“Y sé que puedo hacer eso porque fui a Londres yo solo y porque resolví
el misterio de quién mató a Wellington y encontré a mi madre y fui valiente y
escribí un libro y eso significa que puedo hacer cualquier cosa”.
Eso nos dice Christopher Boone,
el adolescente con síndrome de asperger, detalle que el autor Mark Hadonn no menciona expresamente
con intención integradora.
Una noche, Christopher encuentra
muerto a Wellington, el perro de la señora Shears, ese incidente marcará un
punto de inflexión en su ordenada vida. Teniendo en cuenta que puede entrar en
crisis si alguno de los muebles del salón se cambia de lugar o si los
diferentes alimentos de distintos colores se tocan en el plato, el viaje
iniciático –tanto físico como anímico- que dará comienzo a partir de ese suceso
adquirirá una relevancia inusitada.
Agradezco a Mark Haddon la
capacidad para introducirse en la mente y el corazón de alguien “distinto” para
abrirle la cremallera y mostrarnos cómo siente, de qué manera sufre o qué le
hace feliz y por qué tiene reacciones “incomprensibles” en apariencia, porque
lo más extraordinario del caso es que al mirarnos a través de los ojos de
Christopher comprendemos al fin que lo paradójico del asunto es que es nuestro
mundo, con sus torpes y adocenadas normas inamovibles, el que padece de un
autismo ciego, inmovilista y encorsetado que excluye de la cinta fabril a todo
producto que se sale del patrón, porque no sabe leerlo, porque no entiende sus
códigos y no puede descifrarlo. Si supiéramos que es muy posible que Leonardo Da Vinci y Albert Einstein tuvieran este síndrome
o rasgo puede que bajásemos la cabeza avergonzados por nuestra ignorante,
despectiva y absurda actitud. Las personas con discapacidades en alguna zona
seguramente desarrollan otras que encajan a la perfección en cualquier sociedad
y como idiotas nos estamos perdiendo sus beneficios que ciertamente podríamos
obtener con cuatro adaptaciones sencillas.
Agradezco a cambio que la
paciencia del autor cubra la ausencia de la nuestra. Además de ser profesor de
escritura creativa en la universidad de Oxford, pintor, de dedicarse también a
la ilustración, de escribir numerosos libros para niños y ser guionista de
televisión (obteniendo en dichos campos sendos y prestigiosos premios como el
Bafta, el de mejor libro del año Withbread, el de mejor escritor de la
Commonwealth, entre otros) trabajó con personas que padecían discapacidades
físicas y mentales.
“El curioso incidente del perro a medianoche” me parece un homenaje
y un legado. La novela es brillante, el lector llega a creer que la ha escrito
el niño, además incluye una lección impagable sobre cómo realizar una novela policíaca
honrando a Conan Doyle por su obra “El perro de los Baskerville” que tanto
le gusta a Christopher, de hecho dicen que el título “El curioso incidente del perro a medianoche” es una alusión a una
frase que hace Sherlock Holmes en el relato “Silver Blaze” -no lo he leído así que tampoco lo puedo asegurar- y
lo que más impresiona es que Mark Haddon haya sabido impregnar de aliento poético
toda la novela haciéndonos creer que no lo hacía puesto que Christopher no
comprende las metáforas -aunque sí los símiles- ni el doble sentido de los
chistes ni la ironía y en apariencia sólo responde a la lógica. La sensibilidad
conmovedora y el lenguaje literario los ha escondido entre las líneas
moviéndose en la sugerencia buscando las palabras para no decirlas y que el
lector crea que las pone en esos huecos tan bien medidos en los que como en un
crucigrama no nos caben otras letras u otras sílabas que él no haya pensado de
antemano.
Este muchacho que tiene miedo de
los extraños y de los lugares desconocidos, que no comprende bien el
comportamiento humano. Este adolescente al que se le supone incapacidad para
las relaciones personales, falta de sociabilidad, ensimismamiento,
egocentrismo… nos da una lección de generosidad rompiendo sus barreras y
dejándose guiar por el instinto, el mismo instinto que nos lleva a los demás a
poner en primer lugar el afecto por los nuestros. Él arriesga mucho más que cualquiera
de nosotros para encontrar a su madre, para ser fiel a sus principios: odia la
mentira y luchará por esclarecer la verdad aunque para ello tenga que llegar
hasta el final de las consecuencias. Y sin saberlo volverá a reordenar la vida
de los suyos dejando todos los sentimientos
en su sitio, ya veis que recalco sentimientos en alguien a quien no se le
suponían por tener un modo distinto de expresarlos.
Oliver Sacks, famoso neurólogo londinense que obtuvo el doctorado
en neurología en la Universidad de California y que tras impartir clases en la
Escuela de Medicina Albert Einstein y trabajar como adjunto en la Facultad de
Medicina de la Universidad de Nueva York pasa consulta en el hospital
neoyorquino de las Hermanas de los Pobres, ha elogiado el libro de Haddon
diciendo que es una novela conmovedora, verosímil y muy divertida. En el club
leímos hace algunos años de Sacks “El
hombre que confundió a su mujer con un sombrero” y la experiencia fue
fascinante, es un regalo que personas tan enriquecedoras sepan divulgar de
forma tan artística su ciencia y como en su libro “Despertares” nos espabilen sacando del sueño esa parte de nuestra
conciencia adormecida.
Creo en la bondad esencial de la
gente y doy por hecho que no comprender a personas con estos rasgos de
personalidad, con estas supuestas discapacidades se debe a que nadie nos ha
dicho cómo llegar hasta ellos y estoy convencida de que el éxito de los libros,
tanto de Haddon como de Sacks, lo demuestra, sus páginas no habrían traspasado
fronteras si no tuviéramos interés por entenderles y entendernos a través de
sus ojos, si no considerásemos que forman parte de nosotros. En realidad lo que
nos da miedo no es cómo afrontar el problema cuando sobreviene sino que por él
los demás nos humillen, nos desprecien, nos aparten, nos abandonen, nos dejen
desfallecer sin crear ayudas, infraestructuras que nos proporcionen un respiro…
Lo que aterroriza es el ahí te quedas y con tu pan te lo comas, no es mi
problema.
En el club la empatía e
indulgencia se extendió a todos los personajes, supimos ponernos en la posición
del chaval, pero también en la impotencia ocasional del padre y en la de la
madre.
Hablamos de la importancia y
necesidad de la educación especial, si era integradora o excluyente, de las
relaciones de pareja y cómo estas se pueden resentir o por el contrario
afianzarse ante las absorbentes necesidades de un hijo así. Algunas compañeras
compartieron testimonios y experiencias con familiares que padecen o padecieron
alguna discapacidad, comentamos sobre la relación con los amigos, si estos se
apartan o por el contrario incorporan de forma natural la circunstancia
adaptándola al entorno...
Al ver como la novela va
abriendo plano en su magnífica descripción paralela física y anímica en la que
también el niño crece en ese viaje interior y su mundo se amplía desde la casa
al barrio, a la escuela, a la estación hasta llegar a la gran ciudad y hablamos
de las complicaciones urbanas que nos gustaría resolver, algunas compañeras han
tenido que ir con sus madres o padres en silla de ruedas y se han encontrado
con pasos de cebra ocupados por coches, o han tenido que recorrer medio mundo
para encontrar rampa en los bordillos.
Los espacios e inmuebles urbanos
deberían ser más fáciles de entender, menos uniformados, con más referencias
para que nadie se pueda perder en un mastodóntico hospital de plantas,
habitaciones y salas clónicas, o en una estación de tren, o en un aeropuerto.
Es necesario que siga habiendo
alternativas a la tecnología, aún queda mucha población que no la maneja y no
hay por qué llamarla analfabeta como le ocurrió a una de mis compañeras –que de
analfabeta no tiene un pelo- por no saber realizar una cita a través de
internet. Es la nueva arma arrojadiza de algunos mediocres de ventanilla que no
tenían otro elemento mejor con el que sobresalir o humillar a gente afectuosa y
digna que procura molestar lo menos posible y que ni siquiera se atreve a pedir
ayuda por si no sabe formularla bien.
Son el desprecio y las miradas
prejuiciosas las que nos envejecen.
Muchas gracias señor Haddon por
su hermosa novela; al contrario que Christopher tengo una enorme discapacidad
para los números y usted ha conseguido con su libro que me interesen, o que al
menos lamente haberme perdido su parte mágica y lúdica.
Y para vosotros un abrazo y
hasta el próximo encuentro.
Pili Zori
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