Es la segunda vez que veo este largometraje que tanto me entrega. Con él reflexioné en profundidad para llegar a la conclusión de que no existen personas impecables, cabales siempre, ni completamente honradas a las que agarrarte.
Las tentaciones existen, y el peligro de corrupción en mayor o menor medida también, por cobardía, por egoismo, por envidia... por perentoria necesidad.
Todos vamos a traicionar en algún momento a alguien, a lanzar una maldad de mayor o menor envergadura, que para el caso es lo mismo, ya que el efecto dominó con todas sus consecuencias de derribo está servido.
Y además tenemos un arsenal de justificaciones preparadas para eliminar la sed de justicia y calmar la de la conciencia, y paradójicamente me quedé más tranquila, enseguida explico por qué:
Pensé, o más bien sentí -lo mío siempre es emocional y por tanto más fiable- que hay que cambiar el enfoque de la honorabilidad, y sacarlo de nuestro interior, para trasladarlo al territorio común en el que se halle el sentido de lo humano, que es el que de verdad nos vincula y no nos compartimenta a cada uno en su parcelita para cerrar los ojos y no ver lo que ocurre y trasciende al otro lado del tabique -de inmediato lo concreto:
Era la prrimera vez que yo comprendía -al ver este largometraje- que nuestra salvación son las leyes, y también la primera vez que les daba todo el valor que tienen porque las leyes pueden protegernos de nosotros mismos. Esa es la tranquilidad, y a ellas hay que dedicarse en cuerpo y alma hasta que estemos seguros de que cubren todas y cada una de las opciones, de las necesidades... y para elaborarlas, para estudiarlas con todos sus matices e ingredientes hay que bajar y también subir a los tajos, los que se encuentran a pie de calle y también a pie de ascensor para elevarse, y para descender a los subterráneos, a los bajos fondos... sin dejarnos ninguno por analizar, ni cúpulas ni cloacas.
Denzel Washington está sublime, borda su papel. Sabemos que es un hombre religioso, además de espiritual y muy comprometido, y con esta maravillosa película su interpretación me ha calado a mucha hondura.
Colin Farrel ejecuta una actuación increíble en el papel de abogado George Pierce. En realidad todo el elenco en su conjunto es extraordinario, y está tan bien medida cada aparición que no hay parcela pequeña ni secundaria, es lo que ocurre cuando se rema a favor de obra y sin estrellatos: que surge y brilla el equipazo como un mecanismo de precisión perfecto y en sincronía.
El espectador recibe la reprimenda de haber juzgado a priori y equivocadamente al abogado George Pierce, siempre andamos creando arquetipos desde la superficialidad del aspecto, joven letrado actual y por tanto un tiburón sin escrúpulos suavizado por la ropa de firma.
Por fortuna queda claro en el filme que nuestra obra permanece, y por ellas nos conocerán, y el inmenso y minucioso trabajo de Roman para crear un nuevo sistema judicial lo reciben como herencia ese joven abogado y Carmen Ejogo en su magnífica representación de Maya que cubre un valiosísimo y necesario trabajo social, ahí es donde Roman establece el vínculo entre dos mundos aparentemente irreconciliables hasta ese momento y los cose con pespunte irrompible.
Me gusta mucho este filme y me hace un gran bien que es mejor todavía. Como es natural aunque obtuvo sendos y prestigiosos premios no es un largometraje comercial, y hasta puede resultar incómodo, pero quiero dedicarle toda mi admiración a su director y guionista -aunque prefiero nombrarlo como escritor de cine- Dan Gilroy, un autor con mayúsculas. Y para cerrar el broche os dejo una frase de oro que pronuncia Roman J Israel:
"Todos valemos mucho más que lo peor que hayamos hecho"
Pili Zori
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