"TRUMAN", película de Cesc Gay

Me alegro de que el Festival de San Sebastián encontrase, o mejor dicho, aplicase, la fórmula “ex aequo” –locución latina que significa “por igual”- para conceder la Concha de plata a ambos actores, Ricardo Darín (dando vida a Julián) y Javier Cámara (interpretando a Tomás), porque el tándem no es que resulte bueno ni óptimo ¡es que es superlativo!

Javier Cámara consigue que cualquier actor o actriz se sienta cómodo junto a él, y paradójicamente su grandeza es la modestia. Tiene esa capacidad camaleónica de convertirse en personajes tan dispares y tan creíbles que nunca se transparenta, e impide que el espectador pueda poner distancia. Sólo cuando ves un mal trabajo te das cuenta de quienes lo hacen bien. Es una faena porque a lo bueno te acostumbras enseguida y le restas importancia. Recuerdo las palabras de Candela Peña cuando expresó que la película Torremolinos 73 sólo podía hacerla con él.

Cesc Gay, el cineasta y gran director de actores –también en teatro- ha sabido sacarle toda la sensualidad a Javier. En el film hay una escena en la que se le ve bailando un poco a lo lejos de forma seductora, y sus viriles y sutiles movimientos preludian, sin que el espectador lo sepa aún, otra posterior de cama –única y de las más bellas que he visto en cine- con Dolores Fonzi en el papel de Paula, (la prima de Julián que lleva un año ocupándose de él y de su enfermedad). Ambos terminan llorando tras eliminar la tensión que exorciza el dolor que padecen por la inminente pérdida del amigo común. Pero la secuencia expresa mucho más: un momento de amor metido entre paréntesis que nada tiene que ver con la infidelidad ni con el simple desahogo sino con el consuelo mutuo de una experiencia que sólo a ellos les pertenece. (Aclaro que comprenderlo no significa necesariamente aprobarlo ya que le doy a la fidelidad en la pareja todo el valor de amor y compromiso que tiene, el inciso aunque sea personal no sobra, más adelante lo enlazaremos).


La cámara se enamora de Cámara. La vida a veces hace bonitos guiños para subrayar las redundancias, y el apellido del actor canta a gritos una predestinación: Javier está hecho para estar en el oficio y colocado delante del objetivo. Esta vez luce él y Cesc Gay demuestra que la belleza no es estática ni anda metida en un solo tipo de chasis o en un canon determinado, sino que emerge, especialmente desde el deseo, y él sabe verla y también extraerla.

El largometraje se cuenta desde la mirada de Tomás (Javier Cámara) punto de vista que el espectador comparte ya que ambos, Tomás y público, a diferencia de Julián, no están diagnosticados de cáncer terminal, (al menos en su mayoría, aunque doy por hecho que muchos espectadores habrán padecido la enfermedad con curación para unos y mal desenlace para otros) y se van sorprendiendo y adaptando a la situación y a las necesidades y demandas del amigo al unísono.

De Ricardo Darín qué voy a decir que no sea obvio, sus actuaciones son magistrales, y el carisma personal desbordante: Inteligente, culto, digno, valiente, concienciado, coherente, honrado… La capacidad que tiene de transmitir y facetar cada gesto hasta multiplicarlo, de empequeñecer o agrandar su físico al servicio del personaje, de transformar la voz… hace que consiga un tallado superior que brilla en cada arista en todas las interpretaciones que realiza. Y que pueda ir por la pantalla y por la vida del revés, es decir, con lo de dentro por fuera resulta tan generoso como la transparencia de esos celestes ojos que tiene y que hablan de magmas, sedimentos y posos que otros actores no han adquirido. Lo entrega todo y se vacía en cada trabajo para volver a llenarse y tener vida propia al mismo tiempo, supongo que ponerse a las ordenes de… es un ejercicio de delicado equilibrio por lo que de obediencia contiene, y conjugarlo a la vez con una personalidad contundente y con una enorme capacidad de decisión muestra una estructura emocional muy poderosa. Es probable que lleve dentro de esa mirada nítida, frontal y de embestida, el amor a su país con todas sus turbulencias incluidas, país, o mejor dicho aquellos tiranos, que maltrataron, persiguieron e incluso asesinaron a sus artistas en época no tan lejana. Tal vez por esa causa en el gremio argentino abunda la figura del intelectual que se siente en la obligación de usar el privilegio de su altavoz para hacer un servicio público de denuncia contra la injusticia. Entre los que no miran para otro lado se encuentra Darín.

Cesc Gay junto a quienes se ocuparon de elegir al dúo acertaron de lleno, no en vano decía al principio que tanto J. Cámara como Ricardo, formaron tándem, y la imagen se define por sí misma: los dos actores pedaleando a la vez, variando los ritmos al mismo tiempo, con esa clase de vínculo que en raras ocasiones se establece y cuyos invisibles hilos el espectador no ve, tampoco el público sabe cómo se cosen dichas hebras entre personas que tal vez antes del rodaje ni se conocían, es uno más de los maravillosos misterios que tiene el arte.


El largometraje habla de ternura masculina, de silencio elocuente, de contención. Y Truman –el perro- es el catalizador, el espejo mimético de esa vulnerabilidad que apenas asoma, el depositario que muestra el iceberg completo, el cono ancho y profundo que está por debajo. Buscarle familia adoptiva al perro mientras le pides una tregua a la parca nos dice lo mucho y lo poco que a la vez Julián tiene, por ello no es extraño que comparta cartel.

Troilo -así se llamaba fuera de las pantallas Truman- murió meses después del rodaje, qué cosas tiene la vida, este grandote y lustroso bullmastiff se había dedicado a ayudar a niños autistas y para Darín fue muy fácil la amistad y el adiestramiento, el actor tiene sensibilidad para los animales y eximió a Cesc Gay de la ocupación de entrenarlo, y lloró sin pudor fuera de la película y frente a los asistentes a una charla cuando le preguntaron por él. El director permitía a los actores en los ensayos que se dejasen llevar y que el llanto aflorase, y sólo cuando se les pasaba filmaba para conseguir la contención y el pudor de los que os hablaba en renglones anteriores, los ojos tenían que estar enrojecidos, a punto de, pero nunca desbordados. Es un canto a la amistad entre hombres.

Y ahora viene la parte que me toca: Cómo viví y experimenté esta historia narrada in media res que me dio tantas vueltas en la cabeza y me suscitó tantos sentimientos encontrados. No sabemos por qué Julián está tan solo en ese trance, por qué anda tan mal de dinero siendo un reconocido actor de teatro, aunque deducimos por un breve encuentro con Luis (Eduard Fernández) que en algún momento de su vida fue un crápula sin escrúpulos, detalle que demuestra que las infidelidades hacen daño, algo anda mal antes de que estas carguen con la culpa de la ruptura, a esto me refería cuando hablaba de enlazar, a que suele haber damnificados. Julián le pide perdón a Luis, por suerte éste le dice que no importa porque gracias a aquello hoy tiene un nuevo amor.

El público también contempla a través de unas cuantas pinceladas maestras cómo es el ambiente que rodea a Julián: hipócrita y miedoso en algunos casos ya que hay gente que se aparta de quienes padecen cáncer como si fuera contagioso. En el restaurante al que va a comer con Tomás entran unos “amigos” del actor y simulan que no le han visto, quizá porque no saben cómo tratarlo. Otros, como el productor del teatro (interpretado por José Luis Gómez que demuestra una vez más que existen los papeles cortos pero no pequeños, ya que su aparición es uno de los puntos más álgidos del filme), te mandan a casa a descansar con tremenda brutalidad bajo las cínicas buenas formas, sin preguntarte que planes tienes, y a continuación te informan de que ya has sido sustituido, y lo hacen después de permitirse la desfachatez de pasar facturas de amistad inexistentes para tranquilizar su conciencia si es que la tienen, la escena es tremenda, el espectador desde el patio de butacas le ve aparecer con una bandejita de pasteles (intuye que lo son por la inequívoca forma del envoltorio y el atado) e ingenuamente cree que es un obsequio para el actor, secuencias más tarde verá como el deshumanizado empresario teatral, tras soltar el jarro de agua helada se marcha de nuevo con su paquetito envuelto sin ni siquiera dar las gracias por los servicios prestados. Pocos pasajes son tan duros y poéticos al mismo tiempo: Julián lleva medio rostro desmaquillado, el otro medio es la máscara blanca del payaso que recibe las bofetadas, aunque no sabemos si antes era él quien las daba, (lamento la ignorancia, no sé cuál es la obra que Julián está representando, quizá me despisté y no vi el cartel anunciador o cualquier pequeño rastro que lo indicara, contemplar el cine en una sala es magnífico y lo suyo, pero tener la película para disfrutarla en casa yendo hacia atrás o hacia delante cada vez que lo requieras al menos para mí es un complemento necesario, porque la memoria es caprichosa y desatenta). La imagen se explica por sí misma como si sonase la estrofa de la canción “Teatro, lo tuyo es puro teatro”, en este caso no me refiero al actor, dado que no hay mayor verdad que la de quien interpreta sobre las tablas, y lo peor de todo es que quien la mira comprende que la vida es así, una carrera de relevos y que con paños calientes o sin ellos tarde o temprano te dan la boleta en el trabajo y hay que asumirlo.

Pensé mucho en quienes acompañan, no siempre son los que están disponibles para dar al enfermo cualquier cosa que necesite, es el enfermo el que elige, y ese es un dolor del que no se habla, y que nada tiene que ver con la necesidad de protagonismo, el dolor de ser excluido y rechazado cuando tanto deseabas ser útil. Las personas queridas no son sólo tuyas. Pero vuelvo a la ambivalencia que sentía. Confieso que durante toda la película estuve haciendo esfuerzos de comprensión, ya que Julián no me caía bien y me hacía sufrir con cada sablazo abusivo que le asestaba a Tomás apelando a su generosidad, pero de inmediato recordaba que Julián –no sabemos las razones- se encontraba en una situación precaria a todos los niveles, reparé en que le había preguntado a su amigo que si disponía de presupuesto y que éste le había respondido que sí y sobre todo subrayé que se iba a morir.

Tampoco comprendía a Nico (Oriol Plá), el hijo que vive en Holanda y que rehúye el encuentro, sabiendo como sabe el estado actual de su padre. Más tarde nosotros, los espectadores, conocimos por Gloria (Elvira Minguez), la ex mujer de Julián y madre de Nico, que ella ya había puesto en antecedentes al hijo antes del repentino viaje en avión de los dos amigos con visita sorpresa incluida. Su padre no se atrevió a compartir con palabras su estado de salud, y entonces no supe cómo interpretar la actitud huidiza del chico. En resumen y siendo sincera, le juzgué y le condené sin más. Después me dije que era Julián quien quería ver a su hijo por última vez quizá, y que prefirió hacerlo sin decirle que se trataba de una despedida para que no sufriera, y tras dilucidar junto a Tomás si el chico tenía derecho o no a saber que la enfermedad después de remitir había vuelto a brotar para extenderse, no fui capaz de decidir si fue un alivio o una traición para Julián que su ex mujer abriera la boca sin contar con él, y me pregunté hasta qué punto nuestra propia historia nos pertenece si va a afectar a otros.

Sólo sentí alivio cuando Paula estalló reprochándole a Julián que les dijera lo que pensaba hacer, ella no quiere saberlo, tampoco desea consentirlo, pero no puede impedirlo.  También creo que Julián tiene derecho a hacer con su vida lo que quiera y más en esas circunstancias, pero no a cargar a otros con el peso de conocer las decisiones que toma.

Pienso que saber vivir es tan difícil como saber morirse y que gracias a autores valientes como Cesc Gay iremos aprendiendo.

Un abrazo y hasta el próximo encuentro con el cine o con los libros.

Pili Zori

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