Mañana martes 16 proyectaremos
en el club de cine, “La vida de los otros”
uno de los largometrajes más líricos de nuestro tiempo que sin duda marcará el
arte cinematográfico del siglo XXI Extraordinaria ópera prima del director de
cine Florian Henckel Von Donnersmarck.
El elenco es para descubrirse
-demostrando una vez más que con poco presupuesto y con una trepidante trama,
que se desarrolla en apenas cuatro interiores- los actores son las columnas
capaces de sostener uno de los capítulos más importantes y decisivos de la
historia reciente: la caída del muro de Berlín. Algunos de estos actores se
criaron y vivieron en la RDA. Esta
película escarba bajo los escombros y recupera los fragmentos para construir la
unificación. Y lo hace para que no ocurra nunca lo que dice el poeta y escritor
Juan Gelman: “Desaparecen los dictadores de la escena y aparecen de inmediato los
organizadores del olvido.”
El capitán Gerd Wiesler
encarnado por Ulrich Müe deja
clavado en la butaca y sin aliento al espectador y marca un antes y un después
en la creación de personajes contenidos, interiorizados, introspectivos…
Cualquiera de sus miradas volcánicas, de sus silencios tensos, arrasarían como
lava candente al cine más espectacular y sonoro. Uno sólo de sus pestañeos
equivale al diálogo más elaborado y brillante que se pueda concebir, lástima
que ya no esté entre nosotros, murió al año siguiente del estreno sabiendo eso
sí que “La vida de los otros” había
recibido el Oscar al mejor largometraje de habla no inglesa, El Globo de Oro,
el César, el David de Donatello, el premio a la mejor película europea, el
Guldbagge de Suecia, los Lolas alemanes… Al menos ese prestigioso broche se lo
llevó consigo en el último mutis, la pena es que nosotros nos quedamos sin el
regalo de los magníficos trabajos que habría seguido entregándonos.
Crista María Fielland, es una actriz que deja fascinado a este
capitán de la policía secreta, no es para menos, si tenemos en cuenta que la
interpreta Martina Gedeck, quienes
la hayan disfrutado en la película “Deliciosa
Marta” sabrán por qué lo digo: se come la pantalla y es un foco de luz
incandescente. Su variedad de registros y matices es inimitable. Cuando un
actor o actriz no resulta fácilmente reconocible en pantalla o sobre el
escenario es porque se convierte en el personaje, y ese diluirse en otro,
quedarse vacío de sí mismo para prestarse como recipiente es la máxima grandeza
y a la vez la máxima humildad de un actor. La mayoría de las estrellas
americanas hacen de sí mismas sin ningún pudor.
Georg Dreyman es el prestigioso escritor de la obra que se está
representando, y pareja de Crista, la actriz. Al intelectual e ingénuo Dreyman,
fiel creyente al principio de las bondades del sistema de gobierno en el que
vive, lo interpreta Sebastian Koch en
un hermoso papel que sin duda agradecerá de por vida al director.
Dreyman también es un personaje
en evolución, los paralelismos y vínculos que el director crea entre ambos
–el escritor y el capitán de la Stasi- alcanzan la belleza poética más pura.
Escenas como la que se produce cuando Dreyman interpreta la “Sonata para un buen hombre” en la que se
engloba a los dos –al capitán de la Stasi y al escritor- son sublimes y no
estoy exagerando sino buscando la descripción exacta. El espectador no sabría
decidir en ese momento a cuál de los dos protagonistas masculinos y antagónicos va dedicada la composición, las lágrimas
del capitán al escucharla diluyen la frontera: es mucho más lo que les une que lo que les separa… Hay pasajes para hincarse de rodillas como el de las
palabras del informe que está escribiendo Wiesler: las frases discurren y bajan por la pantalla en una cortina transparente, tras ella la pareja hace el amor, es una escena delicadamente portentosa, el
homenaje a la palabra escrita en el filme es constante y la coherencia es que ésta se
muestre en imágenes que es el lenguaje del cine. Otra impresionante es la del
libro amarillo de Bertolt Brecht que
el capitán ha hurtado para leerlo con el fervor apasionado de quien descubre la
vida en plenitud, la que nos entrega el arte, sin él no se puede vivir, los
suicidios por causa de dicha mutilación dan fe. Nunca había visto una metáfora más
hermosa ni un mensaje más claro que el de los dedos manchados de tinta roja en
la escena en la que los clandestinos esconden la máquina de escribir: Escribir cuesta sangre.
Para mí ahí está el resumen del film.
Cuando ahora escucho como se
apela de forma frívola a la libertad de expresión en cualquier tertulia casposa
me llevan los demonios.
En fin, no pararía de enumerar
escenas, pero retomo el trabajo de Koch,
otro actorazo con una capacidad de transmitir enorme, le recordaréis por su
actuación en la película “El libro negro”,
una más entre las muchas piezas de su brillante filmografía.
Los demás actores tienen
apariciones más cortas que no les convierten en secundarios, en este caso me
apetece matizarlo, nunca me ha gustado esa calificación, porque no secundan, protagonizan
en su espacio y son tan importantes como los últimos brillos y toques que le
das a un cuadro para terminarlo, si las pequeñas pinceladas no están bien
puestas el acabado será imperfecto. El generoso internet como siempre os dará
buena cuenta de sus nombres y biografías.
No sé si el director escogería a
propósito la libélula de alas abiertas que está en el vestíbulo, en la entrada
a la casa reflejándose en el espejo, me gusta pensar que representa la
libertad, el delicado vuelo de la creatividad. Sé que tenía mucho interés en
que la decoración no distrajera al espectador, y quiso crear la atmósfera, el
ambiente de aquellos años en la RDA utilizando sólo los colores que más
abundaban, así, con marrones, beiges, naranjas, verdes y grises logró no sólo el telón de fondo sino el estado
anímico que une de forma emocional al espectador con los protagonistas.
La música de Gabriel Yared contribuyó a crear dicho
ambiente. El compositor necesitó ir creándola sobre el guión para que formase
parte de él, de modo que no está hecha después, y el espectador no la siente
superpuesta sino como materia y esencia fundamental que se encuentra dentro de
la propia estructura.
Los niños perciben por instinto,
sin la contaminación de las palabras, las tensiones, las alegrías, los miedos…
los padres del director y guionista Florian Henckel von Donnersmarkd se habían
criado en Berlín oriental, y tenían familiares allí aunque después vivieron en
occidente, y cuando iban a visitarles en aquellos años él siempre notaba ese
miedo indefinido. Intuyo que uno de los grandes objetivos, puede que
inconsciente, del director fue el de especificar los ingredientes de ese temor
arraigado e injusto que sentían incluso aún viviendo fuera.
Confieso que durante algún
tiempo de mi infancia y adolescencia me resultó difícil admitir su falta de
libertad, creía que países que garantizaban las necesidades básicas gratuitamente
como calefacción, transporte, educación… que eliminaban la pobreza con un
reparto equitativo no podían ser dañinos. Sufriendo una dictadura como la que
nosotros padecíamos me resultaba imposible pensar que fuera equivalente, que ellos
tuvieran otra, y me decía que seguro que se trataba de propaganda mala e
interesada que sin duda provenía de occidente y de la rivalidad entre
potencias. Después viajé, vi, escuché, crecí… Ahora sé que nada es la panacea y
desmenuzo mejor los pros y los contras de todos los Estados, pero sigo soñando
con sociedades mejores que no dejen a la intemperie a familias por desahucios
tras haber trabajado honradamente. Y procuro no presumir de ejemplaridad
patriotera en ningún sentido, ni española, ni europea, ni occidental, porque el
poder siempre aprende a cercenar, la diferencia es que ahora lo disimula mejor,
y quien paga el pato de su avaricia y embriaguez en cualquier época es la pobre
gente. Lo que en todo momento supe sin embargo al igual que el director es que
las personas deben estar siempre por delante y que hay que luchar sin descanso
para que no cambie de sitio dicha prioridad.
No obstante cuando vi la
película me sentí orgullosa por vez primera de ser europea y de que uno de los
míos hubiese hecho algo con lo que me podía identificar y que fuese tan hermoso, a menudo siento que estamos espalda contra espalda, que no nos conocemos,
que no nos parecemos, que solidaridad poquita y que el que venga detrás que arree y que se joda quien no pueda, perdón por la expresión, es la más explícita y la que todo el mundo entiende. A todos los poderosos europeos se les olvida que tras
la segunda guerra mundial les ayudaron y que a nosotros no, y que por eso
andamos mal de industria y nos cuesta prosperar, pero no importa, a pesar de
los pesares nos vamos arreglando, “el
sur también existe” decía Benedetti y aquí estamos.
Desconozco el estado del cine
alemán actual, tampoco sé sobre las escuelas de interpretación que hay allí, si
tienen un método… pero a tenor de lo visto éste debe ser uno de sus mejores
momentos. La gente de mi edad recuerda a Fassbinder,
a Werner Herzog a Win Wenders, porque los cinéfilos de mi
quinta tenemos mucho que agradecerle al cineclub de La 2, que se esmeraba en
poner ciclos con filmografía de todos los países, y también al cineclub de mi ciudad
que hacía otro tanto, pero, al menos yo, desde entonces y hasta este largometraje tenía una carencia, un hueco sin rellenar, con
alguna salpicadura que otra pero pocas, muy pocas noticias sobre el cine alemán, supongo que
como el mundo se ha vuelto un mercado, si los distribuidores no se interesan pues sus cineastas no han salido del círculo de los premios, festivales o certámenes,
y el gran público no ha visto sus obras, o me he descuidado y entono el mea culpa. Lo
que sí sé es que no conozco a nadie que cuando le nombras “La vida de los otros” no exclame ¡Ah, sí!, ¡es muy buena!
Toda mi vida he valorado mucho
la capacidad de llegada aunque haya quien confunda esa cualidad de conseguir y
destilar la esencia y la universalidad con populismo, sólo es una suerte, un
talento envidiable para quien no lo tiene, que Florian Henckel Von Donnersmarck
avala con una enorme mochila de lectura y cultura cosmopolitas. Nació en Colonia
en 1973. Estudió ruso en el Instituto Nacional de Leningrado, hoy San
Petersburgo, con el deseo de poder leer a los maestros rusos, que tanto
admiraba, en su propio idioma. Vivió con sus padres en Berlín, Francfort,
Bruselas, Nueva York… Se matriculó en la universidad de Oxford en ciencias
políticas, filosofía y economía. Ayudó a Richard
Attemboroug en “El amor y en la
guerra” en 1996 tras haber destacado en su aula de guión y le admitieron en
las acreditadísimas clases de dirección que impartía la academia de cine y
televisión de Munich… En fin, creo que es coctelera suficiente para comprender
la madurez, la dimensión y el alcance de “La
vida de los otros”.
Casi tengo la certeza de que se
necesita que transcurra una generación para contar bien la historia -referida
por tus mayores- del país en el que naces. Si has sido protagonista o testigo
directo -con todo el derecho que te otorga el dolor- hay perspectivas o
enfoques que nunca vas a tomar. Sólo Florian Henckel von Donnersmarck que nació
como ya he dicho en renglones anteriores en 1973 puede abordar la evolución de
un personaje que las víctimas a las que persiguió y acosó no podrían ni
querrían redimir. Él lo hace mostrándolo sin condescendencia y con todas y cada
una de sus aristas.
Sentir comprensión y ternura por
quien se la merece, por la víctima, no es difícil; hallarla para el
perseguidor, el déspota, el verdugo… es entrar en una dimensión más
evolucionada, subir un peldaño más en la escala del doloroso pero necesario compromiso, porque ninguna reconciliación nacional es posible sin ese alcance.
Comprender no significa
justificar, Donnersmarck expone y dibuja al personaje tal cual, sin dulcificar
suavizar o esconder ni uno sólo de los rasgos de su carácter, ni una sola de
las pautas de su comportamiento, de hecho elige a un competente capitán del
servicio de inteligencia y espionaje de la Stasi la temible policía secreta de
la R.D.A. de 1984.
Gerd Wiesler, el capitán pero
también el hombre que detenta tanto poder, sufrirá una evolución que le hará
asumir las consecuencias de su pasado. Un día acude a un estreno de teatro al
que asisten autoridades y de inmediato queda fascinado al contemplar a la
popular actriz Crista María Fielland sobre las tablas. Ella está interpretando
a la protagonista de una obra del prestigioso escritor Georg Dreyman, su
pareja. Minutos después de que finalice la observará besándose con él. Y
valiéndose de su cargo decide espiarles, -los artistas eran paranoicamente
perseguidos hasta la destrucción por supuestos delitos contra el régimen que
hoy nos harían sonreír de puro ingenuos-. El contraste de sus vidas con la del militar, tan espartana y vacía, las inquietudes artísticas, emocionales e
intelectuales del círculo de amigos de la pareja, el sentido crítico, la lucha…
pondrán en cuestión todas sus creencias y tomará conciencia hasta el extremo de
decidir que aún en las circunstancias más arriesgadas y adversas hay que hacer
lo correcto y que la lealtad abyecta es un malentendido manipulador.
La decisión, el punto de partida o el enfoque que tomó el director
es dificilísima: nos muestra a un hombre equivocado que no sabe que lo está y
que cree estar entregando lo mejor de sí mismo al sistema de gobierno en el que
cree. Tenía que extraer desde lo más odioso del personaje la dignidad de la
transformación, es decir tenía que meterse dentro del sistema y que la fuerza
de lo perseguido le diese la vuelta. Siempre ha habido personajes que ejercieron la transición desde dentro poco valorados por la historia, pero tan necesarios sin embargo como los de fuera,
sin ellos las dictaduras no se habrían derrumbado, pero es difícil concederles
homenaje porque están muy manchados.
Como os dije en entregas
anteriores el arte que no te transforma no es arte.
Un abrazo y hasta el próximo
encuentro.
Pili Zori
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