He
estado viendo esta tarde la película “Norman” escrita y dirigida por Joseph Cedar.
La
crítica en su momento no fue magnánima con ella, salvo por la interpretación de
Richard Gere, siempre impecable y
brillante, su nombre -sinónimo de prestigio, garantía y versatilidad- es el
aval y la carta de presentación que abre todas las puertas a cualquier
cineasta. Creo sin embargo que Cedar eligió a propósito la sencillez y se mantuvo fiel sin hacer concesiones de vistosos oropoles, tal vez por esa razón Gere acogió un relato que da luz al mecanismo de los entresijos que se cuecen en las relaciones de esa especie de jet set de dirigentes, a veces los asuntos complejos y oscuros en apariencia son más simples de lo que imaginamos.
Muchos
críticos enfocaron el filme como un alegato irónico-patético-tierno sobre el
tráfico de influencias y las cadenas de favores que se producen en clave judía;
desconozco si es tópico o no, pero lo cierto es que siempre se ha dicho que los
judíos se ayudan entre sí, y en muchas películas americanas vemos la parte
negativa y también positiva que esa actitud de pertenencia tan comunitaria
tiene (por la seguridad y protección que otorga, pero también por la asfixia
prisionera que al igual hace sentir debido a la fiscalización e injerencia), y más en el ámbito de Nueva York cuya
élite de magnates de origen hebreo es de sobra conocida.
Norman
es ¿perdedor?, ¿antihéroe?, ¿pícaro?, ¿un oportunista desesperado?, ¿un pelmazo
recalcitrante e insistente? o ¿un hombre bueno con capacidades de anfitrión,
asesor, mediador, vinculador? Las preguntas se quedan en el aire y sólo el
espectador tiene la potestad de calificar a alguien tal vez inclasificable.
En
el largometraje se juega con la ambigüedad de Norman, un hombre que todos
conocen, pero que sin embargo nada saben de él, ignoran dónde vive, si tiene
familia, cuál es su trabajo en realidad, si tiene patrimonio, si alberga sueños de
grandeza para ser influyente, o si sólo busca un lugar social en el que poder
ejercer vínculos y relaciones para mejorar el mundo con su pequeña o gran aportación, o si por vanidad pretende el beneficio para sí mismo tan sólo por el deseo de codearse con los más destacados para figurar, ¿roza la corrupción? de nuevo el espectador decide.
Lo
cierto es que Norman me ha dejado muy pensativa con un tema que me trae mártir
desde siempre: ¿Importan los motivos, las intenciones, o sólo cuentan los
hechos? ¿Cómo estableces una especie de decálogo para especificar lo que está
bien o mal en cuestiones más sutiles, menos toscas, de esas que no saltan a la
vista?, ¿cómo distingues una conducta social equivocada movida por la buena
intención?, habría que definir de forma más específica y a priori la clase de líos en los
que una “buena” persona puede meterse, aunque ser bondadoso no exima de
pagar el mal causado, las mil maneras de embaucar en las que se puede ver
envuelta dicha persona. Termino desembocando de forma irremediable en que hay que “odiar el
delito y compadecer al delincuente” y agradezco a Concepción Arenal que fuera tan diáfana en sus sentencias, pero por desgracia no hay demasiados asideros como ése.
La
frase “A veces los árboles no te dejan ver el bosque” me ha puesto nerviosa
desde que era niña porque pienso que expresado a la inversa quizá el bosque no te deje ver los
árboles, y que lo colectivo se forma con lo individual, y no sé qué es lo
prioritario. Corrijo, en el fondo sí lo sé: creo que hay que mirar primero cada
uno de los árboles y luego el conjunto de todos ellos, pero es tarea trabajosa
y resulta más sencillo adocenar.
Todos
tenemos miedos no sólo a los males que nos puedan infligir desde el exterior,
también nos aterran los daños que podemos ocasionar nosotros, yo por ejemplo temo ser
convencida fácilmente, me da miedo no saber discernir, es decir me aterra ser
injusta, aunque lo soy a menudo, por la boca muere el pez, tengo un enojo feo,
pero eso sí lo sé, como también sé que no quiero deber favores, ni pagar
facturas de amistad, aunque parezca orgullosa, un amigo es otra cosa.
¿Quién
o qué define la diferencia entre justo e injusto?
Joseph Cedar |
Caminamos
por la vida como si fuera innato distinguirlo y no lo es. Y sin saberlo mos las tenemos que arreglar para educar a los hijos, para defender y defendernos, para no avasallar
ni que nos esclavicen.
Las metáforas de la
película tal vez sean demasiado evidentes como el espejo de ese otro hombre con
aspecto de mendigo en el que Norman se reconoce con dolor al verse y escuchar
sus mismas frases en la boca de él, o la escena en la que cae encima de las
bolsas de basura que contribuye a arrojar el rabino, o la humillación que recibe
por ¿colarse de rondón? en la casa de un prócer... ¿Cómo entiende el éxito un
judío?, ¿cómo se, relaciona con el dinero?, ¿acaso la película cae en el
malicioso tópico que dice así: “Para el dinero todos somos judíos”? pero si quieres ser didáctico hay que ser simple sin que por ello el arte se resienta y la película no deja de ser un cuento para adultos, con moraleja por voluntad de su director.
Como
broche y al final se enumeran los logros anónimos que gracias a Norman se
consiguieron y el espectador se pregunta ¿por qué el talento florece si viene
de cuna, pero si tiene la mala suerte de aparecer dentro de un “mindundi” de un “don
nadie” es condenado al ostracismo? Que no tomen a alguien en serio, que no le
dejen ocupar su espacio y encontrar su sitio en “sociedad” no significa que no
lo tenga, a veces la vida parece ese cruel juego de sillas en el que hay muchos
para pocas.
Hace
casi treinta años alguien me dijo: “Tú pareces poco y luego eres mucho”. Ni se
imagina el daño tan enorme que me hizo al definir mi realidad.
Nunca
he sabido lo que hay que hacer para “parecer mucho”, pero tampoco he querido medrar como a veces parece que le ocurre al protagonista, esa es la incógnita, yo la resuelvo pensando que Norman sólo es un hombre bueno y con talento que simplemente desea hacer méritos para sentirse perteneciente a su grey.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro con libros, cine, relatos, opiniones o artículos.
Pili Zori
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