"Entre lobos" de
Gerardo Olivares. Año 2010
Guión y dirección:
Gerardo Olivares
Fotografía: Oscar
Durán
Música: Klaus
Badelt
Unidad de
naturaleza: Joaquín Gutierrez Hacha
Actores: Personajes:
Manuel Camacho:_______Marcos con 7 años.
Juanjo Ballesta:_________Marcos con 19 años.
Sancho Gracia:_________Atanasio, el cabrero.
Juan Bardem:__________Ceferino, el capataz de D. Honesto.
Luisa Martín:___________Madrastra de Marcos.
Vicente Romero:________Padre de Marcos.
Alex Brendemühl:_______El
Balilla.
José Manuel Soto:_______D. Honesto.
José Chaves:__________Padre
de Pizquilla.
Dafne Fernandez:_______Pizquilla.
Eduardo Gómez:________Cara
Gorda.
Siendo
un niño de siete años a Marcos lo vendió su padre instigado por su segunda
mujer para pagar una deuda con D. Honesto, el latifundista a quien servía
–curiosa la paradoja del nombre- arrancándole de los brazos de su hermano tres
años mayor que él.
El
largometraje es un canto a la infancia y el hermoso y justo resarcimiento para
un hombre que tan sólo disfrutó de doce años plenamente felices en su
existencia: el intenso paréntesis anacoreta en el que vivió junto a una familia
de lobos y se integró como uno más entre todos los animales del valle del
silencio, alejado de los hombres. El latido de Sierra Morena marcó para siempre
el biorritmo de su alma superviviente.
Todo
ser humano necesita que su verdad sea respetada. Gracias a Gabriel Janer, el antropólogo que escribió la historia de Marcos, y
a Gerardo Olivares, Marcos Rodríguez Pantoja siente hoy reparada su credibilidad porque
ahora todos saben que su historia es real. A este eterno chaval sexagenario
metido en su irrompible envase de adulto, el precioso regalo reparador se lo ha
otorgado el director de cine al que conmueven las infancias diferentes. La
empatía es lógica porque este autor no es más que otro chaval grandote de
seductor acento cordobés que no tiene inconveniente en tirarse por el suelo
para tranquilizar al pequeño Manolete
Camacho antes de que lobito tenga que lamerle las manos; la diferencia entre
ambos, el salvaje y el ilustrado, sirve de puente, porque la sensibilidad de
Olivares que fue bien criado en sociedad no marca distancia, la cultura sirve
para aproximar y nunca reviste sino que desnuda, lo otro, lo que se usa como
arma arrojadiza no es más que erudición, capas de pátina para camuflar el
desprecio y la vanidad.
Según
he leído sintió un pellizco en el corazón al comprender que uno de los pocos
niños salvajes y supervivientes de la historia del mundo se había criado entre
lobos en la amada Córdoba a la que su padre el arquitecto Gerardo Olivares James tanto embelleció. Aún no ha perdido la
capacidad de asombro ni el impulso tenaz que le llevó a contratar a un
detective para encontrar a Marcos. A este chico aventurero que ha hecho de su
pasión su profesión la inmensidad del mundo le ha proporcionado una coraza
irrompible contra la amargura.
Cuando
a los 20 años la guardia civil dejó a Marcos en medio del asfalto sin que
familiar alguno se hiciese cargo de él no entendía los abrumadores ruidos
urbanos ni el vértigo de los coches ni que comer en un bar sin dinero le
supusiera tantas vejaciones. Tras muchos tumbos, un cura le enseñó a usar los
cubiertos y después las monjas del Hospital de Convalecientes de la Fundación
Vallejo lo cuidaron; andaba encorvado y le pusieron un aparato para que pudiera
enderezar la columna, curaron sus encallecidos pies y le ayudaron a integrarse,
aunque él cuando adquirió más lenguaje –apenas conservaba el de niño que en
aquella docena de años no volvió a necesitar- no cesaba de repetir “yo con
mucho gusto y si a ustedes no les importa volvería allí”, -disculpad si no cito
literalmente, pero sí reflejo el deseo y la educada actitud con que lo
solicitaba-. Cumplió con el servicio militar, sin adaptarse a las normas tan
extrañas e incomprensibles para él, ya que sólo respetaba las leyes naturales.
Después ayudó a cabreros y pastores por un tiempo, y hasta fue lavaplatos en un
hotel de Palma de Mallorca… pero en todas partes resultó engañado hasta que
Manuel, un policía retirado que había perdido a su esposa recientemente, le
invitó a vivir en su casa de Rante, una pequeña aldea de la provincia de
Orense, para que se ocupase del huerto y de los animales en su finca. Más de
una vez se arrepintió de haberle hecho esa oferta: Marcos desaparecía sin dar
explicaciones para adentrarse durante días y noches en el monte. Ahora es feliz
allí, se siente útil y a gusto con los habitantes.
El
obsequio que Gerardo le hizo dejándole para la posteridad dentro de su película
puesto que aparece al final -y no en un epílogo aparte ilustrando los títulos
de crédito sino como broche de oro en el desenlace- da fe de su historia y es
mucho más que un homenaje. La escena del lobo lamiéndole la cara habla por sí
sola, tengo entendido que toda la plantilla de rodaje quedó sobrecogida.
“Entre lobos” es una hermosa balada a la
naturaleza. Cuando la escuchas con respeto ella se expresa y te responde para
entregarte con creces su protección y sus bienes.
Marcos
Rodríguez Pantoja, habiendo sido tan injustamente maltratado por su propia
familia durante sus primeros ocho años de vida, y por la sociedad en los que
transcurrieron después de que fuera capturado cuando cumplía los 20, sin
embargo mantuvo intacta la bondad de su inquebrantable corazón: los animales y
los niños salvajes que con ellos se crían no entienden ni conocen el rencor.
Con
elegantísima delicadeza el cineasta muestra de forma sugerida el maltrato que
ambos niños recibían, basta con una escena para que el espectador comprenda la
dimensión del daño: Ambos niños se disponen a bañarse en el río y cuando el
mayor se quita la camisilla para sumergirse contemplamos la espalda llena de
oscuros verdugones. Con la misma dignidad el director cubrirá una muerte
aparentemente indigna rodeándola de buitres, en ambos casos lo hará sin
necesidad de recrear morbosamente lo obvio. En mi opinión son las dos escenas
más duras en las que otro director se habría enfangado, sin embargo él las
resuelve con la finura propia de la caballerosidad.
Tras
el espectacular y anticipado vuelo del búho real se despide de la vida Atanasio
cuya enfermedad comienza cuando escucha el disparo que quizá haya alcanzado al
Balilla, su razón de vivir. El presente que nos entregó Sancho Gracia no pudo ser más generoso, nos dejaba dos años más
tarde fuera de la pantalla, pero lo hacía con las botas de celuloide puestas
tras haber dado vida a este cabrero en el papel más hondo, tierno y bello de su
larga carrera. Al rodaje de “Entre lobos”
acudía mientras recibía el tratamiento de quimioterapia. Sierra Morena le subió
a la cumbre como Curro Jiménez en sus años jóvenes y también lo entregó a la
gloria como Atanasio en el ocaso de sus días, cenit profesional y vital
fundidos en el punto más alto de ese valle donde mejor se escucha el aullido del
lobo.
Gerardo Olivares |
Todos
los actores del elenco estuvieron impecables y fundidos con aquella atmósfera
que parte de 1953, unidos por el mismo hilván. Con consciencia o sin ella
Gerardo Olivares eligió a Juan José
Ballesta sabiendo que el poso de “El
Bola” establecía un factor común no sólo con Marcos también con Achero Mañas tan sensibilizado como el autor que nos ocupa con la infancia
heroica que sabe superar y remontar la maldad y el abuso infligidos sobre la
inocencia.
Es
impresionante ver las dificultades del rodaje, esos equipos enormes y pesados,
tan costosos, trasladados por mulas en angostos y empinados caminos. El
caprichoso clima cambiante del parque natural de Cardeña-Montoro que impedía
continuar las escenas, él es quien manda y como a veces lo olvidamos, nos lo
subraya con relámpagos y nos lo grita con truenos: tras el radiante sol la
lluvia, y un equipo de titanes pasionales a la espera, porque hacer películas
tan grandes en un país con industria tan pequeña es para descubrirse. Asistir
al cuidadoso camuflaje de las cámaras para seguir a Minero, el cariñoso hurón,
contemplar a todos los entrenadores en suspenso hasta exclamar ¡Ahora! Y sentir
de pronto la fuerza del viento que el búho real nos arroja desde la pantalla
con el abanico de sus poderosas alas, ver en sus ojos de dorado ámbar,
reflejada la llama de la antorcha en movimiento que sostiene Marcos… es un lujo
impagable. Dirigir en una película a niños y a animales sabiendo mostrar lo que
piensan y haciendo fluir la esencia de la comunicación no verbal nos habla de
la calidad humana de este cineasta y documentalista que convirtió pasión en
profesión, su primer viaje lo hizo en la vespa de su hermano, en 1987.
Rebañando entre los familiares logró reunir 300.000 pesetas y se presentó en
Laponia donde realizó su primer reportaje sobre los nómadas que habitan más
allá del círculo polar; a partir de ese momento la adicción se hizo incurable y
para satisfacer sus inapelables demandas le valdría cualquier medio de
locomoción: En Seat Panda, todo terreno o camión circunvalaría África, se
presentaría en la tierra del fuego tras buscar todas las ciudades del mundo con
el nombre de Córdoba, recorrería la columna vertebral del continente americano
y emprendería la ruta de Samarkanda. Por fortuna no necesita ir a vender sus
reportajes, a aquel muchacho que comenzó a dar la vuelta al mundo mientras
estudiaba ciencias de la información en la Complutense, la televisión va a
buscarle para que entregue sus trabajos, el contagioso entusiasmo los convierte
de inmediato en programas líderes de audiencia.
Gerardo
Olivares muestra la parte más hermosa de esta historia: el escaso tiempo feliz
que el niño comparte con Atanasio, después, como ya he dicho, preferirá la
compañía de los lobos a la de los hombres.
Viendo
el esplendor de este film en el que un niño creativo e inteligente sobrevivió
porque supo gozar de la esencia de la vida comprendiendo que el núcleo de la
verdadera alegría se encuentra allí, entre el valle y el cielo, espero que las
conmovidas lágrimas de esta urbanita que atufa a asfalto sean consideradas como
el máximo elogio a la generosidad de Gerardo Olivares, un artista enorme que
nos enseña a encontrar la verdadera belleza -que nada tiene que ver con hacer
postales- y nos lleva hasta donde ésta reside.
Ojalá
el hombre sí fuera un lobo para el hombre. (Al menos Marcos sí consiguió
llevarle la contraria a Plauto y a Hobbes)
Un
abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili
Zori
Vi la película hace tiempo, después de leer tu relato, tengo que volver a verla, la percepción será con otros ojos, con otra sensibilidad, con la imagen que tan magníficamente me has trasmitido, no puedo mas que alegrarme de leer tus crónicas tan maravillosamente construidas. Buena vida Pili.
ResponderEliminarGracias por tus palabras y por tus visitas, engrandeces este blog con tus comentarios, me alegro de que seas tan gran lector y tan cinéfilo. Un abrazo. Pili
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