzas".
Hago hincapié en señalar al escritor porque ignoro la razón por la que su nombre no aparece en portada, aunque Andre Agassi le cita con profundo cariño en los agradecimientos y aclara que JR no quiso figurar en ella.
Intuyo que el escritor JR Moehringer tiene elegancia de corazón para la amistad y decidió que toda la gloria se la llevase el gran tenista, pero el detalle a los lectores nos hace especular y preguntarnos si hubo demasiada gente opinando sobre el manuscrito, y al estar vivos todos los personajes reales que aparecen en el libro quizá escritor y protagonista tuvieron que morderse la lengua en algún pasaje a riesgo de que lagunas y silencios fueran en detrimento de la narrativa, aunque en estas páginas no ocurre, Moehringer es un cronista y relator tan fuera de serie que nuevamente logró una pieza artística de hermosísima orfebrería por la composición, la construcción y el contenido. Y es que sin quitar mérito a André Agassi y agradeciendo su desnudo anímico tan generoso y que nos abre el desconocido mundo -fuera de lo público- de estas figuras tan heroicas, me parece justo especificar que uno puede comprar ladrillos, pintura, fontanería, muebles, adornos, decir cómo desea que vayan colocados… pero no basta con enumerarlos y extenderlos sobre una superficie, después hay que saber ordenarlos cada uno en su lugar para que sean duraderos, además de estéticos, y que funcionen. Con este símil -posiblemente innecesario- intento decir que una cosa es contarle a alguien tu vida y otra muy distinta escribirla, quien escribe ha de saber dosificar el gotero de las sorpresas, poner las piezas referidas en los lugares de las páginas más álgidos o remansados y saber dónde han de estar los golpes de efecto, los valles, los picos…
Desconozco las directrices de las editoriales norteamericanas en estos casos de biografías, pero deseaba decir aquello de “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
Dicho lo anterior paso a hacerle las alabanzas merecidísimas a esta magnífica historia que me ha conmovido hasta mis pliegues anímicos más recónditos.
Open está escrita en primera persona y en presente para lograr así que el lector sienta que lo que ocurre en las páginas está sucediendo en ese instante y a su lado.
Para un público profano, "Open" –palabra con la doble lectura, la literal del tenis y la de abrirse íntimamente- es un logro ya que la autobiografía nos muestra cómo se refleja el estado de ánimo de Agassi en la pista, y cómo le afectan las vivencias personales a su juego, y por ello no hace falta ser entendido o experta en tenis para comprender, empatizar, compartir y sentir un enorme aprecio por Andre, y esa capacidad de llegada hace universal al libro.
A veces me pregunto si la competición de los deportes en equipo es un simulacro de la guerra, y las de los juegos individuales frente a un sólo contrincante sustituyen el cuerpo a cuerpo de la misma lid, y me planteo si quizá necesitamos competir para estar preparados como en el reino animal –ya que desde cachorros retozan para aprender a atacar y a defenderse- por si sufrimos una posible agresión y así sobrevivir en caso de conflictos bélicos o civiles.
"Open" se mueve en la ambivalencia de los sentimientos encontrados, entre el amor y el odio al mismo tiempo y en la misma medida, y por un lado nos interrogamos sobre si es justo, cuando eres niño, que te obliguen a un entrenamiento no elegido para ser el número uno, y a la vez nos preguntamos por qué la aspiración ha de ser precisamente llegar a ese primer puesto, eliminar al otro cuando la vida social es suma e integración y en ello radica el beneficio, y además a qué precio: ¿al de una infancia robada?, ¿al de abortar los sueños propios del niño -antes incluso de que surjan- para inocularle los de los progenitores en su lugar?
Estamos habituados a ver como padres de famosos instrumentalizan a los hijos para forrarse a su costa y creen ser Pigmalión esculpiendo y moldeando la arcilla –tristes ídolos del barro de la tiranía- aunque en el caso de Emanoul Agassi, boxeador olímpico y padre de André finalmente no fue así dado que a partir del primer sueldo del hijo el tenista administró sus ganancias, sin olvidarse de su familia. Sin embargo Emanoul sí dopó a sus hijos con speed (metanfetamina) para que alcanzaran mayor rendimiento, y a Andre, al ver que destacaba desde pequeñito le construyó una máquina –que el niño llamaba dragón- y que lanzaba pelotas a una velocidad supersónica, endiablada y brutal, y elevaba la red para obligarle a no perder ningún tiro del rival.
Como es natural tenemos en cuenta que escuchamos el punto de vista de Andre, habrá quienes piensen legítimamente que si el hijo llegó tan lejos fue gracias a la exigencia de su padre, pero aquí el debate que el libro suscita es la motivación, los hijos han de realizar sus propias trayectorias, construir sus vidas, orientados si es necesario pero no dirigidos, y teniendo en cuenta siempre sus deseos, ya sé que es difícil y muy fácil sin embargo caer en la tentación de pronunciar la consabida frase “aún no sabe lo que quiere, porque no tiene edad, ya lo comprenderá más adelante”. Pero no es lo mismo crecer en el ambiente de un negocio familiar y decidir por ti seguirlo que obligado, después tras haber invertido el tiempo en él sin saber a qué otra cosa dedicarte es complicado elegir, de modo que no hay tantas opciones como parece, y volvemos a la ambivalencia: cuando son profesionales ganan mucho dinero y es natural que el hecho en sí mismo parezca el alcance de la propia meta, el fin conseguido. Sin ánimo de justificar, y llegando a este punto sí me parece bien hacer de abogado del diablo para no dejar nada en el tintero y que consideremos las circunstancias que envolvieron a Emanoul a quien imagino como emigrante en pos del sueño americano y en un entorno como Las Vegas, lleno de oropeles y luces hipnóticos que invitan a creer que los caminos para alcanzar el dinero son fáciles.
No obstante, "Open" nos habla de la búsqueda de tu lugar en el mundo, solemos pensar que ese sitio, tu sitio es un espacio físico, geográfico o laboral, y en realidad tu lugar en el mundo has de crearlo y tiene más que ver con el amor en todas sus vertientes.
André Agassi si ha sabido rodearse de personas que han creado con él vínculo afectivo, porque siempre tuvo la certeza de que en realidad esa clase de relaciones son las únicas que importan.
En el caso de Agassi, vemos a Brooke Shields, su primera esposa, ambos pertenecían a mundos distintos, ella como actriz necesitaba relacionarse, acudir a eventos y fiestas nocturnas para ver y que la vieran y así recibir contratos, él en cambio para el suyo requería concentraciones y aislamientos. Si se casaron porque consideraban que estaban en la edad de dicha apuesta, o les faltó el amor suficiente para conjugarse y acomodar el respeto a sus distintas profesiones lo ignoro, lo cierto es que cuando llegas a esos pasajes en el libro te preguntas si además de enamorarse determinadas personas necesitan crear un proyecto común que Andre sí logró sin embargo posteriormente con Steffi Graf, la comprensión en toda su hondura estaba garantizada para ambos, infancias y sufrimientos musculares y emocionales semejantes, figuras paternas obsesivas -el padre de Steffi para colmo fue condenado por malversación- pero puestos a rizar el rizo, me atrevo a decir que sería triste que los deportistas de élite sólo pudieran optar por la endogamia, lo cierto es que el sol no se puede tapar con un dedo y salta a la vista lo muchísimo que ellos se aman, y cómo finalmente juntos encontraron su lugar en el mundo, cada uno ha creado su proyecto posterior al tenis, y esas obras sí las consideran verdadero logro suyo, una elección vocacional, la de Agassi es un centro educativo para niños y niñas con pocos recursos económicos, él abandonó los estudios a los catorce años y hoy su mayor deseo es que esos niños lleguen a la universidad, y en él ha empeñado su fortuna, además de conseguir donaciones que están convirtiendo dicho centro en uno de los más prestigiosos de EE. UU.
J.R. Moehringer |
Al final amas lo que sabes hacer y el tenis para ambos, Steffi y Andre, es una simbiosis inseparable de sus vidas.
Con "Open" he comprendido que este agotador juego no es tan sólo lúdico porque es un deporte que saca el interior al exterior y en ese espejo el espectador -cómodamente sentado en su sofá- puede ver los demonios y noblezas del solitario héroe que se deja el hígado y la piel en la cancha superando -en tiempo de desarrollo porque son muy jóvenes- los juicios y prejuicios, maledicencias, difamaciones, críticas destructivas y también seguidismos feroces.
Ante tu vista como espectador está la lucha de un ser humano más expuesto que los demás, y es la primera vez que he asociado al deporte con el arte y que he visto en él, los mismos efectos, pero he necesitado el vehículo de la literatura que es mi fuente de conocimiento.
He envidiado la importancia de un buen fisioterapeuta y el compromiso que estos profesionales sienten al contemplar un cuerpo en movimiento. Gil aparece como un eje en la mitad del libro para estar en el centro de la vida de Agassi.
Tengo la misma enfermedad o afección que André Agassi, espondilolistesis, además de una poliartrosis superlativa ella -ya que se pone pues que sea a lo grande- que ha venido a sumarse y confieso que he llorado de pura cercanía por no poder abrazarle, y sabiendo como es ese dolor me he quedado atónita ante el aguante tan tremendo que este superhombre tiene.
No deseo a Agassi que sea feliz porque ya lo es y mucho, pero sí le envío toda mi gratitud por abrir las puertas de su corazón al mundo, con el deseo de que ninguno de los mencionados en las páginas se haya sentido herido, dado que se nota el cuidadoso esmero con el que protagonista y escritor han elegido palabras y hechos, sin venganzas ni morbosidades, entre las líneas queda dicho en modo sugerido y de forma elocuente lo que falta, a buen entendedor... y en todo el libro se hace muy patente la bondad y el amor de Andre Agassi.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili Zori
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