Una
de las novelas que más me impactó en la pubertad. Estaba en casa y la puso en
mis manos mi padre. Ese gesto de transmisión del conocimiento me emocionaba
(cuando se trataba de novelas naturalmente, por desgracia de los artículos del
periódico que me leía en voz alta huía como un gato escaldado, cuánto me
arrepiento ahora) y por alguna extraña razón cada vez que se producía una de
esas entregas de inmediato asociaba la imagen al fresco de “La creación de Adán” en la
capilla Sixtina: esos dos dedos a punto de rozarse para que el primer hombre
recibiese la vida. En nuestro caso la imagen fue la misma pero con un libro en medio.
La
edición del Círculo de Lectores, por cortesía del editor Luis Caralt, es la de 1957 –la
novela fue escrita en 1939-. En aquella ocasión tradujo Alfredo Calm. La actual, que ya lleva el artículo delante: “La impaciencia del corazón” (me gustaba
más sin dicho artículo), la tradujo Joan
Fontcuberta.
El
libro de mi padre tiene unas pastas enteladas preciosas, y en la portada la
estética de entonces: un gorro militar, pero pintado de verde hierba que en lateral luce un
corazón rojo tirando a rosado. Las letras rotuladas y la cenefa
floral también tienen el estilo de aquellos años. Nací en 1956 y esa puesta de
largo literaria me la otorgó él -harto de ver como devoraba fotonovelas- cuando tuve doce o trece años. Comenzó a entregarme ediciones como la citada o “La Busca” de Pío Baroja, o “Gran hotel” de Vicki
Baum, “Perros perdidos sin collar”
de Gilbert Cesbron… Sobra decir lo importante y mayor que me sentí al no tener
que hojear a escondidas las novedades que iban llegando. He prestado el libro a
menudo pero no había vuelto a leerlo desde entonces y al abrir sus amarillentas
páginas, tras tantos años, me he encontrado con subrayados a lápiz que no hice. Imagino que son obra de alguna de mis hijas o de un amigo muy lector y me he
quedado con la intriga, por ello desde aquí solicito que los subrayados íntimos
se firmen con fecha, porque es extraordinario compartirlos con quien hizo el graffiti y especular sobre la
evolución literaria y personal que ha
experimentado cuando pasados los años volvemos a retomar los libros que de
algún modo nos impactaron.
Una
de mis novelas, “Hija de…”, abre la puerta de la segunda parte con este pasaje de "Impaciencia del corazón" que
enseguida reflejaré; la primera se la dejé a Plutarco y a sus “Vidas paralelas”,
siempre busco minuciosamente citas que anuncien y sinteticen lo que a
continuación va a ocurrir, son hermosos talismanes que me acompañan y me dan
apoyo durante todo el trayecto, y para esa novela, “Hija de…”, tan difícil en
todos los sentidos, necesite bastantes: Fernando
Borlán, Mario Benedetti… Ellos
iban introduciendo las llaves en las puertas principales y también en las de cada habitación
señalándolas por dentro y por fuera para que no me perdiese en el oscuro
laberinto. Fue entonces, al llegar al eje, al centro, al lugar por el
que la novela palpitaba, cuando recordé la cita de Zweig. Uno de mis protagonistas necesitaba una compasión más que
comprometida ya que andaba sumergido en toda clase de adicciones tóxicas, tanto
físicas como anímicas y Gabriel, un ex alcohólico, fue el encargado de
custodiarle y así, de la mano de Stefan fue presentado este personaje crucial con alma de arcángel:
“Existen dos clases de compasión. Una cobarde
y sentimental que, en verdad, no es más que la impaciencia del corazón por
librarse lo antes posible de la emoción molesta que causa la desgracia ajena,
aquella compasión que no es compasión verdadera, sino una forma instintiva de
ahuyentar la pena extraña del alma propia. La otra, la única que importa, es la
compasión no sentimental pero productiva, la que sabe lo que quiere y está
dispuesta a compartir un sufrimiento hasta el límite de sus fuerzas y aún más
allá de ese límite”.
Es
más que posible que aquella novela que me entregó mi padre, cuya portada hoy
parece un regalo vintage, me
convirtiera en escritora.
***
Sinopsis.
El joven teniente Anton Hoffmiller se compromete por compasión con una acaudalada muchacha cuya enfermedad la ha postrado en una silla. Promesa que el oficial finalmente no cumplirá.
El joven teniente Anton Hoffmiller se compromete por compasión con una acaudalada muchacha cuya enfermedad la ha postrado en una silla. Promesa que el oficial finalmente no cumplirá.
Todo
el conflicto comienza con el intento de subsanar lo que él considera una
irremediable y grave falta de tacto: Habiendo sido convidado a una fiesta en el
gran castillo de la familia Kekesfalva, de pronto cae en la cuenta de que aún
no ha hecho el honor de bailar con la anfitriona, a quien apenas ha visto el
rostro durante unos segundos porque estaba rodeada de gente, y hallándola
sentada y sin conocer los detalles de su inmovilidad la invita a danzar. A partir de ese
momento Anton se desvivirá porque su falta sea perdonada y sobre todo porque su
imagen en la pequeña ciudad y en el cuartel no quede maltrecha.
Stefan Zweig, nos hace bucear en ese sentimiento conflictivo para que exploremos en las zonas engañosas de manipulación emocional y de prejuicio que contiene, para que sopesemos las consecuencias, para que nos planteemos si el sentimiento de piedad debería ser erradicado y sustituido por el deseo de integración al que por suerte poco a poco vamos llegando.
La
novela nos habla de la verdad, tan necesaria para todos, de la crueldad del
lenguaje, fiel reflejo de la aceptación o del rechazo, del sentimiento de
superioridad o inferioridad frente a otro ser humano –todos tenemos
limitaciones, la diferencia reside en que unas están a la vista y otras no- nos
hace profundizar en la hipocresía de algunos eufemismos tras los que
parapetamos precisamente dicha impaciencia. La novela expresa la necesidad de
saber recibir ayuda, pero también la de aprender a darla ya que todo ser humano
desea ser útil a los demás tanto si está en una silla de ruedas como si va
caminando. El autor nos impele a manejar adecuadamente la verdad, hace que
reflexionemos sobre como dosificarla y nos pide que la consideremos un derecho.
Consigue que meditemos sobre la comunicación sincera entre médico y paciente,
entre padres e hijos, entre amigos… para que la persona limitada no abuse en
sus demandas considerando que el resto del mundo está en deuda con ella y ha de
compensar lo que le falta, también pide que quienes pueden y deben ayudar no se
desentiendan. Zweig nos enseña a tomar decisiones con seriedad y a que antes de
actuar nos preguntemos qué sabemos entregar, y hasta dónde estamos dispuestos a
hacerlo para no marcharnos de repente dejando empantanado a quien le dimos a
entender que podía contar con nosotros. Es imprescindible definir y conocer los
límites que uno tiene.
La
novela se desarrolla en el interior de los protagonistas, en el núcleo de los
sentimientos encontrados –es humano ser contradictorio, las emociones no nacen
ni anidan ya diseccionadas ni están perfectamente ordenadas en los cajones
adecuados- tal vez habría que preguntar al otro qué necesita, qué busca,
qué siente, qué piensa… y no presuponerlo, y esperar que quien responda diga
exactamente como quiere ser tratado para que poco a poco nos vayamos orientando
porque como bien dice una amiga, “sociedad somos todos y todos votamos”, otra
añade que “somos maestros y alumnos a la par”, por tanto igual de
válidos o inválidos si deciden discriminarnos. Pero hablamos de una
evolución en las relaciones sobre la que hemos tomado conciencia desde hace muy
pocos años. Es bonito ver como en nuestro club de literatura chirría y hace
daño la palabra “tullida”.
Resulta
comprensible que el joven teniente Hoffmiller de origen humilde y a la
edad de 25 años quedara deslumbrado por la riqueza y los oropeles de la familia
Kekesfalva, el contraste con su sobrio mundo castrense de enorme presión
social y tan proclive a la maledicencia le deja dividido y confuso, poco a poco
en su interior van germinando sentimientos cuyos límites no sabe diferenciar.
Lajos von Kekesfalva, el abnegado padre que a partir de que su hija contrajera
la enfermedad se ha dedicado a gastar su fortuna en médicos que pudieran
brindarle una esperanza de curación y a mimarla concediéndole todos los
caprichos, se aferra al aturdimiento del muchacho. Podría parecer que en todo
momento intenta comprarle, pero sólo le apremia cuando deduce que Edith se
ha enamorado de él y no tiene inconveniente en humillarse hasta caer de
rodillas para conseguir que su hija sea feliz, a cambio coloca toda su fortuna
a los pies del oficial.
El
lector discutirá con los personajes durante toda la lectura comprendiendo y al
mismo tiempo criticando muchas de sus conductas, pero no podrá dejar de amarlos
ni de ponerse en su piel en innumerables momentos. Son
reacciones lógicas frente a un narrador que manejaba con maestría la
exploración psicoanalítica, los ingredientes de las pasiones cuando las personas se hallan en crisis o encrucijada, controlaba como nadie el goteo de
sorpresas en cada una de las páginas creando un suspense insólito que mantiene
al lector atrapado tan sólo con las tensiones que suceden en el interior del
personaje, esa es toda la acción: el proceso mental y la maraña sentimental que
como una enredadera les va atenazando, y sin embargo trepida. Eliminaba toda
descripción innecesaria en favor del ritmo y la intriga, tenía un radar de alta
precisión para descifrar los entresijos de cualquier alma. El desenlace produce
una enorme impresión y lo curioso del caso es que estaba anunciado, el buen
escritor deja huellas y rastros pero sin que sean previsibles, sin que los veas
venir, pero no se saca de la chistera de repente algo que no haya dejado entrever
durante el camino.
Zweig
en el prólogo nos hará creer que la historia es referida para marcar así la
distancia necesaria entre el autor y sus personajes de ficción –se trata de un recurso
parecido al del manuscrito encontrado que permite al escritor quedarse fuera y
salvaguardarse en el caso de estar haciendo préstamos personales sin que se
note porque quien habla es otro –el propio Hofmiller pasados los años- y lo hace
antes del comienzo de la novela. Partiendo de ese espejismo creará la
atmósfera adecuada de quien recibe una confesión en el reservado de un
tranquilo café vienés. Sabe que al lector le gusta el toque biográfico y sentir
que se asoma a una historia real –si por realidad entendemos algo que se
produce fuera de la ficción-. En dicho prólogo se condensa toda la esencia de
la novela, pero fundamentalmente lo que trasluce es la declaración de
principios de este autor, el hombre que consagró su vida al pacifismo y por
ello él y su obra sufrieron persecución y exilio. En estas primeras páginas ya
hay una desmitificación de la heroicidad, un acto heroico no es tal si no hay
un testigo que lo refrende, por la misma razón en tiempo de guerra muchos actos
abyectos pasan inadvertidos. Anton Hofmiller vuelve de la contienda a la que fue a
esconderse intentando librar sin éxito su propia batalla interior. Buscaba sin
miedo una bala perdida, sin embargo regresa condecorado pero con la misma
negrura en el alma y sin permitirse la redención. Esa es su verdad, la que le
cuenta a Stefan Zweig en el café para que como penitencia el mundo conozca "su
culpa" reflejada en esas páginas en las que se pondrá en cuestión de forma sutil
si son o no necesarios los ejércitos. El escritor despoja de aureola y
relevancia el uniforme tras el que se parapetan toda clase de hombres de
distintos estratos sociales y que sin esa indumentaria dejan de tener importancia,
gentes que encuentran identidad en el reglamento para llenar otras carencias,
pero no se le olvida valorarlos como personas. El individuo diluido en la
colectividad provista de órdenes y normas que te eximen de decidir o de pensar.
El sentido de pertenencia a cambio de arriesgar la vida en periodos bélicos.
¿Qué es o debería ser el honor? ¿Qué y a quienes debería defender?
En
la novela también se analizan las grandes fortunas adquiridas con usura y
oportunismo pero no con delincuencia. Zweig se limita a despegar la pátina
de las apariencias, lo más hermoso de la novela es la verdadera compasión que
el escritor muestra hacia la parte humana de todos sus personajes sin eliminarles el
patetismo y sin eximirles del pago de las consecuencias de sus actos. Los
protagonistas de “Impaciencia del corazón” pueden tener conductas equivocadas,
pero de ningún modo malvadas. Incluso Cóndor, el médico, aún siendo el
personaje conciencia y quien puntualiza y coloca en su sitio a los demás, tiene
debilidades, se permite disfrutar con deleite las suculentas comidas y los
cigarros puros que Kekesfalva le ofrece, pero no por ello abusa ni miente en su
propio beneficio ni deja de dar prioridad a las personas más desfavorecidas, su
interés es curar y buscar las herramientas para hacerlo y mantener la esperanza
en los avances científicos. Edith está malcriada y se deja llevar por las
pataletas, podría parecer que con ellas intenta forzar a los demás para
conseguir lo que quiere, pero lo que hace en realidad con sus fuertes
reacciones es sondear para verificar la verdad de los sentimientos de Antón.
Ella no puede evitar quererle y desde un principio avisa con claridad que no
soporta que permanezcan con ella por compasión, llegados a este punto nos plantearíamos la
buena gestión de las frustraciones, pero ella tiene 17 años y ni el que ama debe
sentirse menospreciado por la falta de correspondencia ni el amado defenderse
como si hubiese sido agredido por una declaración de amor que no le comprometía
a nada ya que en mi opinión Edith es valiente para afrontar la negativa, pero le
están enviando señales equívocas, aunque decirlo es fácil, lo complicado
es hallar las palabras que cada situación requiere y es evidente que existen y
que sólo hay que buscarlas, pero vuelvo a reiterar que los protagonistas de esta historia tienen 17 y 25 años. A
mi juicio –subjetivo, naturalmente- todos los personajes de algún modo salvaguardan la
dignidad siendo como son, o mejor dicho se salvan por esa parte tan
noble que tiene que ver con la honradez.
Stefan Zweig se quitó la vida en 1942 junto a su segunda esposa en Petrópolis, ciudad situada en el estado de Rio de Janeiro, su última residencia y posiblemente la más amada ya que su nostalgia la dedicaba a una Europa que había dejado de existir. Convencido de que el nazismo se extendería por toda la tierra dejó escrita esta nota:
“Cada día he aprendido a
amar más este país y quisiera no haber tenido que reconstruir mi vida en otro
lugar después de que el mundo de mi propia lengua se hundió y se perdió para
mí, y mi patria espiritual, Europa, se destruyó a sí misma.
“Pero para empezar todo de
nuevo un hombre de 60 años necesita poderes especiales y mi propio poder se ha
desgastado después de años de vagar sin asiento. Por eso prefiero terminar mi
vida en el momento adecuado, justo, como un hombre para quien su trabajo
cultural fue siempre la más pura de sus alegrías y también su libertad personal
—la más preciosa de las posesiones en este mundo.
“Dejo saludos para todos
mis amigos: quizá ellos vivan para ver el amanecer después de esta larga noche.
Yo, más impaciente, me voy antes que ellos”.
Stefan Zweig era de origen judío aunque no practicaba la religión. El suicidio suele dejar un sabor a fracaso en los demás. Al igual que en el caso de André Gorz y su esposa, me pregunto por qué hasta en ese viaje final ellos les hacen eclipse a ellas. Desearía saber qué pensó Lotte, 25 años más joven que él, en esos momentos.
En
Brasil se le despidió con honores de Jefe de Estado.
Calan
muy hondo en mi interior los escritores de entreguerras, creo que lo he dicho
en este mismo blog cuando hablé de Scott
Fitzgerald, Sándor Márai… porque
me entregan un legado de prioridades que me despejan todas las incógnitas
vitales, se atrevieron a anunciar la decadencia, a acertar o equivocarse y lo
hicieron expuestos frente al mundo, a amar, a sufrir, a vivir, a arriesgar… y
tuvieron la grandeza de compartirlo.
Un abrazo y hasta
el próximo encuentro.
Pili
Zori
Gracias por su atenta evaluación de un libro que ha sido muy significativo para mí. Pobre Stefan Zweig, si hubiera vivido hasta 1946, habría visto un mundo mejor.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu visita, y por tu amable comentario, para mi también es una novela muy significativa e importante. No sé si eres hombre o mujer, deseo que estés muy bien. Un abrazo. Pili Zori
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